“No, no soy optimista frente a la Amazonia, pero tenemos una oportunidad”: Carlos Nobre
Los científicos que más han estudiado a la Amazonía estuvieron reunidos en Colombia, mientras Gustavo Petro y Lula Da Silva prometían sumar esfuerzos para salvar el gran bosque. Creen que tenemos un último chance de salvarla, si no queremos volver a sufrir problemas con el agua como los que está teniendo Bogotá.
Sergio Silva Numa
Carlos Alfonso Nobre es un tipo que no necesita presentación entre quienes estudian la Amazonia. Es brasilero y ha dedicado gran parte de su vida a entender esa región, compartida por ocho países. Luego de terminar su doctorado en Meteorología en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT, Estados Unidos), ha dedicado sus esfuerzos a investigar ese complejo sistema de bosques y ríos. Hoy, con más de 70 años, dice que no le importa continuar trabajando por 11 o 12 horas seguidas durante un día. Después de todo, cree en las manos del grupo de más de 240 científicos que ahora lidera está la responsabilidad de explicar lo grave que está las cosas en la Amazonia.
—¿Cree que aún podemos evitar el famoso “punto de no retorno”?
—Si me lo pregunta, no, no soy optimista con lo que está pasando en la Amazonía. Pero creo tenemos una oportunidad— responde Nobre.
Nobre estuvo esta semana en Bogotá en un momento particular. Mientras se reunía en la Universidad de los Andes con parte de los investigadores que conforman el Panel Científico por la Amazonia, no muy lejos de ellos, Gustavo Petro y Luiz Inácio Lula da Silva, el presidente de Brasil, también conversaban sobre qué hay que hacer para resguardar ese territorio.
Los dos presidentes no dieron muchos detalles en la rueda de prensa que organizaron tras recorrer la Feria del Libro, pero prometieron adelantar “acuerdos policiales, militares, sociales y económicos” para “preservar uno de los tres pilares climáticos del planet Tierra”, como lo suele llamar Petro. Lula, por parte, insistió en volver a hacer esfuerzos por unir a los países de América Latina.
No fue la única coincidencia que presenció Nobre y el grupo de investigadores que estaba con él. A la par que recordaban la importancia de la Amazonia en el ciclo del agua que alimenta a grandes ciudades de la región, Bogotá tenía —tiene— limitaciones en el acceso al servicio de agua. Luego del fenómeno de El Niño, las lluvias de abril han tardado más de lo esperado y los embalses no han podido recuperar su nivel.
Pero Nobre no ve con tan malos ojos lo que está ocurriendo en la capital colombiana. Cree que, de alguna manera, es una buena oportunidad para recordarle a la gente de la ciudad que tienen que pensar en la Amazonia cada vez que abran el grifo de la llave. Marielos Peña-Claro, que comparte con el científico brasilero la presidencia del Panel de Científicos, tiene una buena manera de resumirlo: “Estas situaciones podemos verlas como un camino para recalcar a los habitantes de Bogotá la importancia que tiene la naturaleza. Hay un mensaje que hoy debería estar en la cabeza de todo el mundo en este momento: el agua que generan los páramos es reciclada de la Amazonía”.
A lo que se refiere Peña-Claro, profesora en la Universidad de Wageningen (Países Bajos), es a una vieja idea que no puede perderse de vista en estos días de apuros hídricos: los árboles de la Amazonia, algunos con raíces de hasta 18 metros de profundidad, actúan como una especie de bomba que captura el agua del suelo y la lanza a la atmósfera. Ese vapor de agua que se forma, viaja a diferentes partes de Suramérica, para nutrirlos lluvias.
Sin esos “ríos voladores”, como los han llamado los científicos, sería imposible imaginar la cuenca del río de La Plata, que comparten Argentina, Bolivia, Brasil, Paraguay y Uruguay, o las tierras agrícolas del centro-oeste brasilero. También sería inimaginable una agricultura intensiva en el norte boliviano o que el páramo de Chingaza tuviera la capacidad de darle agua al 80% de los más de 7 millones de Bogotanos.
