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Son las 8:00 a.m. y la lancha de Parques Nacionales Naturales que nos llevará a nuestro lugar de inmersión rompe las olas azules cristalinas del mar de Providencia. Mientras el agua nos salpica con fuerza en la cara, Marcela Cano, directora del Parque Old Providence McBean Lagoon y Santiago Posada, encargado del proyecto de restauración de corales, me cuentan sobre el plan de buceo y lo que veremos abajo, a pocos metros de la superficie.
“Parece una panadería, porque hablamos de tortas y de galletas”, cuenta con risa Posada mientras se ajusta la careta, “pero en realidad vamos a ver cómo estamos restaurando los corales de Providencia, que estaban muy deteriorados”, remata.
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Como explica Marcela Cano, directora del parque, esta experiencia de restauración de corales empezó en el 2010. Después de hacer un estudio con el Instituto de Investigaciones Marinas y Costeras (Invemar), en 2007, los resultados fueron preocupantes: el porcentaje de coral vivo dentro del parque era muy bajo. La cobertura de corales no llegaba al 9 % y la de algas era de cerca del 80 %.
“Nos preocupamos y pensamos en qué hacer para volver a tener corales vivos dentro del parque. Los corales son como montañas en el agua y crean refugios de peces. Si uno encuentra una zona plana, ahí no hay posibilidades para que llegue la fauna”, asegura Marcela.
En 2009 Ken Nedimyer, presidente y fundador de la ONG Coral Restoration Foundation, de Estados Unidos, visitó la isla y contó de las experiencias en el Caribe. Desde ese momento el parque arrancó el proyecto piloto de las “guarderías de coral” y la restauración del arrecife coralino de Providencia. Simultáneamente el Parque Tayrona y Corales del Rosario y San Bernardo lo empezaron a desarrollar con el fin de comparar resultados. Un año después, el equipo en la Providencia decidió sembrar tres especies en guarderías colgantes: cuerno de alce, cuerno de venado, como tradicionalmente las llaman, y una mezcla entre ambas.
Sembraron esas especies por dos razones. La primera, porque antes eran muy abundantes y ahora no se ven. Como comenta Marcela, hace 50 años, “cuando las personas buceaban en Providencia, el fondo estaba cubierto por tapetes enormes de este tipo de corales”, pero ahora sólo quedaron los escombros, restos esqueléticos de un blanco inmaculado que revela su muerte. La segunda, porque estas dos especies son de fácil crecimiento y ya se habían hecho experimentos en todo el Caribe para trabajar con ellas.
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Nos pusimos careta y aletas y rodeamos los primeros corales que fueron trasplantados. Veo un gran bosque submarino, entre artificial y real, rodeado de peces pequeños, coloridos y fugaces. Santiago me muestra lo grandes que están los primeros corales cuerno de alce, que tienen una apariencia rojiza. “Estos ya llevan cinco años de crecimiento y lo hicimos acá porque ya había una colonia natural y queríamos repoblar lo demás”, dice.
Nos subimos a la lancha, avanzamos unos metros y esta vez nos equipamos con tanques. Descendimos sigilosos y lo primero que vi fueron las “guarderías de coral”, que se parecen a unos tendederos de ropa con dos travesaños verticales que sostienen tres hilos de nailon horizontales donde van colgados pequeños fragmentos de coral sobre unos alambres.
Veo a una raya pequeña que se camufla entre la arena y a los rayos de sol que se cuelan entre el agua creando un titileo constante. Algunas criaturas microscópicas aparecen y desaparecen. Y las algas adquieren un ritmo coordinado con el oleaje.
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Actualmente, el proyecto cuenta con cinco guarderías colgantes de tres especies: la cuerno de ciervo, la cuerno de alce y un híbrido entre ambas, cuyo nombre científico es la Acropora prolifera. Esta última es la que mejores resultados les ha dado y la que menos enfermedades ha tenido que soportar.
Hay otro tipo de guardería, que están apenas explorando, llamado las “galletas”, una mesa en la que están dispuestos unos portavasos de cemento donde crece otra especie a la que vulgarmente llaman coral Pilar que luce como un cilindro y que solían ser abundantes en la región.
Luego de ver los pequeños trozos de coral, nadamos hacia una de las parcelas de restauración. En total, el proyecto tiene tres parcelas que suman 800 metros cuadrados. Estos lugares se caracterizan por ser sitios de trasplante. Así que una vez los pedazos han crecido lo suficiente en las guarderías, hay varios métodos para volver a simular un arrecife de coral y atraer a los peces.
Uno de estos mecanismos son las tortas; es decir, masas de cemento que tienen la contextura de una plastilina y en la que se incrustan los corales. Y otro, son los domos, un entramado de varillas de donde cuelgan los pequeños fragmentos que luego crecerán hasta emular un montículo.
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En nuestro camino, mientras trataba de mantener el ritmo de la respiración y antes de conocer los domos, apareció un tiburón que nos miraba imperturbable. Me quedo estupefacta. Lo veo muy ágil. Me siento como una extraña que no forma parte de ese lugar. Torpe. Lenta. Indefensa. Permanecemos a unos 10 metros de distancia. Nos reconocemos. Siento una mezcla de fascinación con miedo. Y luego él da un giro a su izquierda y lo pierdo de vista.
Minutos después subo la mirada y veo una barracuda, espigada y seria. Nos desdeña, pero me asusta, mucho más que el tiburón del que luego me entero que le dicen “bobo” porque nunca ataca. “Hemos visto que, en esos sitios donde no había corales y ahora sembramos, la vida de peces es mayor; han llegado muchos. Antes no había nada. Esos carnívoros que vimos hoy (tiburón y barracuda), sumados a los pargos grandes que se ven, son la muestra de que estas formaciones coralinas resultan importantes”, asegura Marcela.
Cuando llegamos a los domos, Santiago empieza a remover las algas que se pegan a los corales. Luego me explica que son su mayor dolor de cabeza. “Las algas compiten con el coral, en las guarderías y parcelas de restauración, por luz y espacio. Cada dos semanas toca quitar las algas que crecen sobre el coral, pero es un trabajo arduo del cual hay que estar muy pendiente”, sostiene.
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Marcela explica que, durante la década de 1970 y 1980, hubo una enfermedad misteriosa en todo el Caribe, que mató a los erizos. Ellos eran los mayores comedores de algas y se cree que por esa razón empezaron a aumentar y a ganarles espacio a los corales. Otro factor que exacerba el problema es que la pesca se está concentrando en peces herbívoros, como los loros y que ya quedan muy pocas tortugas y manatíes en los mares, que se encargaban de regular el exceso de algas.
Otra problemática que no es única del archipiélago tiene que ver con el aumento de la temperatura del mar que, en esta zona, se dispara en septiembre y octubre, hace más difícil la vida de los corales someros y multiplica las plagas. De hecho, las altas presiones a las que están sometidos los arrecifes coralinos del mundo hace que ya se haya perdido cerca del 50 % de ellos.
Dicen que la barrera de arrecife de Providencia es la tercera más grande del mundo después de la australiana y la de Bélice. Con 32 kilómetros, las olas revientan a varios metros lejos de la playa. Aunque Marcela insiste en que necesitan más de 80 millones de pesos anuales (que es lo que consume este proyecto) para poder hacer más investigación y educación ambiental, “queremos garantizar que estas colonias que están siendo sembradas se empiecen a reproducir sexualmente y que después se reproduzcan en el mar que rodea a Providencia. Que seamos la fuente de semillas para que se vuelva a repoblar el océano de estas especies”, concluye.