Sequía, deforestación y llamas: la Amazonia vive una “tormenta perfecta”
Mientras el río Amazonas en Colombia y Perú ha llegado a niveles mínimos históricos por la intensa sequía, en el sur de la región, en Brasil, millones de hectáreas de bosque y humedales han sido arrasadas por los incendios. Para los científicos todo lo que está sucediendo está relacionado y pone en serios problemas a esos ecosistemas.
Catalina Sanabria Devia
Un desierto. Así se refiere José Bastos, bombero forestal indígena de Leticia, a las zonas que solían estar cubiertas por el río Amazonas. Según cuenta, el nivel del agua ha bajado a tal punto que los botes ya no pueden navegar, y si lo intentan, quedan encallados. Los jóvenes, que antes se movían en lancha, deben caminar distancias de hasta seis kilómetros en medio de un calor sofocante para poder ir a los centros educativos a estudiar su bachillerato.
Durante septiembre, el Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales (IDEAM) usó equipos especializados para medir el agua del Amazonas en las estaciones hidrológicas entre Leticia y Puerto Nariño. En la de Nazareth, el caudal disminuyó un 82% desde abril de este año. “Según nuestros análisis, los niveles del río han alcanzado mínimos históricos”, comunicó Tatiana Sierra, funcionaria del IDEAM. Tanto en Perú como en Colombia, la situación ha llevado a que se declare alerta roja por la sequía.
De acuerdo con estimaciones de la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres (UNGRD), el abastecimiento de agua de alrededor de 3.000 personas se ha visto afectado. “Nosotros, como indígenas, consumimos el agua de lluvia y ya no hay de dónde extraerla. Hoy ya ni llueve”, dice Bastos.
Lea también: El Panel Científico por la Amazonia se pronuncia por los incendios y la sequía
La sequía también ha golpeado la economía local, pues si el río está seco, se dificulta el transporte y todo sube de precio. La principal fuente de alimento de las comunidades son los peces que ahora mueren por la falta de agua y de oxigenación y por las altas temperaturas. “Vemos un cambio total en el que debemos comprar los que provienen de Brasil o de Perú”, expresa el bombero.
Además, la pérdida de conexión del Amazonas con Lagos de Tarapoto, el primer humedal de la región en ser protegido internacionalmente, está poniendo en riesgo al delfín rosado (Inia geoffrensis), una de las especies emblemáticas de la zona y que se encuentra en peligro de extinción. Ante cinco reportes de delfines de río muertos desde agosto en el departamento, Fernando Trujillo, director científico de la Fundación Omacha, dijo, según un comunicado emitido por dicha organización, que “cuando baja el agua, desafortunadamente se coloca una gran cantidad de redes atravesadas, de lado a lado, en los caños, y cuando los delfines intentan pasar, quedan atrapados y pueden morir”
La disminución del Amazonas, considerado el río más caudaloso del mundo y al cual los indígenas describen como una potencia mundial de agua dulce, es un problema que no empieza ni termina en la frontera de nuestro país. Según explica Fabio Bernal, de la subdirección de hidrología del IDEAM, las pocas lluvias que ha habido en la Amazonia peruana han hecho que el caudal del río alcance mínimos históricos, lo que, inevitablemente, incide en lo que está sucediendo en territorio colombiano.
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En Brasil, de los 62 municipios del estado de Amazonas, 21 declararon situación de emergencia en septiembre a causa de la sequía extrema que ha perjudicado a, aproximadamente, 330 mil personas.
Como si fuera poco, la ola de incendios forestales en el sur de la selva ha sido de las peores en décadas. En agosto, la Amazonia de Brasil registró 38.266 incendios, según el Programa de Monitoreo de Incendios del Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales (INPE) de ese país. También en el Pantanal, el humedal tropical más grande del mundo, más de un millón de hectáreas se quemaron durante el mismo mes. Como consecuencia, las emisiones de carbono acumuladas han sido superiores al promedio anual. El Servicio de Monitoreo Atmosférico de Copernicus (CAMS) registró 183 megatoneladas de emisiones de este gas en Brasil con corte al 19 de septiembre.
En Bolivia, la situación es parecida. Copernicus, el Programa de Observación de la Tierra de la Unión Europea, advierte en su página web que para 2024, las emisiones de carbono en ese país, consecuencia de los incendios forestales, ya son el total anual más alto, con 76 megatoneladas de carbono registradas a mediados de septiembre. El humo de los incendios ha llegado a cubrir, incluso, otros países, como Argentina y Paraguay. La crisis ambiental es generalizada.
