Así custodia el pueblo Awá uno de los rincones más biodiversos de Colombia
La Reserva Natural La Planada en Nariño es el hogar de la mayor cantidad de orquídeas por metro cuadrado en el mundo y de cientos de especies de aves, anfibios, reptiles, insectos y algunos mamíferos como el oso de anteojos. Recientemente, se convirtieron en el primer resguardo indígena y área protegida en publicar datos sobre la biodiversidad de sus territorios.
Juan Pablo Correa
Cuentan los mayores que los indígenas awá son hijos de las montañas y que provienen de la unión entre la barbacha negra (titkaya Tipuh) y la barbacha blanca (pucha Tipuh), una planta epífita que cuelga de los árboles. Algunas veces repiten esta historia caminando por su territorio y otras alrededor del fuego y tomando hervido, una bebida caliente de pulpa de frutas y destilado de caña que se consume en el departamento de Nariño.
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Cuentan los mayores que los indígenas awá son hijos de las montañas y que provienen de la unión entre la barbacha negra (titkaya Tipuh) y la barbacha blanca (pucha Tipuh), una planta epífita que cuelga de los árboles. Algunas veces repiten esta historia caminando por su territorio y otras alrededor del fuego y tomando hervido, una bebida caliente de pulpa de frutas y destilado de caña que se consume en el departamento de Nariño.
Los awá llevan siglos habitando el piedemonte nariñense y el departamento de Putumayo en Colombia, así como las provincias de Carchi, Imbabura, Sucumbíos y Esmeraldas en Ecuador. Sin embargo, esas no siempre fueron sus montañas. Antes, cuentan, iban de loma en loma y de río en río hasta que llegó a su tierra el imperio español. Cuando se estableció la colonia, a los awá los llamaron indios bravos por su temple para resistir a la invasión del hombre blanco; sin embargo, la viruela, el sarampión y la tuberculosis los diezmó lentamente. Fue una época que, según recuerdan los mayores, consiguió la división y el sufrimiento de un gran pueblo.
De hecho, aunque los awá están seguros de que provienen de la barbacha, no saben a ciencia cierta su origen geográfico. “La historia nos dice que tenemos relación con los Sindaguas, pero hay palabras en awapit, nuestra lengua, que se parecen al quechua. También podríamos ser familia de ellos”, me cuenta Francisco Guanga, miembro de la guardia indígena, alrededor de una gran fogata en la Reserva Natural La Planada. (Le puede interesar Una especie de ballena recién descubierta estaría en riesgo de extinguirse)
Por eso, un par de siglos después, las comunidades awá están intentando reconstruir su historia y su territorio a través de la Gran Familia Awá binacional de Ecuador y Colombia. En Nariño, por ejemplo, están organizados en la Unidad del Pueblo Awá (Unipa) y el Cabildo Mayor Awá de Ricaurte (Camawari). Este último representa los intereses de 11 resguardos, que agrupan a más de 11.000 indígenas. Según la Asociación Minga fue creado en 1992 como un instrumento para asegurar su autonomía en el municipio de Ricaurte.
Uno de los once resguardos de Camawari, el de Pialapí-Pueblo Viejo, desde el 2010 es el encargado de administrar la Reserva Natural La Planada, uno de los lugares más biodiversos en Colombia y actualmente un espacio para hacer turismo científico y de naturaleza. Sin embargo, la historia para llegar hasta ese punto es larga y muchos participaron para ver hoy a La Planada en las manos de los awá.
La génesis de una reserva natural
A principios de la década de los ochenta, un equipo de investigadores recorría el país para identificar áreas prioritarias para la conservación, basados en endemismos de aves, es decir, especies que solo habitaban el territorio colombiano. En el proyecto participaron estudiantes de la Universidad Nacional, la Universidad del Valle y un grupo de biólogos a cargo del profesor Jorge Enrique Orejuela. Este esfuerzo científico lo financió el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF, por su sigla en inglés).
