Así están protegiendo a la primera cría registrada de arpía menor en Colombia
Un joven de 15 años y su abuelo, que antes eran cazadores, se convirtieron en los guardabosques de un águila extraña que anidó hace algunas semanas en una vereda de Tierralta, Córdoba. Se necesitan por lo menos dos años para que el polluelo tenga éxito.
La relación de Diego Andrés Polo Martínez, un joven de 15 años que vive en zona rural de Tierralta, Córdoba, con el águila arpía menor, una de las aves rapaces más extrañas del mundo, no comenzó de la mejor manera. (Le puede interesar: Se aplaza la publicación de la hoja de ruta para transición energética en Colombia)
Cuando tenía 13 años, su abuelo había comprado 50 gallinas para criar en la finca y así tener un sustento para su familia. A los pocos días, cuando se levantaron, encontraron una gallina muerta. Y al día siguiente otra, y otra más el día después.
No fue difícil saber qué era lo que estaba pasando: desde hace un par de semanas habían visto volar a un águila por la zona. Entonces, Diego y su abuelo decidieron salir a cazarla con una escopeta hechiza que funcionaba con canicas o “píquis”, de las que usan los niños para jugar.
En ese momento, desconocían que el águila arpía menor es, sin ninguna duda, uno de los enigmas más grandes entre todos los rapaces. Es una especie tan extraña que se conocen solo algunos ejemplares entre México y Argentina, la zona en la que habita, pues es poco común avistarla. Por suerte, no lograron cazarla, pero estuvieron cerca.
“Mi abuelo le disparó tres veces, pero estaba muy alta y allá no alcanzaba a llegar la escopeta. Luego voló a donde tenía el nido, pero en ese momento nosotros no sabíamos que tenía el nido”, cuenta Polo. (También puede leer: ONU: estas son las acciones necesarias para reducir la contaminación por plásticos)
En 2019, un grupo de investigadores de la Sociedad Ornitológica de Córdoba (SOC) y el Proyecto Grandes Rapaces Colombia (PGR) llegaron a la vereda en la que vive Diego en busca de dos especies: el periquito del Sinú, que se cree extinto, y la arpía menor, de la que poco se conoce acerca de su estado de conservación.
Cuando se enteraron de que Polo y su abuelo intentaron cazarla, decidieron pedirles que los acompañaran en parte de la expedición. En camino hacia el cerro Murrucucú, “me contaron acerca de la importancia de las aves y desde ahí yo fui entendiendo por qué tenía que cuidarla”, recuerda Polo.
Desde entonces, junto a su familia, se dedican a cuidar las hectáreas de bosque que albergan a una pareja de águilas arpía menor. En 2022 presenciaron el primer anidamiento, que fracasó por las fuertes lluvias que impedían que el macho saliera a cazar. Y en 2023, de manera inesperada, fueron testigos del primer nacimiento de una arpía menor registrado en el país.
Ahora se encuentran monitoreando en conjunto con la SOC y el PGR, quienes dieron a Diego una cámara y unos binoculares que le permiten estar al tanto del ave sin acercarse a una distancia que pueda perturbarla. El polluelo, que ya tiene alrededor de dos meses, parece estar creciendo en buenas condiciones de salud, pero deberá permanecer junto a su madre por lo menos durante 24 meses, que es el momento en el que estas aves dejan el nido. (Le recomendamos: La polución por luz artificial estaría amenazando la reproducción de los corales)
El enigma de la arpía menor
Su pariente más cercana es la arpía, una de las rapaces más grandes del mundo —considerablemente más grande que la arpía menor— y de la que tampoco se sabe mucho. La lógica de las rapaces es que entre más grandes son, más difícil es conseguir su alimento y, por lo tanto, sus poblaciones son más pequeñas.
Sin embargo, en este caso la lógica no funciona tanto. Por cada 10 arpías que se conocen, apenas hay registro de una arpía menor. Mateo Giraldo, biólogo especializado en aves y director del PGR, cuenta que esa es una de las preguntas que siempre ha rodeado la investigación de este animal: si es más pequeña, ¿no debería ser más numerosa su población?
Una posible explicación, que quizás pase muchos años sin ser confirmada, es que a la arpía menor le gusta comer culebras, algo que no es muy usual entre las rapaces por la dificultad que implica cazarlas. Giraldo cuenta que en los monitoreos que se han realizado con esta especie se ha registrado a la arpía menor comiendo corales, una serpiente que es considerada de importancia médica por la potencia de su veneno.