Elementos de fondo
“Las razones de esta situación en la Amazonia son de varios niveles. Hablamos de una escala mundial, donde lo que está ocurriendo en cuánto a la sequía está relacionado con los fenómenos atmosféricos globales que influyen en una reducción de la precipitación (lluvia) y un incremento en la temperatura”. Así lo explica Lilia Roa, profesora de la Universidad Javeriana y bióloga con una maestría en Restauración Ecológica y un doctorado en Ciencias.
Lea también: Hay una reducción histórica en los caudales del río Amazonas: Ideam
“Sin embargo, a nivel regional, la gran Cuenca Amazónica se está enfrentando, principalmente, a algunos motores de transformación de los ecosistemas naturales”, agrega. La deforestación es un claro ejemplo de estos cambios a los que se someten grandes masas de bosque para poner en marcha actividades como la ganadería, los cultivos de uso ilícito, la construcción de vías, la agroindustria, entre otras. Esa deforestación, por lo general, está asociada a eventos de incendios, de acuerdo con Roa.
“Cuando los incendios son inusualmente grandes, persistentes y a lo largo del borde del bosque, es probable que se trate de incendios de deforestación. La deforestación y la agricultura de tala y quema siguen siendo una influencia importante en la actividad de incendios en América del Sur”, señala un estudio publicado el pasado 26 de septiembre en Communications, Earth and Environment, de Nature, y liderado por Sarah Feron, investigadora de la Universidad de Groningen en Países Bajos
En la Amazonia, dice Roa, hay sistemas de llanuras como sabanas, cuyo ciclo natural incorpora el fuego. Pero también, desde que los seres humanos habitan la región, una de sus mayores prácticas ha sido la quema controlada del suelo para prepararlo para actividades agropecuarias. Actualmente, debido a la falta de lluvia y a la baja humedad atmosférica, tanto el fuego natural como el ocasionado por las personas, terminan siendo de mayor intensidad y severidad.
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Sumado a ello, en 2023 se batieron récords por las altas temperaturas en el continente. Este año pinta similar. Dolors Armenteras, profesora de la Universidad Nacional, bióloga con maestría en Ciencias Forestales Ambientales y un doctorado en Geografía, afirma que esta situación de calor, que ha aumentado con las décadas, facilita que el bosque se encienda en llamas. Esto, dice, es preocupante sobre todo si sucede en el noroeste de la Amazonia, en Colombia y Ecuador, porque es la parte más húmeda de la región y, por lo tanto, no debería haber condiciones óptimas para que el fuego se propague.
No obstante, como mostraba el estudio publicado en Communications, Earth and Environment, lo que sucede es que en la Amazonia se ha triplicado el número de días con condiciones climáticas extremas de incendios. Además, los autores de esa investigación apuntan que los compuestos secos operan como un ciclo que se retroalimenta. Los incendios liberan grandes cantidades de carbono negro que absorben el calor del sol y la atmósfera se calienta, perjudicando la formación de nubes y de lluvia. “Esta tendencia puede haber empujado ya a la Amazonia cerca de un umbral crítico de muerte regresiva de la selva tropical”, dice el estudio.
El Panel Científico por la Amazonia (PCA), compuesto por los principales investigadores que se han encargado de estudiar esa región, y del cual hace parte Armenteras, también se pronunció hace un par de días sobre la grave situación de la zona. Ane Alencar, del Instituto de Pesquisa Ambiental da Amazônia (IPAM) en Brasil, explicó en el comunicado que al abrirse el dosel, es decir la parte superior del bosque, y caer los árboles, aumenta el material combustible en el suelo, como las hojas, creando “una receta perfecta para incendios que se desbordan”.
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Es el “escenario de tormenta perfecta de una Amazonía en llamas”, resalta el PCA. En este panorama, entran a jugar muchos factores. Entre ellos, las temperaturas récord y las sequías debido al cambio climático y a la variabilidad climática; un suelo más susceptible al fuego, y una mayor proporción de incendios provocados por el ser humano.
