Nubia Muñoz
La colombiana que este año fue nominada al Premio Nobel de Medicina por sus investigaciones sobre el virus de papiloma humano.
Alejandro Gaviria
Nubia Muñoz, una médica vallecaucana, residenciada desde hace varias décadas en Francia, es sin duda uno de los personajes del año 2008 en Colombia. Sus investigaciones científicas contribuyeron a establecer que el virus del papiloma humano es la principal causa del cáncer cervical. Y permitieron, además, el desarrollo de la primera vacuna contra el cáncer que haya conocido la humanidad.
Los personajes del año son generalmente figuras de ocasión. En la política, el deporte y la cultura popular abundan las figuras efímeras. En la ciencia, por el contrario, la reputación se construye paso a paso. Artículo tras artículo. Ponencia tras ponencia. Para triunfar, los científicos deben vencer el escepticismo aprendido de sus colegas. Nubia Muñoz necesitó 20 años de trabajo denodado para mostrar, con las herramientas rutinarias de la epidemiología, el origen viral del cáncer de cuello uterino.
La conexión entre el virus del papiloma humano y el cáncer cervical no es inmediata. Es críptica, como se afirma en la jerga científica. Entre la infección y la irrupción del cáncer pasan 20 o 30 años. No todos los virus del papiloma causan cáncer. No todas las mujeres infectadas desarrollan la enfermedad. El virus actúa lenta e imperceptiblemente. Y con el tiempo va borrando o escondiendo sus rastros.
La aventura científica que estableció la conexión entre el virus de papiloma humano y el cáncer cervical tuvo dos protagonistas principales: un biólogo molecular alemán, Harald Zur Hausen y la epidemióloga colombiana Nubia Muñoz. Hausen mostró que el cáncer cervical se origina cuando fragmentos de ADN del virus se integran en el genoma de las células del útero. Su trabajo de laboratorio estableció que todas las células cancerosas contienen fragmentos de ADN del virus del papiloma.
Hausen es el prototipo del científico de laboratorio, enclaustrado, dedicado a la minucia molecular. Nubia Muñoz es todo lo contrario, una investigadora de campo, una trotamundos que recorrió medio planeta en busca de indicios, de datos definitivos sobre las conexiones entre un virus genital y una patología que mata 250.000 mujeres cada año. Muñoz mostró que los principales factores de riesgo del cáncer cervical están asociados con la existencia de unos pocos genotipos del virus del papiloma. Sus hallazgos mostraron, en esencia, que el virus es una condición requerida para el desarrollo de la enfermedad.
Hace dos años, cuando recibió el Premio Alejandro Ángel Escobar, el galardón científico más importante del país, Muñoz, de manera tímida, casi casual, anunció que su trabajo había sido nominado para el Premio Nobel de Medicina. El público reunido en el auditorio de la biblioteca Luis Ángel Arango aplaudió largamente, con una mezcla de orgullo y esperanza. Por fin, los colombianos acariciábamos una posibilidad real de aumentar nuestra irrisoria cuenta de ganadores del Premio Nobel.
Este año, en octubre, el Comité Nobel del Karolinska Institutet anunció los ganadores del Premio Nobel de Medicina. La mitad del premio fue otorgada a Françoise Barré-Sinoussi y Luc Montagnier, los descubridores del VIH, el virus causante del sida. La otra mitad a Harald Zur Hausen, el biólogo alemán que planteó por primera vez la causa viral del cáncer de cuello uterino. A pesar de haber sido nominada conjuntamente con Hausen, la científica colombiana fue omitida. La supresión generó una pequeña controversia en los círculos especializados.
Algunos especialistas criticaron el exagerado énfasis en la precedencia de los descubrimientos, otros mencionaron la existencia de una jerarquía implícita que pone por encima el trabajo de laboratorio a la investigación epidemiológica. No faltó la queja, tan latinoamericana, sobre el favorecimiento habitual a los científicos del primer mundo. Las razones de la omisión son difíciles de establecer.
La verdadera polémica alrededor de los ganadores del Nobel de Medicina de 2008 tuvo que ver con la exclusión del científico estadounidense Robert Gallo, quien ha sostenido por varias décadas que su trabajo, desarrollado a comienzos de los años 80, fue crucial para la identificación del virus del VIH. Pero las pretensiones de Gallo no son aceptadas por una parte de la comunidad científica que lo acusa de haber manipulado los resultados de sus investigaciones. El asunto nunca ha sido resuelto plenamente.