Este equipo de exploradores sabían, por las investigaciones de otro científico, que el departamento de Nariño era uno de los sitios con mayor endemismo de aves en el país. “En la Universidad de Nariño nos contactamos con la directora del Herbario, la doctora Olga Salazar de Benavides, hija del propietario de la finca Buenos Aires”, recuerda Guillermo Cantillo, asesor del Resguardo Pialapí-Pueblo Viejo y uno de los biólogos que participó en el proyecto. (Le puede interesar Nueva especie de orquídea fue encontrada en Dagua, Valle del Cauca)
Aunque en la finca de don Luis Salazar, como lo llama Cantillo, explotaban madera y carbón y había ganadería, por su locación y particularidad geográfica, los investigadores encontraron trece especies endémicas de aves, además de ser el territorio del pueblo indígena awá. Eso les dio pie para recomendar esa área como de especial interés a WWF.
Dos años después, con el apoyo del Fondo Mundial para la Naturaleza y la extinta Fundación para la Educación Superior (FES) -además de otras organizaciones que apoyarían este proceso durante años como la Fundación MacArthur, la Sociedad de Conservación de la Vida Silvestre (WCS, por sus siglas en inglés) y el Instituto Humboldt- esta zona adquirió la categoría de Reserva Natural de la Sociedad Civil (RNSC), una figura que la permite a cualquier persona establecer un lugar para aportar a la protección del ambiente.
Mientras un grupo de personas juntaba recursos y esfuerzos para convertir ese pedazo de tierra en una reserva natural, todo el territorio era campo de guerra del conflicto armado. “Nuestra historia ha sido muy compleja. Las comunidades awá han sido de las más afectadas por el conflicto”, me dice Francisco Guanga. De hecho, en 2011 la Corte Constitucional los declaró como uno de los 35 pueblos indígenas en riesgo de exterminio físico y cultural. (Le puede interesar Teyrungʉmʉ y las partículas elementales de la Sierra Nevada)
¿La razón? Como explicó la Fundación Paz y Reconciliación en 2014, es que gran parte del conflicto armado en el departamento tuvo lugar en los territorios ancestrales de estas comunidades indígenas. Según el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), entre 2004 y 2006 cerca de 1.300 indígenas de los resguardos de Ricaurte tuvieron que desplazarse forzosamente por los enfrentamientos armados.
De hecho, por la gravedad de la situación, los proyectos y las personas que vivían en 2007 en la Reserva La Planada tuvieron que abandonar el territorio. Sin embargo, después de varios años de “arduo” trabajo con las comunidades y gracias al apoyo de varias instituciones y organizaciones internacionales pudieron regresar.
“Generamos una ayuda técnica para que fueran dueños de su territorio. Apoyamos las actividades forestales y trabajamos en el tema del fortalecimiento de la gobernanza y la participación ciudadana, entre otras cosas. Algunas de las personas que pasaron por este proceso ahora son líderes y tienen cargos administrativos importantes como alcaldías y personerías”, recuerda Mary Louise Higgins, bióloga y exdirectora de WWF para Colombia.
Yuri Caicedo, administradora de la reserva y miembro de la guardia indígena, cuenta que desde el 2010 el Resguardo Pialapí-Pueblo Viejo administra la Reserva Natural La Planada. “La FES, con el apoyo de WWF, nos entregó en calidad de donación este territorio. Desde ese momento recibimos esa gran responsabilidad de cuidar y proteger este espacio. Poco a poco, con el pasar de los años, las autoridades y los líderes han gestionando diferentes proyectos para poder mantener estas 3.200 hectáreas, más el resguardo que queda a unas horas de aquí. Hoy es un lugar seguro”, dice Caicedo. Hoy está abierto al público general y cualquiera puede ir a visitarlo. (Le puede interesar Pensaban que este gusano solo estaba en el mar, pero lo encontraron en un río colombiano)
Un espacio para hacer turismo científico y de naturaleza
La Reserva Natural La Planada, así como el Resguardo Pialapí-Pueblo Viejo, hacen parte del Chocó biogeográfico, una de las zonas más diversas del planeta. Para llegar a La Planada -desde Bogotá, por ejemplo- se puede tomar un vuelo en avión hasta Pasto o Tumaco y de ahí, por vía terrestre, llegar a Ricaurte.
