“Sólo tres de cada diez colombianos reconocen la tristeza”
El psiquiatra Carlos Gómez-Restrepo comandó un grupo de casi 350 personas para establecer cómo anda la salud mental de los colombianos.
Pablo Correa
En uno de los “países más felices del mundo”, el 20 % de sus habitantes dicen que “la vida les ha dado tantos golpes que ya nada les duele” y la mayoría es incapaz de reconocer emociones básicas en el rostro de su vecino.
Entre los cientos de datos que arrojó la Encuesta Nacional de Salud Mental 2015 hay uno que sorprendió al psiquiatra y epidemiólogo Carlos Gómez-Restrepo. Cuando les presentaron a los 15.351 entrevistados tarjetas con imágenes de rostros que expresaban felicidad, tristeza, sorpresa o asco, la mayoría falló en la respuesta. Si bien el 90 % reconoció la alegría, apenas la mitad identificó la sorpresa y sólo un tercio fue capaz de detectar la tristeza.
Para el director de la encuesta y profesor de la Pontificia Universidad Javeriana, este es un síntoma social preocupante. “¿Cómo podemos pensar en la paz y en una mejor convivencia si carecemos de lo más básico, la empatía por el sufrimiento del otro?”, se pregunta el psiquiatra, quien habló sobre este y otros hallazgos del más completo diagnóstico sobre problemas y trastornos de salud mental que se ha realizado en Colombia.
¿Por qué es importante esta encuesta sobre salud mental?
Intentamos dar una respuesta mayor a lo que se había hecho hasta ahora en Colombia. El estudio de 1993 fue sobre problemas mentales en una época en que las mediciones no eran tan sofisticadas. El de 1997 tuvo muchas dificultades y sus resultados nunca salieron del todo a la luz pública. El de 2003 era nuestra guía hasta ahora. Esa encuesta puso el dedo en la llaga y demostró que los trastornos mentales ocupaban el segundo lugar en la carga de enfermedad, es decir, qué tanto un individuo se incapacita o muere prematuramente por una enfermedad. Algo innovador en esta nueva encuesta es que medimos un espectro que va desde la salud mental pasando por problemas mentales hasta llegar a la enfermedad mental. Los estudios anteriores se limitaban a las enfermedades.
¿Qué enfermedades se estudiaron?
Existen más de 100 enfermedades en psiquiatría y es imposible medirlas con una encuesta. Nos concentramos en nueve. Entre ellas están los trastornos depresivos, distimia –que es depresión más suave–, bipolaridad, ansiedad, ataques de pánico, fobia social, trastorno de estrés secundario a un trauma. Exploramos el trauma y la violencia.
¿Cuál es la diferencia entre este estudio y un censo?
Esta encuesta es representativa de todo Colombia, del área urbana y rural. Se pretendieron 19.000 encuestas y finalmente se concretaron cerca de 15.000. En un censo se entrevista a todo el mundo.
¿Por qué era importante no concentrarse sólo en enfermedad mental, sino también en problemas?
Cuando se incluyen problemas mentales cambia la forma de pensar en salud. En el sistema actual de salud hay dos posibilidades: estoy sano o no. Pero aquí lo que estamos diciendo es que hay personas que tienen problemas y se debe trabajar con ellas. Hoy no puedo atender a un paciente sin ponerle un rótulo, pero el grueso de la población está a medio camino entre la salud y la enfermedad y en ellos debo hacer promoción y prevención. Esto para mi gusto es lo mas importante que hay debajo de este trabajo. Es la primera vez que se hace en Colombia.
¿Qué detectaron en el componente de violencia?
Nuestras cifras de personas desplazadas por episodios de violencia se acercan a los peores escenarios de otros registros. Estamos hablando de casi cinco millones de personas que se declaran afectadas. Los niveles de trauma son muy altos. Esto me preocupa, porque en Colombia no tenemos guías para atender a esa población. No tenemos protocolos para atender el síndrome de estrés postraumático. Eso no tiene sentido. Tenemos un problema histórico de trauma y no estamos preparando adecuadamente a los médicos y psicólogos para atender esto. Algunos lo hacen bien, pero muchos lo hacen mal.
Si 12 a 15 % de los colombianos han experimentado la violencia, ¿cuántos desarrollan un síndrome de estrés postraumático?
En niños, un 9 % pueden tenerlo. Es una cifra grande. En adultos es cercana al 3 %. Pero la pregunta es qué pasa con los que no cumplen todos los criterios diagnósticos y tienen dos o cuatro síntomas. ¿Qué hago con ellos?
¿Qué dato lo impactó más?
Hay algo que me impresionó y está relacionado con la cognición social. Al aplicar una prueba de reconocimiento de rostros que expresaban emociones, notamos una gran incapacidad para reconocer el rostro del otro. El rostro de alegría lo reconocen nueve de cada diez individuos pero el rostro neutro, seis de cada diez, el de tristeza, asco y miedo apenas dos o tres de cada diez. ¿Cómo podemos pensar en la paz y en una mejor convivencia si carecemos de lo más básico, la empatía por el sufrimiento del otro? Esto es muy importante.
