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En el nombre de Juan Pablo

Después de la trágica muerte de su hijo, Ángela María Cáceres creó una fundación que otorga becas de maestría y postgrado a jóvenes colombianos con recursos limitados.

Redacción Vivir
25 de marzo de 2009 - 11:00 p. m.
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Ángela María Cáceres todavía no se repone de la muerte de su hijo mayor. Durante estos dos años su ausencia ha sido extremadamente dolorosa. En su taller de arte, en donde fabrica lámparas, platos y baldosas de vidrio, hay fotos de Juan Pablo por todas partes. Del día de su graduación de la Universidad Externado de Colombia, del viaje que hizo a Europa para aprender francés, de los momentos más felices que compartió al lado de sus amigos del colegio Nueva Granada y de la visita de sus padres a Viña del Mar (Chile), en donde se encontraba cursando una maestría cuando ocurrió el trágico accidente.

Juan Pablo, de 27 años, se cayó del balcón del apartamento en donde vivía y murió instantáneamente. La terrible noticia sorprendió a sus padres, hermanos, familiares y amigos en Bogotá. Su madre, Ángela María, quien toda la vida había compartido su pasión por el arte con el deseo de ayudar a los demás, se derrumbó. Algunas personas le propusieron crear una fundación con el nombre de Juan Pablo, pero ella se negó. No tenía ni cabeza ni corazón para encabezar ese proyecto.

Tres meses después de la muerte de su hijo, Ángela María recibió una conmovedora carta de la Universidad Adolfo Ibáñez, en Viña del Mar, en donde Juan Pablo cursaba la especialización. En su misiva los directivos de la institución educativa le contaban que habían decidido entregar una beca todos los semestres a un colombiano que ejerciera un gran liderazgo y que amara a su país y a su familia como lo hacía Juan Pablo.

Este gesto fue el que la convenció de crear la Fundación Juan Pablo Gutiérrez Cáceres, dedicada a otorgar becas a estudiantes colombianos con recursos limitados, que deseen cursar una maestría en nuestro país. No fue una tarea fácil lograr sacar a flote esta idea.


Se necesitaban recursos y el apoyo de varias instituciones de educación superior. A través de donaciones de particulares, de vender artesanías y de realizar eventos para recaudar fondos lograron poner en marcha la Fundación. “Los ahorros que dejó Juan Pablo nos sirvieron para arrancar”, recuerda Ángela María con una sonrisa.

Luego vino la tarea que parecía ser la más complicada, pero que resultó siendo la más sencilla: conseguir el respaldo de las universidades. Después de escuchar la historia de Juan Pablo y el deseo de su madre por ayudar a jóvenes que quisieran ampliar sus estudios profesionales y especializarse para poder servir al país, la Javeriana, la Nacional, el Cesa y el Externado accedieron a financiar entre el 30 y el 50% de los costos de la matrícula de los estudiantes escogidos por Ángela María y su equipo de colaboradores.

Durante este año largo que lleva operando la Fundación se han favorecido más de 20 jóvenes. Para ello tuvieron que llenar un formulario que aparece en internet, contestar una entrevista y escribir dos ensayos. Una vez son elegidos, deben cumplir las condiciones que establezca la universidad.

La alegría llega por momentos a la vida de Ángela María, quien a pesar de sentirse satisfecha con la labor que está realizando en nombre de Juan Pablo, no logra superar la tristeza y el vacío que dejó en su alma su partida. “Voló muy rápido, como lo hacen las mariposas”, dice con voz pausada mientras recorre su taller, en donde el recuerdo de su hijo permanece vivo.

Por Redacción Vivir

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