Los aislados del Amazonas
Acaba de publicarse un libro que recoge la historia de un pueblo indígena aislado en las selvas amazónicas, conocido como los yuris.
Carolina Gutiérrez Torres
El único hombre que se adentró en las entrañas mismas de los yuris desapareció. Nada se volvió a saber de Julián Gil desde el 18 de enero de 1969. El relato de uno de sus acompañantes dice que ese día Gil —cazador que iba en busca de pieles e indígenas para ‘conquistar’— entró a una maloca en algún lugar perdido de la selva amazónica, entre el Caquetá y el Putumayo. Un lugar perdido que habitaba una comunidad indígena aislada, a la que más tarde llamaron yuris o caraballos o patones. Después de que ingresó a la maloca, de Julián Gil nada se volvió a saber.
La noticia se publicó en El Espectador y El Tiempo. Se hablaba de una comunidad indígena aislada, salvaje, perdida, que había desaparecido al hombre (“salvaje no”, protestaron los investigadores). Lo que siguió fue la búsqueda inútil del cazador; el asesinato de dos mujeres, dos niños y un viejo en esa misión —aparentemente de esta comunidad— y la retención de seis indígenas yuris que, quizá por primera vez, fueron llevados al mundo exterior —al corregimiento de La Pedrera, Amazonas, donde fueron liberados dos meses después gracias a la intermediación del periodista francés Yves-Guy Bergès—. De Julián Gil nada se volvió a saber.
La historia del cazador desaparecido sacó a la luz la existencia de los aislados en Colombia. Hoy existen indicios de que no sólo habría un pueblo indígena en esa condición —porque decidieron vivir así, lejos de la “sociedad dominante”, como dice Juan Pablo Ruiz—. Habría por lo menos 12 comunidades aisladas. Eso dice el politólogo Roberto Franco en su libro Cariba Malo, lanzado la semana pasada. Eso indican los testimonios que Franco recogió en los territorios vecinos al Parque Nacional Natural Río Puré, donde habitan los yuris y quién sabe cuántos otros aislados. Testimonios que aseguran haber visto sus huellas, o las trampas que ubican en los caminos para evitar el arribo de cualquiera, o las malocas abandonadas. Y están también los que los han visto en carne propia.
Los caraballos son de harto cabello negro y tienen traje para sostener el sexo (...) como una tanga pa los hombres, y las mujeres con una sayita adelante y atrás (...). Ellas se distinguían por los senos desnudos. Son negros la piel, como chocolate, muy morenos. Nada de pintura. Músculos del cuerpo sí tenían los hombres, y normales de altura (testimonio del libro Cariba Malo).
Roberto Franco dice que los yuris y las otras comunidades similares, que quizás existen en las selvas del Amazonas, se aislaron como un acto de resistencia: “No es que por casualidad lleven cientos de años así. Están aislados sabiendo que estamos afuera y que no quieren tener contacto con nosotros”.
No quisieron tener contacto con los misioneros evangélicos que hicieron lo imposible por llegar hasta sus entrañas, como el desaparecido Julián Gil. Por dar sólo un ejemplo está la historia del misionero Donald Fanning, quien, pilotando su propia avioneta, hizo uno y mil intentos por abordarlos. Sobrevolaba las malocas y les arrojaba hamacas, toldillos, hachas, anzuelos, nylon. Soñaba con introducir la palabra de Dios en el pueblo perdido. Finalmente fue desterrado. Y así, con los años, llegaron más y más misioneros queriendo evangelizar a los aislados.
Luego llegaron los señores de la cocaína a construir pistas de aterrizaje y laboratorios. Otros invasores que venían a sobrevolar sus malocas. Otros intrusos que llevaron la guerra a esos rincones de la selva que antes eran sólo suyos. Tuvieron que soportar además los bombardeos de las Fuerzas Armadas en su lucha contra el narcotráfico. Y quisieron defenderse, destruyendo los motores, los laboratorios, las herramientas, pero no fue suficiente.
El piloto Carrillo les tiró mercancías como labiales y espejos por cuatro veces seguidas, pero en la última vez parecía todo abandonado, no había nadie. Primero salían con arco y flecha y le tiraban a la avioneta, pero después ya se veía como rastrojo, abandonado. Migraron no sé a dónde. Tal vez los del laboratorio de la pista Vecino los ahuyentaron (aparte del libro Cariba Malo, entrevista con Severino Tapuyima, Puerto Nuevo, 15 de junio de 2010).
Después fue la guerrilla. Los mineros. Los madereros. Y ante todos respondían igual, con actos de “resistencia pacífica”, como dice Franco. Con trampas en los caminos: huecos con puyas envenenadas, flechas con veneno que llegaban a la altura del pecho. Tácticas de resistencia para no ser contactados. Y si el intruso superaba esos obstáculos se evadían en segundos, dejando sólo el rastro del hollín caliente en los fogones. “Pero si se les enfrentan ellos responden. Hay testimonios de violencia con guerrilleros, de lado y lado, pero no están confirmados”. Finalmente, en 2002, llegó la primera acción del Estado en busca de su protección: se creó el Parque Natural Río Puré, con 999.880 hectáreas, entre los ríos Putumayo y Caquetá.
