¿Llegó la hora de frenar el crecimiento de Bogotá?
Con casi 8 millones de habitantes, Bogotá parece estar tocando sus límites como megaciudad. La disputa entre el alcalde Enrique Peñalosa y los ambientalistas por la reserva Thomas van der Hammen exige pensar en una política poblacional para el país.
Redacción Vivir *
Los protagonistas de la acalorada discusión eran, de un lado, los urbanistas que respaldan la idea del alcalde Enrique Peñalosa de construir viviendas para 1,7 millones de personas, expandiendo los bordes de la ciudad hacia el norte. Del otro, los ambientalistas que se niegan a que caiga una sola pizca de cemento sobre las 1.400 hectáreas verdes de la reserva.
Los primeros insisten en la necesidad de construir 80.000 viviendas en los próximos dos años. Y en que el lugar propicio es ese pedazo de tierra y el occidente. Argumentan que apenas el 7,8% de la reserva corresponde a ecosistemas de conservación, mientras que el 92,2% lo ocupan áreas deportivas, colegios, industrias, rellenos de escombros, casas y áreas agropecuarias.
Los segundos defienden la reserva, pues se trata de un corredor ecológico que conecta los cerros orientales, los humedales y el río Bogotá. Dicen que es parte de la estructura ecológica que necesita la ciudad para subsistir.
Enfrascados en la disputa, parece que un elemento esencial del debate está quedando por fuera: ¿es inevitable que Bogotá siga creciendo? ¿No será hora de intentar frenar el crecimiento de la capital y estimular el desarrollo de otros municipios y ciudades? ¿Tiene Colombia una clara política poblacional?
Según el alcalde Enrique Peñalosa, el área metropolitana de la ciudad va a triplicarse durante los próximos 40 años. Esto quiere decir que habrá 3 millones de habitantes más e implicaría 40 mil viviendas más cada año.
Bogotá arrolladora
Desde el Observatorio de Calidad de Vivienda Nueva, su director Diego Alejandro Velandia defiende esta densificación de Bogotá. Cree que tumbar construcciones, aprovechar espacios abandonados y echar la ciudad hacia arriba es la solución. Expandirse en cambio, dice, implica un inventario de retos, depredar el territorio y modificar el ciclo del agua. “Para el constructor es más sencillo y fácil construir en un predio vacío, pero el costo de las vías, infraestructura y demás lo asume la ciudad, y se pagan por muchos años”, comentó Velandia.
Javier Pérez Burgos, investigador de la Escuela de Gobierno de la Universidad de los Andes, acepta que la ciudad pagaría un precio ambiental por intervenir esa zona, pero recuerda que la opción de densificar el centro es un lujo que le costaría una fortuna a Bogotá porque las herramientas actuales de renovación urbana lo han hecho un proceso difícil. Eso significaría derribar construcciones, ampliar vías, invertir en servicios públicos, sin contar el tormento que sería para los ciudadanos. “Hay un déficit de vivienda cualitativo y cuantitativo en Bogotá, ¿qué estamos dispuestos a sacrificar para cumplir con ciertas necesidades de vivienda?”, plantea.
Si expandirse por la sabana implica un precio ecológico y densificar uno económico impagable, es cuando el ambientalista Julio Carrizosa se pregunta si las soluciones de Bogotá no están en otro lugar. Y Juan Pablo Ruiz, columnista de este diario y consultor ambiental, coincide con su colega: “No hay una política nacional clara respecto al crecimiento demográfico ni una política de ocupación del espacio (¿dónde vamos a ubicar a la gente?), lo que significa que primero tenemos que definir nuestra posición frente a este tema para luego proponer ideas claras”.
Creciendo como conejos
La tensión entre expansión y conservación ecológica se está dando no sólo en Bogotá, sino en muchas ciudades del mundo. Según Paul Romer, director del Urbanization Project, una plataforma liderada por la Universidad de Nueva York (NYU) que le sigue la pista al crecimiento urbano mundial, las ciudades del planeta agregarán más gente en el siglo XXI que durante toda la historia de la humanidad. “Si una ciudad como Bogotá planea expandirse podría acomodar a millones de nuevos residentes. Crecer cada vez más la haría competir con otras grandes ciudades como París (12 millones de habitantes) o Londres (14 millones)”.