Junto a un grupo de científicos, en febrero de este año, Nobre explicaba ese fenómeno en un artículo publicado en la prestigiosa revista Nature: “Brasil es el mayor proveedor de lluvias para los países de la Amazonia occidental. Hasta un tercio del total de precipitaciones anuales en los territorios amazónicos de Bolivia, Perú, Colombia y Ecuador depende del agua que se origina en la porción de bosque amazónico de Brasil”.
Es otra razón para recordar que no solo debería preocuparnos que la deforestación en la Amazonia colombiana se haya disparado en los primeros meses del 2024, como anunció hace un par de semanas la ministra de Ambiente, Susana Muhamad (aunque en 2023 se redujo). A quien viva en Bogotá también debería inquietarle que en el último año de Jair Bolsonaro (2022) se rompió el récord de tala ilegal: 10.267 kilómetros cuadrados, es decir, unas 27 ciudades tan grandes como Medellín.
“Incluso, una porción de esta agua también alimenta el bosque del Pacífico. Es muy, muy importante. Es una evolución ecológica de un bosque que recicla agua de manera muy eficiente”, añade Nobre a El Espectador.
Si esos no son motivos para levantarnos todos los días pensando en la Amazonía, como le gustaría a Peña-Claro, ella puede ponerlo en otros términos: “Los millones de dólares que genera la agricultura en Suramérica y que son fundamentales para nuestras economías, dependen, en gran parte, del bosque de la Amazonía. Es una región tiene una enorme influencia en nuestros PIB”.
Borrar millones de años en cuestión de horas
Carlos Rodríguez, director de la fundición Trobenbos en Colombia e integrante Panel Científico por la Amazonia, suele cargar con él 139 láminas tan grandes como una mano; cada una con un dibujo de una especie de árbol. Fueron pintados por indígenas de la Amazonía y es la mejor manera que tiene para explicar qué es lo que se pierde cuando talan una hectárea de bosque Amazónico. “Esa cantidad de especies de árboles es lo que tiene una hectárea, pero puede llegar a tener 400″, dice. Cada vez que las comparte, el público queda boquiabierto.
Como ese, hay otros buenos datos que ha recopilado ese equipo de investigadores para contarle a la gente qué es lo que hay en esa selva, además de “ríos voladores” que permiten ducharnos. Por ejemplo: en partes de los Andes y las tierras bajas de la Amazonía, un solo gramo de suelo puede contener más de mil especies de hongos genéticamente distintas.
Otra muestra: allí está el 10% de la biodiversidad terrestre del planeta, que incluye, el 14% de las aves, el 9% de los mamíferos, el 8% de los anfibios y el 18% de los peces de los trópicos. Aunque solemos calificar ese lugar como un ecosistema, lo cierto es que tiene más de 50 ecosistemas andino-amazónicos. Es una región en la que viven 40 millones de personas, entre las que hay 2,2 millones de pueblos indígenas que resguardan valiosos conocimientos ancestrales.
Si quisiéramos irnos un poco más lejos, habría que decir que el origen del río Amazonas, como lo conocemos, sucedió hace 10 millones de años. “La geología de la Amazonía es particular en sus paisajes y suelos influenciados por los Andes (...) Es el resultado de interacciones entre las placas tectónicas, el clima, la topografía dinámica y el cambio del nivel del mar, que se extiende a lo largo de muchos millones de años”, apuntó el Panel en el informe que presentaron en la cumbre de cambio climático de Glasgow (Escocia), en 2021.
El problema es que en el corto fragmento que lleva la humanidad en el planeta, ya está cambiando el curso de esa selva. Una analogía que usan los paleontólogos puede ayudar a dimensionar mejor nuestro lugar en esa larga historia: al equiparar los 4.600 millones de años que tiene el planeta con los 12 meses del calendario, los humanos apenas aparecimos la última hora del 31 de diciembre.
Pese a que la situación no pinta alentadora, Nobre aún guarda la esperanza de que la Amazonía no alcance el “punto de no retorno” que él había advertido en la década de 1990. Eso no quiere decir que haya algunas señales que hoy le causan nerviosismo. Una de ellas, cuenta, es que hay unas partes del sureste amazónico que ya dejaron de capturar carbono, una de sus funciones esenciales, y se convirtieron en una fuente de emisión.
