Asocaimán: de cazadores a guardianes del caimán aguja
Este caimán, que era perseguido para vender su piel, carne y huevos, estuvo al borde la extinción. Desde 2004 Asocaimán se ha encargado de su conservación en la bahía de Cispatá y hasta la fecha ha liberado cerca de 14.000 ejemplares. El proyecto fue galardonado con el premio Bibo 2020 en la categoría Protectores de Especies.
Redacción BIBO
Hace más de veinte años la carne y los huevos del caimán aguja (Crocodylus acutus) eran perseguidos por los cazadores en el municipio de San Antero (Córdoba). Además, su piel era empleada para la peletería clandestina, una industria dedicada a la elaboración de indumentaria con su piel, y se calcula que llegaron a sacrificar entre 700.000 y 800.000 ejemplares para satisfacer la demanda. Estas prácticas llevaron a que la especie fuera incluida en la lista roja de animales en vía de extinción. En la bahía de Cispatá, donde se registró la mayor población en el país, estuvo a punto de desaparecer. Ahora, una organización de 18 excazadores trabaja para conservarlos e impulsar su uso sostenible.
Giovanni Ulloa Delgado y Clara Lucía Sierra Díaz, biólogos e integrantes del grupo de especialistas de cocodrilos de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN por su sigla en inglés), emprendieron en 2004 una labor con los excazadores para explicarles la importancia de conservar la especie. “Ellos estaban realizando el plan de ordenamiento de los manglares, en conjunto con la Corporación Autónoma Regional de los Valles del Sinú y de San Jorge. Nos ofrecieron un proyecto para empezar a trabajar de forma legal. De manera sincera nos advirtieron que con el proceso no íbamos a conseguir mucho dinero, pero sí nos iba a cambiar”, dice Nelson Rosales, excazador y uno de los fundadores de Asocaimán.
Desde entonces la organización ha trabajado bajo la orientación científica de ambos biólogos. Han desarrollado un proyecto de conservación del caimán aguja y tras 16 años de una labor constante aseguran que han conseguido salvar a la especie de la extinción en la bahía de Cispatá. Una tarea que tuvo varios altibajos. San Antero es un municipio típico del Caribe colombiano y, como la gran mayoría de los pueblos rurales de la región, para poder subsistir, la mayoría de la población depende de los recursos naturales que proveen los ecosistemas, recursos que se vieron afectados y disminuidos por la sobreexplotación. La población de caimanes fue la que más se redujo en el territorio.
Ante la escasez de ejemplares y el poco liderazgo que estaban ejerciendo los organismos de control, los cazadores se empezaron a enfrentar entre sí. Además, sus familias eran señaladas por cazar y no querían participar de los programas de educación ambiental. “Fue muy difícil convencer a todos los compañeros para que dejaran de cazar y explicarles a la comunidad y a los pescadores que no hacían parte del proyecto por qué se iban a liberar los caimanes, cómo íbamos a convivir con ellos y cuál era el proceso para su conservación”, señala Rosales. Una vez lograron que la comunidad participara, de la mano de los dos biólogos, iniciaron el censo y monitoreo de los pocos ejemplares que encontraron entre los manglares.
Luego, para el manejo del hábitat de la especie, instalaron vidrios artificiales dentro de los manglares pantanosos para poder controlar a los ejemplares que estaban monitoreando y establecer el tiempo en el que ponían los huevos. Una vez determinaron esos datos, fueron recolectando los huevos y los llevaron hasta las incubadoras que estaban instaladas en el municipio. Allí los marcaron, midieron y pesaron para hacerle un seguimiento a su crecimiento. “Los biólogos nos han explicado que se liberan cuando midan un metro o más, ya que es un tamaño ideal para que se puedan defender y sobrevivir en su hábitat natural”, añade Rosales. Desde 2004, han logrado liberar cerca de 14.000 individuos.
Ahora Asocaimán espera poder desarrollar la segunda fase: impulsar su uso sostenible. El 50 % de los caimanes que consigan criar en las incubadoras serán regresados a los manglares de la bahía, mientras que la otra mitad se quedará en una reserva o criadero que se construirá en el municipio. “Proyectamos hacer uso sostenible en cuatro años, tiempo para el cual los huevos que se recolecten en 2021 se incubarán y, con los debidos permisos, los animales se llevarán a tallas de aprovechamiento para la comercialización legal de las pieles y la carne”, añade Rosales. Se debe evitar la sobrepoblación de la especie porque, según explicaron los biólogos, podrían matarse entre ellos o, incluso, atacar a las personas.
Además de garantizar la protección del caimán, Asocaimán se ha encargado de elaborar estrategias para garantizar su conservación, entre las que están la declaración de un área protegida, el programa de educación y divulgación, el apoyo al desarrollo comunitario y un borrador del Plan de Manejo Especifico de la especie. Las acciones de recuperación del caimán aguja que lo salvaron de la extinción local fueron reconocidas con el Premio Bibo 2020, en la categoría Protectores de Especies. “Este reconocimiento nos motiva, porque refleja que estamos haciendo las cosas bien”, cuenta Rosales. Un premio para los pobladores que pasaron de cazadores a guardianes de una especie vulnerable.
