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Fernando Vallejo está contento de que la vigésimo quinta Feria Internacional del Libro de Guadalajara le conceda este sábado el máximo premio a su vida y obra. Por esta razón y por estar próximo a cumplir 41 años viviendo en el Distrito Federal, le dedicará el discurso de aceptación a México, el país que le permitió expresarse, primero a través del cine y luego a través de las letras.
Le molesta no poder terminar tan rápido como quisiera la biografía del filólogo colombiano Rufino José Cuervo, por culpa de sus ojos que le fallan cada vez más. Lo molesta el ruido de la metrópoli, que los narcos tiren cadáveres en la calle (esta semana abandonaron 26 en tres camionetas cerca de la Expo de Guadalajara, donde aspiran a recibir desde hoy más de 600 mil visitantes). Prefiere cerrar las ventanas presurizadas que mandó instalar en su estudio y dedicarse a oír música o agarrar la lupa para corregir borradores. En este caso sólo quiere hablar en exclusiva con El Espectador.
¿Qué significa este premio para usted y para su obra?
Es una de las tribunas más altas que tiene el idioma. La feria es la más importante de la lengua española, el premio es el más importante en Hispanoamérica, es la segunda feria del libro más importante después de la de Frankfurt. Me siento muy afortunado de que me hayan hecho este honor para exponer mis ideas, más morales que de literatura.
Este premio nació en memoria de Juan Rulfo. ¿Qué opina de la obra del escritor mexicano?
Lo de Rulfo es un caso excepcional. Que sus libros Pedro Páramo y El llano en llamas, escritos en los años 50, sigan vivos y pesando es asombroso, porque los escritores desaparecen incluso en vida y los que son muy famosos mueren y desaparecen sus libros. En cambio Pedro Páramo sigue viviendo como si fuera la voz de un México muy profundo, del pasado, intemporal. Ese libro me intrigó mucho, durante muchos años no lo entendí puesto que está escrito en primera persona, como yo quiero que sea la novela, y en eso coincide conmigo, pero es un libro con muchos diálogos. Era como inaceptable para los principios míos. Sí, pero lo que pasa es que los que están hablando son los muertos y sin esos diálogos no habría sido libro. Por eso sigue siendo la gran obra literaria de México.
Tras ganar el Rómulo Gallegos, el FIL, además de crecientes lectores en América, Europa y Asia, ¿qué cree que aportan sus 11 novelas, dos biografías y cuatro libros de ensayo?
Las novelas las escribí para mi idioma, nunca pensando que se tradujeran, nunca me ha interesado, porque si tú apuntaras una obra literaria en la sonoridad de las palabras, de las frases, de los ritmos, eso no es traducible, ni siquiera a idiomas tan cercanos al nuestro como el francés, que para mí es el más cercano, por sobre el portugués y el italiano. No así los dos libros que escribí de ciencia, uno de ensayos de biología y un libro de ensayos de física, ni así el libro que escribí denunciando los crímenes del cristianismo, haciéndole un sumario de sus grandes infamias, a su historia, tan absurda, a esta empresa criminal que se hace aparecer como santa. Sin embargo, estos últimos libros que me interesa que sean traducidos no son los que han sido traducidos, sino los literarios. Los científicos tendrían que estar en inglés, el idioma de la ciencia actual, y el de la iglesia, igual.
¿Hay conexión entre su estilo breve y vertiginoso y la eficacia y la contundencia de Rulfo?
Son libros muy distintos. Pedro Páramo es un libro muy corto y casi todo es diálogos. Tiene unas pocas metáforas muy hermosas, por ejemplo decir “el eco de las sombras” es una metáfora cinestésica porque estás comparando el sonido del eco con la visión de las sombras, o “los gritos de los niños revoloteaban y parecían teñirse de azul en el cielo del atardecer”. Son muy pocos momentos muy bellos, pero tú sabes que una página buena salva a un escritor, un verso bueno salva a un poeta. Es un libro misterioso del campo curiosamente muy emparentado con mi tierra, algo tiene de Antioquia como el estado de Jalisco. Pedro Páramo me recuerda mucho a Manuel Mejía Vallejo; eran contemporáneos, no creo que se hayan conocido, no se han influenciado, no creo que Rulfo hubiera leído a Mejía Vallejo; tal vez Mejía Vallejo sí, porque leía literatura latinoamericana. En Pedro Páramo los personajes siempre se recuerdan con nombre y apellido: Susana San Juan, Fulgor Sedano. Igual en Mejía Vallejo en La muerte de Pedro Canales. También este mundo violento que está en los cuentos de El llano en llamas está en los cuentos campesinos de Mejía Vallejo. Muertos que hablan. Hay muchas coincidencias entre estos dos escritores.
