Los Izquierdo estudian Derecho
En Yopal (Casanare), doña Emma Beatriz Izquierdo va a la universidad con su hijo y con su nieto. A este último le lleva 63 años de edad. Los tres sueñan con graduarse como abogados y montar un bufete para atender a quienes no tienen dinero para pagar los costosos servicios del Derecho. Historia de vida.
En Yopal (Casanare), doña Emma Beatriz Izquierdo va a la universidad con su hijo y con su nieto. A este último le lleva 63 años de edad. Los tres sueñan con graduarse como abogados y montar un bufete para atender a quienes no tienen dinero para pagar los costosos servicios del Derecho. Historia de vida.
Pastor Virviescas Gómez / Especial para El EspectadorYopal, Casanare
A sus 83 años recién cumplidos y viuda, a Emma Beatriz Izquierdo de Moreno la desvelan el Código Penal, la tutela y la lógica que le parece ilógica. Lo mismo le acontece a su hijo Guillermo Moreno Izquierdo, de 46 años, y su nieto, Carlos Arturo Moreno Núñez, de 21. Los tres, aunque cueste trabajo creerlo, hoy estudian Derecho en Unisangil-Unab, en la capital de Casanare. Ella y su hijo están en cuarto semestre, mientras que su nieto termina el primer nivel.
Emita, como le dicen sus compañeros de pupitre, frunce el ceño cuando alguien le dice ‘vieja’, y responde con una sonrisa a quienes intentan apiadarse o verla como un ser extraño. Irradia ganas de vivir, las mismas que la hacen levantar temprano a repasar sus apuntes o llegar a las 5:59 de la tarde a tomar la primera clase y continuar con el mismo entusiasmo hasta las 10 de la noche. En lo que no está al día es en novelas, pues piensa que el tiempo se puede destinar a actividades de más provecho. Por más problemas que tenga, como hoy, que un abogado pretende embargar su casa, cuando pisa las aulas, deja atrás su fatiga.
Sus compañeros ya se habituaron a verlos, pero no deja de provocarles curiosidad cuando se reúnen en el “recreo” a tomarse un tinto. “Ahí va su abuelita”, le dicen a Carlos Arturo, pero éste no se molesta. Menos su padre, que al principio se sentía como un Sancho Panza al lado del Quijote, pero a las pocas semanas aprendió a ‘sacar pecho’.
Ella es una mujer de ojos verdes, sonriente, que con tenacidad ha sorteado mil y una dificultades. Su madre era la maestra de El Morro, y aunque le insistió en la necesidad de estudiar, la pobreza y la marginación de las mujeres (comienzos del siglo XX) no le permitieron ir a la escuela, lo cual no fue obstáculo para que aprendiera a leer y se apasionara por ‘devorar’ todo libro que llegara a sus manos, así como en prestar atención a las conversaciones de los adultos.
Mirando los cuadernos de sus hermanos y con el beneplácito del obispo, que sólo los visitaba en temporada de verano, a los 12 años se convirtió en la maestra de los niños de primero a quinto de primaria. “Me iba muy bien, hasta que, cuando tenía 16 años, llegó la violencia bipartidista tras el asesinato, en 1948, de Jorge Eliécer Gaitán, y debí salir corriendo”, recuerda. Entonces, con el paludismo a cuestas, huyó a Bogotá, donde prácticamente cambió su identidad, dejando atrás sus ideas liberales para encontrar un ingreso.
Sin saber escribir a máquina, Emma Beatriz se volvió ‘lentejista’, logró hacerse a un puesto como secretaria en la Registraduría; probó ocho años en un laboratorio multinacional, como jefe de cobranzas, sin saber de contabilidad; más tarde trabajó dos años en una importadora de camperos, en la que llegó a ser subgerente; se casó con el amor de su vida, el médico Carlos Hernando Moreno, y regresó a Yopal, el caserío de cinco casas que un día tomó cara de pueblo y luego de capital de más de 80 mil habitantes, después de que su padre, Luis Antonio Izquierdo, lo fundara hace 63 años.