El Comité decidió este año tomar partido en la controversia y omitió a Gallo de la lista de los premiados. Probablemente optó, con el objetivo de disminuir la polémica, por empaquetar en un solo premio los descubrimientos sobre el virus del sida y del papiloma humano. Este empaquetamiento luce extraño, exagerado, casi deliberadamente estratégico. Hace tres años, por ejemplo, dos científicos australianos ganaron el Premio Nobel de Medicina por mostrar que las úlceras intestinales son causadas por una infección bacteriana. Resulta extraño, en mi opinión, que este hallazgo fuese galardonado individualmente mientras que los hallazgos premiados este año lo fueran conjuntamente. Las consideraciones políticas parecen obvias.
En el momento en que el Comité Nobel decidió empaquetar el premio, la aspiración de Nubia Muñoz quedó descartada por razones aritméticas. El Premio Nobel en Medicina y Fisiología no puede ser otorgado a más de tres individuos y los tres elegidos eran indiscutibles. Si el comité hubiera otorgado el premio exclusivamente a las investigaciones sobre el virus del papiloma, muy probablemente Nubia Muñoz habría sido galardonada.
Todas estas especulaciones pueden parecer inútiles, pero no lo son. Muestran, en últimas, que los reconocimientos son fortuitos, determinados por circunstancias ajenas a los méritos y la importancia de las investigaciones. Nubia Muñoz ha publicado más de 300 artículos, ha recibido todo tipo de reconocimientos científicos. Este año, por ejemplo, recibió el Premio Sir Richard Doll otorgado por la Asociación Internacional de Epidemiología.
Pero sus merecimientos ya no dependen de los criterios estrechos de sus pares científicos. Nubia Muñoz ha contribuido a evitar el dolor humano, a prevenir y curar una enfermedad que mata a cientos de miles de mujeres cada año, la mayoría habitante de los países en desarrollo. Su contribución ya no se cuenta en citas, la métrica favorita de los científicos, sino en vidas humanas. Y eso, al final de cuentas, es lo que importa. Los premios son accidentes de la coyuntura. Las vidas salvadas perdurarán por varios años. Nubia Muñoz es un personaje de este año que termina. Y de muchos de los años por venir.
Nubia Muñoz, una médica vallecaucana, residenciada desde hace varias décadas en Francia, es sin duda uno de los personajes del año 2008 en Colombia. Sus investigaciones científicas contribuyeron a establecer que el virus del papiloma humano es la principal causa del cáncer cervical. Y permitieron, además, el desarrollo de la primera vacuna contra el cáncer que haya conocido la humanidad.
Los personajes del año son generalmente figuras de ocasión. En la política, el deporte y la cultura popular abundan las figuras efímeras. En la ciencia, por el contrario, la reputación se construye paso a paso. Artículo tras artículo. Ponencia tras ponencia. Para triunfar, los científicos deben vencer el escepticismo aprendido de sus colegas. Nubia Muñoz necesitó 20 años de trabajo denodado para mostrar, con las herramientas rutinarias de la epidemiología, el origen viral del cáncer de cuello uterino.
La conexión entre el virus del papiloma humano y el cáncer cervical no es inmediata. Es críptica, como se afirma en la jerga científica. Entre la infección y la irrupción del cáncer pasan 20 o 30 años. No todos los virus del papiloma causan cáncer. No todas las mujeres infectadas desarrollan la enfermedad. El virus actúa lenta e imperceptiblemente. Y con el tiempo va borrando o escondiendo sus rastros.
La aventura científica que estableció la conexión entre el virus de papiloma humano y el cáncer cervical tuvo dos protagonistas principales: un biólogo molecular alemán, Harald Zur Hausen y la epidemióloga colombiana Nubia Muñoz. Hausen mostró que el cáncer cervical se origina cuando fragmentos de ADN del virus se integran en el genoma de las células del útero. Su trabajo de laboratorio estableció que todas las células cancerosas contienen fragmentos de ADN del virus del papiloma.
Hausen es el prototipo del científico de laboratorio, enclaustrado, dedicado a la minucia molecular. Nubia Muñoz es todo lo contrario, una investigadora de campo, una trotamundos que recorrió medio planeta en busca de indicios, de datos definitivos sobre las conexiones entre un virus genital y una patología que mata 250.000 mujeres cada año. Muñoz mostró que los principales factores de riesgo del cáncer cervical están asociados con la existencia de unos pocos genotipos del virus del papiloma. Sus hallazgos mostraron, en esencia, que el virus es una condición requerida para el desarrollo de la enfermedad.
