Arley Rodríguez: apicultor y emprendedor a los 16 años
El adolescente cundinamarqués reparte su tiempo entre el colegio y la cría de abejas. Tiene 45 panales con cerca de 3′600.000 abejas.
@pedrazabravo
En medio de las inmensas montañas de la vereda El Uval, en Sesquilé (Cundinamarca), resalta el traje amarillo de Arley Rodríguez, quien camina hacia el apiario en el que tiene unas 15 colmenas de abejas apis melliferas africanizadas que ha criado. “Para mí estar con las abejas es relajante, escucharlas es casi mágico. Si uno tiene una pena debería irse a meter a un apiario y verá que se le quita”, cuenta. (Lea: La estrategia de los campesinos de Cundinamarca para adaptarse al cambio climático)
La primera vez que armó una colmena tenía 14 años. Hoy, a sus 16, es un experto y, además, un emprendedor. Entró al mundo de la aplicultura por medio de la iniciativa de Adaptación al Cambio Climático en la Alta Montaña del Ministerio de Medio Ambiente, ejecutada por Conservación Internacional.
Comenzó con seis colmenas que le regaló el proyecto, y con la capacitación que recibió hoy tiene 45 panales que albergan cerca de 3’600.000 abejas. ¿Cómo hizo para que crecieran tanto? Criando abejas reinas. Arley escoge un panal que sea manso y productivo para que su descendencia sea igual. Luego busca a la abeja reina y la encierra en una jaula de plástico que contiene unas copas donde el animal podrá poner sus huevos.
“Los huevos son siempre los mismos. Lo que define que una abeja sea reina u obrera es su crianza y alimentación”, explica. Por eso, luego de encerrar a la reina empieza el proceso de “traslarve”, que consiste en pasar los huevecillos a unos listones donde las larvas quedan de forma vertical. Esa es la señal para que las obreras las alimenten con jalea real y no con polen, como a las larvas que serán obreras.
El proceso completo dura aproximadamente 18 días hasta que nacen las abejas reinas. Luego debe revisarlas a diario, porque tienen que ser trasladadas lo más pronto posible a un panal nuevo donde empiecen una colmena, de no hacerlo podrían empezar a matarse entre ellas. (Podría leer: Apicultura, herramienta para el empoderamiento de la mujer rural colombiana)
Otras 50 familias se unieron al proyecto que fue financiado por el Banco Interamericano de Desarrollo y el Fondo Mundial para el Medio Ambiente (GEF, por su sigla en inglés). La mayoría sacan de sus colmenas productos como polen, miel y propóleo, pero él quiso llevar su emprendimiento a otro nivel: él vende las colmenas y las abejas reinas para que otras personas puedan empezar también con sus propios apiarios.
Él ha compartido sus conocimientos con sus compañeros de colegio y profesores, pero quisiera que más personas conocieran sobre los beneficios de tener abejas y se animaran a dedicarse a la apicultura. “Para mí no es solo una fuente de ingresos, he podido ver cómo desde que tengo las abejas los pastos de las montañas se han reforestado. Ahora todos están más tupidos, tienen flores y eso es bueno para los animales y los cultivos que hay cerca”, asegura.
En el reino animal hay muchos polinizadores, pero las abejas son de las más importantes, porque son muchas y se trasladan juntas moviendo el polen por diversos lugares, así lo explica José Armando Vanegas, asesor del proyecto y apicultor desde hace más de 20 años. “Las abejas en muy poco tiempo, unos cuatro o cinco años, son capaces de cubrir de arbustos un potrero vacío. Eso es tan evidente, que incluso se pueden ver desde mapas satelitales”, dice. (Le puede interesar: La meliponicultura: una práctica en pro de la reforestación y la economía sostenible)
En este momento Arley está cursando grado 11 en el colegio y dice que a diferencia de la mayoría de sus compañeros que sueñan con irse a la ciudad a vivir, él planea estudiar una carrera relacionada con el agro o los animales que le permita seguir trabajando como apicultor. En este proceso de engrandecer la apicultura, Arley también ofrece los productos típicos que genera un apiario, como miel, polen y propóleo, y se está preparando con su familia para conseguir los registros del Invima y comercializarlos “con todas las de la ley y todos los requisitos”.