En el libro La cuenta atrás, el periodista norteamericano Alan Weisman quiso entender el problema de la sobrepoblación. Para explicar el ritmo al que crecemos, un millón de personas cada 4,5 días, recurrió a ejemplos aritméticos sencillos que muestran una situación insostenible. Cita el caso de una colonia de bacterias que se reproduce en una botella. Primero, una bacteria se divide en dos individuos. Esas dos hijas en cuatro. Las cuatro se convierten en ocho y así sucesivamente. Al cabo de una hora la botella no tendría más espacio. Las bacterias llegarían al tope. Para Weisman es claro que los humanos están ante un verdadero problema. Y los colombianos no parecen ajenos a ese desafío.
¿Alguien sabe para dónde vamos?
En el octavo piso del Departamento Nacional de Planeación (DNP) lo primero que encuentra quien traspase la puerta del ascensor es un mapa de Colombia de más de 2 metros de altura. Parece colgado allí para recordarles cada mañana a todos los funcionarios e investigadores su misión: planear el desarrollo del país. Sobresalen en el mapa las 18 ciudades que han ido creciendo a lo largo del tiempo. Bogotá, claro, es la mancha más grande.
Para José Antonio Pinzón, subdirector de vivienda y desarrollo urbano del DNP, ese mapa es la imagen más clara de lo tarde que Colombia llegó a esta discusión sobre población y crecimiento de sus ciudades.
Sólo hasta 2014, cuenta Pinzón, se formuló la primera política pública poblacional para el país. De ahí para atrás es una historia de fracasos y tropiezos. Los estudios del DNP muestran situaciones desalentadoras. El 52,5% de la población urbana se encuentra en áreas con escasez de oferta hídrica, el 60% de los municipios definió inadecuadamente su perímetro urbano, el 14% de los Planes de Ordenamiento Territorial (POT) del país no incluyeron suelo de protección. Y 61% están delimitados erróneamente.
Ordenar el territorio y entender la vocación de los suelos parece una tarea que les cuesta a todos los gobernantes. A los de Bogotá, pero también a los de los municipios más pequeños.
Germán Darío Álvarez, subdirector de suelos del Instituto Agustín Codazzi, cuenta que constantemente le llegan solicitudes y personas pidiendo que se redefinan los usos de terrenos particulares. La más insólita la hizo ocurrió hace unos meses cuando apareció en su oficina el mandatario de un municipio no muy lejano de Bogotá. “Señor”, le dijo, “cámbienos el uso de ese suelo que ustedes clasificaron como apto para la productividad agrícola. Es que ahí necesito construir”.
Álvarez intenta con paciencia explicarles que se trata de información técnica inmodificable. El crecimiento poco planeado de Colombia, dice, ha provocado que los suelos se utilicen de manera errónea. Un ejemplo claro es la sabana de Bogotá, que cuenta con uno de los mejores suelos del país para agricultura. “Uno de los mayores culpables es Bogotá misma, que ha promovido el desorden de todo el departamento. Por atender el crecimiento urbano, perdió su vocación agropecuaria”.
“Durante mucho tiempo fuimos por un camino incorrecto y crecimos como ciudades individuales. Ahora, como las tendencias poblacionales son inevitables, la idea es que crezcamos como región. Es importante ponernos de acuerdo y trabajar juntos. Hay que borrar esos límites imaginarios. Hoy vamos por buen camino”, concluye Pinzón, de Planeación Nacional.
El último censo se realizó en 2005 y estimó que la densidad poblacional de Bogotá era de 26 mil personas por km2. En Bombay (la ciudad más densamente poblada del mundo) es de 30 mil personas por km2, y Lima alcanza las 12 mil personas por km2 (teniendo casi la misma población que Bogotá).
Algunas cifras indican que aunque Bogotá llegó a crecer al 7% décadas atrás, hoy su crecimiento se está estabilizando. Así lo cree Álvaro Pachón, Ph.D. en Economía de la Universidad de Harvard y una de las personas que más ha estudiado el crecimiento demográfico en Colombia. Según él, la capital recibe 100 mil personas al año y eso, en sus palabras, es un aumento manejable.