¿Por qué reconocemos la alegría y no la tristeza?
Uno aprende a reconocer emociones en su casa, en la escuela. Desde niño. Acá puede haber varias cosas. Por ejemplo, la mala comunicación entre mama e hijo. Uno recibe esas enseñanzas en su hogar. Son enseñanzas de lenguaje preverbal y corporal que se dan socialmente. Ahí parece que hay un vacío enorme que debemos explorar mejor. ¿Por qué más la alegría que tristeza? Porque quizás es más fácil explicar lo positivo.
¿Tiene algo que ver con que nos declaremos como uno de los países más felices del mundo?
Parece que hay una gran disociación entre lo que dicen sentir los colombianos y lo que realmente sienten. En la encuesta, el 78 % se identificó con la frase “Si no logro lo que quiero, insisto. No importa el precio”. Y el 20 % lo hizo con la frase “La vida me ha vuelto tan duro que ya no me duele nada”. El 59 % con la expresión “Cada cual tiene que solucionar sus propios problemas” y 27 % con “Las únicas personas que me interesan son las de mi familia”.
¿Es cierto que los habitantes de la costa Atlántica enfrentan mejor estos problemas que los del interior?
Un dato que llama mucho la atención es que en la región atlántica tienen menos dificultad para afrontar problemas y trastornos mentales. Esto va de la mano de su cultura. Son más abiertos, tienen mejor contacto con vecinos, son más expresivos, más afectuosos, más dados al diálogo. Tenemos mucho que aprender de ellos. Las respuestas a muchos desafíos en salud mental están aquí mismo en el país y no en modelos extranjeros.
Llama la atención que no existan diferencias en la percepción de bienestar entre ricos y pobres.
Aunque en la población más vulnerable hay mayor nivel de trauma, sabemos también que cuando se vive de cierta manera surgen estrategias de acondicionamiento. Incluso a veces hay mas empatía en personas con menores recursos. Este estudio es un gran insumo para empezar a pensar todo esto.
Si tuviera el poder para plantear una primera política pública para mejorar este panorama, ¿cuál sería?
Una, que leyeran el estudio (risas). Hay muchas cosas por hacer. La primera es alertar sobre este grave problema. Alertar a la población para que consulte y alertar al personal de salud para que brinde atención adecuada. Pero esto no es un problema sólo de salud mental, de los psiquiatras. Es un problema de todos. Es un problema cultural. Debemos trabajar a nivel escolar, propender por un mejor diálogo y entendimiento entre nosotros, evitar que los problemas se conviertan en enfermedades.
En uno de los “países más felices del mundo”, el 20 % de sus habitantes dicen que “la vida les ha dado tantos golpes que ya nada les duele” y la mayoría es incapaz de reconocer emociones básicas en el rostro de su vecino.
Entre los cientos de datos que arrojó la Encuesta Nacional de Salud Mental 2015 hay uno que sorprendió al psiquiatra y epidemiólogo Carlos Gómez-Restrepo. Cuando les presentaron a los 15.351 entrevistados tarjetas con imágenes de rostros que expresaban felicidad, tristeza, sorpresa o asco, la mayoría falló en la respuesta. Si bien el 90 % reconoció la alegría, apenas la mitad identificó la sorpresa y sólo un tercio fue capaz de detectar la tristeza.
Para el director de la encuesta y profesor de la Pontificia Universidad Javeriana, este es un síntoma social preocupante. “¿Cómo podemos pensar en la paz y en una mejor convivencia si carecemos de lo más básico, la empatía por el sufrimiento del otro?”, se pregunta el psiquiatra, quien habló sobre este y otros hallazgos del más completo diagnóstico sobre problemas y trastornos de salud mental que se ha realizado en Colombia.
¿Por qué es importante esta encuesta sobre salud mental?
Intentamos dar una respuesta mayor a lo que se había hecho hasta ahora en Colombia. El estudio de 1993 fue sobre problemas mentales en una época en que las mediciones no eran tan sofisticadas. El de 1997 tuvo muchas dificultades y sus resultados nunca salieron del todo a la luz pública. El de 2003 era nuestra guía hasta ahora. Esa encuesta puso el dedo en la llaga y demostró que los trastornos mentales ocupaban el segundo lugar en la carga de enfermedad, es decir, qué tanto un individuo se incapacita o muere prematuramente por una enfermedad. Algo innovador en esta nueva encuesta es que medimos un espectro que va desde la salud mental pasando por problemas mentales hasta llegar a la enfermedad mental. Los estudios anteriores se limitaban a las enfermedades.
¿Qué enfermedades se estudiaron?
Existen más de 100 enfermedades en psiquiatría y es imposible medirlas con una encuesta. Nos concentramos en nueve. Entre ellas están los trastornos depresivos, distimia –que es depresión más suave–, bipolaridad, ansiedad, ataques de pánico, fobia social, trastorno de estrés secundario a un trauma. Exploramos el trauma y la violencia.