***
Los hijos del desaparecido Julián Gil se han empeñado en encontrar al cazador. Han recorrido sus pasos. Han planeado expediciones. Y en ese empeño se han convertido también en testimonio de la existencia de los aislados.
Nos escondimos en unas matas y venían dos hombres, dos mujeres y tres niños (...) Qué gente para caminar. Y pasaron. Ellos iban desnudos, los hombres apenas con un tejido de chambira en el sexo y las mujeres desnudas y los niños pues también. Ellos traían lanzas, pero unas lanzas hermosas, de unos tres metros con cincuenta (...) La intención de nosotros era entrar en diciembre pasado con mi hermano Raúl, pero íbamos exclusivamente a visitar todas las malocas. Para mí, ellos, si uno los ve agresivos, simplemente se va. No es tanto uno decir voy a lastimarlos, quitarles o hacerles algún daño, no es eso, es que queda la duda de que el viejo esté vivo. Queda la duda (parte del libro Cariba Malo, entrevista con Julián Gil hijo, Leticia, 21 de agosto de 2010) .
¿Cómo proteger los pueblos aislados?
Los pueblos indígenas aislados están amparados hoy por dos normatividades: el Plan Nacional de Desarrollo, que plantea “un protocolo de atención y protección” para respetar su aislamiento, y por Ley de Víctimas. Más allá de este mandato, entes como la Unidad de Parques Nacionales, Amazon Conservation Team, la Universidad Nacional de Colombia y el Instituto Imani, que apoyaron la publicación del libro ‘Cariba Malo’, se preguntan cómo el Gobierno va a traducir en acciones esos textos.
“Hay dos retos —dice Diana Castellanos, directora Territorial de Amazonia, de Parques Nacionales—: no sólo garantizar que puedan seguir en el aislamiento, sino también estar preparados cuando estos grupos salgan al contacto, que es la otra cara de esta moneda. Si no hay ningún protocolo, y salen como salieron los nukak, vamos a repetir la misma historia, en la que un solo contacto puede matar al 50% de la población”.
El viceministro del Interior, Aníbal Fernández de Soto, reconoce que este es un tema relativamente para el Gobierno, pero sí tiene la certeza de que “la mejor manera para proteger a estos pueblos es manteniéndolos aislados”. Aseguró, además, que actualmente están trabajando en una serie de instrumentos normativos para darles la protección y la atención necesarias.
El único hombre que se adentró en las entrañas mismas de los yuris desapareció. Nada se volvió a saber de Julián Gil desde el 18 de enero de 1969. El relato de uno de sus acompañantes dice que ese día Gil —cazador que iba en busca de pieles e indígenas para ‘conquistar’— entró a una maloca en algún lugar perdido de la selva amazónica, entre el Caquetá y el Putumayo. Un lugar perdido que habitaba una comunidad indígena aislada, a la que más tarde llamaron yuris o caraballos o patones. Después de que ingresó a la maloca, de Julián Gil nada se volvió a saber.
La noticia se publicó en El Espectador y El Tiempo. Se hablaba de una comunidad indígena aislada, salvaje, perdida, que había desaparecido al hombre (“salvaje no”, protestaron los investigadores). Lo que siguió fue la búsqueda inútil del cazador; el asesinato de dos mujeres, dos niños y un viejo en esa misión —aparentemente de esta comunidad— y la retención de seis indígenas yuris que, quizá por primera vez, fueron llevados al mundo exterior —al corregimiento de La Pedrera, Amazonas, donde fueron liberados dos meses después gracias a la intermediación del periodista francés Yves-Guy Bergès—. De Julián Gil nada se volvió a saber.
La historia del cazador desaparecido sacó a la luz la existencia de los aislados en Colombia. Hoy existen indicios de que no sólo habría un pueblo indígena en esa condición —porque decidieron vivir así, lejos de la “sociedad dominante”, como dice Juan Pablo Ruiz—. Habría por lo menos 12 comunidades aisladas. Eso dice el politólogo Roberto Franco en su libro Cariba Malo, lanzado la semana pasada. Eso indican los testimonios que Franco recogió en los territorios vecinos al Parque Nacional Natural Río Puré, donde habitan los yuris y quién sabe cuántos otros aislados. Testimonios que aseguran haber visto sus huellas, o las trampas que ubican en los caminos para evitar el arribo de cualquiera, o las malocas abandonadas. Y están también los que los han visto en carne propia.
Los caraballos son de harto cabello negro y tienen traje para sostener el sexo (...) como una tanga pa los hombres, y las mujeres con una sayita adelante y atrás (...). Ellas se distinguían por los senos desnudos. Son negros la piel, como chocolate, muy morenos. Nada de pintura. Músculos del cuerpo sí tenían los hombres, y normales de altura (testimonio del libro Cariba Malo).