Pero reconoce que la capital junto a Medellín y las ciudades del Caribe conformaron por mucho tiempo el llamado círculo de oro. Estas regiones se convirtieron en el centro de migración en parte porque ahí se concentraba el crecimiento industrial y la población mejor cualificada.
Una concentración de poder que ha alcanzado proporciones a veces ridículas: ¿por qué la Armada Nacional, la autoridad encargada de proteger y vigilar los mares, tiene su principal sede en Bogotá?, se pregunta Javier Pérez, de la Universidad de los Andes; ¿por qué las oficinas de la Gobernación de Cundinamarca no pueden residir en un municipio más pequeño? Y soñando un poco con la descentralización llega a imaginar que el Ministerio de Ambiente se desplace al Chocó o el de Comercio a Barranquilla.
Planificar familias, tarea a medias
Juan Carlos Vargas, gerente de investigaciones de Profamilia, considera que el problema poblacional que hoy estamos viviendo comenzó a gestarse tiempo atrás pues el país eludió una discusión a fondo de sus políticas de salud sexual y reproductiva por muchos años. Hoy está convencido de que el país cuenta con una política moderna que ha mejorado el acceso a servicios anticonceptivos. Resalta que el 99% de las mujeres conoce esos métodos y el 75% los usa. Aun así, la piedra en el zapato es el embarazo no deseado. En 2010 el 52% de los partos eran no planeados o no deseados. “Y aunque eso indica que debemos mejorar en la adherencia de anticonceptivos, el crecimiento poblacional es positivo: se ha logrado disminuir. En la década del sesenta una mujer tenía siete hijos. Ahora, el promedio es de 2,4”, comentó.
En palabras del doctor Vargas, esa cifra ubica a Colombia en el conjunto de países latinoamericanos que han avanzado en el control del crecimiento poblacional. La meta es que ese dígito baje a 2. En los resultados de la Encuesta Nacional de Salud, que serán presentados en tres o cuatro meses, se podrá observar si el país va por el camino correcto y no por la ruta equivocada que tomó hace cinco décadas.
Una iglesia más progresista
Se podría pensar que una de las trabas para detener el crecimiento acelerado de la población es la inclinación religiosa de los países. Por ejemplo, la religión católica prohibía el uso de métodos anticonceptivos, como el condón y la píldora, y estaba a favor de la planificación natural. Pero eso era cosa de antes porque como comentó el sacerdote jesuita Alberto Múnera, profesor de teología de la Universidad Javeriana, “la iglesia es partidaria de la regulación procreativa y no esta a favor de una superpoblación porque es insostenible”. Según él, el 85% de los católicos del mundo utilizan métodos anticonceptivos. “Y eso, en términos objetivos, no es bueno hacerlo, pero no se puede declarar como pecado en términos subjetivos”, asegura.
Como lo reveló el periodista estadounidense Alan Weisman, quien ha puesto sus ojos sobre este fenónemo, países como México o Brasil que ocupan los primeros lugares del mundo en número de católicos pusieron en marcha desde los años setenta y ochenta programas avanzados en planificación familiar. México lo hizo a través de un programa de televisión que se llamó Acompáñame. Así, mientras los televidentes subían, las tasas de población bajaron en más de 30%. También Italia, otro país creyente, frenó el aumento de humanos al legalizar el aborto en 1978. Y en Estados Unidos el 98% de las católicas usan anticonceptivos, según el periodista.
Los que llegan
Si la tasa de natalidad se ha ido estabilizando en ciudades como Bogotá, el crecimiento explosivo en algunos años se explica por las migraciones. David Burbano, profesor de arquitectura de la Universidad Javeriana y experto en periferias y sostenibilidad, explicó que Bogotá ha sido históricamente una ciudad receptora de población, no solamente en los últimos 20 años con la población derivada del conflicto, sino desde su misma historia hace 60 años que ha recibido a la población campesina. De hecho, en los últimos 30 años a Bogotá ha llegado la población equivalente de una ciudad como Popayán o Ibagué. El DANE calcula que el 38,6% de la población que vive en la capital nació en otro municipio o en otro país.