¿Cuál es la diferencia entre este estudio y un censo?
Esta encuesta es representativa de todo Colombia, del área urbana y rural. Se pretendieron 19.000 encuestas y finalmente se concretaron cerca de 15.000. En un censo se entrevista a todo el mundo.
¿Por qué era importante no concentrarse sólo en enfermedad mental, sino también en problemas?
Cuando se incluyen problemas mentales cambia la forma de pensar en salud. En el sistema actual de salud hay dos posibilidades: estoy sano o no. Pero aquí lo que estamos diciendo es que hay personas que tienen problemas y se debe trabajar con ellas. Hoy no puedo atender a un paciente sin ponerle un rótulo, pero el grueso de la población está a medio camino entre la salud y la enfermedad y en ellos debo hacer promoción y prevención. Esto para mi gusto es lo mas importante que hay debajo de este trabajo. Es la primera vez que se hace en Colombia.
¿Qué detectaron en el componente de violencia?
Nuestras cifras de personas desplazadas por episodios de violencia se acercan a los peores escenarios de otros registros. Estamos hablando de casi cinco millones de personas que se declaran afectadas. Los niveles de trauma son muy altos. Esto me preocupa, porque en Colombia no tenemos guías para atender a esa población. No tenemos protocolos para atender el síndrome de estrés postraumático. Eso no tiene sentido. Tenemos un problema histórico de trauma y no estamos preparando adecuadamente a los médicos y psicólogos para atender esto. Algunos lo hacen bien, pero muchos lo hacen mal.
Si 12 a 15 % de los colombianos han experimentado la violencia, ¿cuántos desarrollan un síndrome de estrés postraumático?
En niños, un 9 % pueden tenerlo. Es una cifra grande. En adultos es cercana al 3 %. Pero la pregunta es qué pasa con los que no cumplen todos los criterios diagnósticos y tienen dos o cuatro síntomas. ¿Qué hago con ellos?
¿Qué dato lo impactó más?
Hay algo que me impresionó y está relacionado con la cognición social. Al aplicar una prueba de reconocimiento de rostros que expresaban emociones, notamos una gran incapacidad para reconocer el rostro del otro. El rostro de alegría lo reconocen nueve de cada diez individuos pero el rostro neutro, seis de cada diez, el de tristeza, asco y miedo apenas dos o tres de cada diez. ¿Cómo podemos pensar en la paz y en una mejor convivencia si carecemos de lo más básico, la empatía por el sufrimiento del otro? Esto es muy importante.
¿Por qué reconocemos la alegría y no la tristeza?
Uno aprende a reconocer emociones en su casa, en la escuela. Desde niño. Acá puede haber varias cosas. Por ejemplo, la mala comunicación entre mama e hijo. Uno recibe esas enseñanzas en su hogar. Son enseñanzas de lenguaje preverbal y corporal que se dan socialmente. Ahí parece que hay un vacío enorme que debemos explorar mejor. ¿Por qué más la alegría que tristeza? Porque quizás es más fácil explicar lo positivo.
¿Tiene algo que ver con que nos declaremos como uno de los países más felices del mundo?
Parece que hay una gran disociación entre lo que dicen sentir los colombianos y lo que realmente sienten. En la encuesta, el 78 % se identificó con la frase “Si no logro lo que quiero, insisto. No importa el precio”. Y el 20 % lo hizo con la frase “La vida me ha vuelto tan duro que ya no me duele nada”. El 59 % con la expresión “Cada cual tiene que solucionar sus propios problemas” y 27 % con “Las únicas personas que me interesan son las de mi familia”.
¿Es cierto que los habitantes de la costa Atlántica enfrentan mejor estos problemas que los del interior?
Un dato que llama mucho la atención es que en la región atlántica tienen menos dificultad para afrontar problemas y trastornos mentales. Esto va de la mano de su cultura. Son más abiertos, tienen mejor contacto con vecinos, son más expresivos, más afectuosos, más dados al diálogo. Tenemos mucho que aprender de ellos. Las respuestas a muchos desafíos en salud mental están aquí mismo en el país y no en modelos extranjeros.
Llama la atención que no existan diferencias en la percepción de bienestar entre ricos y pobres.
Aunque en la población más vulnerable hay mayor nivel de trauma, sabemos también que cuando se vive de cierta manera surgen estrategias de acondicionamiento. Incluso a veces hay mas empatía en personas con menores recursos. Este estudio es un gran insumo para empezar a pensar todo esto.
Si tuviera el poder para plantear una primera política pública para mejorar este panorama, ¿cuál sería?
Una, que leyeran el estudio (risas). Hay muchas cosas por hacer. La primera es alertar sobre este grave problema. Alertar a la población para que consulte y alertar al personal de salud para que brinde atención adecuada. Pero esto no es un problema sólo de salud mental, de los psiquiatras. Es un problema de todos. Es un problema cultural. Debemos trabajar a nivel escolar, propender por un mejor diálogo y entendimiento entre nosotros, evitar que los problemas se conviertan en enfermedades.