2023: destellos de esperanza para el ambiente
Mirando el 2023, es importante destacar algunos destellos de esperanza que nos deja 2022 para poder avanzar, por fin, hacia una naturaleza positiva en Colombia, lo cual es absolutamente indispensable dado que somos el segundo país más biodiverso del mundo.
Claudia Vásquez Marazzani*
Faltan pocos días para comernos 12 uvas y pedir 12 deseos para el 2023. Empezaremos un año nuevo llenos de ilusiones y propósitos renovados, pero esos deseos suelen ir, también, acompañados por una suerte de mea culpa: pequeñas cargas que debemos dejar en 2022 para que estos nuevos propósitos puedan cumplirse.
Va una de mis mea culpas: desde el sector de la conservación, tendemos a tener una mirada fatalista o negativa. Y es que no es para menos, dada la gravedad del asunto en materia de cambio climático, pérdida de biodiversidad y contaminación.
Pero mirando a 2023 a los ojos, quisiera dar un giro y destacar algunos destellos de esperanza que nos deja 2022 para poder avanzar, por fin, hacia una naturaleza positiva en Colombia, lo cual es absolutamente indispensable dado que somos el segundo país más biodiverso del mundo.
Muchos cambios ha traído este 2022 en materia ambiental, uno de los más significativos, y que más han sacudido las discusiones es el cambio de gobierno. El próximo Plan Nacional de Desarrollo es nuestra esperanza más concreta. Vale la pena resaltar que, por primera vez, tenemos el agua en el centro de la política ambiental del país. Colombia es una potencia hídrica mundial, somos el segundo país con más especies de peces de agua dulce del mundo, contamos con el 60% de los páramos del planeta y tenemos más de 48.000 humedales y territorios anfibios. Un acierto de este año fue poner el ordenamiento alrededor del agua como una transformación vital en el Plan Nacional de Desarrollo y en la política. Nuestros ríos, humedales y, por tanto, nuestras sociedades, están celebrando esta decisión. El reto, ahora, está en entender cómo lo implementamos para que tenga impactos escalables y tangibles.
Otro acierto en materia ambiental de este año fue la aprobación y el rescate de fondos importantes para el ambiente en la reforma tributaria. Se logró aprobar la creación del FONSUREC, un fondo para la sostenibilidad y la resiliencia climática, que esperamos pueda fortalecer la implementación de acciones para la mitigación, y la tan urgente adaptación al cambio climático en el país. Además, se logró mantener la destinación del impuesto al carbono hacia acciones de conservación, restauración y protección. Esto continuará fortaleciendo el programa Herencia Colombia, que busca que nuestras áreas protegidas estén mejor manejadas. Ojo, quedan retos. Por ejemplo, asegurar la participación directa y justa de los pueblos indígenas en estos nuevos fondos. (Puede leer: Impuesto al carbono volvería al “bolsillo” del sector ambiental, pero quedan dudas)
En política internacional también quisiera rescatar un par de aciertos, que nos dan una mirada de esperanza hacia el futuro. El primero, durante la COP27 de Cambio Climático, Colombia fue líder dentro de las discusiones para lograr la aprobación de un fondo de pérdidas y daños. La idea es que este fondo permita movilizar recursos desde los países más ricos para apoyar a los países más vulnerables en materia de gestión y compensación de las pérdidas que traen consigo las inundaciones, sequías, el aumento del nivel del mar y otros desastres causados por el cambio climático. Este fondo no debe entenderse como una renuncia al esfuerzo global que debe continuar haciéndose para mitigar el cambio climático: de nada sirve aumentar nuestra capacidad de gestión del riesgo si no atacamos el origen de este.
El segundo, es la aprobación de un nuevo marco global de biodiversidad, por el que llevamos luchando varios años. Tuve la oportunidad de estar en la COP15 en Montreal durante las negociaciones, y creo que vale la pena extender una felicitación a Colombia por su liderazgo en la creación de un acelerador que permita a los países fortalecer la implementación de sus planes nacionales de biodiversidad. Además, resalto el apoyo a iniciativas de reconocimiento a territorios indígenas, y por su postura propositiva frente al fortalecimiento de la arquitectura financiera para la biodiversidad actual y la generación de nuevas fuentes. Sin esa postura mediadora, el tema de movilización de recursos casi nos cuesta culminar la COP sin marco global. Nos queda un reto enorme en lograr que este marco sea una realidad que nos lleve hacia una naturaleza positiva para 2030, pero este hito ya es algo que vale la pena aplaudir. (Le puede interesar: Aprueban acuerdo ‘histórico’ para la biodiversidad. ¿Qué implica para Colombia?)