“Como lo demostrado la científica Luciana Gatti, que pertenece al Panel, esa condición ya cambió en las provincias brasileñas de Pará y Mato Grosso, donde han talado muchos árboles. En los años 90, el bosque amazónico capturaba más de 2 mil millones de toneladas de gas carbónico. Ahora, captura menos de 1.000 millones de toneladas. Eso es muy preocupante”, reitera.
Para decirlo en otras palabras, como sintetizaba el grupo de investigadores en Nature en febrero pasado: ese bosque puede almacenar una cantidad de carbono equivalente a las emisiones de CO2 que genera todo el planeta en 15 o 20 años. No hace falta explicar qué sucedería si pierde esa capacidad.
En ese estudio mencionaban otros buenos datos para llamar la atención sobre el momento en el que estamos parados y la urgencia de tomar medidas de “forma regional”, como señala ahora Peña-Claros. Uno de ellos era una estimación a la que llegaron tras analizar varios escenarios, imposibles de resumir en estas páginas: “Estimamos que para 2050, entre el 10% y el 47% de los bosques amazónicos estarán expuestos a perturbaciones que pueden desencadenar transiciones ecosistémicas inesperadas y potencialmente exacerbar el cambio climático regional”.
Hacia 2050, añadían en otro apartado, el número de días secos consecutivos no serán 10, sino 30, y las temperaturas máximas anuales no serán de 2 °C, sino de 4 °C, aunque depende de qué tantos gases de efecto invernadero emita el resto del mundo.
Aún así, Peña-Claros prefiere ponerle buena cara al mal tiempo. “En estos momentos de crisis no podemos solo enfocarnos en el impacto negativo, sino empezar a pensar soluciones y actuar ya. Necesitamos más acción de todos”, apunta.
Nobre, por su parte, confía en que los gobiernos amazónicos van a prestarle atención a las recomendaciones que les haga el Panel de científicos, que formaron en 2019. “Hoy no recibimos toda la que queremos”, dice, “pero continúo siendo optimista”.
—¿Y qué hacemos si en el futuro llega otro Bolsonaro?
—Bueno, ahí la situación sí se pone muy difícil—responde Nobre, tomándose la cabeza— Ese populismo, que está creciendo mundialmente, es muy preocupante para el cambio climático. Los países amazónicos podríamos perder nuestra mayor batalla.
*Este artículo es publicado gracias a una alianza entre El Espectador e InfoAmazonia, con el apoyo de Amazon Conservation Team.
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Carlos Alfonso Nobre es un tipo que no necesita presentación entre quienes estudian la Amazonia. Es brasilero y ha dedicado gran parte de su vida a entender esa región, compartida por ocho países. Luego de terminar su doctorado en Meteorología en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT, Estados Unidos), ha dedicado sus esfuerzos a investigar ese complejo sistema de bosques y ríos. Hoy, con más de 70 años, dice que no le importa continuar trabajando por 11 o 12 horas seguidas durante un día. Después de todo, cree en las manos del grupo de más de 240 científicos que ahora lidera está la responsabilidad de explicar lo grave que está las cosas en la Amazonia.
—¿Cree que aún podemos evitar el famoso “punto de no retorno”?
—Si me lo pregunta, no, no soy optimista con lo que está pasando en la Amazonía. Pero creo tenemos una oportunidad— responde Nobre.
Nobre estuvo esta semana en Bogotá en un momento particular. Mientras se reunía en la Universidad de los Andes con parte de los investigadores que conforman el Panel Científico por la Amazonia, no muy lejos de ellos, Gustavo Petro y Luiz Inácio Lula da Silva, el presidente de Brasil, también conversaban sobre qué hay que hacer para resguardar ese territorio.
Los dos presidentes no dieron muchos detalles en la rueda de prensa que organizaron tras recorrer la Feria del Libro, pero prometieron adelantar “acuerdos policiales, militares, sociales y económicos” para “preservar uno de los tres pilares climáticos del planet Tierra”, como lo suele llamar Petro. Lula, por parte, insistió en volver a hacer esfuerzos por unir a los países de América Latina.