Este rincón del planeta, es el lugar con mayor cantidad de orquídeas por metro cuadrado en el mundo. Según un informe de WWF, hay más de 1.800 especies de árboles y plantas, 360 variedades de orquídeas y es el área de mayor concentración de aves de toda Sudamérica, con más de 325 especies (73 de ellas endémicas) como el chupaflor de cola larga (Lesbia victoriae), el compás (Semnornis ramphastinus) y el emblemático tucán terlaque (Andigena nigrirostris).
Además, hay registros de más de 80 especies de mamíferos, como el mono cariblanco (Cebus capucinus) y el emblemático oso de anteojos (Tremarctos ornatus), 43 especies de anfibios, 21 especies de reptiles, 69 especies de hormigas, 18 especies de escarabajos coprófagos, 69 especies de arácnidos y otros cientos de animales. Como escribieron los investigadores Cristián Samper y Martha Isabel Vallejo en 2007, los suelos de La Planada representan un ecosistema de alta diversidad y endemismo.
Desde el 2016, el Instituto Humboldt, la Universidad de Nariño, la Gobernación del departamento y el Resguardo Pialapí-Pueblo Viejo iniciaron la formulación de un proyecto para crear una estrategia de turismo científico. “Esta alianza nos permitió capacitar cerca de 23 compañeros coinvestigadores en diferentes temas como herpetos [anfibios], epífitas [plantas], plantas útiles, aves y lepidópteros [mariposas y polillas]. También nos permitió fortalecer nuestra cultura y el awapit. Es un proceso de formación en doble vía”, dice Caicedo. (Le puede interesar Fotos: estos son los extraños animales que “habitan” la Universidad del Valle)
El proyecto, por parte del Instituto Humboldt, estuvo a cargo de los investigadores Martín Reyes, Camila Bernal, Tatiana Paz, Cuyai Arias, Felipe Santodomingo, Diego Pérez, Angélica Abendaño, Diego Patiño y Ximena Galeano; mientras que Paula Martínez y Carola Lara estuvieron en representación de la U. de Nariño. A este proyecto se sumaron muchos otros investigadores que llegaron hasta La Planada para co-crear información científica con el pueblo awá. “Queríamos generar información en donde encontramos vacíos en estos cinco grupos focales de la mano de la comunidad”, dice Martínez. Además de 23 coinvestigadores awá.
“Ahora somos guías locales”
Magaly Ortíz, coinvestigadora de aves e indígena awá, dice que ahora son guías locales con conocimiento científico y ancestral de su territorio. “El hecho de aprender lo occidental no me hace olvidar quién soy, al contrario, me hace sentir más awá”, asegura.
En la cultura de los awá existen los espíritus de la naturaleza; por ejemplo, está La Vieja y Astarón o Tío Grande. Los mayores dicen que La Vieja es la dueña de las aves, como la mujer awá que cría las gallinas y sabe de ellas, y el Astarón es el dueño de los mamíferos. A los espíritus hay que pedirles permiso cuando se va a cazar. (Le puede interesar Algo grave está sucediendo con las aves del planeta)
Magaly sabe muchas historias sobre las aves que vuelan por el territorio. “Por ejemplo, el chiguis de los rapaces es un ave migratoria que viene acá a alimentarse y se pone bonito. Pero nosotros creemos que La Vieja en ciertas épocas del año lo castiga y lo retiene, luego lo suelta y por eso llega acá flaco y feo”, recuerda.
De algo que está segura es que ella no sufrió lo mismo que sus ancestros desde la aparición de la colonia. “En ese momento tuvieron que migrar a muchos lugares, por eso no es claro de dónde venimos. Ahora, muchos jóvenes se van de su territorio a los municipios en busca de oportunidades”, menciona.
Para Mary Louise Higgings, definitivamente, la conservación y el uso sostenible de está zona es una opción que puede beneficiar a las comunidades. “Sin embargo, el Gobierno no puede simplemente dejar tanta responsabilidad a la sociedad civil o a las comunidades que están protegiendo estas reservas. La preocupación no debe ser solamente por los Parques Naturales o los Distritos de Manejo Integrado, hay que seguir aportando, reconociendo, compensando y pagando los servicios ambientales que se están prestando otros”, concluye Higgins