Incendios en Colombia: en febrero vienen días muy difíciles para la Amazonia

El Gobierno ya emitió el decreto en el que declara una situación de “desastre natural” en el país, para poder movilizar recursos. Aunque el panorama ha sido inquietante en la región Andina y se avecinan semanas muy complejas para los departamentos amazónicos.

Sergio Silva Numa
29 de enero de 2024 - 10:59 a. m.
Incendios en Colombia: en febrero vienen días muy difíciles para la Amazonia
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“Según los pronósticos que tenemos, los puntos de calor de Colombia, que se han extendido a casi todo el país andino y caribe, tendrán unos desplazamientos en el mes de febrero al litoral Pacífico y al Amazonas (...) En el Amazonas cualquier fuego tiene unas dimensiones completamente diferentes a los que hemos visto hasta ahora. Pueden ser fuegos que se extiendan en la selva de una manera que aún no se ha escrito en Colombia”. (Lea Fenómeno de El Niño en Colombia: así se vive a más de 40 °C)

Las palabras son del presidente Gustavo Petro. Las dijo el sábado por la noche en una rueda de prensa, en la que, además, anunció un “plan estratégico” para la Amazonia, al tiempo que quedaba listo el decreto en el que se declara la “situación de desastre nacional”. Prometió conversar con Lula da Silva, mandatario de Brasil, y hacer esfuerzos para instalar un Puesto de Mando Unificado a nivel amazónico con los otros países con los que compartimos esa región.

Ciertamente, se avecinan días difíciles para la Amazonia. La exviceministra de Ambiente, Sandra Vilardy, hoy profesora de la U. de los Andes, tiene una manera sencilla de resumirlo: “febrero va a estar muy complicado. Puede ser muy doloroso. Es posible que veamos incendios de una gran dimensión. Un pequeño fuego puede convertirse en un gran problema”.

A lo que se refiere es a algo que quienes han investigado la Amazonía saben desde hace un buen tiempo: este mes será muy retador. La profesora de la U. Nacional Dolors Armenteras, PhD en Geografía, una de las personas que más ha investigado incendios en esta región, ya lo ha advertido en varias oportunidades. Uno de sus artículos, publicado en 2022 en la Revista de la Academia Colombiana de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, lo explicaba de manera clara.

Tras analizar los datos de áreas quemadas en el país en las primeras dos décadas del siglo XXI, reiteraba que febrero era siempre el más inquietante de todos los meses y que había una clara tendencia a que hubiese incendios de mayor tamaño y frecuencia. En promedio, entre el 2001 y el 2020 hubo 777.300 hectáreas quemadas en febrero. El del 2007, donde también se presentó una temporada seca acompañada del fenómeno de El Niño, fue escalofriante. Se quemaron 2 millones 521 mil hectáreas, es decir, un área tan grande como 15 veces Bogotá.

Hoy la usual temporada seca también está acompañada del fenómeno de El Niño y, desde Barcelona, España, la profesora Armenteras vuelve y lo recuerda: “los febreros son los peores meses para la Amazonía, donde el combustible es la deforestación. Primero se tala y luego se quema. Eso lo sabemos; está cantado. El otro gran problema es que con estas condiciones el fuego se puede salir de control y penetra el bosque que está en pie; eso es muy grave”.

Cuando eso sucede hay muchas cosas en juego. “Afecta profundamente zonas de altísima biodiversidad”, señala Rodrigo Botero, el director de la Fundación para la Conservación y el Desarrollo Sostenible (FCDS). “Pueden resultar perjudicados ecosistemas que son claves para mantener el flujo genético que hay entre los Andes y la Amazonía”.

Otra consecuencia previsible tiene que ver con el agua que permite que quienes vivimos en el centro del país tomemos una ducha, pues parte de la circulación del agua depende de la selva del Amazonas. El científico brasilero Antonio Nobre lleva años mostrando cómo los árboles de esta región permiten que entre la selva y la atmósfera circule “ríos voladores”, como los llamó. Para decirlo de otro modo, esos ríos gigantes repercuten en lo que sucede en los páramos de Chingaza y Sumapaz, las grandes despensas de agua de Bogotá.

A Botero le preocupa, principalmente, la deforestación que está bordeando cinco Parques Nacionales Naturales (PNN): Serranía de Chiribiquete, Nukak, Serranía de La Macarena, Tinigua y Picachos. En todos ha habido alertas de incendio en los últimos siete días, según la plataforma The Global Forest Watch. El que más tiene es el PNN El Tuparro, en la Orinoquía, con 238.

De hecho, el último informe de Parques Cómo Vamos, que reúne a investigadores de las universidades Javeriana y Los Andes, de WWF, de la Fundación Natura y de Wildlife Conservation Society, entre otras organizaciones, muestra cómo han crecido los puntos de calor en los PNN colombianos entre 2016 y 2022.

“Es preocupante la situación de parques como Sierra Nevada de Santa Marta, Sumapaz y Nukak porque el número de puntos de calor para el año 2023 (hasta junio) superó el valor total anual de años anteriores. Esto llama aún más la atención ante las proyecciones del fenómeno de El Niño en el transcurso del año 2023 y parte de 2024″, advertía.

Pero, “si estaba cantado”, como apunta la profesora Armenteras, ¿qué se puede hacer para evitar una tragedia? “Para hacer fuego”, explica, “se requiere de tres elementos: una vegetación seca, condiciones meteorológicas propicias y una fuente de ignición, es decir, alguien que cause la chispa. Y como en la Amazonia los fuegos no aparecen espontáneamente, sino que su combustible es la tala, pues pudimos habernos preparado un poco mejor. Necesitamos un fuerte trabajo en prevención para evitar esas quemas”. Aunque los puntos de calor no necesariamente representan incendios, añade, puede ser una ayuda para priorizar zonas.

Botero coincide: “es clave mejorar la parte preventiva. Estimular, por ejemplo, a municipios para que impidan los incendios en su territorio, y consolidar una legislación que castigue a quienes lo están haciendo”. “Podemos mejorar el sistema de monitoreo y control y la comunicación con radios con las veredas alejadas”, agrega Vilardy.

Hay otros factores, sin embargo, que entran en la baraja. Uno tiene que ver con las quemas que hacen en esta época comunidades campesinas y que, con las condiciones actuales, pueden salirse de control. El otro, cuenta alguien cercano al Gobierno pero que prefiere mantenerse en reserva, tiene que ver con el control que ejerce el Estado Mayor Central de las FARC en algunos lugares como el PNN Tinigua. La deforestación —y, por tanto, los incendios—, añade, es un elemento de negociación política y el EMC debería hacer un alto en ese tipo de fuego.

*Este artículo es publicado gracias a una alianza entre El Espectador e InfoAmazonia, con el apoyo de Amazon Conservation Team.

Sergio Silva Numa

Por Sergio Silva Numa

Editor de las secciones de ciencia, salud y ambiente de El Espectador. Hizo una maestría en Estudios Latinoamericanos. También tiene una maestría en Salud Pública de la Universidad de los Andes. Fue ganador del Premio de periodismo Simón Bolívar.@SergioSilva03ssilva@elespectador.com

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