Fantasías urbanas
Las comunidades más representativas del país cuentan los secretos de sus particulares vidas.
Mariana Suárez / Diego Alarcón
La ciudad se ha convertido en un escenario del que quieren apropiarse grupos de jóvenes inconformes, que se sienten marginados por la sociedad. Por eso, cada una de estas tribus urbanas crea sus códigos, que van desde la forma de vestir hasta los lugares en donde se reúnen, buscando legitimar públicamente su pensamiento.
Así lo reconoce Armando Silva, profesor de la Universidad Externado, doctor en Literatura Comparada de la Universidad de California y autor de varios libros, entre ellos Imaginarios urbanos, al tiempo que explica que hoy en día los adolescentes usan imágenes de presentación ante los demás con el concepto de tribu. “La familia dejó de ser la base y los amigos ocupan el primer lugar en sus relaciones sociales”.
Aunque la mayoría de integrantes de estas tribus se consideran pacíficos, los skinheads y los rudos se han ganado la fama de violentos e intolerantes. En Bogotá, el Chorro de Quevedo se convirtió en su fortaleza y un sitio peligroso para quienes no sean bienvenidos.
En Medellín, la Policía investiga el paradero de un “cabeza rapada” que presuntamente participó en el asesinato de Isabel Cristina Restrepo, de 18 años. En las otras ciudades del país estos movimientos se han propagado rápidamente.
Para muchos jóvenes pertenecer a estos grupos es simplemente una etapa de la adolescencia, otros, en cambio, están convencidos de que encontraron una filosofía de vida.
Lo cierto es que estos movimientos juveniles, según Silva, generaron el fenómeno del trabajo liberado: no ser económicamente productivos, sino vivir en función de la estética. Una situación que algunos adolescentes buscan remediar con proyectos artísticos o reservando su estilo de vida para el tiempo libre.
La estética oscurantista
“¿Por qué nos vestimos de negro? Porque el Metal en general, sobre todo el Black Metal, le apuesta a rescatar el arte oscurantista de las culturas paganas europeas que la Iglesia acabó violentamente y sin contemplaciones a lo largo de toda la Edad Media.
Nuestra imagen es una protesta en contra de la represión social, la cual siempre está diciendo qué música se debe escuchar, así como la mejor forma de vestirse y de peinarse. Quizá por eso las personas nos miran como ‘bichos raros’ y tienden a
pensar que somos miembros de sectas satánicas, pero las cosas no son así, la ignorancia es atrevida. Es un luto eterno por un mundo en decadencia.
Nosotros, con nuestra banda (Threshold End), nos hemos dedicado al Death Metal y gracias a que ya somos un poco mayores, dejamos atrás los radicalismos de la adolescencia A nuestra edad es muy común que muchos de los amigos se hayan convertido en ‘metaleros de fin de semana’, aquellos quienes tienen un trabajo que les exige vestirse bien y cortarse el pelo, lo cual no significa que hayan salido de la escena.
Algo que sí quisiéramos resaltar es que nuestra cultura se ha mantenido fiel a sus principios y nunca se ha convertido en una moda consumista”.
Ciudad de baticuevas
“SoyAthena. A los 18 años sentí que me identificaba con los góticos, oía su música y me seducía la figura simbólica de los vampiros. Pero me daba miedo contactarlos, porque creía que eran satánicos. Un día por fin me decidí y los busqué en internet.
Nos gustaba ir en grupo a tomar café en Oma. La gente nos miraba raro, no entendían porqué lucíamos pálidos, nos delineábamos los ojos y usábamos ropa estilo victoriana. Nos hacían sentir excluidos, por eso preferíamos los bares góticos o visitar el Cementerio Central y admirar la estética de la muerte.
En Bogotá hay dos corrientes: la victoriana y la industrial. Los primeros se visten como damas o caballeros antiguos, les gusta quedarse en la casa o hacer planes a la luz de las velas. Los otros son más agresivos y prefieren salir a fiestas.
Mis papás nunca dijeron nada. Sólo se preocuparon el día en que por accidente un man de una librería me metió un libro de
inducción al satanismo. Pero los góticos no son satánicos, lo que pasa es que hay mucha gente que busca una imagen agresiva para defenderse del rechazo de sus compañeros o amigos y creen que vistiéndose como góticos lo logran.
Después de dos años como gótica decidí salirme. Simplemente me aburrí, eso era más una locura adolescente. Además, me di cuenta que no todo en la vida es estar vestida de negro y admirando el arte. Claro que todavía sigo hablando con mis antiguos amigos.”
¿Ocupantes o invasores?
La tribu de los okupas nació en España en la década de los sesenta. Un grupo de jóvenes comenzó a protestar por su situación económica, ocupando a la fuerza casas, vehículos o edificios abandonados para hacer efectivo su derecho a la propiedad. Con los años este movimiento se extendió a países como Argentina, Perú y Colombia.
