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Los árboles han sido durante milenios y en diversas culturas ancestrales, un símbolo de vida, regeneración y fertilidad, pero su asociación con la tradición navideña viene de una apropiación de la cultura nórdica pagana.
Y acá aparece una figura que, aunque reconocida en los tiempos modernos por la comercialización de la industria del cine, tenía un peso importante en las tradiciones del siglo VIII en algunas regiones de Alemania:Thor. Al dios del trueno se le ofrecía cada año un sacrificio en un roble que era visto como sagrado.
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Los relatos cuentan que Bonifacio, un misionero evangelizador que buscaba extender el cristianismo en Europa, llegó a la región en la que se encontraba el árbol sagrado y lo taló para demostrar la falsedad del dios pagano. En su lugar plantó un abeto y lo ofreció en representación de la vida eterna y del camino hacia Dios, pues su forma señala hacia el cielo.
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En adelante la tradición se fue extendiendo y fue variando. Al árbol se le guindaron velas, símbolo de luz y vida y con el pasar de los años la tradición comenzó a tomar tintes más religiosos: desde las esferas rojas que simbolizan las tentaciones que llevaron a Adán y Eva a ser expulsados del paraíso tras morder el fruto prohibido, hasta llegar a coronar la decoración con una estrella que simboliza la de belén que guió a los reyes magos al lugar de nacimiento de Jesús. De ahí, que la tradición indique que el árbol de navidad debe quitarse un día después de la festividad de los reyes magos.