Usted había dicho que no le interesaban más premios, ¿por qué decidió recibir este?
No soy una persona grosera. No pienso que merezca el premio que me están dando, pero conozco esta feria, ahí presenté Mi hermano el alcalde, es un evento alegre, muy joven, lleno de esperanza.
Todos los años el escritor ganador puede invitar a cinco colegas para que hablen de su obra. ¿Por qué decidió que la feria invitara estudiantes?
Porque prefiero darles la palabra a muchachos de universidad, no para que elogien mis libros, porque pueden hablar mal, sino para que digan lo que quieran. A los de la feria les gustó mucho la propuesta y eso será este domingo, aunque el lunes hay un diálogo más grande con estudiantes.
¿Por qué terminó en México?
Por el cine. Yo empecé filosofía y letras en Colombia, porque no sabía escribir, no podía escribir pero yo quería hacer películas. Entonces me fui a estudiar dirección a Roma y como Colombia no tenía industria cinematográfica y México sí, me vine para acá. No quería hacer ni cine mexicano, ni norteamericano, ni italiano, quería hacer cine colombiano. De hecho, de las tres películas que filmé en México, dos son de temas colombianos: Vía cerrada (1977) y En la tormenta (1980), que la hice reconstruyendo el mundo cruel de nuestro país. México me prestó sus actores, sus técnicos, su dinero, mientras Colombia las prohibió muchos años. Después se vieron allá, cuando ya no tenían la misma trascendencia.
México le ayudó a expresarse no sólo en cine, sino en literatura, lo inspiró a escribir ‘Logoi’ y la biografía de Barba Jacob.
Sí. México me dio algo asombroso que no me dio Roma, donde viví un año; que no me dio París, donde viví unos meses; que no me dio Nueva York, donde viví un año, y fue el distanciamiento de la lengua que tenía en el alma de colombiano. La lengua española es un idioma que hablan 22 países, pero uno la que tiene en el alma es la lengua hablada, la de la escuela, la de la calle, la de los padres, la de los abuelos, no la lengua literaria. Mi alma estaba llena de localismos, yo pensaba con localismos colombianos, pese a que había estudiado filosofía y letras, pese a que me interesaba la gramática, pese a que había vivido fuera de Colombia. Eso fue lo que descubrí y aprendí aquí en mi primer libro, Logoi (1983), sobre las estructuras sintácticas de la prosa. Así empecé a escribir. Ni en la Nacional ni en los Andes, a pesar de haber tenido tan buenos profesores, me enseñaron a escribir, yo me tuve que enseñar a escribir. Y lo hice para poder hacer la biografía Barba Jacob el mensajero, que me tomó diez años de investigación en México y en muchos países de Hispanoamérica por donde anduvo el poeta antioqueño. Después aquí escribí todos mis 17 libros.
En Ciudad de México primero vivió en la céntrica calle Madero.
Estuve unos meses en Madero y después me vine a este apartamento de la calle Amsterdam, donde he estado desde entonces. En febrero próximo cumplo 41 años aquí, porque yo llegué a México el 26 de febrero de 1971. La mayor parte de mi vida la he vivido fuera de Colombia, sin embargo nunca me he alejado, siempre la he tenido presente y ha sido el centro de las diez novelas que he escrito, de las biografías, incluida la de Rufino José Cuervo que estoy terminando.
Usted llegó a México de Nueva York, no de Colombia.
