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La dieta basada en quelonios, que incluyen tortugas galápagos y carey, es un hábito culturalmente conocido por los ribereños y las comunidades tradicionales de la Amazonía brasileña. Los residentes locales entrevistados por InfoAmazonia afirman que la carne «rara vez se consume» pero es esencial para las poblaciones de la región. Existen controversias sobre la explotación de estos animales como fuente de subsistencia, pero la amenaza a la biodiversidad radica en la caza furtiva, como lo indican los datos del Batallón Ambiental de la Policía Militar del Amazonas (BPAmb): entre 2013 y 2023, se incautaron 4.551 unidades de caza ilegal en la provincia.
Estas cifras apuntan, sin embargo, a un subregistro de la caza ilegal, vinculado a la falta de inspección en el interior de la provincia. En 2021, la bióloga Willandia Chaves, investigadora del Departamento de Conservación de Peces y Fauna Silvestre de la Universidad Virginia Tech en los Estados Unidos, dirigió un estudio para dar cuenta del número real de carne de tortuga que llega a los hogares del Amazonas. La encuesta indicó que se consumían un promedio de 1,7 millones de unidades por año. Manaus, la capital, corresponde a aproximadamente un tercio de este total.
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La investigación de la bióloga contrasta con los datos oficiales, que, además de ser muy inferiores a los del estudio, muestran una oscilación año tras año. Por ejemplo, en 2021, cuando Chaves estimó un promedio de millones, hubo 183 incautaciones en la provincia, según BPAmb.
A InfoAmazonia, el Batallón Ambiental dice que “ha actuado a través de inspecciones producto de denuncias, así como operaciones integradas con agencias de protección ambiental”. La agencia afirma que la principal motivación, que pone a estos animales en la mira de los delincuentes, es la comercialización ilegal de la carne y los huevos de la especie. InfoAmazonia insistió varias veces – tanto por teléfono como por correo electrónico – en entender el estándar de inspección (frecuencia y efectividad) en la provincia, pero, hasta la publicación, no recibió respuesta de la agencia del Amazonas.
A nivel federal, el organismo responsable de las acciones relacionadas con el control de animales silvestres es el Instituto Brasileño de Medio Ambiente y Recursos Naturales Renovables (IBAMA). En el portal de la agencia, no se disponen datos sobre incautaciones de quelonios. InfoAmazonia envió preguntas y solicitó los números a la oficina de la institución en Brasilia, pero no recibió respuesta hasta que se publicase este informe.
Costumbre en la mesa
En la Amazonía encontramos muchas especies, como la tortuga amazónica, que puede alcanzar hasta 90 centímetros de longitud y 65 kilos, poniendo entre 100 y 150 huevos al año. El terecay o taricaya (Podocnemis unifilis) alcanza unos 50 centímetros y 12 kilos en la vida adulta, y se diferencia por manchas amarillas en la cabeza en crías y machos adultos. El cupiso (Podocnemis sextuberculata) es una de las especies más pequeñas del género Podocnemis, alcanzando hasta 34 centímetros de longitud y 3,5 kilos, con una media de 16 huevos puestos en las playas durante el desove. Estas tres especies se encuentran entre las más capturadas por la caza y, según la plataforma de datos “Salve”, del Instituto Chico Mendes para la Conservación de la Biodiversidad (ICMBio), forman parte de la lista de animales casi amenazados de extinción en el bioma.
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El consumo de estas tortugas como fuente de alimento se ha asociado con la vida cotidiana de los amazónicos desde al menos el siglo XVI, cuando los colonos llegaron al río Amazonas y encontraron el bosque habitado por pueblos indígenas.
El informe se dirigió a la zona del Puerto de Manaus y Manaus Moderna, región central de la capital de la provincia de Amazonas, en Brasil, donde la circulación de personas es más intensa. Indígena de la etnia Sateré Mawé, el autónomo Marco Antônio Costa de Souza, de 18 años, nació en la capital y admite haber consumido ya taricaya y la tortuga amazónica. Para él, la comida se ve como un plato que se sirve en la mesa solo en ocasiones importantes, como los cumpleaños de familiares indígenas o en fiestas al fin del año.
“Mi abuela hacía recetas indígenas con quelonios y era cultural en casa, mucho para que ella recordara sus raíces, ya que se casó con mi abuelo, que era de ascendencia portuguesa. Con eso, eligió preservar esta costumbre en la familia. Los miembros de mi familia también rara veces hacen este consumo, al igual que yo. Especialmente porque tenemos la conciencia de preservación”, dice.
Actualmente viviendo en una zona ribereña del municipio de Autazes (a 111 kilómetros de Manaus), la cajera Denise Magalhães dos Santos, de 37 años, también dice que ha consumido taricaya en sus comidas y está de acuerdo con Marco Antônio: “es una tradición [el consumo], una costumbre de nosotros comer este alimento que forma parte de la vida cotidiana del ribereño. No es que comamos varias veces. Suele pasar al final del año o cuando vas a cazar eventualmente”, dice ella.
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Orlandina Silva de Almeida, empleada doméstica de 57 años, asegura que el consumo de estos animales suele tener otro motivo: la falta de otros alimentos. Dice que ha vivido en comunidades ribereñas y que, en muchos períodos, la inseguridad alimentaria preocupa a la población, que recurre a la carne de monte.