Para Germán Mejía, biólogo con maestría en gestión ambiental e integrante de la organización Amazon Conservation Team, debido a la deforestación, fenómenos que siempre han ocurrido, como el Niño, se exacerban, pues “al reducirse la selva amazónica, su capacidad para regular el clima y el agua disminuye”. Entonces, la sequía y los incendios también se vuelven más extremos. Todo esto, a ojos de Roa, es una “cascada de eventos desafortunados”.
La conexión de la selva y de la crisis
“La Amazonia está interrelacionada”, subraya Armenteras. “Las diferentes partes de esta región son un todo”. Es por ello que, mientras en Brasil y Bolivia las llamas no dan tregua, en Colombia se vive una sequía sin precedentes. Los incendios en el sur tienen un efecto en el equilibrio de todo el bioma amazónico. A través de ellos se genera más CO2 y a su vez, con la pérdida de árboles, hay menor capacidad para capturar esas emisiones que contribuyen al calentamiento global. El humo, además, dificulta la lluvia.
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La vegetación también cumple un papel importante en el ciclo hídrico. Las masas de vapor de agua, provenientes no solo del océano Atlántico, sino también de la transpiración de los árboles amazónicos, se mueven de oriente a occidente por los vientos alisios, extendiéndose a lo largo de varios países y convirtiéndose en lluvias de los Andes.
Luego, explica Roa, estas precipitaciones terminan por “escurrirse” e ir de vuelta a la Amazonia. Son los llamados “ríos voladores”, “uno de los fenómenos climáticos más maravillosos del planeta”, los calificó Rodrigo Botero, director de la Fundación para la Conservación y el Desarrollo Sostenible (FCDS) en una columna de opinión publicada en la página web de esta organización.
“Un solo árbol maduro, grande, antiguo y de bosque primario, puede llegar a filtrar hasta 1000 litros de agua al día”, plantea Armenteras. Cada individuo que se tumba o se quema ya no liberará agua en forma de vapor hacia la atmósfera, lo cual altera las precipitaciones. La disminución del caudal del río Amazonas, señala la profesora, está directamente relacionado con esa falta de lluvias y las altas temperaturas. Aunque el pasado viernes volvió a llover en la zona, el IDEAM advierte que la alerta continúa. Le tomará tiempo a este cuerpo de agua recuperarse.
Un asunto global
“Este es un fenómeno que no podemos decir que es solo nuestro, es mundial”, expresa José Bastos. En efecto, de la regulación hídrica y climática que ejerce la Amazonia dependen millones de personas en el planeta. Por ejemplo, de acuerdo con la FCDS, esta región produce diariamente 20 millones de toneladas de agua que abastecen a grandes ciudades de Suramérica como Quito, Lima, São Paulo, La Paz, Buenos Aires y Montevideo.
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En Bogotá, dice Mejía, lo que está sucediendo con el racionamiento también es consecuencia de que “si se queman los bosques allá abajo, no hay quien retenga el agua y, por lo tanto, no va a haber lluvia”. Además, si el bioma amazónico, como un sistema integrado, deja de funcionar, también habrá implicaciones en el clima global, afirma Armenteras.
Es por ello que la profesora insiste en que la Amazonia no es relevante únicamente para las comunidades locales, sino que debe haber cooperación por parte de otros países, tanto de la región como de afuera, para conservar la selva. Roa concuerda en que esto no puede ser la intención de un solo gobierno, ni de dos o tres, porque el proceso de deforestación se ha mantenido por muchos años.
“Necesitamos entender las causas reales de este problema, bien sean sociales, políticas, demográficas, que provocan estos motores de deforestación, y esas razones las tenemos que atacar con educación, con trabajo, con gobierno en el territorio”, dice.
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También, es clave una transición hacia sistemas productivos sostenibles, diversos y que integren a las comunidades que viven en el bosque. Según Roa, hay evidencia de que esto es posible, pero se vuelve necesaria una política que acompañe ese nuevo modelo.
Por su parte, Armenteras hace énfasis en que, antes que atender incendios, la prioridad debería ser prevenirlos a través de unas medidas de conservación más estrictas y la reducción de la deforestación ilegal en la Amazonia.
“Si no se pueden atajar las acciones ilícitas, restaurar ciertas áreas degradadas puede evitar que los incendios se propaguen tan fácilmente”, agrega la bióloga. “La fragmentación del bosque amazónico es muy grave. Si está dividido, está más expuesto, más seco y eso lo hace más inflamable. Es muy importante su integridad”.