Para él, los municipios aledaños deben ser más atractivos. Por ejemplo, que dentro del espacio bogotano algunos municipios puedan asumir otras responsabilidades. La sabana tiene la capacidad de responder a diferentes tipos de necesidades, “entonces sería interesante que cada municipio tuviera su vocación: agraria, de infraestructura, de servicios”, afirma.
Con eso coincide Guillermo Rudas, experto en economía ambiental y recursos naturales. “Lo que hay que hacer es generar polos de atracción en otras regiones del país, lo que significa que hay que darle más importancia a otras ciudades para que sean igual o más atractivas que Bogotá y así equilibrar la población. Estamos dando pasos para convertirnos en una mega ciudad”.
Es una idea que desde hace muchos años defiende el ambientalista Julio Carrizosa: “El futuro de la nación depende en buena parte de que su red de ciudades se diversifique y descentralice teniendo en cuenta las realidades y los potenciales del planeta y de nuestro territorio. Acelerar el crecimiento de decenas de ciudades intermedias o inclusive construir ciudades nuevas en sitios en donde existan las condiciones ecológicas, sociales, económicas y culturales adecuadas es mejor que urbanizar aquellas áreas que constituyen por su naturaleza un atractivo turístico o donde es posible aumentar la producción agropecuaria imprescindible en esta coyuntura”.
Nicolás Galarza Sánchez, investigador colombiano de Urbanization Project, opina que “la discusión entre verde y cemento invisibiliza a la gente.Es importante hallar un equilibrio entre los ambientalistas y los constructores. Si no hay acuerdo son los más pobres los que terminan marginados, viviendo lejos y en hábitats con pésimas condiciones”.
El desafío, entonces, exige un diálogo entre opositores y acuerdos políticos de largo plazo. Sólo así será posible escapar del diseño de ciudades basadas en el caos y el desorden.
* Con reportería de María Paulina Baena, Sergio Silva, María Mónica Monsalve, Tatiana Pardo, Jesús Mesa y Pablo Correa.
@mapatilla
mbaena@elespectador.com
Los protagonistas de la acalorada discusión eran, de un lado, los urbanistas que respaldan la idea del alcalde Enrique Peñalosa de construir viviendas para 1,7 millones de personas, expandiendo los bordes de la ciudad hacia el norte. Del otro, los ambientalistas que se niegan a que caiga una sola pizca de cemento sobre las 1.400 hectáreas verdes de la reserva.
Los primeros insisten en la necesidad de construir 80.000 viviendas en los próximos dos años. Y en que el lugar propicio es ese pedazo de tierra y el occidente. Argumentan que apenas el 7,8% de la reserva corresponde a ecosistemas de conservación, mientras que el 92,2% lo ocupan áreas deportivas, colegios, industrias, rellenos de escombros, casas y áreas agropecuarias.
Los segundos defienden la reserva, pues se trata de un corredor ecológico que conecta los cerros orientales, los humedales y el río Bogotá. Dicen que es parte de la estructura ecológica que necesita la ciudad para subsistir.
Enfrascados en la disputa, parece que un elemento esencial del debate está quedando por fuera: ¿es inevitable que Bogotá siga creciendo? ¿No será hora de intentar frenar el crecimiento de la capital y estimular el desarrollo de otros municipios y ciudades? ¿Tiene Colombia una clara política poblacional?
Según el alcalde Enrique Peñalosa, el área metropolitana de la ciudad va a triplicarse durante los próximos 40 años. Esto quiere decir que habrá 3 millones de habitantes más e implicaría 40 mil viviendas más cada año.
Bogotá arrolladora
Desde el Observatorio de Calidad de Vivienda Nueva, su director Diego Alejandro Velandia defiende esta densificación de Bogotá. Cree que tumbar construcciones, aprovechar espacios abandonados y echar la ciudad hacia arriba es la solución. Expandirse en cambio, dice, implica un inventario de retos, depredar el territorio y modificar el ciclo del agua. “Para el constructor es más sencillo y fácil construir en un predio vacío, pero el costo de las vías, infraestructura y demás lo asume la ciudad, y se pagan por muchos años”, comentó Velandia.