Roberto Franco dice que los yuris y las otras comunidades similares, que quizás existen en las selvas del Amazonas, se aislaron como un acto de resistencia: “No es que por casualidad lleven cientos de años así. Están aislados sabiendo que estamos afuera y que no quieren tener contacto con nosotros”.
No quisieron tener contacto con los misioneros evangélicos que hicieron lo imposible por llegar hasta sus entrañas, como el desaparecido Julián Gil. Por dar sólo un ejemplo está la historia del misionero Donald Fanning, quien, pilotando su propia avioneta, hizo uno y mil intentos por abordarlos. Sobrevolaba las malocas y les arrojaba hamacas, toldillos, hachas, anzuelos, nylon. Soñaba con introducir la palabra de Dios en el pueblo perdido. Finalmente fue desterrado. Y así, con los años, llegaron más y más misioneros queriendo evangelizar a los aislados.
Luego llegaron los señores de la cocaína a construir pistas de aterrizaje y laboratorios. Otros invasores que venían a sobrevolar sus malocas. Otros intrusos que llevaron la guerra a esos rincones de la selva que antes eran sólo suyos. Tuvieron que soportar además los bombardeos de las Fuerzas Armadas en su lucha contra el narcotráfico. Y quisieron defenderse, destruyendo los motores, los laboratorios, las herramientas, pero no fue suficiente.
El piloto Carrillo les tiró mercancías como labiales y espejos por cuatro veces seguidas, pero en la última vez parecía todo abandonado, no había nadie. Primero salían con arco y flecha y le tiraban a la avioneta, pero después ya se veía como rastrojo, abandonado. Migraron no sé a dónde. Tal vez los del laboratorio de la pista Vecino los ahuyentaron (aparte del libro Cariba Malo, entrevista con Severino Tapuyima, Puerto Nuevo, 15 de junio de 2010).
Después fue la guerrilla. Los mineros. Los madereros. Y ante todos respondían igual, con actos de “resistencia pacífica”, como dice Franco. Con trampas en los caminos: huecos con puyas envenenadas, flechas con veneno que llegaban a la altura del pecho. Tácticas de resistencia para no ser contactados. Y si el intruso superaba esos obstáculos se evadían en segundos, dejando sólo el rastro del hollín caliente en los fogones. “Pero si se les enfrentan ellos responden. Hay testimonios de violencia con guerrilleros, de lado y lado, pero no están confirmados”. Finalmente, en 2002, llegó la primera acción del Estado en busca de su protección: se creó el Parque Natural Río Puré, con 999.880 hectáreas, entre los ríos Putumayo y Caquetá.
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Los hijos del desaparecido Julián Gil se han empeñado en encontrar al cazador. Han recorrido sus pasos. Han planeado expediciones. Y en ese empeño se han convertido también en testimonio de la existencia de los aislados.
Nos escondimos en unas matas y venían dos hombres, dos mujeres y tres niños (...) Qué gente para caminar. Y pasaron. Ellos iban desnudos, los hombres apenas con un tejido de chambira en el sexo y las mujeres desnudas y los niños pues también. Ellos traían lanzas, pero unas lanzas hermosas, de unos tres metros con cincuenta (...) La intención de nosotros era entrar en diciembre pasado con mi hermano Raúl, pero íbamos exclusivamente a visitar todas las malocas. Para mí, ellos, si uno los ve agresivos, simplemente se va. No es tanto uno decir voy a lastimarlos, quitarles o hacerles algún daño, no es eso, es que queda la duda de que el viejo esté vivo. Queda la duda (parte del libro Cariba Malo, entrevista con Julián Gil hijo, Leticia, 21 de agosto de 2010) .
¿Cómo proteger los pueblos aislados?
Los pueblos indígenas aislados están amparados hoy por dos normatividades: el Plan Nacional de Desarrollo, que plantea “un protocolo de atención y protección” para respetar su aislamiento, y por Ley de Víctimas. Más allá de este mandato, entes como la Unidad de Parques Nacionales, Amazon Conservation Team, la Universidad Nacional de Colombia y el Instituto Imani, que apoyaron la publicación del libro ‘Cariba Malo’, se preguntan cómo el Gobierno va a traducir en acciones esos textos.
“Hay dos retos —dice Diana Castellanos, directora Territorial de Amazonia, de Parques Nacionales—: no sólo garantizar que puedan seguir en el aislamiento, sino también estar preparados cuando estos grupos salgan al contacto, que es la otra cara de esta moneda. Si no hay ningún protocolo, y salen como salieron los nukak, vamos a repetir la misma historia, en la que un solo contacto puede matar al 50% de la población”.
El viceministro del Interior, Aníbal Fernández de Soto, reconoce que este es un tema relativamente para el Gobierno, pero sí tiene la certeza de que “la mejor manera para proteger a estos pueblos es manteniéndolos aislados”. Aseguró, además, que actualmente están trabajando en una serie de instrumentos normativos para darles la protección y la atención necesarias.