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La educación es una actividad social presente en todos los ámbitos de la vida colectiva. A través de ella, la sociedad elemental prehistórica evolucionó hasta llegar a la modernidad. Hoy adquiere aún más importancia al definirnos como sociedad del conocimiento y la información, rasgo que destaca en grado sumo la importancia contemporánea de la educación en el desarrollo humano individual y de la sociedad en su integridad. La historia de la acción educadora ha sido tortuosa y plagada de exclusión. Grupos mayoritarios de la comunidad han vivido al margen de esta oportunidad, quedando rezagados, sin la posibilidad del gozo pleno de su autonomía y de las ventajas que brindan el conocimiento y la cultura. Sobre la accesibilidad y la calidad educativa se sientan las bases de la equidad, la justicia y la movilidad social.
En la actualidad, son innegables los avances del sector educativo en Latinoamérica, donde existe mayor conciencia sobre su peso en los indicadores de progreso y son evidentes los esfuerzos por la calidad educativa y las acciones para garantizar un acceso más amplio y equitativo. Sin embargo, falta mucho camino por recorrer para cerrar las brechas existentes; de hecho, el Informe Regional de Desarrollo Humano 2021 “Alta desigualdad en América Latina y el Caribe” expone que las oportunidades en educación siguen teniendo una distribución desigual.
Un logro que destaca el análisis es el aumento sostenido de cobertura en los últimos veinte años. La región pasó de un promedio de 7,4 años de educación formal para la población adulta, en el 2000, a 9,3 años en 2018. “Las personas tanto de los grupos más pobres como de los más ricos están ahora mejor educadas que las de los mismos grupos hace algunas décadas. Sin embargo, el logro educativo de los distintos grupos a lo largo de la distribución del ingreso es heterogéneo, y las brechas de educación entre el 20 % más pobre y el 20 % más rico prácticamente no han cambiado”, advierte el estudio del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). El informe también establece que el acceso a una educación de alta calidad sigue siendo un privilegio reservado a quienes se ubican en lo alto de la distribución del ingreso y pone como ejemplo los resultados de las pruebas del Programa para la Evaluación Internacional de Alumnos (PISA por sus siglas en inglés), que denotan que las brechas entre los grupos sociales son mayores en América Latina que en el resto del mundo.
Dicho informe cita el factor de la segregación entre niños de diferentes entornos socioeconómicos como situación que erosiona la posibilidad de tener sociedades más equitativas. “La integración de la sociedad en los espacios escolares se puede traducir en una mejor educación para los niños pobres a través de los efectos entre pares y reducir la varianza en la distribución del capital social entre los jóvenes (por ejemplo, mediante contactos laborales)”.
Si a esto se le suman los efectos de la pandemia en el sector educativo, el escenario es más complejo. Las brechas se ahondaron por factores como el cierre de instituciones educativas y la carencia de medios para la educación virtual. Según Unesco, uno de cada tres países no está aplicando programas de recuperación tras el cierre de escuelas por la COVID-19.
Es preciso que los gobiernos y actores de la educación establezcan puntos de encuentro que faciliten un diálogo propositivo para implementar las acciones requeridas para enfrentar esta otra pandemia creciente: la desigualdad educativa.
*Rector de la Universidad Simón Bolívar.