“Una vez viví en el interior de la provincia. Ahí consumí el taricaya y también sus huevos. En aquel entonces, no era como ahora, que está prohibido. En ese momento, cuando mi padre vivía en el interior, no lo era. Esta es la comida de los ribereños en el Amazonas (...) Cuando lo comí era más una cuestión de necesidad. Hay períodos, para los que viven en el interior, que la comida es escasa, por lo que la gente come lo que tiene”, explicó a InfoAmazonia.
La Ley de Delitos Ambientales N ° 9.605, de 1998, determina que la remoción de quelonios de la naturaleza sin autorización de los organismos oficiales y el comercio de estos animales se consideran delitos ambientales. El incumplimiento de esta legislación puede dar lugar a la detención, de seis meses a un año, además de una multa. Sin embargo, hay una excepción cuando la caza se realiza por necesidad alimentaria, es decir, para saciar el hambre del cazador o de su familia.
La pena puede incrementarse en un 50 % si el delito se comete contra especies raras o en peligro de extinción. El aumento también se aplica si el delito ocurre durante un período prohibido de caza, en áreas protegidas o con el uso de métodos capaces de causar destrucción masiva. En el caso de delito ambiental durante la caza profesional, la pena se triplica.
Amenaza del ecosistema
Paulo Andrade, doctor en Biología de Agua Dulce y Pesca Continental por el Instituto Brasileño de Investigaciones Amazónicas (INPA, por su nombre en portugués) y profesor de la Universidad Federal del Amazonas (UFAM), tiene experiencia en la cría y manejo de animales silvestres, incluyendo los quelonios. Apunta que la interferencia desenfrenada del hombre puede desencadenar desequilibrios en el ecosistema, ya que estas especies desempeñan un papel clave en la cadena alimentaria animal.
Peces como la arowana y la piraña, así como caimanes, arpías e incluso mamíferos, como la zarigüeya, el jaguar y el margay, se alimentan de tortugas. Este ciclo asegura el mantenimiento de la fauna amazónica, en la que un ser vivo sirve de alimento al otro.
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“Aquí, en la Amazonía, las crías de los quelonios, los huevos, los propios animales adultos y subadultos sirven de alimento a otras especies de animales, tanto del medio acuático como del medio terrestre, de la zona de transición de la playa, donde viven los quelonios. Por lo que las crías de quelonios cuando nacen, cría de tortuga amazónica, por ejemplo, y los huevos que ponen, son una fuente de proteínas para varios animales”, explica el investigador.
Otro papel ecológico de los quelonios, según Andrade, es la dispersión de semillas en la naturaleza, lo que contribuye a la regeneración de bosques y áreas naturales. Esta función es crucial para la preservación de la biodiversidad, ya que estos animales se alimentan de una variedad de frutas, verduras y hojas, lo que crea las condiciones ideales para la germinación de las semillas después de la digestión.
“El principal impacto de la caza de quelonios en el medio ambiente es eliminar esta fuente de alimento, esta base de la cadena alimentaria de otros animales. Donde tenemos más quelonio, tenemos más de todo: más peces, más caimanes, más aves acuáticas, entre otros. Es un efecto multiplicador. Y cuando no lo tienes, es decir, cuando hay caza, lo reduce todo hasta el punto de casi llevar a una situación de extinción en la región. Las otras especies que se alimentan de estos animales sentirán y, en consecuencia, reducirán mucho”, subraya el investigador.
Andrade es también el coordinador general del Proyecto Pé-de-Pincha, fundado en 1999 en el municipio de Terra Santa, en la provincia de Pará, en Brasil. El proyecto trabaja en la conservación comunitaria de tortugas en cerca de 20 ciudades de la provincia de Amazonas, realizando actividades sociales de sensibilización sobre la preservación de las especies. Esto incluye conferencias sobre educación ambiental para niños, así como el manejo y liberación de quelonios.
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“La acción [del proyecto con la comunidad] protege, especialmente durante el período reproductivo, para evitar que se capturen animales adultos, se retiren los huevos y se comercialicen las crías”, explica.
La Secretaría de Estado de Medio Ambiente (SEMA) afirma que realiza labores dirigidos a proteger y aumentar las especies de tortugas en los ríos amazónicos. Esta actividad cuenta con el apoyo de Agentes Ambientales Voluntarios (AAV) capacitados por el Ministerio, miembros de la comunidad y, en algunas Unidades de Conservación (UC), la colaboración de miembros del Proyecto Pé-de-Pincha.
Los monitores recorren playas, praderas o barrancos en busca de los nidos donde las hembras ponen sus huevos durante el descenso de los ríos. Al encontrarlos, los nidos son demarcados y monitoreados hasta que los huevos eclosionen. En situaciones de mayor amenaza, los huevos son reubicados en “viveros”, ambientes que reproducen el hábitat natural de los animales.
Después del nacimiento, las crías se las trasladan a tanques, donde permanecen durante 60 días, hasta que alcanzan un tamaño seguro para ser liberadas. Desde el inicio del proyecto en 2018 hasta 2023, 1,9 millones de tortugas fueron devueltas a la naturaleza en las 14 Unidades de Conservación Estatales que realizan el monitoreo.
*Este reportaje es el resultado de la formación realizada por InfoAmazonia en el marco del proyecto Conservando Juntos, implementado por Internews en alianza con USAID y WCS. El contenido es responsabilidad de InfoAmazonia e Internews, y no refleja necesariamente las opiniones de WCS, USAID o del gobierno de los Estados Unidos.
*Este artículo es publicado gracias a una alianza entre El Espectador e InfoAmazonia, con el apoyo de Amazon Conservation Team.
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