Por otra parte, no olvidemos que sin los pueblos indígenas y las comunidades locales no lograremos una conservación efectiva. Por eso, creo que otro punto esperanzador que nos deja este año es la voluntad de avanzar hacia el reconocimiento de estas comunidades en la democracia ambiental, en la institucionalidad y en el financiamiento. La aprobación de Escazú nos deja un avance sustancial en materia de participación y transparencia. El Plan Nacional de Desarrollo plantea acciones de reforma a la institucionalidad ambiental que nos dan una oportunidad enorme de reconocimiento y participación. Además, el gobierno colombiano, por primera vez, abrió un espacio para un diálogo de alto nivel con pueblos indígenas de la Amazonía colombiana en el marco de las negociaciones de cambio climático.
Celebramos también el acuerdo entre el gobierno nacional y Fedegan, que no solo permite avanzar en el cumplimiento de metas y avanzar en la reforma rural integral, sino que da luces de la importancia de la convergencia entre la agenda agraria y rural con la ambiental. El plantear opciones de productividad, a través de proyectos silvopastoriles, por ejemplo, da cuenta de la importancia de generar soluciones económicas efectivas para los pobladores rurales y al mismo tiempo reconocer y recuperar el valor de los ecosistemas como condición para una productividad durable y a largo plazo. La articulación institucional sostenible en el tiempo entre estas dos carteras es indispensable para revertir la tendencia en la conversión de uso del suelo, en la emisión de gases efecto invernadero y así lograr avanzar en integrar en nuestro ADN, un modelo de desarrollo sostenible.
La esperanza sin acción se convierte en ilusión. No podemos permitir que los destellos de esperanza que nos deja el 2022 se conviertan en expectativas vacías. Para 2023, tenemos el reto de darles forma e impacto a estas acciones. La naturaleza no da más espera, así que acá va una uva por esto.
*Directora TNC Colombia.
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Faltan pocos días para comernos 12 uvas y pedir 12 deseos para el 2023. Empezaremos un año nuevo llenos de ilusiones y propósitos renovados, pero esos deseos suelen ir, también, acompañados por una suerte de mea culpa: pequeñas cargas que debemos dejar en 2022 para que estos nuevos propósitos puedan cumplirse.
Va una de mis mea culpas: desde el sector de la conservación, tendemos a tener una mirada fatalista o negativa. Y es que no es para menos, dada la gravedad del asunto en materia de cambio climático, pérdida de biodiversidad y contaminación.
Pero mirando a 2023 a los ojos, quisiera dar un giro y destacar algunos destellos de esperanza que nos deja 2022 para poder avanzar, por fin, hacia una naturaleza positiva en Colombia, lo cual es absolutamente indispensable dado que somos el segundo país más biodiverso del mundo.
Muchos cambios ha traído este 2022 en materia ambiental, uno de los más significativos, y que más han sacudido las discusiones es el cambio de gobierno. El próximo Plan Nacional de Desarrollo es nuestra esperanza más concreta. Vale la pena resaltar que, por primera vez, tenemos el agua en el centro de la política ambiental del país. Colombia es una potencia hídrica mundial, somos el segundo país con más especies de peces de agua dulce del mundo, contamos con el 60% de los páramos del planeta y tenemos más de 48.000 humedales y territorios anfibios. Un acierto de este año fue poner el ordenamiento alrededor del agua como una transformación vital en el Plan Nacional de Desarrollo y en la política. Nuestros ríos, humedales y, por tanto, nuestras sociedades, están celebrando esta decisión. El reto, ahora, está en entender cómo lo implementamos para que tenga impactos escalables y tangibles.