No fue la única coincidencia que presenció Nobre y el grupo de investigadores que estaba con él. A la par que recordaban la importancia de la Amazonia en el ciclo del agua que alimenta a grandes ciudades de la región, Bogotá tenía —tiene— limitaciones en el acceso al servicio de agua. Luego del fenómeno de El Niño, las lluvias de abril han tardado más de lo esperado y los embalses no han podido recuperar su nivel.
Pero Nobre no ve con tan malos ojos lo que está ocurriendo en la capital colombiana. Cree que, de alguna manera, es una buena oportunidad para recordarle a la gente de la ciudad que tienen que pensar en la Amazonia cada vez que abran el grifo de la llave. Marielos Peña-Claro, que comparte con el científico brasilero la presidencia del Panel de Científicos, tiene una buena manera de resumirlo: “Estas situaciones podemos verlas como un camino para recalcar a los habitantes de Bogotá la importancia que tiene la naturaleza. Hay un mensaje que hoy debería estar en la cabeza de todo el mundo en este momento: el agua que generan los páramos es reciclada de la Amazonía”.
A lo que se refiere Peña-Claro, profesora en la Universidad de Wageningen (Países Bajos), es a una vieja idea que no puede perderse de vista en estos días de apuros hídricos: los árboles de la Amazonia, algunos con raíces de hasta 18 metros de profundidad, actúan como una especie de bomba que captura el agua del suelo y la lanza a la atmósfera. Ese vapor de agua que se forma, viaja a diferentes partes de Suramérica, para nutrirlos lluvias.
Sin esos “ríos voladores”, como los han llamado los científicos, sería imposible imaginar la cuenca del río de La Plata, que comparten Argentina, Bolivia, Brasil, Paraguay y Uruguay, o las tierras agrícolas del centro-oeste brasilero. También sería inimaginable una agricultura intensiva en el norte boliviano o que el páramo de Chingaza tuviera la capacidad de darle agua al 80% de los más de 7 millones de Bogotanos.
Junto a un grupo de científicos, en febrero de este año, Nobre explicaba ese fenómeno en un artículo publicado en la prestigiosa revista Nature: “Brasil es el mayor proveedor de lluvias para los países de la Amazonia occidental. Hasta un tercio del total de precipitaciones anuales en los territorios amazónicos de Bolivia, Perú, Colombia y Ecuador depende del agua que se origina en la porción de bosque amazónico de Brasil”.
Es otra razón para recordar que no solo debería preocuparnos que la deforestación en la Amazonia colombiana se haya disparado en los primeros meses del 2024, como anunció hace un par de semanas la ministra de Ambiente, Susana Muhamad (aunque en 2023 se redujo). A quien viva en Bogotá también debería inquietarle que en el último año de Jair Bolsonaro (2022) se rompió el récord de tala ilegal: 10.267 kilómetros cuadrados, es decir, unas 27 ciudades tan grandes como Medellín.
“Incluso, una porción de esta agua también alimenta el bosque del Pacífico. Es muy, muy importante. Es una evolución ecológica de un bosque que recicla agua de manera muy eficiente”, añade Nobre a El Espectador.
Si esos no son motivos para levantarnos todos los días pensando en la Amazonía, como le gustaría a Peña-Claro, ella puede ponerlo en otros términos: “Los millones de dólares que genera la agricultura en Suramérica y que son fundamentales para nuestras economías, dependen, en gran parte, del bosque de la Amazonía. Es una región tiene una enorme influencia en nuestros PIB”.
Borrar millones de años en cuestión de horas
Carlos Rodríguez, director de la fundición Trobenbos en Colombia e integrante Panel Científico por la Amazonia, suele cargar con él 139 láminas tan grandes como una mano; cada una con un dibujo de una especie de árbol. Fueron pintados por indígenas de la Amazonía y es la mejor manera que tiene para explicar qué es lo que se pierde cuando talan una hectárea de bosque Amazónico. “Esa cantidad de especies de árboles es lo que tiene una hectárea, pero puede llegar a tener 400″, dice. Cada vez que las comparte, el público queda boquiabierto.
Como ese, hay otros buenos datos que ha recopilado ese equipo de investigadores para contarle a la gente qué es lo que hay en esa selva, además de “ríos voladores” que permiten ducharnos. Por ejemplo: en partes de los Andes y las tierras bajas de la Amazonía, un solo gramo de suelo puede contener más de mil especies de hongos genéticamente distintas.
