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El pasado 30 de octubre me levanté un poco ansioso. Aunque era optimista de que íbamos a ganar, preveía y temía un final reñido. Las maquinarias saben llevar a su gente a votar, con lluvia y rayos, mientras los nuestros, libres, son menos disciplinados. Por eso me tranquilicé al ver un sol radiante y pensé: ¡San Pedro debe ser progresista!
La campaña se había desarrollado por lo general con altura, repleta de debates de toda índole. Sin embargo, en la medida en que subíamos en las encuestas, el tono se había vuelto agresivo y negativo.
Pero sentía satisfacción por la labor cumplida. Sin aval de un partido, obligados a recoger firmas y a levantarnos una póliza de seguros, arrancamos con muchas dificultades. Daniel Winograd se inventó el nombre de Progresistas, diseñó el atractivo logo, se craneó el lema “Bogotá humana ya” y decoró la campaña con multicolor. Carlos Simancas hizo milagros al comienzo con las uñas cuando literalmente nadie daba un peso por Petro y luego, cuando empezaron a llegar ofertas de dinero, fue estricto y exigente, garantía de transparencia. El equipo programático, coordinado por Ricardo Bonilla y Susana Muhamad, reunió un combo amplio y calificado de expertos comprometidos. Guillermo Asprilla lideró las brigadas que recorrieron las calles, repartiendo más de tres millones de periódicos. Las encuestas de Arturo Sanjuán nos permitieron tener una mirada objetiva de la realidad y revelaron cosas como que el haber sido Petro del Polo contribuía más a su imagen desfavorable que su pasado en el M19.
En poco tiempo se desató una poderosa cadena de afectos y entusiasmo, sobre todo entre los jóvenes. Se crearon decenas de nodos por temas y localidades, articulados en red, haciendo que el voluntariado se convirtiera en nuestra principal fortaleza frente a las otras campañas.
Teníamos, por supuesto, la inmensa ventaja de contar con el mejor candidato, de lejos. Serio, inteligente y valiente, Gustavo Petro desafió al equipo, y a la ciudad, con un proyecto ambicioso de transformación democrática, introduciendo palabrotas como “segregación social” y “depredación de la naturaleza”, poco comunes en la jerga del proselitismo electoral, pero con la gran lucidez de aterrizarlos para que los entendieran personas del común.
Pese a los continuos ataques, Petro nunca se dejó provocar, se mantuvo sereno y centrado en las propuestas. Nos dio lecciones a todos en eso que él llama la política del amor. Su esposa Verónica y sus hijos jugaron un papel crucial, como refugio y fuente de inspiración.
Pero sería pretencioso afirmar que todo el éxito se debió sólo a nosotros. Hay que reconocer los invaluables aportes brindados por las otras campañas. Un especial agradecimiento se merece Álvaro Uribe. Desde que decidió acompañar a Peñalosa y cargarle el megáfono, la cosa empezó a mejorar para nosotros. Y J.J. también puso de su parte.
El día del triunfo
Nos habíamos puesto cita a las 4:00 p.m. en el Tequendama para recibir los resultados. Cuando llegué con mi esposa y mi hija Manuela, Gustavo ya había llegado. Estaba tranquilo, rodeado por su familia, y Manuela se puso a jugar en el corredor con su hija menor.
Casi de inmediato empezaron a salir los boletines de la Registraduría, uno tras otro, con buenas noticias. De pronto, Manuela se me acercó a preguntarme qué pasaba y le dije que habíamos ganado. En ese momento, Petro salió de la habitación y ella se le fue encima, le agarró la mano y gritó emocionada: “¡Ganamos, Petro, ganamos!”.
Poco tiempo después, empezaron a entrar las llamadas de felicitaciones, primero del ministro del Interior, luego del presidente, y al rato llegó la noticia de que Peñalosa lo había reconocido.
Gustavo nos reunió a un grupo pequeño de asesores. Le dimos algunas ideas para el discurso que esperaban centenares de seguidores en el Salón Rojo y millones en sus casas por TV. Como siempre, escuchó con atención, sin tomar apunte alguno, y fue elaborando en su cabeza lo que sería uno de los mejores discursos que le he escuchado.
Afortunadamente me había equivocado. El final no sólo no fue reñido, sino que le ganamos a Peñalosa por más de ciento sesenta mil votos. Progresistas sacó ocho concejales, cuando los más optimistas nos habían puesto máximo cinco. Los triunfos de Sergio Fajardo en Antioquia, Raúl Delgado en Nariño, Temístocles Ortega en Cauca, Marcelo Torres en Magangué, Carlos Caicedo en Santa Marta, entre otros, aumentaron la alegría, para no hablar de la derrota estruendosa del uribismo en todo el país.
Esa noche me reenamoré de la democracia, me asombré con la inteligencia y generosidad del electorado bogotano y celebramos debidamente.