Hace más de veinte años la carne y los huevos del caimán aguja (Crocodylus acutus) eran perseguidos por los cazadores en el municipio de San Antero (Córdoba). Además, su piel era empleada para la peletería clandestina, una industria dedicada a la elaboración de indumentaria con su piel, y se calcula que llegaron a sacrificar entre 700.000 y 800.000 ejemplares para satisfacer la demanda. Estas prácticas llevaron a que la especie fuera incluida en la lista roja de animales en vía de extinción. En la bahía de Cispatá, donde se registró la mayor población en el país, estuvo a punto de desaparecer. Ahora, una organización de 18 excazadores trabaja para conservarlos e impulsar su uso sostenible.
Giovanni Ulloa Delgado y Clara Lucía Sierra Díaz, biólogos e integrantes del grupo de especialistas de cocodrilos de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN por su sigla en inglés), emprendieron en 2004 una labor con los excazadores para explicarles la importancia de conservar la especie. “Ellos estaban realizando el plan de ordenamiento de los manglares, en conjunto con la Corporación Autónoma Regional de los Valles del Sinú y de San Jorge. Nos ofrecieron un proyecto para empezar a trabajar de forma legal. De manera sincera nos advirtieron que con el proceso no íbamos a conseguir mucho dinero, pero sí nos iba a cambiar”, dice Nelson Rosales, excazador y uno de los fundadores de Asocaimán.
Desde entonces la organización ha trabajado bajo la orientación científica de ambos biólogos. Han desarrollado un proyecto de conservación del caimán aguja y tras 16 años de una labor constante aseguran que han conseguido salvar a la especie de la extinción en la bahía de Cispatá. Una tarea que tuvo varios altibajos. San Antero es un municipio típico del Caribe colombiano y, como la gran mayoría de los pueblos rurales de la región, para poder subsistir, la mayoría de la población depende de los recursos naturales que proveen los ecosistemas, recursos que se vieron afectados y disminuidos por la sobreexplotación. La población de caimanes fue la que más se redujo en el territorio.
Ante la escasez de ejemplares y el poco liderazgo que estaban ejerciendo los organismos de control, los cazadores se empezaron a enfrentar entre sí. Además, sus familias eran señaladas por cazar y no querían participar de los programas de educación ambiental. “Fue muy difícil convencer a todos los compañeros para que dejaran de cazar y explicarles a la comunidad y a los pescadores que no hacían parte del proyecto por qué se iban a liberar los caimanes, cómo íbamos a convivir con ellos y cuál era el proceso para su conservación”, señala Rosales. Una vez lograron que la comunidad participara, de la mano de los dos biólogos, iniciaron el censo y monitoreo de los pocos ejemplares que encontraron entre los manglares.
Luego, para el manejo del hábitat de la especie, instalaron vidrios artificiales dentro de los manglares pantanosos para poder controlar a los ejemplares que estaban monitoreando y establecer el tiempo en el que ponían los huevos. Una vez determinaron esos datos, fueron recolectando los huevos y los llevaron hasta las incubadoras que estaban instaladas en el municipio. Allí los marcaron, midieron y pesaron para hacerle un seguimiento a su crecimiento. “Los biólogos nos han explicado que se liberan cuando midan un metro o más, ya que es un tamaño ideal para que se puedan defender y sobrevivir en su hábitat natural”, añade Rosales. Desde 2004, han logrado liberar cerca de 14.000 individuos.
Ahora Asocaimán espera poder desarrollar la segunda fase: impulsar su uso sostenible. El 50 % de los caimanes que consigan criar en las incubadoras serán regresados a los manglares de la bahía, mientras que la otra mitad se quedará en una reserva o criadero que se construirá en el municipio. “Proyectamos hacer uso sostenible en cuatro años, tiempo para el cual los huevos que se recolecten en 2021 se incubarán y, con los debidos permisos, los animales se llevarán a tallas de aprovechamiento para la comercialización legal de las pieles y la carne”, añade Rosales. Se debe evitar la sobrepoblación de la especie porque, según explicaron los biólogos, podrían matarse entre ellos o, incluso, atacar a las personas.
Además de garantizar la protección del caimán, Asocaimán se ha encargado de elaborar estrategias para garantizar su conservación, entre las que están la declaración de un área protegida, el programa de educación y divulgación, el apoyo al desarrollo comunitario y un borrador del Plan de Manejo Especifico de la especie. Las acciones de recuperación del caimán aguja que lo salvaron de la extinción local fueron reconocidas con el Premio Bibo 2020, en la categoría Protectores de Especies. “Este reconocimiento nos motiva, porque refleja que estamos haciendo las cosas bien”, cuenta Rosales. Un premio para los pobladores que pasaron de cazadores a guardianes de una especie vulnerable.