Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
—¿Cuál es su fruta favorita?
—La uva caimarona. —Un fruto que crece en racimos y puede ser equivalente a un liche—. Yo siempre le digo a mis amigos que me pueden dejar botada en la nada, siempre que sea con un manojo de esas uvas —responde María Soledad Hernández Gómez con una sonrisa suave.
Antes de cumplir 20 años, María Soledad tomó una gran decisión e hizo lo que le parecía una aventada “por default”. Estudió Biología.
—Biología jamás fue mi materia destacada… nunca pensé mucho en qué iba a hacer o en cómo iba a hacerlo, pero tenía claro qué no quería hacer… Tengo que ser honesta… las profesiones clásicas de mi generación, como ser ingeniero, arquitecto, médico o abogado, no tenían mucho que ver conmigo… Nunca me ha gustado lo convencional. (Puede leer: Arranca la cumbre para evitar el colapso de la Amazonia)
***
Es una mañana de febrero. El sol brillante de Bogotá cae sobre los añosos tejados de La Candelaria. En una calle angosta, sobre el andén del costado norte, frente de un edificio de cristal, hay una casa de tres pisos de fachada amarilla y puertaventanas blancas. En el primer piso, de pie, al lado de un cromatógrafo —un aparato que se usa para separar los distintos componentes de mezclas complejas—; rodeada de embudos, vasos de precipitado, tubos de ensayo, especies frutales y hierbas empacadas al vacío, está María Soledad.
Usa una bata blanca encima de un saco tejido en lana color pistacho y un pantalón negro. Sobre sus muñecas hay varias pulseras azules con dijes del mal de ojo. Usa un reloj y tres anillos grandes en la mano izquierda; uno en la derecha. Las gafas rectangulares las eligió de color azul oscuro.
María Soledad nació en 1963, en Bogotá, en el seno de una familia rola de pura sepa. Aquí, Soledad —como le dicen casi todos sus amigos y colegas— creció; estudió en la escuela religiosa La Enseñanza, el primer colegio de señoritas de América Latina; viajó al Vaupés y dio los primeros pasos que la conducirían a la Amazonia, después de terminar biología en la Universidad de los Andes. (Le puede interesar: La deforestación en Colombia tiene una red de más de 200 mil eslabones: Minambiente)
Es una mujer cálida, simpática, serena, consciente del presente. Cuando habla, mira a los ojos y cuando uno cree que ha terminado una frase, de repente, agrega una o tres palabras más.
Es autora en más de 50 publicaciones científicas y ha sido citada en más de 300 otras. Es Magíster en Fisiología de Cultivos de la Universidad Nacional de Colombia. Tiene un Ph.D. en Ciencias Agrarias de la misma universidad. Es la coordinadora del Programa de Investigación, Sostenibilidad e Intervención del Instituto Sinchi. Y hace más de veinticinco años configuró el Grupo de Frutales Promisorios de la Amazonía.
***
En el laboratorio del Instituto Amazónico de Investigaciones Científicas - Sinchi, Soledad y su equipo se dedican, en esencia, a explorar el uso sostenible de nuestra biodiversidad amazónica. Para dejarlo más claro: estudian las semillas, plantas y frutos del Amazonas para entender qué elementos contienen, y así, saber encontrarles una aplicación industrial y comercial.
En el colegio a todos nos enseñaron a repetir que “Colombia es el segundo país más biodiverso del mundo por kilómetro cuadrado”. El país tiene no menos de 67.000 especies de fauna y flora registradas. Colombia atesora prácticamente el 10 % de la biodiversidad total del planeta. Y —no nos engañemos— amamos recitar con confianza ese slogan. Pero, ¿sabemos en realidad lo que eso implica? Yo creo que no.
El informe de la Misión de Sabios 2019 dedicó un capítulo entero al aprovechamiento de la biodiversidad. La bioeconomía involucra una transición “desde los sistemas de producción y procesamiento tradicionales, hacia procesos que permitan el uso óptimo de los recursos renovables y la generación de productos de origen biológico”. No puede haber bioeconomía sin biotecnología que es la “aplicación de la ciencia y la tecnología a los organismos vivos o sus partes y a los productos y modelos derivados, para alterar materiales vivos o no vivos con el fin de generar conocimientos, bienes y servicios”. (También puede leer: Una poderosa familia de EE.UU., tras una mina de cobre en la Amazonia colombiana)
El trabajo que Soledad lleva a cabo con su equipo en el Sinchi es justamente abrir nuevos caminos para la bioeconomía a partir de los productos forestales no maderables, “todos aquellos que provienen de las especies e individuos vegetales como flores, frutos, semillas, cogollos, raíces y hojas que pueden aprovecharse sin destruir los árboles, palmas o arbustos que los producen (…) se trata de los productos que aprovechan de manera sostenible la biodiversidad, que no son madera y que, a su vez, permiten generar nuevos productos”.
Es decir, una semilla X contiene una grasa que sirve para hacer una crema hidratante. Un fruto Z contiene vitaminas que funcionan para hacer bebidas nutritivas. Y así. Casi magia.
El aspecto más esperanzador de este esfuerzo científico es que esas especies no maderables pueden ser manejadas y aprovechadas sosteniblemente por las comunidades en diversas industrias, generando empleo y reactivando la economía.