Este particular comportamiento podría jugarle en contra a esta ave y disminuir sus poblaciones. Pero, como dice Giraldo, son “preguntas de dios”, que difícilmente puedan ser contestadas. (Le puede interesar: En 2022 Colombia deforestó 10 % menos que en 2021, pero aún hay casos inquietantes)
Lo que sí se sabe es que esta águila vive en zonas de bosque altamente conservadas, pues su dieta es variada y de animales pequeños y medianos, dentro de los que se encuentran algunos primates. Las arpías menores, explica Giraldo, son el equivalente al jaguar, pero en las alturas. Es decir, son depredadores tope en estos ecosistemas, y su presencia es un indicador clave de los niveles de diversidad en los bosques. Donde no hay comida, no hay águilas.
Los riesgos para la arpía menor
De acuerdo con Hugo Herrera Gómez, presidente de la SOC, el bosque en el que se encuentra la arpía menor, y que cuida la familia Polo, es propiedad de un campesino de la vereda Kilómetro 40, en Tierralta. Se trata de un predio de 271 hectáreas que se encuentra en un 70 % de conservación.
Además del águila, se encuentran individuos del paujil de pico azul (Crax alberti), y de tití de cabeza blanca (Saguinus oedipus), un ave y un primate endémicos que se encuentran en peligro de extinción.
Para estas especies, las principales amenazas son la cacería ilegal, la ampliación de la frontera agrícola y la deforestación. Herrera explica que estas problemáticas están ocurriendo en Córdoba, algo que pondría en riesgo la conservación de este bosque. (También puede leer: Proteger los territorios indígenas de la Amazonia también trae beneficios en salud)
“Se está ampliando la frontera agrícola, dentro del bosque se encuentran árboles que son apetecidos por su madera y, desafortunadamente, hemos ubicado algunos cultivos de uso ilícito cerca. Aún no son problemáticas extendidas, pero están ocurriendo”, afirma Herrera.
Al ser una área de amortiguación del Parque Nacional Natural Paramillo, que se encuentra a pocos kilómetros, tiene el potencial de convertirse en una Reserva Natural de la Sociedad Civil. La SOC ha manifestado su intención de comprarla.
El proyecto ya cuenta con el apoyo de algunas entidades internacionales interesadas en conservación ambiental, pero aún requieren más del 70 % del capital para estructurar la reserva y los proyectos productivos sostenibles que involucrarían a las familias que habitan en la zona.
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La relación de Diego Andrés Polo Martínez, un joven de 15 años que vive en zona rural de Tierralta, Córdoba, con el águila arpía menor, una de las aves rapaces más extrañas del mundo, no comenzó de la mejor manera. (Le puede interesar: Se aplaza la publicación de la hoja de ruta para transición energética en Colombia)
Cuando tenía 13 años, su abuelo había comprado 50 gallinas para criar en la finca y así tener un sustento para su familia. A los pocos días, cuando se levantaron, encontraron una gallina muerta. Y al día siguiente otra, y otra más el día después.
No fue difícil saber qué era lo que estaba pasando: desde hace un par de semanas habían visto volar a un águila por la zona. Entonces, Diego y su abuelo decidieron salir a cazarla con una escopeta hechiza que funcionaba con canicas o “píquis”, de las que usan los niños para jugar.
En ese momento, desconocían que el águila arpía menor es, sin ninguna duda, uno de los enigmas más grandes entre todos los rapaces. Es una especie tan extraña que se conocen solo algunos ejemplares entre México y Argentina, la zona en la que habita, pues es poco común avistarla. Por suerte, no lograron cazarla, pero estuvieron cerca.
“Mi abuelo le disparó tres veces, pero estaba muy alta y allá no alcanzaba a llegar la escopeta. Luego voló a donde tenía el nido, pero en ese momento nosotros no sabíamos que tenía el nido”, cuenta Polo. (También puede leer: ONU: estas son las acciones necesarias para reducir la contaminación por plásticos)
En 2019, un grupo de investigadores de la Sociedad Ornitológica de Córdoba (SOC) y el Proyecto Grandes Rapaces Colombia (PGR) llegaron a la vereda en la que vive Diego en busca de dos especies: el periquito del Sinú, que se cree extinto, y la arpía menor, de la que poco se conoce acerca de su estado de conservación.
Cuando se enteraron de que Polo y su abuelo intentaron cazarla, decidieron pedirles que los acompañaran en parte de la expedición. En camino hacia el cerro Murrucucú, “me contaron acerca de la importancia de las aves y desde ahí yo fui entendiendo por qué tenía que cuidarla”, recuerda Polo.