Camilo, un joven bogotano de 22 años que vive al sur occidente de la ciudad, cuenta que decidió volverse okupa hace cuatro años. “Siempre cargo una mochila con ropa. Generalmente nos quedamos con unos amigos en casuchas abandonadas, cocinamos en una fogata y vivimos de la mesada que nos dan nuestros papás. Este es un estilo de vida.
Nosotros nos cuidamos de la Policía para que no venga a sacarnos de donde estamos. Por eso preferimos la clandestinidad, no dar papaya. A mis papás no les molesta lo que hago, creen que es una etapa por la que estoy pasando y que no durará para siempre.
No hay muchos okupas en Bogotá y la mayoría viven en lugares solitarios de la capital, para que no los molesten. Aunque vivimos en una casucha a veces nos gusta reunirnos en un carro abandonado a tomar trago y escuchar música. Somos personas muy tranquilas”.
Sangre y literatura
“Bebo sangre ocasionalmente. Antes bebía más a menudo, pero lo dejé un poco cuando comencé a sentirme adicto. Pero me encanta su sabor a cálido óxido y su textura, no muy líquida, tampoco muy espesa. Tomar sangre es recibir una dosis de energía, un extra de las proteínas que el cuerpo necesita y que exalta los sentidos sin alterar los estados de conciencia.
La persona de la que se toma debe ser de confianza porque es algo que necesita del consentimiento de los dos, quien la bebe y quien la regala. En ese caso basta con un corte en la yema de los dedos o en la muñeca para succionarla con la boca.
Prefiero mantener mi nombre oculto, dudo mucho que a la empresa en la que trabajo le cause gracia saber que uno de sus empleados es vampirista. Vivimos en una sociedad muy conservadora. Esa es la razón por la cual prefiero figurar con mi seudónimo, Alexander.
Después de visitar páginas especializadas de internet y algunas comunidades virtuales, por casualidades del destino eso creo conocí a una vampira en una fiesta o batcave, como son conocidas nuestras reuniones. Ella me presentó a un grupo grande de gente que se reunía por las noches a tener tertulias sobre literatura y arte, y para tomar sangre. Era un grupo de vampiros. Los lugares no eran fijos, podíamos vernos por la subida a La Calera, en alguna casa o apartamento, el Parque Nacional, el centro de la ciudad, en fin.
Un vampiro se caracteriza por ser refinado, nada extravagante. Por eso nos podemos camuflar muy bien en esta ciudad, viviendo en el mundo underground de este hermoso caos que se llama Bogotá”.
La ciudad se ha convertido en un escenario del que quieren apropiarse grupos de jóvenes inconformes, que se sienten marginados por la sociedad. Por eso, cada una de estas tribus urbanas crea sus códigos, que van desde la forma de vestir hasta los lugares en donde se reúnen, buscando legitimar públicamente su pensamiento.
Así lo reconoce Armando Silva, profesor de la Universidad Externado, doctor en Literatura Comparada de la Universidad de California y autor de varios libros, entre ellos Imaginarios urbanos, al tiempo que explica que hoy en día los adolescentes usan imágenes de presentación ante los demás con el concepto de tribu. “La familia dejó de ser la base y los amigos ocupan el primer lugar en sus relaciones sociales”.
Aunque la mayoría de integrantes de estas tribus se consideran pacíficos, los skinheads y los rudos se han ganado la fama de violentos e intolerantes. En Bogotá, el Chorro de Quevedo se convirtió en su fortaleza y un sitio peligroso para quienes no sean bienvenidos.
En Medellín, la Policía investiga el paradero de un “cabeza rapada” que presuntamente participó en el asesinato de Isabel Cristina Restrepo, de 18 años. En las otras ciudades del país estos movimientos se han propagado rápidamente.
Para muchos jóvenes pertenecer a estos grupos es simplemente una etapa de la adolescencia, otros, en cambio, están convencidos de que encontraron una filosofía de vida.
Lo cierto es que estos movimientos juveniles, según Silva, generaron el fenómeno del trabajo liberado: no ser económicamente productivos, sino vivir en función de la estética. Una situación que algunos adolescentes buscan remediar con proyectos artísticos o reservando su estilo de vida para el tiempo libre.
La estética oscurantista
“¿Por qué nos vestimos de negro? Porque el Metal en general, sobre todo el Black Metal, le apuesta a rescatar el arte oscurantista de las culturas paganas europeas que la Iglesia acabó violentamente y sin contemplaciones a lo largo de toda la Edad Media.
Nuestra imagen es una protesta en contra de la represión social, la cual siempre está diciendo qué música se debe escuchar, así como la mejor forma de vestirse y de peinarse. Quizá por eso las personas nos miran como ‘bichos raros’ y tienden a
pensar que somos miembros de sectas satánicas, pero las cosas no son así, la ignorancia es atrevida. Es un luto eterno por un mundo en decadencia.