Javier Pérez Burgos, investigador de la Escuela de Gobierno de la Universidad de los Andes, acepta que la ciudad pagaría un precio ambiental por intervenir esa zona, pero recuerda que la opción de densificar el centro es un lujo que le costaría una fortuna a Bogotá porque las herramientas actuales de renovación urbana lo han hecho un proceso difícil. Eso significaría derribar construcciones, ampliar vías, invertir en servicios públicos, sin contar el tormento que sería para los ciudadanos. “Hay un déficit de vivienda cualitativo y cuantitativo en Bogotá, ¿qué estamos dispuestos a sacrificar para cumplir con ciertas necesidades de vivienda?”, plantea.
Si expandirse por la sabana implica un precio ecológico y densificar uno económico impagable, es cuando el ambientalista Julio Carrizosa se pregunta si las soluciones de Bogotá no están en otro lugar. Y Juan Pablo Ruiz, columnista de este diario y consultor ambiental, coincide con su colega: “No hay una política nacional clara respecto al crecimiento demográfico ni una política de ocupación del espacio (¿dónde vamos a ubicar a la gente?), lo que significa que primero tenemos que definir nuestra posición frente a este tema para luego proponer ideas claras”.
Creciendo como conejos
La tensión entre expansión y conservación ecológica se está dando no sólo en Bogotá, sino en muchas ciudades del mundo. Según Paul Romer, director del Urbanization Project, una plataforma liderada por la Universidad de Nueva York (NYU) que le sigue la pista al crecimiento urbano mundial, las ciudades del planeta agregarán más gente en el siglo XXI que durante toda la historia de la humanidad. “Si una ciudad como Bogotá planea expandirse podría acomodar a millones de nuevos residentes. Crecer cada vez más la haría competir con otras grandes ciudades como París (12 millones de habitantes) o Londres (14 millones)”.
En el libro La cuenta atrás, el periodista norteamericano Alan Weisman quiso entender el problema de la sobrepoblación. Para explicar el ritmo al que crecemos, un millón de personas cada 4,5 días, recurrió a ejemplos aritméticos sencillos que muestran una situación insostenible. Cita el caso de una colonia de bacterias que se reproduce en una botella. Primero, una bacteria se divide en dos individuos. Esas dos hijas en cuatro. Las cuatro se convierten en ocho y así sucesivamente. Al cabo de una hora la botella no tendría más espacio. Las bacterias llegarían al tope. Para Weisman es claro que los humanos están ante un verdadero problema. Y los colombianos no parecen ajenos a ese desafío.
¿Alguien sabe para dónde vamos?
En el octavo piso del Departamento Nacional de Planeación (DNP) lo primero que encuentra quien traspase la puerta del ascensor es un mapa de Colombia de más de 2 metros de altura. Parece colgado allí para recordarles cada mañana a todos los funcionarios e investigadores su misión: planear el desarrollo del país. Sobresalen en el mapa las 18 ciudades que han ido creciendo a lo largo del tiempo. Bogotá, claro, es la mancha más grande.
Para José Antonio Pinzón, subdirector de vivienda y desarrollo urbano del DNP, ese mapa es la imagen más clara de lo tarde que Colombia llegó a esta discusión sobre población y crecimiento de sus ciudades.
Sólo hasta 2014, cuenta Pinzón, se formuló la primera política pública poblacional para el país. De ahí para atrás es una historia de fracasos y tropiezos. Los estudios del DNP muestran situaciones desalentadoras. El 52,5% de la población urbana se encuentra en áreas con escasez de oferta hídrica, el 60% de los municipios definió inadecuadamente su perímetro urbano, el 14% de los Planes de Ordenamiento Territorial (POT) del país no incluyeron suelo de protección. Y 61% están delimitados erróneamente.
Ordenar el territorio y entender la vocación de los suelos parece una tarea que les cuesta a todos los gobernantes. A los de Bogotá, pero también a los de los municipios más pequeños.
