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Guerra de vampiros

Mientras ‘Crepúsculo’, la película basada en los libros de Stephanie Meyer, capta a miles de aficionados y espectadores en las salas de cine de todo el mundo, una tribu urbana colombiana siente que la obra profana su ideología vampírica.

Diego Alejandro Alarcón R.
24 de enero de 2009 - 10:00 p. m.
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Si las refinadas facciones y la galantería de Edward Cullen (el vampiro protagonista de Crepúsculo) hubiesen sido cambiadas por las deformidades y la tosquedad de Nosferatu (uno de los primeros registros vampíricos de la pantalla grande), probablemente el éxito de la historia que hoy por hoy abarrota las salas de cine y vende miles de ejemplares en su versión impresa no sería tan avasallador.

Stephenie Meyer, la autora estadounidense de este filme —una saga de tres libros— pasó de ser ama de casa a magnate entre los escritores. Recreando el amor de una bella jovencita convencional y un vampiro apuesto que hace esfuerzos sobrenaturales para no beber su sangre, ha  vendido cerca de 20 millones de ejemplares en 37 idiomas a lo largo de los últimos cuatro años y despertó el interés de la industria cinematográfica hollywoodense, que desde el pasado 21 de noviembre (día del estreno en Estados Unidos), recaudó US$200.000.000 en taquilla en las primeras cinco semanas.

La “crepusculomanía”, como se ha comenzado a conocer esta especie de boom mundial, también contagió a Colombia, especialmente a mujeres entre los 15 y 26 años que no han ahorrado esfuerzos para crear varios clubes de fans que unidos suman más de 3.000. Grupos que desde el 1° de enero llenan los cinemas en los centros comerciales e incluso llegaron a exigirles a las directivas de la editorial Alfaguara, responsable de la comercialización de los libros de la saga, actividades que mantuvieran vivo el enamoramiento por la historia y sirvieran para reclutar nuevos adeptos.

Las fans, cuyo número aumenta significativamente todos los días, profesan su admiración no sólo por el agraciado semblante de los actores, sino por la poción de letras con que la autora logró hechizarlas y se dejan admirar por una nueva especie de vampiros que no visten de negro ni tienen sus caninos afilados y al enfrentar la luz, en lugar de languidecer, brillan como diamantes.

Conexión Vampírica es el nombre de uno de estos clubes que nació en 2007 luego de que sus integrantes conocieran la obra de Meyer. A partir de entonces, a través de su página web se han dedicado a seguir todos los detalles de Crepúsculo, gracias a los aportes de aficionados de todo el planeta. “Estos vampiros son vegetarianos, es decir, no toman sangre humana sino de animales y tienen buenos sentimientos”. Es la descripción de los personajes que esboza Cindy Roa, de 16 años, perteneciente al grupo.


Noche y crepúsculo

Más allá de que el nombre Conexión Vampírica pueda despertar suspicacias en la mente de personas tradicionalistas, su intención en nada tiene que ver con prácticas vampiristas como las que, basados en toda una parafernalia de literatura, arte y música, vienen desentrañando algunos jóvenes colombianos. Dicen que beben sangre, se ufanan de ser prudentes, corteses, cultos y como añadidura despotrican de Crepúsculo. Para ellos la obra de Meyer luce casi profanadora. Es como pensar lo impensable: un vampiro blanco que va a la escuela, cursi y piadoso.

Alexánder, diseñador gráfico de 23 años y autoproclamado vampirista, es uno de aquellos para quien Crepúsculo reúne un conjunto de páginas que sólo producen risa. “Han surgido mil comunidades alrededor de los libros y de los personajes, llenándose cada vez más de estereotipos, hablando con propiedad de algo que sólo conocen por la mente de una escritora... es risible. Recientemente vi la película y fue una experiencia divertida ver cómo salían las jóvenes de la sala diciendo que querían un novio como Edward... ¡por favor!”.

Las diferencias son radicales entre los fans del libro y los seguidores urbanos del vampirismo. Mientras los primeros convocan por medio de sus blogs y páginas web a reuniones en centros comerciales para conocerse entre ellos, hablar de la historia, compartir dulces y hasta jugar al teléfono roto (como sucedió el pasado fin de semana en el centro comercial Gran Estación), los segundos se congregan esporádicamente en casas o en bares para, en sus círculos sociales más íntimos, compartir su sangre.