Venía de Nueva York y para mí el cambio era muy fuerte, porque Nueva York era una ciudad que yo no quería. No quería los Estados Unidos, no me gustaba su música, que es lo que más me acerca a la gente. La música que me gusta es básicamente la popular, los boleros, las rancheras, los pasodobles, las milongas, es lo que más me llega al corazón. La música anglosajona nunca me ha llegado, ni la popular que viene del rock and roll ni la clásica. En cambio la música mexicana me llegaba profundamente, igual que la argentina y la española. Para mí, México es muy parecido a Colombia.
No sólo a nivel musical, sino social; si no, mire la violencia.
En México, cuando yo llegué, no había secuestros, Colombia empezó a secuestrar en 1964. La extorsión aquí es una cosa cotidiana en todas las ciudades del norte como en Colombia. No sé si sea muy afortunado hablar de colombianización o no, porque al narcotráfico le da mucho impacto la prensa y sus delitos son muy espectaculares. Lo cierto es que en México el narcotráfico tiene un peso mínimo, ¿por qué?, porque el dinero del narcotráfico comparado con la economía mexicana es muy poco, yo calculo que sea de unos dos mil o cuatro mil millones de dólares. Eso es muy poco para la economía mexicana, en cambio para la economía colombiana llegó a ser importantísimo. En México la situación se ha dado muy distinta, los narcotraficantes nunca han declarado una guerra a la sociedad, como la declararon en Colombia para evitar la extradición. Hay mucha diferencia.
Pero ahora tiran cadáveres en las avenidas.
Sí, pero es una guerra interna de ellos, o con la policía, que también está infiltrada por ellos. Es muy llamativo, pero el peso es mínimo en la sociedad, la corrupción no es tan grande porque esto ya estaba corrupto después de 70 años del PRI. Aquí los narcotraficantes podían corromper gobernadores, pero en las altas esferas no podían porque el dinero que tenían era muy grande antes del narcotráfico. En cambio en Colombia sí corrompieron una parte del gobierno y mucha parte de la sociedad. Claro que una parte del gobierno no se dejó corromper y fueron muchos los jueces que se hicieron matar. Hay una Colombia honorable que no han podido acabar, que no es precisamente la de los políticos.
A la calle Madero ahora la rescataron como peatonal. ¿Ha vuelto a ese vecindario?
Paso muy a menudo. Era una calle muy bonita, ahora la tienen adoquinada pero es muy ruidosa, es imposible vivir ahí; es un ruido que hace más daño que el narcotráfico, el ruido enloquece, envenena el alma de la gente.
¿Cuál es su balance literario tras cuatro décadas en México?
De niño nunca pensé que iba a escribir. Sí leía mucho, en la Biblioteca Piloto de Medellín, y me siento muchísimas cosas, pero una de las que menos me siento es escritor. Además, veo muy difícil que los libros de uno queden, los libros desaparecen en las librerías en uno o dos meses; la humanidad ya no tiene capacidad de recordar, son tantos los acontecimientos a diario, que uno borra el otro, y con los libros pasa igual.
¿Amigos literarios mexicanos?
Conozco muchos escritores mexicanos, pero no tengo amigos con los que hable de literatura. Tengo pocos amigos. Tampoco en Colombia, aunque conozco a buena parte de los escritores.
Aparte de Rulfo, de la poesía de López Velarde y González Martínez, ¿qué autores mexicanos le interesan?
José Vasconcelos escribía muy bien, una prosa espontánea, llena de talento. Martín Luis Guzmán, el de La sombra del caudillo (1929), Alfonso Reyes Ochoa, un hombre de una gran cultura que no escribió una gran obra literaria. Pero son todos escritores que ya están olvidados.
Frecuenta vecinos como Raúl Ortiz y su espléndida biblioteca.
Es un hombre de una gran cultura, de una memoria prodigiosa, que puede citar clásicos durante horas y sabe varios idiomas.
¿Y el cineasta Arturo Ripstein?
Es mi vecino de enfrente. Lo conocí en los estudios América cuando hice mi primera película. Me lo encuentro en la calle, de paso, pero es cineasta y yo me alejé de todo lo cinematográfico, perdí mi interés en el tema.
¿Qué opina de que García Márquez y Mutis también hayan encontrado en México la lejanía ideal para vivir y escribir?
Ellos han debido vivir lo mismo en cuanto a distanciamiento, lo cual es bueno.
¿Qué atmósfera había en México que lo amañó?