Aquí, con cuatro hijos de su esposo y cinco más de su cosecha, en un pueblo sin luz y sin agua, le picó el bicho de la política, ayudó a levantar el colegio Braulio González, tomó las riendas de la educación pública, pasó a ser alcaldesa durante casi dos años, y después secretaria de Gobierno. Emma Beatriz logró la pavimentación de las primeras calles, y luchó por el acueducto. Entre tanto, quitándole tiempo a la crianza de sus hijos, validó el bachillerato y, a los 60 años, alcanzó a cursar un par de semestres en la Universidad Santo Tomás de Bogotá. Pero enviudó y debió suspender sus estudios, hasta hace dos años que retornó a clases.
Tía de la ex congresista María Izquierdo –de quien dice no tener la lengua ‘igual de brava’–, y de ascendencia santandereana, doña Emma Beatriz explica que su empeño en estudiar a estas alturas de la vida tiene dos propósitos: transmitir su ejemplo y recibirse como abogada para montar una oficina con su hijo, su nieto y Dorita, una compañera de 18 años de edad que ya le prometió ser su socia. También porque sostiene que los abogados, “que deberían ser rectos y manejarse bien, contrastan ahora con una cantidad de gente torcida que tiene desacreditada esta carrera, que se debe ejercer correctamente y no en beneficio propio”.
Su promedio acumulado está en 4,2 y, dentro de tres años, porque no está dispuesta a perder ninguna materia, se va a graduar sin estruendos. Pensando en voz alta dice que se pondrá un vestido sencillo y se alegrará si están presentes en la ceremonia de graduación sus 14 nietos. Al día siguiente enmarcará el diploma y lo clavará en una oficina que acondicionará en su casa, donde atenderá de lunes a miércoles a los clientes particulares que le proporcionen los ingresos para atender el resto de la semana, de manera gratuita, a quienes “los grandes humillan y devoran”, promete.
Los ‘cómplices’
Guillermo y Carlos Arturo sienten que no pueden ser inferiores al ejemplo que les está dando Emma Beatriz. Mientras el hijo se divierte estudiando y se complementa con su madre, el nieto lo hace porque quiere incursionar en la política, y de ello dan fe las ‘quemaduras’ que le dejaron las recientes elecciones al Concejo, ya que el escrutinio le señaló que no tiene más que 57 amigos y familiares, al menos si se guía por los votos depositados.
El nieto alcanzó a estudiar cinco semestres de Sociología en la Universidad Javeriana, pero optó por el Derecho, porque también le gusta. No le va tan bien como a sus mayores, a quienes define como ‘comelibros’, pero lo que no está dispuesto a hacer es aprovecharse de la buena reputación de su abuela o pedirle a su padre que le haga las tareas. Sin embargo, ya homologó los siete niveles de inglés y lo mismo hará con los de informática.
De vez en cuando se le escapa un “mi abuelita pronto será abogada”, pero lo dice por el orgullo que siente al ver la superación de la que ella hace gala. Tampoco le fastidia que sus profesores aspiren a que tenga un rendimiento similar. Además los tres juran no haber hecho copia, y Guillermo afirma que ante todo está la honestidad. “Ir preparado a clase es algo que lo dignifica mucho a uno”, agrega.
Como una ‘goma’ de familia, Carlos Arturo se inclina por el Derecho aplicado a lo social, a la ayuda de los más necesitados, en un centro de asesoría sin ánimo de lucro, permitiéndole a sus paisanos tomar conciencia de sus derechos para hacerlos valer. Mientras el papá se rebusca haciendo tesis de grado, y Carlos Arturo retoma la rutina de las clases, Emma Beatriz manifiesta que tiene la energía para seguir viviendo intensa y honestamente.
Por esa razón quiere llegar hasta los 100 años, valiéndose por sí misma, sin dejar un solo día de leer y aprender que en esta tierra donde abundan el petróleo, la ganadería, el dinero y la corrupción. No basta con tener méritos para surgir con dignidad. “Lástima que mi hijo no nos hubiera ‘cogido la flota’, pero la idea era que arrancáramos los tres a la vez”, sostiene Guillermo, dispuesto a ‘no tirar la toalla’ por ningún motivo, ni siquiera ahora que Emma Beatriz debe cuidar más su salud debido a la hipertensión que le afecta sus ojos.