Germán Darío Álvarez, subdirector de suelos del Instituto Agustín Codazzi, cuenta que constantemente le llegan solicitudes y personas pidiendo que se redefinan los usos de terrenos particulares. La más insólita la hizo ocurrió hace unos meses cuando apareció en su oficina el mandatario de un municipio no muy lejano de Bogotá. “Señor”, le dijo, “cámbienos el uso de ese suelo que ustedes clasificaron como apto para la productividad agrícola. Es que ahí necesito construir”.
Álvarez intenta con paciencia explicarles que se trata de información técnica inmodificable. El crecimiento poco planeado de Colombia, dice, ha provocado que los suelos se utilicen de manera errónea. Un ejemplo claro es la sabana de Bogotá, que cuenta con uno de los mejores suelos del país para agricultura. “Uno de los mayores culpables es Bogotá misma, que ha promovido el desorden de todo el departamento. Por atender el crecimiento urbano, perdió su vocación agropecuaria”.
“Durante mucho tiempo fuimos por un camino incorrecto y crecimos como ciudades individuales. Ahora, como las tendencias poblacionales son inevitables, la idea es que crezcamos como región. Es importante ponernos de acuerdo y trabajar juntos. Hay que borrar esos límites imaginarios. Hoy vamos por buen camino”, concluye Pinzón, de Planeación Nacional.
El último censo se realizó en 2005 y estimó que la densidad poblacional de Bogotá era de 26 mil personas por km2. En Bombay (la ciudad más densamente poblada del mundo) es de 30 mil personas por km2, y Lima alcanza las 12 mil personas por km2 (teniendo casi la misma población que Bogotá).
Algunas cifras indican que aunque Bogotá llegó a crecer al 7% décadas atrás, hoy su crecimiento se está estabilizando. Así lo cree Álvaro Pachón, Ph.D. en Economía de la Universidad de Harvard y una de las personas que más ha estudiado el crecimiento demográfico en Colombia. Según él, la capital recibe 100 mil personas al año y eso, en sus palabras, es un aumento manejable.
Pero reconoce que la capital junto a Medellín y las ciudades del Caribe conformaron por mucho tiempo el llamado círculo de oro. Estas regiones se convirtieron en el centro de migración en parte porque ahí se concentraba el crecimiento industrial y la población mejor cualificada.
Una concentración de poder que ha alcanzado proporciones a veces ridículas: ¿por qué la Armada Nacional, la autoridad encargada de proteger y vigilar los mares, tiene su principal sede en Bogotá?, se pregunta Javier Pérez, de la Universidad de los Andes; ¿por qué las oficinas de la Gobernación de Cundinamarca no pueden residir en un municipio más pequeño? Y soñando un poco con la descentralización llega a imaginar que el Ministerio de Ambiente se desplace al Chocó o el de Comercio a Barranquilla.
Planificar familias, tarea a medias
Juan Carlos Vargas, gerente de investigaciones de Profamilia, considera que el problema poblacional que hoy estamos viviendo comenzó a gestarse tiempo atrás pues el país eludió una discusión a fondo de sus políticas de salud sexual y reproductiva por muchos años. Hoy está convencido de que el país cuenta con una política moderna que ha mejorado el acceso a servicios anticonceptivos. Resalta que el 99% de las mujeres conoce esos métodos y el 75% los usa. Aun así, la piedra en el zapato es el embarazo no deseado. En 2010 el 52% de los partos eran no planeados o no deseados. “Y aunque eso indica que debemos mejorar en la adherencia de anticonceptivos, el crecimiento poblacional es positivo: se ha logrado disminuir. En la década del sesenta una mujer tenía siete hijos. Ahora, el promedio es de 2,4”, comentó.
En palabras del doctor Vargas, esa cifra ubica a Colombia en el conjunto de países latinoamericanos que han avanzado en el control del crecimiento poblacional. La meta es que ese dígito baje a 2. En los resultados de la Encuesta Nacional de Salud, que serán presentados en tres o cuatro meses, se podrá observar si el país va por el camino correcto y no por la ruta equivocada que tomó hace cinco décadas.