Me fui quedando, me fui quedando, realmente yo estaba hecho para vivir en Medellín, en ningún otro lado. La verdad, cuando estaba en Roma no podía vivir por la falta que me hacía, pero las circunstancias me obligaron a irme de un país que ha echado a cuatro millones de personas.
¿Otro motivo de arraigo fue conocer al coreógrafo y hoy su compañero David Antón?
Sí, evidentemente es la persona más importante, pero no me gusta hablar de mi vida privada.
¿Y haber encontrado a mascotas caninas como Bruja, protagonista de su pentalogía ‘El río del tiempo’, y Kim y Kina?
Claro, hombre. Pero los perros no tienen nacionalidad, son iguales en todo el mundo. Son maravillosos, siento amor por ellos, me hacen la vida llevadera.
Tanto que les donó los 100 mil dólares del Rómulo Gallegos, parte de los derechos que le paga Alfaguara y ahora los 150 mil dólares del Premio FIL.
Ese dinero no vale la pena.
¿Qué balance hace de su vida?
Yo no hago balances de mi vida y yo he vivido. No los hacía ni cuando no tenía dónde dormir, ni ahora que tengo dónde dormir, ni cuando no tenía que comer, ni ahora que tengo para comer. No he conocido la gran felicidad y si la hubo no veo razón para recordarla. Tal vez los momentos más felices los tengo asociados a la finca Santa Anita, de mis abuelos maternos, entre Medellín y Envigado. Ahora es irreconocible porque al recorrer esa carretera me pregunté ¿dónde quedaba Santa Anita? y no la encontré y mis hermanos me mostraron unas cuantas piedras del muro que la separaba de la carretera, la barranca la derruyeron, ni la tierra queda.
El discurso que leerá en Guadalajara es sobre México.
Voy a hablar de música. Para mí, México es música.
¿De músicos como José Alfredo Jiménez y Chavela Vargas?
Sí, pero no puedo contar el discurso. No voy a hablar de Vicente Fernández, que es muy reciente, sino de los grandes músicos mexicanos, que como los latinoamericanos se acabaron en los 60.
De Agustín Lara, por ejemplo.
Pero claro, Lara era un dios en mi casa, a mi papá le gustaba mucho, lo tocábamos en el piano. Yo conocía la música mexicana desde Medellín, desde muchachito.
Defina a México en una palabra.
La palabra lo dice, es tan compleja la realidad que hay aquí, que la única que la nombra es México, aunque podría escribir un libro para desarrollar esa palabra, su música, su política, sus momentos infames, sublimes.
¿Que tan mexicano se siente?
No sé. Aquí he pasado buena parte de mi vida.
Usted me dijo una vez que si volvía a Medellín sería a morir en la casa familiar que le inspiró la novela ‘El desbarrancadero’.
Uno a veces dice cosas. Volver a Colombia es imposible, porque del país que dejé ya no queda nada. No se puede volver al pasado, porque el que se va nunca vuelve al sitio que dejó ni vuelve el que se fue. En un tiempo pensaba dónde es que voy a vivir, ahora pienso dónde es que voy a morir. No sé.
"Vallejo es un orgullo": ministra de Cultura
La ministra de Cultura, Mariana Garcés Córdoba, exaltó el viernes la obra del escritor Fernando Vallejo y anunció que lo acompañará hoy en la recepción del Premio Internacional de la Feria del Libro de Guadalajara, México. “Pocos creadores como Vallejo tienen tan diversos intereses y tanta pasión en abordar los temas que convocan su imaginación y su espíritu crítico. Es un orgullo que este pensador latinoamericano sea nuestro compatriota —dijo—, y que nuestro país y sus contradictorias realidades sean el constante objeto de su mirada”. El jurado que le otorgó el galardón, el más importante de Latinoamérica junto al Rómulo Gallegos, que ya recibió, estuvo integrado por los escritores Juan Cruz Ruiz, de España; Cecilia García Huidobro, de Chile; Calin Mihailescu, de Rumania; Julio Ortega, de Perú; Margarita Valencia, de Colombia; Jorge Volpi, de México, y Michael Wood, de Inglaterra, quienes definieron a Vallejo como “figura verdaderamente original de la literatura en castellano”.