Y su nieto concluye: “Estoy seguro de que por culpa de mi abuela hay muchas personas mayores de treinta años estudiando en la universidad. Hasta hay señores que le han ido a decir que de sólo verla se animaron a empezar. Esta es la demostración de que el organismo se agota, pero la mente sigue activa. Ella les está dando un ejemplo a los jóvenes y también a quienes piensan que una persona mayor de 50 años debe salir de circulación”.
A sus 83 años recién cumplidos y viuda, a Emma Beatriz Izquierdo de Moreno la desvelan el Código Penal, la tutela y la lógica que le parece ilógica. Lo mismo le acontece a su hijo Guillermo Moreno Izquierdo, de 46 años, y su nieto, Carlos Arturo Moreno Núñez, de 21. Los tres, aunque cueste trabajo creerlo, hoy estudian Derecho en Unisangil-Unab, en la capital de Casanare. Ella y su hijo están en cuarto semestre, mientras que su nieto termina el primer nivel.
Emita, como le dicen sus compañeros de pupitre, frunce el ceño cuando alguien le dice ‘vieja’, y responde con una sonrisa a quienes intentan apiadarse o verla como un ser extraño. Irradia ganas de vivir, las mismas que la hacen levantar temprano a repasar sus apuntes o llegar a las 5:59 de la tarde a tomar la primera clase y continuar con el mismo entusiasmo hasta las 10 de la noche. En lo que no está al día es en novelas, pues piensa que el tiempo se puede destinar a actividades de más provecho. Por más problemas que tenga, como hoy, que un abogado pretende embargar su casa, cuando pisa las aulas, deja atrás su fatiga.
Sus compañeros ya se habituaron a verlos, pero no deja de provocarles curiosidad cuando se reúnen en el “recreo” a tomarse un tinto. “Ahí va su abuelita”, le dicen a Carlos Arturo, pero éste no se molesta. Menos su padre, que al principio se sentía como un Sancho Panza al lado del Quijote, pero a las pocas semanas aprendió a ‘sacar pecho’.
Ella es una mujer de ojos verdes, sonriente, que con tenacidad ha sorteado mil y una dificultades. Su madre era la maestra de El Morro, y aunque le insistió en la necesidad de estudiar, la pobreza y la marginación de las mujeres (comienzos del siglo XX) no le permitieron ir a la escuela, lo cual no fue obstáculo para que aprendiera a leer y se apasionara por ‘devorar’ todo libro que llegara a sus manos, así como en prestar atención a las conversaciones de los adultos.
Mirando los cuadernos de sus hermanos y con el beneplácito del obispo, que sólo los visitaba en temporada de verano, a los 12 años se convirtió en la maestra de los niños de primero a quinto de primaria. “Me iba muy bien, hasta que, cuando tenía 16 años, llegó la violencia bipartidista tras el asesinato, en 1948, de Jorge Eliécer Gaitán, y debí salir corriendo”, recuerda. Entonces, con el paludismo a cuestas, huyó a Bogotá, donde prácticamente cambió su identidad, dejando atrás sus ideas liberales para encontrar un ingreso.
Sin saber escribir a máquina, Emma Beatriz se volvió ‘lentejista’, logró hacerse a un puesto como secretaria en la Registraduría; probó ocho años en un laboratorio multinacional, como jefe de cobranzas, sin saber de contabilidad; más tarde trabajó dos años en una importadora de camperos, en la que llegó a ser subgerente; se casó con el amor de su vida, el médico Carlos Hernando Moreno, y regresó a Yopal, el caserío de cinco casas que un día tomó cara de pueblo y luego de capital de más de 80 mil habitantes, después de que su padre, Luis Antonio Izquierdo, lo fundara hace 63 años.
Aquí, con cuatro hijos de su esposo y cinco más de su cosecha, en un pueblo sin luz y sin agua, le picó el bicho de la política, ayudó a levantar el colegio Braulio González, tomó las riendas de la educación pública, pasó a ser alcaldesa durante casi dos años, y después secretaria de Gobierno. Emma Beatriz logró la pavimentación de las primeras calles, y luchó por el acueducto. Entre tanto, quitándole tiempo a la crianza de sus hijos, validó el bachillerato y, a los 60 años, alcanzó a cursar un par de semestres en la Universidad Santo Tomás de Bogotá. Pero enviudó y debió suspender sus estudios, hasta hace dos años que retornó a clases.