En video: Gastronomía ancestral amazónica: gusanos, hormigas, casabe y tucupí
Desde Leticia, Bastos pide apoyo a Perú y Brasil, pues cuando las llamas se expanden rápidamente, los incendios se pueden volver transnacionales. Se requiere trabajar en conjunto, dice, pues “el aire no tiene frontera, los árboles no tienen frontera, el río no tiene frontera”.
*Este artículo es publicado gracias a una alianza entre El Espectador e InfoAmazonia, con el apoyo de Amazon Conservation Team.
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Un desierto. Así se refiere José Bastos, bombero forestal indígena de Leticia, a las zonas que solían estar cubiertas por el río Amazonas. Según cuenta, el nivel del agua ha bajado a tal punto que los botes ya no pueden navegar, y si lo intentan, quedan encallados. Los jóvenes, que antes se movían en lancha, deben caminar distancias de hasta seis kilómetros en medio de un calor sofocante para poder ir a los centros educativos a estudiar su bachillerato.
Durante septiembre, el Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales (IDEAM) usó equipos especializados para medir el agua del Amazonas en las estaciones hidrológicas entre Leticia y Puerto Nariño. En la de Nazareth, el caudal disminuyó un 82% desde abril de este año. “Según nuestros análisis, los niveles del río han alcanzado mínimos históricos”, comunicó Tatiana Sierra, funcionaria del IDEAM. Tanto en Perú como en Colombia, la situación ha llevado a que se declare alerta roja por la sequía.
De acuerdo con estimaciones de la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres (UNGRD), el abastecimiento de agua de alrededor de 3.000 personas se ha visto afectado. “Nosotros, como indígenas, consumimos el agua de lluvia y ya no hay de dónde extraerla. Hoy ya ni llueve”, dice Bastos.
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La sequía también ha golpeado la economía local, pues si el río está seco, se dificulta el transporte y todo sube de precio. La principal fuente de alimento de las comunidades son los peces que ahora mueren por la falta de agua y de oxigenación y por las altas temperaturas. “Vemos un cambio total en el que debemos comprar los que provienen de Brasil o de Perú”, expresa el bombero.
Además, la pérdida de conexión del Amazonas con Lagos de Tarapoto, el primer humedal de la región en ser protegido internacionalmente, está poniendo en riesgo al delfín rosado (Inia geoffrensis), una de las especies emblemáticas de la zona y que se encuentra en peligro de extinción. Ante cinco reportes de delfines de río muertos desde agosto en el departamento, Fernando Trujillo, director científico de la Fundación Omacha, dijo, según un comunicado emitido por dicha organización, que “cuando baja el agua, desafortunadamente se coloca una gran cantidad de redes atravesadas, de lado a lado, en los caños, y cuando los delfines intentan pasar, quedan atrapados y pueden morir”
La disminución del Amazonas, considerado el río más caudaloso del mundo y al cual los indígenas describen como una potencia mundial de agua dulce, es un problema que no empieza ni termina en la frontera de nuestro país. Según explica Fabio Bernal, de la subdirección de hidrología del IDEAM, las pocas lluvias que ha habido en la Amazonia peruana han hecho que el caudal del río alcance mínimos históricos, lo que, inevitablemente, incide en lo que está sucediendo en territorio colombiano.
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En Brasil, de los 62 municipios del estado de Amazonas, 21 declararon situación de emergencia en septiembre a causa de la sequía extrema que ha perjudicado a, aproximadamente, 330 mil personas.
Como si fuera poco, la ola de incendios forestales en el sur de la selva ha sido de las peores en décadas. En agosto, la Amazonia de Brasil registró 38.266 incendios, según el Programa de Monitoreo de Incendios del Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales (INPE) de ese país. También en el Pantanal, el humedal tropical más grande del mundo, más de un millón de hectáreas se quemaron durante el mismo mes. Como consecuencia, las emisiones de carbono acumuladas han sido superiores al promedio anual. El Servicio de Monitoreo Atmosférico de Copernicus (CAMS) registró 183 megatoneladas de emisiones de este gas en Brasil con corte al 19 de septiembre.