Otra muestra: allí está el 10% de la biodiversidad terrestre del planeta, que incluye, el 14% de las aves, el 9% de los mamíferos, el 8% de los anfibios y el 18% de los peces de los trópicos. Aunque solemos calificar ese lugar como un ecosistema, lo cierto es que tiene más de 50 ecosistemas andino-amazónicos. Es una región en la que viven 40 millones de personas, entre las que hay 2,2 millones de pueblos indígenas que resguardan valiosos conocimientos ancestrales.
Si quisiéramos irnos un poco más lejos, habría que decir que el origen del río Amazonas, como lo conocemos, sucedió hace 10 millones de años. “La geología de la Amazonía es particular en sus paisajes y suelos influenciados por los Andes (...) Es el resultado de interacciones entre las placas tectónicas, el clima, la topografía dinámica y el cambio del nivel del mar, que se extiende a lo largo de muchos millones de años”, apuntó el Panel en el informe que presentaron en la cumbre de cambio climático de Glasgow (Escocia), en 2021.
El problema es que en el corto fragmento que lleva la humanidad en el planeta, ya está cambiando el curso de esa selva. Una analogía que usan los paleontólogos puede ayudar a dimensionar mejor nuestro lugar en esa larga historia: al equiparar los 4.600 millones de años que tiene el planeta con los 12 meses del calendario, los humanos apenas aparecimos la última hora del 31 de diciembre.
Pese a que la situación no pinta alentadora, Nobre aún guarda la esperanza de que la Amazonía no alcance el “punto de no retorno” que él había advertido en la década de 1990. Eso no quiere decir que haya algunas señales que hoy le causan nerviosismo. Una de ellas, cuenta, es que hay unas partes del sureste amazónico que ya dejaron de capturar carbono, una de sus funciones esenciales, y se convirtieron en una fuente de emisión.
“Como lo demostrado la científica Luciana Gatti, que pertenece al Panel, esa condición ya cambió en las provincias brasileñas de Pará y Mato Grosso, donde han talado muchos árboles. En los años 90, el bosque amazónico capturaba más de 2 mil millones de toneladas de gas carbónico. Ahora, captura menos de 1.000 millones de toneladas. Eso es muy preocupante”, reitera.
Para decirlo en otras palabras, como sintetizaba el grupo de investigadores en Nature en febrero pasado: ese bosque puede almacenar una cantidad de carbono equivalente a las emisiones de CO2 que genera todo el planeta en 15 o 20 años. No hace falta explicar qué sucedería si pierde esa capacidad.
En ese estudio mencionaban otros buenos datos para llamar la atención sobre el momento en el que estamos parados y la urgencia de tomar medidas de “forma regional”, como señala ahora Peña-Claros. Uno de ellos era una estimación a la que llegaron tras analizar varios escenarios, imposibles de resumir en estas páginas: “Estimamos que para 2050, entre el 10% y el 47% de los bosques amazónicos estarán expuestos a perturbaciones que pueden desencadenar transiciones ecosistémicas inesperadas y potencialmente exacerbar el cambio climático regional”.
Hacia 2050, añadían en otro apartado, el número de días secos consecutivos no serán 10, sino 30, y las temperaturas máximas anuales no serán de 2 °C, sino de 4 °C, aunque depende de qué tantos gases de efecto invernadero emita el resto del mundo.
Aún así, Peña-Claros prefiere ponerle buena cara al mal tiempo. “En estos momentos de crisis no podemos solo enfocarnos en el impacto negativo, sino empezar a pensar soluciones y actuar ya. Necesitamos más acción de todos”, apunta.
Nobre, por su parte, confía en que los gobiernos amazónicos van a prestarle atención a las recomendaciones que les haga el Panel de científicos, que formaron en 2019. “Hoy no recibimos toda la que queremos”, dice, “pero continúo siendo optimista”.
—¿Y qué hacemos si en el futuro llega otro Bolsonaro?
—Bueno, ahí la situación sí se pone muy difícil—responde Nobre, tomándose la cabeza— Ese populismo, que está creciendo mundialmente, es muy preocupante para el cambio climático. Los países amazónicos podríamos perder nuestra mayor batalla.
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