Desde entonces, junto a su familia, se dedican a cuidar las hectáreas de bosque que albergan a una pareja de águilas arpía menor. En 2022 presenciaron el primer anidamiento, que fracasó por las fuertes lluvias que impedían que el macho saliera a cazar. Y en 2023, de manera inesperada, fueron testigos del primer nacimiento de una arpía menor registrado en el país.
Ahora se encuentran monitoreando en conjunto con la SOC y el PGR, quienes dieron a Diego una cámara y unos binoculares que le permiten estar al tanto del ave sin acercarse a una distancia que pueda perturbarla. El polluelo, que ya tiene alrededor de dos meses, parece estar creciendo en buenas condiciones de salud, pero deberá permanecer junto a su madre por lo menos durante 24 meses, que es el momento en el que estas aves dejan el nido. (Le recomendamos: La polución por luz artificial estaría amenazando la reproducción de los corales)
El enigma de la arpía menor
Su pariente más cercana es la arpía, una de las rapaces más grandes del mundo —considerablemente más grande que la arpía menor— y de la que tampoco se sabe mucho. La lógica de las rapaces es que entre más grandes son, más difícil es conseguir su alimento y, por lo tanto, sus poblaciones son más pequeñas.
Sin embargo, en este caso la lógica no funciona tanto. Por cada 10 arpías que se conocen, apenas hay registro de una arpía menor. Mateo Giraldo, biólogo especializado en aves y director del PGR, cuenta que esa es una de las preguntas que siempre ha rodeado la investigación de este animal: si es más pequeña, ¿no debería ser más numerosa su población?
Una posible explicación, que quizás pase muchos años sin ser confirmada, es que a la arpía menor le gusta comer culebras, algo que no es muy usual entre las rapaces por la dificultad que implica cazarlas. Giraldo cuenta que en los monitoreos que se han realizado con esta especie se ha registrado a la arpía menor comiendo corales, una serpiente que es considerada de importancia médica por la potencia de su veneno.
Este particular comportamiento podría jugarle en contra a esta ave y disminuir sus poblaciones. Pero, como dice Giraldo, son “preguntas de dios”, que difícilmente puedan ser contestadas. (Le puede interesar: En 2022 Colombia deforestó 10 % menos que en 2021, pero aún hay casos inquietantes)
Lo que sí se sabe es que esta águila vive en zonas de bosque altamente conservadas, pues su dieta es variada y de animales pequeños y medianos, dentro de los que se encuentran algunos primates. Las arpías menores, explica Giraldo, son el equivalente al jaguar, pero en las alturas. Es decir, son depredadores tope en estos ecosistemas, y su presencia es un indicador clave de los niveles de diversidad en los bosques. Donde no hay comida, no hay águilas.
Los riesgos para la arpía menor
De acuerdo con Hugo Herrera Gómez, presidente de la SOC, el bosque en el que se encuentra la arpía menor, y que cuida la familia Polo, es propiedad de un campesino de la vereda Kilómetro 40, en Tierralta. Se trata de un predio de 271 hectáreas que se encuentra en un 70 % de conservación.
Además del águila, se encuentran individuos del paujil de pico azul (Crax alberti), y de tití de cabeza blanca (Saguinus oedipus), un ave y un primate endémicos que se encuentran en peligro de extinción.
Para estas especies, las principales amenazas son la cacería ilegal, la ampliación de la frontera agrícola y la deforestación. Herrera explica que estas problemáticas están ocurriendo en Córdoba, algo que pondría en riesgo la conservación de este bosque. (También puede leer: Proteger los territorios indígenas de la Amazonia también trae beneficios en salud)
“Se está ampliando la frontera agrícola, dentro del bosque se encuentran árboles que son apetecidos por su madera y, desafortunadamente, hemos ubicado algunos cultivos de uso ilícito cerca. Aún no son problemáticas extendidas, pero están ocurriendo”, afirma Herrera.
Al ser una área de amortiguación del Parque Nacional Natural Paramillo, que se encuentra a pocos kilómetros, tiene el potencial de convertirse en una Reserva Natural de la Sociedad Civil. La SOC ha manifestado su intención de comprarla.
El proyecto ya cuenta con el apoyo de algunas entidades internacionales interesadas en conservación ambiental, pero aún requieren más del 70 % del capital para estructurar la reserva y los proyectos productivos sostenibles que involucrarían a las familias que habitan en la zona.
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