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No ha sido fácil resistir al tiempo. En ocasiones, a lo largo de 14 años, los indígenas creyeron que desaparecería por completo. Sin embargo, después de haber sido cerrada en tres ocasiones y de sobrepasar múltiples impases por la falta de presupuesto y los cambios de administración, la maloca del Jardín Botánico renace bajo el cuidado de dos aborígenes del Amazonas.
Para múltiples comunidades indígenas, la maloca es el lugar tradicional de encuentro y sabiduría. La del jardín fue construida en 1997 por indígenas Uitotos. Desde entonces siempre ha estado bajo el cuidado de conocedores de la tradición. Durante el primer año, tuvo una actividad constante, luego vinieron los malos tiempos y el espacio ancestral fue convertido en bodega hasta el 2005, sin que los indígenas pudieran hacer nada al respecto. En 2006 fue reabierta bajo la administración de Martha Cecilia Perdomo pero, por diferentes causas fue clausurada en dos oportunidades más. La última, en enero pasado por razones de mantenimiento.
El Distrito adelanta el proceso de contratación de Muidokuri y de Yupemy, indígenas del Amazonas que conocen la maloca como si fuera su propia casa. Mauricio Garzón González, director del Jardín destaca que la idea es que los visitantes puedan acercarse al lugar a través de las palabras de estas dos mujeres que crecieron y aprendieron todo lo que saben sentadas alrededor de los abuelos en las sillas de madera de la maloca. González es el director del jardín desde hace tres meses. Dice que su intención es contribuir a la inclusión de las comunidades indígenas en todos los procesos de este espacio, acorde con lo dispuesto en el Plan de Desarrollo del alcalde Samuel Moreno.
Muidokuri viajó desde una comunidad uitota en las selvas del Amazonas hasta Bogotá, en 1997. Llegó a cantar y a tocar el tambor de su territorio. En la ciudad - tierra de Bacatá como la llama todavía su abuelo- cumplió 18 años. Ya suma tres décadas sin perder sus costumbres, con el interés intacto de compartir su cultura con los bogotanos. Todavía recuerda entre risas cuando en 2006 Marta Liliana Perdomo le pidió una hoja de vida y no entendía nada de la documentación necesaria. Yupemi es Makuna, sabedora de los secretos indígenas de sanación. Sonríe mientras fuma tabaco y siempre está vigilante de que el fuego permanezca encendido. Dice que la maloca es una madre, el lugar para limpiar el corazón y el espíritu.
En las malocas, concebidas como un vientre cálido y protector, se han reunido los indígenas durante siglos a pensar y a debatir sobre su devenir. Es un centro de conocimiento en el que se trazan los caminos que deben seguirse, al tiempo que se danza y se canta en torno a la fiesta y a los alimentos. Allí los indígenas aprenden a sembrar, a cazar, a compartir la alegría y también el sufrimiento.
Mientras hablan de la maloca, las dos consumen mambe, la planta sagrada, hoja seca de coca que, en sus palabras, les permite la comunicación ancestral, mientras ofrecen el día de trabajo a la madre. “El mambé es el teléfono de nosotros, yo lo consumo desde los ocho años y nunca me ha hecho daño” dice Yupemi que por ahora se prepara para recibir a todos los visitantes que lleguen a la maloca a curiosear sus secretos y a asegurar que a través de la tradición oral sean expandidos los mensajes que recibió cuando era niña en una maloca pero en el Amazonas.
Todo indica que en la casa sagrada volverán a abrirse las puertas, por lo menos hasta que un nuevo obstáculo apague otra vez el fuego.