“No se puede tomar la sangre de cualquiera, porque existe un riesgo biológico. La persona debe ser de confianza”, explica Nahjra, una seguidora del vampirismo de 19 años. Si de beber sangre se trata, para ellos basta con una sutil cortadura en la parte interna de la muñeca o un pinchazo en la yema de los dedos. Y aunque suene macabro, el trago se puede ingerir puro succionando los cortes o en modalidad de coctel, mezclado con vino de uvas.

Según cuentan los jóvenes vampiristas, el consumo del líquido rojo tiene un aire simbólico y hasta altruista. Se trata de compartir una sustancia vital, un acto amistoso de sacrificio en aras de proporcionarle placer al otro.  Aseguran que en su séquito esta práctica ha dejado atrás el rótulo de tabú y que en bares bogotanos como Abnocto o Gatonegro en Chapinero, y en algunas zonas de la Universidad Nacional y del Chorro de Quevedo en el centro de la ciudad, tienen lugar de vez en cuando sus ingestas. “Me encanta el sabor a óxido de la sangre”, concluye Alexánder.

Sus particularidades como tribu urbana no paran ahí. Guardan un inmenso respeto por las emociones malas, porque creen que sin ellas las buenas serían imperceptibles. “Si no existiera el dolor, tampoco existiría el placer”, comenta Nahjra, antes de contar que hace algunos años era cutter, una persona que dentro de la onda vampírica se autoflagela con cortaduras para desaforar sus emociones.

Sin embargo, no todas sus actividades tienen un tinte sangriento. Se precian de ser sensibles frente al arte y la literatura, cultivando una especie de erudición de la que dicen no hacer alarde y es tal vez esa confianza en sus conocimientos la que los impulsa a denigrar de los escritos de Meyer.


Frente al tema, Miguel Mendoza, a cargo de la cátedra de Relato Gótico de la Universidad Javeriana, aclara cuáles podrían ser, desde el punto de vista literario, las razones de la discordia: “Crepúsculo es claramente una obra escrita para adolescentes y preadolescentes. La imagen de vampiro que ofrece está desprovista de cualquier aire siniestro, es un vampiro ablandado al mejor estilo de las series juveniles estadounidenses que terminan en un típico baile de graduación. No puede considerarse como un cuento de terror”.

De hecho, varios analistas que han entregado sus opiniones a los medios de comunicación de países donde la fiebre de Crepúsculo se ha extendido hacia dimensiones colosales, coinciden en que el libro y la película tienen un mensaje de fondo para los jóvenes contemporáneos sumergidos en el desenfreno sexual: el autocontrol de Edward Cullen frente al provocativo olor de la sangre de Bella Swan, la protagonista, se perfila como una oda a la virginidad en la que no hay que perder de vista que la autora pertenece a la religión mormona. “¿Qué es más sublime que estar dispuesto a morir de amor, antes que dañar al ser amado cuando se es adolescente?”, declaró el literato argentino Sergio Vera al diario La Nación de su país, hablando del éxito de la saga.

Ejemplarizante o no, Meyer abrió la puerta hacia una nueva raza de vampiros rompecorazones que los partidarios del vampirismo oscuro critican a ultranza. Sin embargo, su descontento no es lo suficientemente grande como para llenarse de odio y emprender una cruzada “anticrepuscular”, después de todo, parte de su ideología orbita en torno a tener modales y respeto por los otros, facultades que Alexánder, asegura, serían lo único vampírico que le abona a Edward.

Vampiros rompecorazones

La relación entre la sangre y los vampiros data del siglo XV, con la aparición de Vlad Tepes (Vlad el empalador), un príncipe rumano que al servicio del imperio cristiano en época de cruzadas se caracterizaba por empalar a sus enemigos.

Entre sus servidores corría el rumor de que en el comedor solía mojar el pan con un poco de sangre extraída de las víctimas. Su crueldad y excentricidad lo hicieron conocido dentro de la multitud como Dracul, el hijo del diablo.

Tepes fue el inspirador de la obra cumbre de Bram Stroker, ‘Drácula’, en la que describió todas las principales características vampíricas que lo hicieron un clásico de la literatura.

El último gran salto en la imagen de vampírica se dio con ‘Crepúsculo’, en donde totalmente fuera de las tinieblas y en un papel social benigno los personajes, sumamente bellos, no beben sangre humana y las jovencitas se enamoran ellos. Sus alcances llegan hasta la realidad, donde fans como Cindy Roa aseguran que las seguidoras se dividen en dos grupos: las enamoradas de Edward Cullen y las de Jacob Black, su antagonista.

Por Diego Alejandro Alarcón R.

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