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En el malecón de Leticia amanece cuando traen los primeros pirarucús a la plaza de mercado El Tour de las Octavas, en donde, desde hace año y medio, los alrededor de 50 comerciantes agregaron a su rutina un oficio más: separar los residuos orgánicos que quedan de lo que venden, que pueden ser desde cáscaras hasta vísceras de pescados. Esto empezó como una iniciativa del Instituto Amazónico de Investigaciones Científicas (Sinchi) para aprovechar los residuos de la plaza y ayudar a evitar el constante colapso de basuras que hay en Leticia, más específicamente en el relleno sanitario El Jaguar.
Tal como lo contó un reportaje publicado en El Espectador a principios de este año, la báscula con la que pesan los residuos en El Jaguar no funciona desde hace cuatro años, por lo que no se conoce en concreto la cantidad de residuos que llegan al relleno por día. Sin embargo, hay algunas pistas que pueden sugerir las diferencias entre lo que pasa en El Jaguar frente a los demás rellenos del país. Según el Ministerio de Ambiente y el Instituto Sinchi, una persona en promedio en Colombia usa unas 24 bolsas de plástico al mes, mientras que en Leticia la media de sus 50 mil habitantes es de 36 bolsas.
Y en un país en el que solo se aprovecha alrededor del 17 % de las basuras, la capital del Amazonas no cuenta con plantas de aprovechamiento de cartón, plástico o icopor (poliestireno expandido). Allí apenas se recicla el 4 % de los residuos. (Lea: Denuncian que un proyecto de ley en Perú amenaza a pueblos indígenas en aislamiento)
Ante el colapso del relleno de Leticia -en donde se calcula que llegan unas 19 toneladas de residuos diarias- y los malos olores que se concentraban en la plaza de mercado, el Instituto Sinchi propuso un proyecto de aprovechamiento de residuos orgánicos en el que participaran los comerciantes de la plaza. Estos residuos, también denominados como materia orgánica, son el componente más importante de la basura que se desecha y que, a grandes rasgos, son partes de plantas o de animales que no consumimos, como cáscaras, hojas, pedazos de tallos, vísceras, plumas o escamas.
Pero cuando estos componentes se acumulan y se mezclan con otros residuos, como ocurría en la plaza de mercado y en el mismo relleno sanitario, se producen unos líquidos denominados lixiviados, que, como lo explica en entrevista con El Espectador Clara Peña, coordinadora del Instituto Sinchi en la sede de Leticia y líder del proyecto, son “un alto contaminante de suelo de fuentes de agua y normalmente eso genera un problema en las ciudades en que no se separa sino que todo va revuelto y eso hace que se incremente muchísimo la basura que llega a los rellenos sanitarios, donde debería llegar únicamente lo que no se recicla, lo que no se puede reutilizar o reusar”. (Lea: Funcionarios del Meta habrían participado en un desfalco de $70.000 millones)
Palabras más, palabras menos, cuando la materia orgánica no se separa y llega a los rellenos sanitarios, puede llegar revuelta con, por ejemplo, pañales o pilas “y eso hace que, así uno quisiera utilizarla, esa materia orgánica pierda su calidad porque ya está contaminada con otras cosas que no nos interesan”. Y a esto se suma el hecho de que en El Jaguar no hay una adecuada remoción de contaminantes que, como exige la ley, debe ser superior al 90 %, pero se estima que en Leticia ronda el 60 %.
Hay otro problema que Peña prevé y es la vida útil de un relleno sanitario en una región como el Amazonas. La investigadora advierte que no se trata de que colapse y se pueda construir otro en cualquier parte. “Un relleno debe estar lejos de fuentes de agua y lejos de comunidades indígenas que no afecte el ambiente, y conseguir esas condiciones en un ambiente como el Amazonas es difícil”. La vida útil de El Jaguar está prevista hasta 2037, sin embargo, Peña explica que la cantidad de basuras que llega al relleno está acortando ese periodo de tiempo.
Los bioabonos, más allá de las basuras
Y aunque el panorama de las basuras en Leticia es una gran preocupación para los expertos, esta no fue la única motivación para crear un proyecto con el que se trataran residuos orgánicos, también lo fueron los suelos ácidos y con baja fertilidad de la Amazonia, que “ tienen muy pocos nutrientes, por lo que mantener acá cultivos o producir, por ejemplo, hortalizas o frutas es supremamente costoso”, dice Peña. (Lea: Elliot, el “ciclón bomba” que pone en riesgo la navidad en Estados Unidos)
Al inicio del proyecto pensaron en que “si tenemos unos suelos que necesitan que le demos algún tipo de abono que se mejoren, pues podemos hacerlo con estos residuos orgánicos”, añade. Los abonos son ricos en nitrógeno y fósforo, elementos que normalmente son escasos para el suelo amazónico.
Desde el Instituto Sinchi encontraron que era necesario detectar residuos orgánicos que no estuvieran contaminados y que pudieran ser separados de la fuente misma, por lo que se concentraron en la plaza. Y aunque, como ya lo mencionamos, el proyecto inició hace año y medio, la investigación lleva entre 10 y 15 años de evaluaciones y ajustes para lograr lo que tienen hoy.
Primero se capacitaron a los comerciantes de la plaza de mercado. De lunes a domingo separan los residuos en la mañana, luego, pasantes del Sena del área de monitoreo ambiental hacen la recolección de los residuos seleccionados. Estos se depositan en unas canecas y con apoyo de la Unidad de Servicios Públicos de la Alcaldía de Leticia (Uspdl) son llevados a la planta de procesamiento, que queda junto al relleno, en un espacio brindado por la Uspdl.
Se trata de un proceso en el que por medio de una suerte de trituradora que “pica” los residuos se acelera su descomposición y, por medio de compostaje aeróbico y la intervención de varios microorganismos previamente seleccionados, se transforma el abono con los nutrientes que requiere. El proceso dura entre un 15 y 20 días. (Lea: La “capital mundial del oso polar” se está quedando sin osos polares)
Numa Castro, coordinador en campo del Instituto Sinchi y egresado del Sena, explica que en los primeros meses procesaban 20 toneladas de residuos al mes y que, al notar que la acumulación de basuras y malos olores en la plaza disminuían, otras partes decidieron vincularse, como la Fuerza Aérea, hoteles y restaurantes, por lo que ahora procesan entre 22 y 25 toneladas mensuales.
Peña agrega que ese promedio de entre 20 y 25 toneladas de residuos que por mes no llegan al relleno El Jaguar corresponde al 10 % de lo que se “podría acopiar en el municipio” y aunque parece un porcentaje menor, Peña resalta el hecho de que al principio solo trabajaban con los residuos de la plaza, luego se sumaron otras entidades y ahora “hay más gente que quiere entrar al proceso y que lo vamos a hacer el próximo año. Esto va a ir escalando”.
Por su parte, Castro añade que “ya no se ve la misma cantidad de residuos orgánicos por ahí en las calles, los malos olores, los líquidos lixiviados, y por esa parte hemos mejorado mucho”. Este año el proyecto procesó unas 200 toneladas de residuos orgánicos con los que se produjeron 100 toneladas de bioabonos, que se entregaron a 56 productores locales, como agricultores, cuyos cultivos mejoraron. “Se nos han incrementado las solicitudes para que demos abonos. La gente fue conociendo el producto y se nos rebotó la demanda, llegamos al punto que ya casi ni teníamos para regalar”, agrega Castro. Para el próximo año el plan es empezar a vender los bioabonos.
*Este artículo es publicado gracias a una alianza entre El Espectador e InfoAmazonia, con el apoyo de Amazon Conservation Team.