Tía de la ex congresista María Izquierdo –de quien dice no tener la lengua ‘igual de brava’–, y de ascendencia santandereana, doña Emma Beatriz explica que su empeño en estudiar a estas alturas de la vida tiene dos propósitos: transmitir su ejemplo y recibirse como abogada para montar una oficina con su hijo, su nieto y Dorita, una compañera de 18 años de edad que ya le prometió ser su socia. También porque sostiene que los abogados, “que deberían ser rectos y manejarse bien, contrastan ahora con una cantidad de gente torcida que tiene desacreditada esta carrera, que se debe ejercer correctamente y no en beneficio propio”.
Su promedio acumulado está en 4,2 y, dentro de tres años, porque no está dispuesta a perder ninguna materia, se va a graduar sin estruendos. Pensando en voz alta dice que se pondrá un vestido sencillo y se alegrará si están presentes en la ceremonia de graduación sus 14 nietos. Al día siguiente enmarcará el diploma y lo clavará en una oficina que acondicionará en su casa, donde atenderá de lunes a miércoles a los clientes particulares que le proporcionen los ingresos para atender el resto de la semana, de manera gratuita, a quienes “los grandes humillan y devoran”, promete.
Los ‘cómplices’
Guillermo y Carlos Arturo sienten que no pueden ser inferiores al ejemplo que les está dando Emma Beatriz. Mientras el hijo se divierte estudiando y se complementa con su madre, el nieto lo hace porque quiere incursionar en la política, y de ello dan fe las ‘quemaduras’ que le dejaron las recientes elecciones al Concejo, ya que el escrutinio le señaló que no tiene más que 57 amigos y familiares, al menos si se guía por los votos depositados.
El nieto alcanzó a estudiar cinco semestres de Sociología en la Universidad Javeriana, pero optó por el Derecho, porque también le gusta. No le va tan bien como a sus mayores, a quienes define como ‘comelibros’, pero lo que no está dispuesto a hacer es aprovecharse de la buena reputación de su abuela o pedirle a su padre que le haga las tareas. Sin embargo, ya homologó los siete niveles de inglés y lo mismo hará con los de informática.
De vez en cuando se le escapa un “mi abuelita pronto será abogada”, pero lo dice por el orgullo que siente al ver la superación de la que ella hace gala. Tampoco le fastidia que sus profesores aspiren a que tenga un rendimiento similar. Además los tres juran no haber hecho copia, y Guillermo afirma que ante todo está la honestidad. “Ir preparado a clase es algo que lo dignifica mucho a uno”, agrega.
Como una ‘goma’ de familia, Carlos Arturo se inclina por el Derecho aplicado a lo social, a la ayuda de los más necesitados, en un centro de asesoría sin ánimo de lucro, permitiéndole a sus paisanos tomar conciencia de sus derechos para hacerlos valer. Mientras el papá se rebusca haciendo tesis de grado, y Carlos Arturo retoma la rutina de las clases, Emma Beatriz manifiesta que tiene la energía para seguir viviendo intensa y honestamente.
Por esa razón quiere llegar hasta los 100 años, valiéndose por sí misma, sin dejar un solo día de leer y aprender que en esta tierra donde abundan el petróleo, la ganadería, el dinero y la corrupción. No basta con tener méritos para surgir con dignidad. “Lástima que mi hijo no nos hubiera ‘cogido la flota’, pero la idea era que arrancáramos los tres a la vez”, sostiene Guillermo, dispuesto a ‘no tirar la toalla’ por ningún motivo, ni siquiera ahora que Emma Beatriz debe cuidar más su salud debido a la hipertensión que le afecta sus ojos.
Y su nieto concluye: “Estoy seguro de que por culpa de mi abuela hay muchas personas mayores de treinta años estudiando en la universidad. Hasta hay señores que le han ido a decir que de sólo verla se animaron a empezar. Esta es la demostración de que el organismo se agota, pero la mente sigue activa. Ella les está dando un ejemplo a los jóvenes y también a quienes piensan que una persona mayor de 50 años debe salir de circulación”.