El 37 % de la selva amazónica está tardando más en recuperarse de las sequías
Un reciente estudio, publicado en la revista académica PNAS, muestra que esa región está más cerca de llegar a un “punto de no retorno” por el aumento de sequías extremas.
Hay nuevas alertas sobre la estabilidad de la selva amazónica. Esta vez, en una reciente investigación, científicos de la Universidad Católica de Lovaina, en Bélgica, analizaron la incidencia de las sequías en lo que podría representar un futuro punto de no retorno para el que es considerado el pulmón del planeta Tierra.
De manera más puntual, los científicos estudiaron imágenes satelitales de la selva amazónica, entre 2001 y 2019, que mostraban la actividad de su vegetación. Los resultados, publicados el pasado 20 de mayo en la revista académica PNAS, mostraron que el 37 % de la vegetación madura de la región tiene tendencia a la desaceleración. Esta, según los autores, se define como la tendencia a que un sistema se recupere cada vez más lento frente a perturbaciones que pueden acercarlo a un umbral crítico, o sea a un cambio radical en su funcionamiento.
Para comprender el panorama un poco mejor, debemos recordar que el Amazonas es un hotspot de biodiversidad a nivel mundial, con 15 mil especies de árboles que ayudan a absorber dióxido de carbono.
Sin embargo, no es novedad que otros estudios -además del reciente- hayan mencionado que esa región atraviesa una desaceleración crítica en su actividad vegetal desde principios de la década de los 2000. Esto, según la autora principal del último estudio, Johanna Van Passel, es un indicador temprano de que nos estamos acercando a un umbral crítico que podría ser un “colapso a gran escala”.
En los últimos años, el Amazonas ha experimentado tres sequías “de una vez en un siglo”, según mencionan los investigadores. Pero, a partir de ahora, se prevé que estos eventos se vuelvan más frecuentes e intensos debido al cambio climático, aunque, en entrevista con The Guardian, Van Passel explica que lo verdaderamente grave no es que las sequías comiencen a ocurrir más seguido, sino que se vuelvan cada vez más extremas. La disminución de lluvias en ciertas áreas también influye en aumentar la inestabilidad de la selva.
Este panorama se une a lo que mencionamos anteriormente en este diario, y es el hecho de que los incendios forestales en los bosques primarios aumentaran en un 152 % en 2023 frente a 2022 en la Amazonía. Aunque la deforestación es una de las amenazas más visibles, y una de las que más se generan datos, un artículo de Global Change Biology advierte otra amenaza menos visible: la degradación. “Los incendios contribuyen a la creciente extensión de bosques degradados”, explican en el estudio.
Esta implica, en resumen, que un bosque sigue existiendo, pero ya no funciona bien, como una versión reducida de lo que era. Por ejemplo, no proporciona igual el alimento a fauna silvestre o se afecta la filtración del aire que se respira. Según el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF), es un problema aún más grave que la deforestación y “cerca del 47 % de los bosques del mundo enfrenta un alto riesgo de deforestación o degradación para 2030″.
La capacidad que tienen los bosques amazónicos de crear un microclima húmedo es su principal protección contra los incendios. Ese microclima se da bajo el dosel arbóreo (en palabras simples, bajo la copa de los árboles), y puede contener y reciclar la humedad dentro del ecosistema. No obstante, las sequías prolongadas, como la de 2010, disminuyen esta capacidad; además, como en una suerte de círculo vicioso, la fragmentación de los bosques incide en el aumento de los incendios forestales.
*Este artículo es publicado gracias a una alianza entre El Espectador e Infoamazonia, con el apoyo de Amazon Conservation Team.
Hay nuevas alertas sobre la estabilidad de la selva amazónica. Esta vez, en una reciente investigación, científicos de la Universidad Católica de Lovaina, en Bélgica, analizaron la incidencia de las sequías en lo que podría representar un futuro punto de no retorno para el que es considerado el pulmón del planeta Tierra.
De manera más puntual, los científicos estudiaron imágenes satelitales de la selva amazónica, entre 2001 y 2019, que mostraban la actividad de su vegetación. Los resultados, publicados el pasado 20 de mayo en la revista académica PNAS, mostraron que el 37 % de la vegetación madura de la región tiene tendencia a la desaceleración. Esta, según los autores, se define como la tendencia a que un sistema se recupere cada vez más lento frente a perturbaciones que pueden acercarlo a un umbral crítico, o sea a un cambio radical en su funcionamiento.
Para comprender el panorama un poco mejor, debemos recordar que el Amazonas es un hotspot de biodiversidad a nivel mundial, con 15 mil especies de árboles que ayudan a absorber dióxido de carbono.
Sin embargo, no es novedad que otros estudios -además del reciente- hayan mencionado que esa región atraviesa una desaceleración crítica en su actividad vegetal desde principios de la década de los 2000. Esto, según la autora principal del último estudio, Johanna Van Passel, es un indicador temprano de que nos estamos acercando a un umbral crítico que podría ser un “colapso a gran escala”.
En los últimos años, el Amazonas ha experimentado tres sequías “de una vez en un siglo”, según mencionan los investigadores. Pero, a partir de ahora, se prevé que estos eventos se vuelvan más frecuentes e intensos debido al cambio climático, aunque, en entrevista con The Guardian, Van Passel explica que lo verdaderamente grave no es que las sequías comiencen a ocurrir más seguido, sino que se vuelvan cada vez más extremas. La disminución de lluvias en ciertas áreas también influye en aumentar la inestabilidad de la selva.
Este panorama se une a lo que mencionamos anteriormente en este diario, y es el hecho de que los incendios forestales en los bosques primarios aumentaran en un 152 % en 2023 frente a 2022 en la Amazonía. Aunque la deforestación es una de las amenazas más visibles, y una de las que más se generan datos, un artículo de Global Change Biology advierte otra amenaza menos visible: la degradación. “Los incendios contribuyen a la creciente extensión de bosques degradados”, explican en el estudio.
Esta implica, en resumen, que un bosque sigue existiendo, pero ya no funciona bien, como una versión reducida de lo que era. Por ejemplo, no proporciona igual el alimento a fauna silvestre o se afecta la filtración del aire que se respira. Según el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF), es un problema aún más grave que la deforestación y “cerca del 47 % de los bosques del mundo enfrenta un alto riesgo de deforestación o degradación para 2030″.
La capacidad que tienen los bosques amazónicos de crear un microclima húmedo es su principal protección contra los incendios. Ese microclima se da bajo el dosel arbóreo (en palabras simples, bajo la copa de los árboles), y puede contener y reciclar la humedad dentro del ecosistema. No obstante, las sequías prolongadas, como la de 2010, disminuyen esta capacidad; además, como en una suerte de círculo vicioso, la fragmentación de los bosques incide en el aumento de los incendios forestales.
*Este artículo es publicado gracias a una alianza entre El Espectador e Infoamazonia, con el apoyo de Amazon Conservation Team.