El legado de Virgilio Barco en el Amazonas

Caracol Televisión estrena el documental “Barco, historia de un legado”, sobre la vida y obra del presidente de Colombia entre 1986 y 1990. Testimonio de quien fue su hombre clave en asuntos indígenas. Este lunes 7 de noviembre en la noche, después de “El Rastro”.

Martín von Hildebrand * / ESPECIAL PARA EL ESPECTADOR
06 de noviembre de 2022 - 02:00 a. m.
Virgilio Barco Vargas nació el 17 de septiembre de 1921 en Cúcuta y murió el 20 de mayo de 1997 en Bogotá. Aquí con su esposa Carolina Isakson durante una de sus visitas al Amazonas. / Cortesía Fundación Gaia
Virgilio Barco Vargas nació el 17 de septiembre de 1921 en Cúcuta y murió el 20 de mayo de 1997 en Bogotá. Aquí con su esposa Carolina Isakson durante una de sus visitas al Amazonas. / Cortesía Fundación Gaia
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Cuando eligen a Virgilio Barco (presidente de Colombia entre 1986 y 1990) me invitan a mí a ser el director de Asuntos Indígenas. No conocía al presidente y llevaba unas semanas trabajando cuando mi secretaria me dice que me va a pasar al ministro de Agricultura, Luis Guillermo Parra, a quien conocía muy bien. Contesté: “Hola, Luis Guillermo, ¿cómo estás?” Y una voz me dice: “No, el ministro se está comiendo un sánduche”. Yo pregunto: “¿Con quién hablo?”. Me responden: “Con el presidente Barco”. No creí que el presidente lo fuera a llamar a uno sin que lo hiciera a través de su secretaria. Dije: “¿En qué puedo servirle?”. Y dijo la voz: “Me gustaría que pase por mi despacho”. Respondí que lo haría apenas me desocupara. Eran las 10 de la mañana, colgué y no creí. Pensé: “Esto es una pega, porque me acaban de nombrar, están jugando conmigo”.

No fui, pero a las 8 de la noche pasé por el despacho presidencial porque mi oficina quedaba a una cuadra. Me dice la secretaria: “Ah, sí, el presidente ha estado pendiente de su venida y le dejó este papel”. Me puse a esperarlo hasta que volvió de un correcto extraordinario: yo me había demorado diez horas y él me dice: “Qué pena, tuve que salir. Le ofrezco excusas. Siga, por favor, y siéntese”. Luego me invitó a su apartamento, arriba, a que nos tomáramos un whisky y me dijo: “El ministro me dice que usted estuvo diez años con los indígenas, cuénteme”. Y le comencé a contar.

Siempre me interesé por los indígenas, por su cultura, su manera de pensar. Desde cuando terminé el colegio busqué al antropólogo colombo-austríaco Gerardo Reichel-Dolmatoff (1912-1994) y a su señora, la antropóloga Alicia Dussán, que habían fundado el Departamento de Antropología de la Universidad de los Andes. Al presidente Barco le dije que empezaría yendo a la Sierra Nevada de Santa Marta y él dijo: “No, Martín. Hay que ir al Amazonas”. Abrió un mapa sobre la mesa, me dijo “acérquese” y puso el dedo sobre el río Popeyacá, afluente del Apaporis en la mitad de la selva, y me dijo: “Usted va para acá”. Quedé impresionado. Venía solo a conversar y él ya me estaba diciendo para dónde iba. Ahí arranqué recordando todas las instrucciones de Reichel-Dolmatoff, quien fue mi mentor y me había señalado: “Yo a usted lo oriento, si me hace caso”. Le contesté: “Claro que sí”. Y así fui viajando por los ríos de Colombia.

Barco tenía todos los problemas de la época de Pablo Escobar. Pero conmigo el tipo se recreaba. Yo iba y le contaba. Creía: “Bueno, aquí estoy como para entretener al señor presidente con mis cuentos, perfecto”. Un día me preguntó: “Martín, ¿y ahora vamos a cumplir?”. “¿Vamos a cumplir?”, dije yo. Él me explicó: “Usted me habló de las tierras del Predio Putumayo. ¿Cuánto hay que entregarle a esa gente?”. Tímidamente le dije: “Para comenzar habría que entregarles unos tres millones de hectáreas, señor presidente”. Me preguntó: “Martín: ¿cuántas tiene el Predio de Putumayo?”. Le precisé: “Seis millones, señor presidente”. Alegó: “¿Y usted por qué les va a quitar tres millones de hectáreas a los indígenas?”. Le aclaré: “No, presidente. Es que voy paso por paso, pero, claro, ya vamos a entregarles todo”.

Me ordenó: “Toca hablar con el ministro de Agricultura y toca buscar la solución. ¿Cuándo me puede traer una solución?”. Le dije: “Mañana por la tarde, señor presidente”. Y así se hizo, aunque el director de la Caja Agraria, un doctor Chaux, no estaba de acuerdo porque tenía planes para cultivar orquídeas. Lo que quiero decir con esto es que Barco no estaba haciendo política, Barco no estaba haciendo algo caprichoso, Barco estaba convencido de la importancia de proteger el Amazonas. Estaba comprometido con este asunto que hoy en día es de una relevancia fenomenal ante el cambio climático.

Obviamente hubo una entrega oficial, el presidente se preparó y escribió los discursos, quiso saludar a las comunidades beneficiadas en huitoto: “Compañeros, ahora sí les traigo una buena noticia: por fin la tierra de ustedes es la tierra de ustedes”. Hoy en día, 26 millones de hectáreas, el 53 % de la Amazonia colombiana, es propiedad de los pueblos indígenas. Eso, más los parques nacionales naturales, suman el 70 %. Esto quiere decir que está bajo figuras de protección, está fuera del mercado, está en manos de los pueblos indígenas que tienen una visión de conservación y de profundo respeto por la selva. Gracias a eso, realmente uno siente en el aire una posibilidad para el país enorme, una posibilidad de supervivencia para los indígenas, la constitución de sus territorios, su gobierno, el derecho a su cultura, el reconocimiento oficial de sus lenguas, de un país que es multicultural y pluriétnico.

Añoro esa etapa con Barco en la que había más claridad, más compromiso, más voluntad de hacer las cosas. Tenían un derrotero, sabían para dónde iban y realmente estaban trabajando, y había un presidente que estaba tomando decisiones fuertes en ese sentido.

Ese presidente era un hombre directo, sencillo, descomplicado, con bastante sentido del humor, porque le veía el lado divertido a la vida; apasionado, comprometido, cascarrabias, a veces, sí. A veces me sentaba a almorzar con él y sus nietos y pasábamos el almuerzo en silencio. Yo pensaba: “Pues él está pensando en lo suyo y yo no voy a interrumpir”. Podíamos pasar bastante tiempo los dos callados y entonces también tenía ese lado reservado, muy bonito, con el cual me identificaba mucho.

Hasta el día final me insistió: “Martín, lo más importante que hice en mi gobierno fue reconocer los derechos de los indígenas”. Y fue, tal vez, la decisión más importante de su vida pública, la de un presidente muy humano.

* Texto adaptado del testimonio que dio para el documental.

Por Martín von Hildebrand * / ESPECIAL PARA EL ESPECTADOR

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