Una de esas frutas es el arazá. Una baya esférica de color amarillo vibrante. Es originario de la región amazónica occidental comprendida entre los ríos Marañón y Ucayali. En un artículo escrito por María Soledad y su colega Jaime Barrera, explican detalladamente las tecnologías para el aprovechamiento integral del arazá. Desde sus especificidades biológicas hasta la elaboración de un bocadillo, pasando por la obtención de su pulpa y la producción de mermelada.
Son pasos sencillos, específicos, que cualquier persona podría replicar: recepción de la materia prima, selección, clasificación, lavado y desinfección, corte, despulpado, refinado, envasado y sellado. Ciencia para todo el mundo.
Y así, lejos de quedar archivada en un escaparate o llena de polvo en un cajón, su investigación viaja en avioneta, chalupa, flota, carro, lancha, o lo que haya, para llegar a la Amazonía colombiana.
***
Raquel Díaz responde el teléfono desde el Sinchi en Bogotá. Es ingeniera química. Dice que, para ella, como para muchos otros, Soledad ha sido “su madre académica”.
—Soledad es una persona muy ecuánime y estoica, ella no se permite estar alterada… es muy difícil verla de mal genio.
—¿Qué es lo que más admira de ella?
—Su disciplina. Eso le ha permitido lograr algo fundamental: no quedarse solo en la esfera de la academia. Y aunque la academia es algo que a ella le encanta, porque es excelente maestra y alumna, a la doctora Soledad le ha preocupado, sobre todo, que los conocimientos que se generan aquí se aterricen con la gente. (Puede interesarle: Los ingredientes amazónicos con los que agricultores y científicos le hacen frente a la deforestación)
—Con las comunidades.
—Exacto.
***
William Quintero tiene la piel bronceada, el cabello crespo y oscuro; los ojos grandes, entusiastas. También usa bata blanca. Trabaja en el laboratorio del Sinchi junto a María Soledad.
—Ella ha sido mi maestra desde antes de que me graduara del pregrado, la que me guío durante la maestría y ahora la que me alienta a iniciar el doctorado.
William dice que Soledad es una mujer paciente; una bióloga brillante. Y que siempre busca una manera de guiar a su equipo cuando no saben cómo avanzar en los proyectos o qué hacer con las comunidades.
—¿Qué es lo que más le asombra de ella?
—Su resiliencia. En un país donde es difícil hacer ciencia —más si eres mujer—, ella siempre ha salido adelante y siempre ha encontrado la manera de hacer que las cosas fluyan en pro de que se logren los proyectos por el bien de las comunidades.
***
—Hay un compañero mío… él siempre me pregunta cómo me proyecto, y yo siempre he tenido que desilusionarlo a lo largo de tantos años, porque para mí la vida de proyección es más bien como del corto plazo —dice Soledad.
Su vida ha sido así: de a plazos cortos. Nunca planeó trabajar en la Amazonía, y mucho menos terminar dirigiendo un programa de generación y transferencia de tecnología e innovación a la región. Llegó al Amazonas casi por casualidad.
—Mi formación no fue muy práctica … los biólogos necesitan mucha práctica, y yo fui de una generación en la universidad que adoleció un poco en ese aspecto. En algún momento, tuve la oportunidad de ir al Taraira — un municipio en el departamento del Vaupés, localizado a 170 kilómetros al sur de Mitú—. Así que llegué a la región amazónica sin imaginarme que iba a trabajar en ella. Yo fui para redondear mi formación. Lo hice porque sentía que me faltaba práctica.
—En ese viaje… me hallé en la mitad del barro … pasaron tantas cosas. Llegar allá fue muy largo; había que echar por el río. Fue un gran reto.
Ese viaje cambió algo en Soledad, la hizo ver un mundo distinto; la sorprendió.
Pero si de algo se dio cuenta en el Taraira fue de que la academia la había limitado durante mucho tiempo. Soledad no tenía idea de lo hábil que podía ser hasta que necesitó serlo. Desde entonces, se arriesga, con todo. Y para reconfortarse recuerda esta frase de su cuñado: “el suelo siempre aparece”.
***
Soledad vive con su mamá. Dice que son roomies. Tiene tres hijas. Dos de ellas graduadas; la otra, en la universidad.
—Soy muy familiar… Durante toda mi vida he sido más bióloga que otra cosa, y he trabajado mucho… pero lo que más me gusta hacer después de ser mamá, es enseñar.
Es maestra en la Universidad Nacional. Dicta cuatro cursos: Conservación de Frutas y Hortalizas, Tecnología de Productos de Origen Vegetal, Aceites y Grasas en la Industria de la Salud, y Nuevos Tópicos, que este año está centrado en Cacao, Chocolate, Nutrición y Salud.
***
En cuanto a los planes de Soledad, hay una labor enorme que constituye, según ella, su siguiente reto.
–Aquí en el laboratorio hemos identificado que en el Amazonas colombiano hay al menos 2.600 especies de plantas útiles. Nosotros hemos estudiado 63 como fuentes viables de ingredientes y productos naturales. Entonces la responsabilidad que tenemos por delante es enorme. Eso también es lo bello de este trabajo.
Pero Soledad no solamente habla de su reto, sino también del de nosotros los periodistas.
–Ya les conté mi reto, nuestro reto. Ahora, el reto de ustedes es ir a contarle todo esto a la gente de a pie, porque Colombia necesita saberlo.
*Estudiante de Comunicación Social de la U. Javeriana.