Nosotros, con nuestra banda (Threshold End), nos hemos dedicado al Death Metal y gracias a que ya somos un poco mayores, dejamos atrás los radicalismos de la adolescencia A nuestra edad es muy común que muchos de los amigos se hayan convertido en ‘metaleros de fin de semana’, aquellos quienes tienen un trabajo que les exige vestirse bien y cortarse el pelo, lo cual no significa que hayan salido de la escena.
Algo que sí quisiéramos resaltar es que nuestra cultura se ha mantenido fiel a sus principios y nunca se ha convertido en una moda consumista”.
Ciudad de baticuevas
“SoyAthena. A los 18 años sentí que me identificaba con los góticos, oía su música y me seducía la figura simbólica de los vampiros. Pero me daba miedo contactarlos, porque creía que eran satánicos. Un día por fin me decidí y los busqué en internet.
Nos gustaba ir en grupo a tomar café en Oma. La gente nos miraba raro, no entendían porqué lucíamos pálidos, nos delineábamos los ojos y usábamos ropa estilo victoriana. Nos hacían sentir excluidos, por eso preferíamos los bares góticos o visitar el Cementerio Central y admirar la estética de la muerte.
En Bogotá hay dos corrientes: la victoriana y la industrial. Los primeros se visten como damas o caballeros antiguos, les gusta quedarse en la casa o hacer planes a la luz de las velas. Los otros son más agresivos y prefieren salir a fiestas.
Mis papás nunca dijeron nada. Sólo se preocuparon el día en que por accidente un man de una librería me metió un libro de
inducción al satanismo. Pero los góticos no son satánicos, lo que pasa es que hay mucha gente que busca una imagen agresiva para defenderse del rechazo de sus compañeros o amigos y creen que vistiéndose como góticos lo logran.
Después de dos años como gótica decidí salirme. Simplemente me aburrí, eso era más una locura adolescente. Además, me di cuenta que no todo en la vida es estar vestida de negro y admirando el arte. Claro que todavía sigo hablando con mis antiguos amigos.”
¿Ocupantes o invasores?
La tribu de los okupas nació en España en la década de los sesenta. Un grupo de jóvenes comenzó a protestar por su situación económica, ocupando a la fuerza casas, vehículos o edificios abandonados para hacer efectivo su derecho a la propiedad. Con los años este movimiento se extendió a países como Argentina, Perú y Colombia.
Camilo, un joven bogotano de 22 años que vive al sur occidente de la ciudad, cuenta que decidió volverse okupa hace cuatro años. “Siempre cargo una mochila con ropa. Generalmente nos quedamos con unos amigos en casuchas abandonadas, cocinamos en una fogata y vivimos de la mesada que nos dan nuestros papás. Este es un estilo de vida.
Nosotros nos cuidamos de la Policía para que no venga a sacarnos de donde estamos. Por eso preferimos la clandestinidad, no dar papaya. A mis papás no les molesta lo que hago, creen que es una etapa por la que estoy pasando y que no durará para siempre.
No hay muchos okupas en Bogotá y la mayoría viven en lugares solitarios de la capital, para que no los molesten. Aunque vivimos en una casucha a veces nos gusta reunirnos en un carro abandonado a tomar trago y escuchar música. Somos personas muy tranquilas”.
Sangre y literatura
“Bebo sangre ocasionalmente. Antes bebía más a menudo, pero lo dejé un poco cuando comencé a sentirme adicto. Pero me encanta su sabor a cálido óxido y su textura, no muy líquida, tampoco muy espesa. Tomar sangre es recibir una dosis de energía, un extra de las proteínas que el cuerpo necesita y que exalta los sentidos sin alterar los estados de conciencia.
La persona de la que se toma debe ser de confianza porque es algo que necesita del consentimiento de los dos, quien la bebe y quien la regala. En ese caso basta con un corte en la yema de los dedos o en la muñeca para succionarla con la boca.
Prefiero mantener mi nombre oculto, dudo mucho que a la empresa en la que trabajo le cause gracia saber que uno de sus empleados es vampirista. Vivimos en una sociedad muy conservadora. Esa es la razón por la cual prefiero figurar con mi seudónimo, Alexander.
Después de visitar páginas especializadas de internet y algunas comunidades virtuales, por casualidades del destino eso creo conocí a una vampira en una fiesta o batcave, como son conocidas nuestras reuniones. Ella me presentó a un grupo grande de gente que se reunía por las noches a tener tertulias sobre literatura y arte, y para tomar sangre. Era un grupo de vampiros. Los lugares no eran fijos, podíamos vernos por la subida a La Calera, en alguna casa o apartamento, el Parque Nacional, el centro de la ciudad, en fin.
Un vampiro se caracteriza por ser refinado, nada extravagante. Por eso nos podemos camuflar muy bien en esta ciudad, viviendo en el mundo underground de este hermoso caos que se llama Bogotá”.