En Bolivia, la situación es parecida. Copernicus, el Programa de Observación de la Tierra de la Unión Europea, advierte en su página web que para 2024, las emisiones de carbono en ese país, consecuencia de los incendios forestales, ya son el total anual más alto, con 76 megatoneladas de carbono registradas a mediados de septiembre. El humo de los incendios ha llegado a cubrir, incluso, otros países, como Argentina y Paraguay. La crisis ambiental es generalizada.
Elementos de fondo
“Las razones de esta situación en la Amazonia son de varios niveles. Hablamos de una escala mundial, donde lo que está ocurriendo en cuánto a la sequía está relacionado con los fenómenos atmosféricos globales que influyen en una reducción de la precipitación (lluvia) y un incremento en la temperatura”. Así lo explica Lilia Roa, profesora de la Universidad Javeriana y bióloga con una maestría en Restauración Ecológica y un doctorado en Ciencias.
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“Sin embargo, a nivel regional, la gran Cuenca Amazónica se está enfrentando, principalmente, a algunos motores de transformación de los ecosistemas naturales”, agrega. La deforestación es un claro ejemplo de estos cambios a los que se someten grandes masas de bosque para poner en marcha actividades como la ganadería, los cultivos de uso ilícito, la construcción de vías, la agroindustria, entre otras. Esa deforestación, por lo general, está asociada a eventos de incendios, de acuerdo con Roa.
“Cuando los incendios son inusualmente grandes, persistentes y a lo largo del borde del bosque, es probable que se trate de incendios de deforestación. La deforestación y la agricultura de tala y quema siguen siendo una influencia importante en la actividad de incendios en América del Sur”, señala un estudio publicado el pasado 26 de septiembre en Communications, Earth and Environment, de Nature, y liderado por Sarah Feron, investigadora de la Universidad de Groningen en Países Bajos
En la Amazonia, dice Roa, hay sistemas de llanuras como sabanas, cuyo ciclo natural incorpora el fuego. Pero también, desde que los seres humanos habitan la región, una de sus mayores prácticas ha sido la quema controlada del suelo para prepararlo para actividades agropecuarias. Actualmente, debido a la falta de lluvia y a la baja humedad atmosférica, tanto el fuego natural como el ocasionado por las personas, terminan siendo de mayor intensidad y severidad.
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Sumado a ello, en 2023 se batieron récords por las altas temperaturas en el continente. Este año pinta similar. Dolors Armenteras, profesora de la Universidad Nacional, bióloga con maestría en Ciencias Forestales Ambientales y un doctorado en Geografía, afirma que esta situación de calor, que ha aumentado con las décadas, facilita que el bosque se encienda en llamas. Esto, dice, es preocupante sobre todo si sucede en el noroeste de la Amazonia, en Colombia y Ecuador, porque es la parte más húmeda de la región y, por lo tanto, no debería haber condiciones óptimas para que el fuego se propague.
No obstante, como mostraba el estudio publicado en Communications, Earth and Environment, lo que sucede es que en la Amazonia se ha triplicado el número de días con condiciones climáticas extremas de incendios. Además, los autores de esa investigación apuntan que los compuestos secos operan como un ciclo que se retroalimenta. Los incendios liberan grandes cantidades de carbono negro que absorben el calor del sol y la atmósfera se calienta, perjudicando la formación de nubes y de lluvia. “Esta tendencia puede haber empujado ya a la Amazonia cerca de un umbral crítico de muerte regresiva de la selva tropical”, dice el estudio.
El Panel Científico por la Amazonia (PCA), compuesto por los principales investigadores que se han encargado de estudiar esa región, y del cual hace parte Armenteras, también se pronunció hace un par de días sobre la grave situación de la zona. Ane Alencar, del Instituto de Pesquisa Ambiental da Amazônia (IPAM) en Brasil, explicó en el comunicado que al abrirse el dosel, es decir la parte superior del bosque, y caer los árboles, aumenta el material combustible en el suelo, como las hojas, creando “una receta perfecta para incendios que se desbordan”.
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Es el “escenario de tormenta perfecta de una Amazonía en llamas”, resalta el PCA. En este panorama, entran a jugar muchos factores. Entre ellos, las temperaturas récord y las sequías debido al cambio climático y a la variabilidad climática; un suelo más susceptible al fuego, y una mayor proporción de incendios provocados por el ser humano.