Hace dos años, cuando recibió el Premio Alejandro Ángel Escobar, el galardón científico más importante del país, Muñoz, de manera tímida, casi casual, anunció que su trabajo había sido nominado para el Premio Nobel de Medicina. El público reunido en el auditorio de la biblioteca Luis Ángel Arango aplaudió largamente, con una mezcla de orgullo y esperanza. Por fin, los colombianos acariciábamos una posibilidad real de aumentar nuestra irrisoria cuenta de ganadores del Premio Nobel.
Este año, en octubre, el Comité Nobel del Karolinska Institutet anunció los ganadores del Premio Nobel de Medicina. La mitad del premio fue otorgada a Françoise Barré-Sinoussi y Luc Montagnier, los descubridores del VIH, el virus causante del sida. La otra mitad a Harald Zur Hausen, el biólogo alemán que planteó por primera vez la causa viral del cáncer de cuello uterino. A pesar de haber sido nominada conjuntamente con Hausen, la científica colombiana fue omitida. La supresión generó una pequeña controversia en los círculos especializados.
Algunos especialistas criticaron el exagerado énfasis en la precedencia de los descubrimientos, otros mencionaron la existencia de una jerarquía implícita que pone por encima el trabajo de laboratorio a la investigación epidemiológica. No faltó la queja, tan latinoamericana, sobre el favorecimiento habitual a los científicos del primer mundo. Las razones de la omisión son difíciles de establecer.
La verdadera polémica alrededor de los ganadores del Nobel de Medicina de 2008 tuvo que ver con la exclusión del científico estadounidense Robert Gallo, quien ha sostenido por varias décadas que su trabajo, desarrollado a comienzos de los años 80, fue crucial para la identificación del virus del VIH. Pero las pretensiones de Gallo no son aceptadas por una parte de la comunidad científica que lo acusa de haber manipulado los resultados de sus investigaciones. El asunto nunca ha sido resuelto plenamente.
El Comité decidió este año tomar partido en la controversia y omitió a Gallo de la lista de los premiados. Probablemente optó, con el objetivo de disminuir la polémica, por empaquetar en un solo premio los descubrimientos sobre el virus del sida y del papiloma humano. Este empaquetamiento luce extraño, exagerado, casi deliberadamente estratégico. Hace tres años, por ejemplo, dos científicos australianos ganaron el Premio Nobel de Medicina por mostrar que las úlceras intestinales son causadas por una infección bacteriana. Resulta extraño, en mi opinión, que este hallazgo fuese galardonado individualmente mientras que los hallazgos premiados este año lo fueran conjuntamente. Las consideraciones políticas parecen obvias.
En el momento en que el Comité Nobel decidió empaquetar el premio, la aspiración de Nubia Muñoz quedó descartada por razones aritméticas. El Premio Nobel en Medicina y Fisiología no puede ser otorgado a más de tres individuos y los tres elegidos eran indiscutibles. Si el comité hubiera otorgado el premio exclusivamente a las investigaciones sobre el virus del papiloma, muy probablemente Nubia Muñoz habría sido galardonada.
Todas estas especulaciones pueden parecer inútiles, pero no lo son. Muestran, en últimas, que los reconocimientos son fortuitos, determinados por circunstancias ajenas a los méritos y la importancia de las investigaciones. Nubia Muñoz ha publicado más de 300 artículos, ha recibido todo tipo de reconocimientos científicos. Este año, por ejemplo, recibió el Premio Sir Richard Doll otorgado por la Asociación Internacional de Epidemiología.
Pero sus merecimientos ya no dependen de los criterios estrechos de sus pares científicos. Nubia Muñoz ha contribuido a evitar el dolor humano, a prevenir y curar una enfermedad que mata a cientos de miles de mujeres cada año, la mayoría habitante de los países en desarrollo. Su contribución ya no se cuenta en citas, la métrica favorita de los científicos, sino en vidas humanas. Y eso, al final de cuentas, es lo que importa. Los premios son accidentes de la coyuntura. Las vidas salvadas perdurarán por varios años. Nubia Muñoz es un personaje de este año que termina. Y de muchos de los años por venir.