Una iglesia más progresista
Se podría pensar que una de las trabas para detener el crecimiento acelerado de la población es la inclinación religiosa de los países. Por ejemplo, la religión católica prohibía el uso de métodos anticonceptivos, como el condón y la píldora, y estaba a favor de la planificación natural. Pero eso era cosa de antes porque como comentó el sacerdote jesuita Alberto Múnera, profesor de teología de la Universidad Javeriana, “la iglesia es partidaria de la regulación procreativa y no esta a favor de una superpoblación porque es insostenible”. Según él, el 85% de los católicos del mundo utilizan métodos anticonceptivos. “Y eso, en términos objetivos, no es bueno hacerlo, pero no se puede declarar como pecado en términos subjetivos”, asegura.
Como lo reveló el periodista estadounidense Alan Weisman, quien ha puesto sus ojos sobre este fenónemo, países como México o Brasil que ocupan los primeros lugares del mundo en número de católicos pusieron en marcha desde los años setenta y ochenta programas avanzados en planificación familiar. México lo hizo a través de un programa de televisión que se llamó Acompáñame. Así, mientras los televidentes subían, las tasas de población bajaron en más de 30%. También Italia, otro país creyente, frenó el aumento de humanos al legalizar el aborto en 1978. Y en Estados Unidos el 98% de las católicas usan anticonceptivos, según el periodista.
Los que llegan
Si la tasa de natalidad se ha ido estabilizando en ciudades como Bogotá, el crecimiento explosivo en algunos años se explica por las migraciones. David Burbano, profesor de arquitectura de la Universidad Javeriana y experto en periferias y sostenibilidad, explicó que Bogotá ha sido históricamente una ciudad receptora de población, no solamente en los últimos 20 años con la población derivada del conflicto, sino desde su misma historia hace 60 años que ha recibido a la población campesina. De hecho, en los últimos 30 años a Bogotá ha llegado la población equivalente de una ciudad como Popayán o Ibagué. El DANE calcula que el 38,6% de la población que vive en la capital nació en otro municipio o en otro país.
Para él, los municipios aledaños deben ser más atractivos. Por ejemplo, que dentro del espacio bogotano algunos municipios puedan asumir otras responsabilidades. La sabana tiene la capacidad de responder a diferentes tipos de necesidades, “entonces sería interesante que cada municipio tuviera su vocación: agraria, de infraestructura, de servicios”, afirma.
Con eso coincide Guillermo Rudas, experto en economía ambiental y recursos naturales. “Lo que hay que hacer es generar polos de atracción en otras regiones del país, lo que significa que hay que darle más importancia a otras ciudades para que sean igual o más atractivas que Bogotá y así equilibrar la población. Estamos dando pasos para convertirnos en una mega ciudad”.
Es una idea que desde hace muchos años defiende el ambientalista Julio Carrizosa: “El futuro de la nación depende en buena parte de que su red de ciudades se diversifique y descentralice teniendo en cuenta las realidades y los potenciales del planeta y de nuestro territorio. Acelerar el crecimiento de decenas de ciudades intermedias o inclusive construir ciudades nuevas en sitios en donde existan las condiciones ecológicas, sociales, económicas y culturales adecuadas es mejor que urbanizar aquellas áreas que constituyen por su naturaleza un atractivo turístico o donde es posible aumentar la producción agropecuaria imprescindible en esta coyuntura”.
Nicolás Galarza Sánchez, investigador colombiano de Urbanization Project, opina que “la discusión entre verde y cemento invisibiliza a la gente.Es importante hallar un equilibrio entre los ambientalistas y los constructores. Si no hay acuerdo son los más pobres los que terminan marginados, viviendo lejos y en hábitats con pésimas condiciones”.
El desafío, entonces, exige un diálogo entre opositores y acuerdos políticos de largo plazo. Sólo así será posible escapar del diseño de ciudades basadas en el caos y el desorden.
* Con reportería de María Paulina Baena, Sergio Silva, María Mónica Monsalve, Tatiana Pardo, Jesús Mesa y Pablo Correa.
@mapatilla
mbaena@elespectador.com