Proyectos como este no solo son esperanzadores por el ejemplo que puede generar en otros jóvenes, quienes a su corta edad estén interesados en el campo y trabajen por él; también son un alivio para que los ecosistemas se restauren.
En medio de las inmensas montañas de la vereda El Uval, en Sesquilé (Cundinamarca), resalta el traje amarillo de Arley Rodríguez, quien camina hacia el apiario en el que tiene unas 15 colmenas de abejas apis melliferas africanizadas que ha criado. “Para mí estar con las abejas es relajante, escucharlas es casi mágico. Si uno tiene una pena debería irse a meter a un apiario y verá que se le quita”, cuenta. (Lea: La estrategia de los campesinos de Cundinamarca para adaptarse al cambio climático)
La primera vez que armó una colmena tenía 14 años. Hoy, a sus 16, es un experto y, además, un emprendedor. Entró al mundo de la aplicultura por medio de la iniciativa de Adaptación al Cambio Climático en la Alta Montaña del Ministerio de Medio Ambiente, ejecutada por Conservación Internacional.
Comenzó con seis colmenas que le regaló el proyecto, y con la capacitación que recibió hoy tiene 45 panales que albergan cerca de 3’600.000 abejas. ¿Cómo hizo para que crecieran tanto? Criando abejas reinas. Arley escoge un panal que sea manso y productivo para que su descendencia sea igual. Luego busca a la abeja reina y la encierra en una jaula de plástico que contiene unas copas donde el animal podrá poner sus huevos.
“Los huevos son siempre los mismos. Lo que define que una abeja sea reina u obrera es su crianza y alimentación”, explica. Por eso, luego de encerrar a la reina empieza el proceso de “traslarve”, que consiste en pasar los huevecillos a unos listones donde las larvas quedan de forma vertical. Esa es la señal para que las obreras las alimenten con jalea real y no con polen, como a las larvas que serán obreras.
El proceso completo dura aproximadamente 18 días hasta que nacen las abejas reinas. Luego debe revisarlas a diario, porque tienen que ser trasladadas lo más pronto posible a un panal nuevo donde empiecen una colmena, de no hacerlo podrían empezar a matarse entre ellas. (Podría leer: Apicultura, herramienta para el empoderamiento de la mujer rural colombiana)
Otras 50 familias se unieron al proyecto que fue financiado por el Banco Interamericano de Desarrollo y el Fondo Mundial para el Medio Ambiente (GEF, por su sigla en inglés). La mayoría sacan de sus colmenas productos como polen, miel y propóleo, pero él quiso llevar su emprendimiento a otro nivel: él vende las colmenas y las abejas reinas para que otras personas puedan empezar también con sus propios apiarios.
Él ha compartido sus conocimientos con sus compañeros de colegio y profesores, pero quisiera que más personas conocieran sobre los beneficios de tener abejas y se animaran a dedicarse a la apicultura. “Para mí no es solo una fuente de ingresos, he podido ver cómo desde que tengo las abejas los pastos de las montañas se han reforestado. Ahora todos están más tupidos, tienen flores y eso es bueno para los animales y los cultivos que hay cerca”, asegura.
En el reino animal hay muchos polinizadores, pero las abejas son de las más importantes, porque son muchas y se trasladan juntas moviendo el polen por diversos lugares, así lo explica José Armando Vanegas, asesor del proyecto y apicultor desde hace más de 20 años. “Las abejas en muy poco tiempo, unos cuatro o cinco años, son capaces de cubrir de arbustos un potrero vacío. Eso es tan evidente, que incluso se pueden ver desde mapas satelitales”, dice. (Le puede interesar: La meliponicultura: una práctica en pro de la reforestación y la economía sostenible)
En este momento Arley está cursando grado 11 en el colegio y dice que a diferencia de la mayoría de sus compañeros que sueñan con irse a la ciudad a vivir, él planea estudiar una carrera relacionada con el agro o los animales que le permita seguir trabajando como apicultor. En este proceso de engrandecer la apicultura, Arley también ofrece los productos típicos que genera un apiario, como miel, polen y propóleo, y se está preparando con su familia para conseguir los registros del Invima y comercializarlos “con todas las de la ley y todos los requisitos”.
Proyectos como este no solo son esperanzadores por el ejemplo que puede generar en otros jóvenes, quienes a su corta edad estén interesados en el campo y trabajen por él; también son un alivio para que los ecosistemas se restauren.