Para Germán Mejía, biólogo con maestría en gestión ambiental e integrante de la organización Amazon Conservation Team, debido a la deforestación, fenómenos que siempre han ocurrido, como el Niño, se exacerban, pues “al reducirse la selva amazónica, su capacidad para regular el clima y el agua disminuye”. Entonces, la sequía y los incendios también se vuelven más extremos. Todo esto, a ojos de Roa, es una “cascada de eventos desafortunados”.
La conexión de la selva y de la crisis
“La Amazonia está interrelacionada”, subraya Armenteras. “Las diferentes partes de esta región son un todo”. Es por ello que, mientras en Brasil y Bolivia las llamas no dan tregua, en Colombia se vive una sequía sin precedentes. Los incendios en el sur tienen un efecto en el equilibrio de todo el bioma amazónico. A través de ellos se genera más CO2 y a su vez, con la pérdida de árboles, hay menor capacidad para capturar esas emisiones que contribuyen al calentamiento global. El humo, además, dificulta la lluvia.
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Luego, explica Roa, estas precipitaciones terminan por “escurrirse” e ir de vuelta a la Amazonia. Son los llamados “ríos voladores”, “uno de los fenómenos climáticos más maravillosos del planeta”, los calificó Rodrigo Botero, director de la Fundación para la Conservación y el Desarrollo Sostenible (FCDS) en una columna de opinión publicada en la página web de esta organización.
“Un solo árbol maduro, grande, antiguo y de bosque primario, puede llegar a filtrar hasta 1000 litros de agua al día”, plantea Armenteras. Cada individuo que se tumba o se quema ya no liberará agua en forma de vapor hacia la atmósfera, lo cual altera las precipitaciones. La disminución del caudal del río Amazonas, señala la profesora, está directamente relacionado con esa falta de lluvias y las altas temperaturas. Aunque el pasado viernes volvió a llover en la zona, el IDEAM advierte que la alerta continúa. Le tomará tiempo a este cuerpo de agua recuperarse.
Un asunto global
“Este es un fenómeno que no podemos decir que es solo nuestro, es mundial”, expresa José Bastos. En efecto, de la regulación hídrica y climática que ejerce la Amazonia dependen millones de personas en el planeta. Por ejemplo, de acuerdo con la FCDS, esta región produce diariamente 20 millones de toneladas de agua que abastecen a grandes ciudades de Suramérica como Quito, Lima, São Paulo, La Paz, Buenos Aires y Montevideo.
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En Bogotá, dice Mejía, lo que está sucediendo con el racionamiento también es consecuencia de que “si se queman los bosques allá abajo, no hay quien retenga el agua y, por lo tanto, no va a haber lluvia”. Además, si el bioma amazónico, como un sistema integrado, deja de funcionar, también habrá implicaciones en el clima global, afirma Armenteras.
Es por ello que la profesora insiste en que la Amazonia no es relevante únicamente para las comunidades locales, sino que debe haber cooperación por parte de otros países, tanto de la región como de afuera, para conservar la selva. Roa concuerda en que esto no puede ser la intención de un solo gobierno, ni de dos o tres, porque el proceso de deforestación se ha mantenido por muchos años.
“Necesitamos entender las causas reales de este problema, bien sean sociales, políticas, demográficas, que provocan estos motores de deforestación, y esas razones las tenemos que atacar con educación, con trabajo, con gobierno en el territorio”, dice.
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También, es clave una transición hacia sistemas productivos sostenibles, diversos y que integren a las comunidades que viven en el bosque. Según Roa, hay evidencia de que esto es posible, pero se vuelve necesaria una política que acompañe ese nuevo modelo.
Por su parte, Armenteras hace énfasis en que, antes que atender incendios, la prioridad debería ser prevenirlos a través de unas medidas de conservación más estrictas y la reducción de la deforestación ilegal en la Amazonia.
“Si no se pueden atajar las acciones ilícitas, restaurar ciertas áreas degradadas puede evitar que los incendios se propaguen tan fácilmente”, agrega la bióloga. “La fragmentación del bosque amazónico es muy grave. Si está dividido, está más expuesto, más seco y eso lo hace más inflamable. Es muy importante su integridad”.
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Desde Leticia, Bastos pide apoyo a Perú y Brasil, pues cuando las llamas se expanden rápidamente, los incendios se pueden volver transnacionales. Se requiere trabajar en conjunto, dice, pues “el aire no tiene frontera, los árboles no tienen frontera, el río no tiene frontera”.
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