Otro acierto en materia ambiental de este año fue la aprobación y el rescate de fondos importantes para el ambiente en la reforma tributaria. Se logró aprobar la creación del FONSUREC, un fondo para la sostenibilidad y la resiliencia climática, que esperamos pueda fortalecer la implementación de acciones para la mitigación, y la tan urgente adaptación al cambio climático en el país. Además, se logró mantener la destinación del impuesto al carbono hacia acciones de conservación, restauración y protección. Esto continuará fortaleciendo el programa Herencia Colombia, que busca que nuestras áreas protegidas estén mejor manejadas. Ojo, quedan retos. Por ejemplo, asegurar la participación directa y justa de los pueblos indígenas en estos nuevos fondos. (Puede leer: Impuesto al carbono volvería al “bolsillo” del sector ambiental, pero quedan dudas)
En política internacional también quisiera rescatar un par de aciertos, que nos dan una mirada de esperanza hacia el futuro. El primero, durante la COP27 de Cambio Climático, Colombia fue líder dentro de las discusiones para lograr la aprobación de un fondo de pérdidas y daños. La idea es que este fondo permita movilizar recursos desde los países más ricos para apoyar a los países más vulnerables en materia de gestión y compensación de las pérdidas que traen consigo las inundaciones, sequías, el aumento del nivel del mar y otros desastres causados por el cambio climático. Este fondo no debe entenderse como una renuncia al esfuerzo global que debe continuar haciéndose para mitigar el cambio climático: de nada sirve aumentar nuestra capacidad de gestión del riesgo si no atacamos el origen de este.
El segundo, es la aprobación de un nuevo marco global de biodiversidad, por el que llevamos luchando varios años. Tuve la oportunidad de estar en la COP15 en Montreal durante las negociaciones, y creo que vale la pena extender una felicitación a Colombia por su liderazgo en la creación de un acelerador que permita a los países fortalecer la implementación de sus planes nacionales de biodiversidad. Además, resalto el apoyo a iniciativas de reconocimiento a territorios indígenas, y por su postura propositiva frente al fortalecimiento de la arquitectura financiera para la biodiversidad actual y la generación de nuevas fuentes. Sin esa postura mediadora, el tema de movilización de recursos casi nos cuesta culminar la COP sin marco global. Nos queda un reto enorme en lograr que este marco sea una realidad que nos lleve hacia una naturaleza positiva para 2030, pero este hito ya es algo que vale la pena aplaudir. (Le puede interesar: Aprueban acuerdo ‘histórico’ para la biodiversidad. ¿Qué implica para Colombia?)
Por otra parte, no olvidemos que sin los pueblos indígenas y las comunidades locales no lograremos una conservación efectiva. Por eso, creo que otro punto esperanzador que nos deja este año es la voluntad de avanzar hacia el reconocimiento de estas comunidades en la democracia ambiental, en la institucionalidad y en el financiamiento. La aprobación de Escazú nos deja un avance sustancial en materia de participación y transparencia. El Plan Nacional de Desarrollo plantea acciones de reforma a la institucionalidad ambiental que nos dan una oportunidad enorme de reconocimiento y participación. Además, el gobierno colombiano, por primera vez, abrió un espacio para un diálogo de alto nivel con pueblos indígenas de la Amazonía colombiana en el marco de las negociaciones de cambio climático.
Celebramos también el acuerdo entre el gobierno nacional y Fedegan, que no solo permite avanzar en el cumplimiento de metas y avanzar en la reforma rural integral, sino que da luces de la importancia de la convergencia entre la agenda agraria y rural con la ambiental. El plantear opciones de productividad, a través de proyectos silvopastoriles, por ejemplo, da cuenta de la importancia de generar soluciones económicas efectivas para los pobladores rurales y al mismo tiempo reconocer y recuperar el valor de los ecosistemas como condición para una productividad durable y a largo plazo. La articulación institucional sostenible en el tiempo entre estas dos carteras es indispensable para revertir la tendencia en la conversión de uso del suelo, en la emisión de gases efecto invernadero y así lograr avanzar en integrar en nuestro ADN, un modelo de desarrollo sostenible.
La esperanza sin acción se convierte en ilusión. No podemos permitir que los destellos de esperanza que nos deja el 2022 se conviertan en expectativas vacías. Para 2023, tenemos el reto de darles forma e impacto a estas acciones. La naturaleza no da más espera, así que acá va una uva por esto.
*Directora TNC Colombia.
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