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En 2018, un grupo de buzos ancló a 25 metros de profundidad dos hidrófonos para escuchar los sonidos bajo el océano en el golfo de Tribugá, en el departamento de Chocó. Lo hicieron como parte de PHySIC (que en inglés significa Ports, Humpbacks and Sound in Colombia, o Puertos, Ballenas Jorobadas y Sonido en Colombia), que cuenta con el apoyo de la Fundación Macuáticos, la Pontificia Universidad Javeriana y la Comisión Fulbright Colombia. (Lea: La alerta por el proyecto del puerto de Tribugá)
Su principal objetivo es crear una línea base sobre el paisaje acústico de la zona para promover su conservación y aportar información científica en los casos en los que se pretenda hacer grandes intervenciones humanas, como casi ocurre en 2020. Luego de cuatro años en revisión por la Agencia Nacional de Infraestructura (ANI), se le negó la licencia a la Sociedad Arquímedes para iniciar un megaproyecto en la zona. La construcción del puerto implicaría una carretera de más de 70 kilómetros a través de la serranía del Baudó y 100 kilómetros de vías alternas. Un riesgo para los ecosistemas terrestres y marítimos de la zona.
Dos años después del inicio del proyecto en Chocó, y con un fin similar, arrancó en el mar del Norte, en la costa de Bélgica, un laboratorio virtual para la investigación científica en temas de biodiversidad en el marco de LifeWatch Belgium. Parte de este proyecto consistió en crear el plan Broadband Acoustic Network (que significa Red Acústica de Banda Ancha), una red con cuatro recibidores de sonido que realizan monitoreos al paisaje acústico de la zona para conocer qué tan ruidosos son los barcos y sus posibles impactos.
Recientemente, un grupo de investigadoras de ambos proyectos aprovechó que tenían datos de ambas locaciones y realizó un estudio comparativo entre estos dos ecosistemas geográficamente apartados para analizar la contaminación acústica y proponer medidas para su conservación. Esta pesquisa fue publicada en la revista Oceanography. (Puede leer: ¿Por qué el Golfo de Tribugá es un tesoro natural en el Chocó?)
Las ballenas en Tribugá, los barcos en Bélgica
Aunque el explorador francés Jaques-Yves Cousteau estaba seguro de que el océano era el “mundo silencioso”, los cantos de las ballenas y el sonido de los peces cambiaron esa perspectiva. Un hecho que, además, quedó demostrado en este estudio comparativo.
Tras analizar las muestras de sonido de ambos lugares a través de espectrogramas -las imágenes que representan los sonidos- y la densidad espectral de poder, que significa la intensidad y el poder de los sonidos, los científicos encontraron dos panoramas completamente distintos. Mientras que en el golfo de Tribugá escucharon peces y camarones, la lluvia, el viento, el canto de ballenas jorobadas y pequeñas lanchas, en el mar del Norte predominó el ruido producido por grandes embarcaciones, lo que significa una mayor riqueza acústica en Tribugá, según las investigadoras.
Estos fueron algunos de los sonidos que escucharon en Tribugá:
“El mar del Norte es uno de los lugares más explotados del mundo por sus rutas marítimas. Aquí cuando no oyes barcos, oyes cosas más peculiares como algunos peces o un cangrejo o una gamba, pero son sonidos muy difíciles de identificar”, explica Clea Parcerisas, estudiante del doctorado en ecología acústica marina del Instituto Flanders Marine en Bélgica. (Le puede interesar: Se cae proyecto que pretendía construir un puerto en Tribugá)
El ruido de los barcos en Bélgica:
La importancia de escuchar los paisajes marinos
La ecología acústica -que es el estudio de la relación de los seres vivos y su ambiente a través de los sonidos- se convirtió en un complemento efectivo para la evaluación de la biodiversidad y la salud de un ecosistema. A través de esta es posible medir la composición, estructura y abundancia de la fauna y las variables en el paisaje, como el impacto de actividades humanas.
“La acústica es una herramienta para obtener más información sobre el estado de un ecosistema, además del material visual. Por ejemplo, puede que no veamos una especie, pero sí la escuchemos, y viceversa”, explica Kerri Seger, quien forma parte del proyecto en Tribugá y es doctora en oceanografía biológica de la Universidad de California, en San Diego, e investigadora de la organización Applied Ocean Sciencies.
Un paisaje acústico se compone de tres elementos: geofonía, o la resonancia de factores abióticos como las precipitaciones; biofonía, los sonidos naturales emitidos por los animales; y antropofonía, el ruido producido por las actividades humanas. Todos elementos que se analizaron en las investigaciones. (Lea también: “Expedición Tribugá”, una muestra del balance natural y cultural que existe en el Chocó)
Según Seger, el impacto más significativo del ruido es el estrés y las pérdidas temporales o definitivas en la audición en peces, delfines, ballenas y tiburones. Esto ocurre cuando hay grandes construcciones bajo el mar o barcos muy ruidosos. También algunos animales no pueden oírse entre ellos por el sonido de las embarcaciones, lo que se conoce como enmascaramiento.
La importancia de un lugar como el golfo de Tribugá
“El golfo de Tribugá es un ecosistema relativamente prístino, lo que permite compararlo con otros paisajes que están más afectados, como el mar del Norte en Bélgica. Sobre todo para conocer cómo se han degradado”, explica María Paula Rey, ecóloga y estudiante de la maestría en uso y conservación de la biodiversidad de la Pontificia Universidad Javeriana.
Tribugá es un lugar importante en términos de biodiversidad. Coexisten al menos 35.000 especies de plantas, 390 de aves, 970 de reptiles y 125 mamíferos, es parte del corredor migratorio de las ballenas jorobadas, las tortugas marinas y los tiburones martillo, y en 2019 se convirtió en “Hope Spot” o punto de esperanza, una designación que otorga la Organización Internacional Mission Blue por la importancia de un ecosistema.
Mientras que en otros parques marinos del Caribe el porcentaje de ruido por embarcaciones es del 20 o 30 %, en el golfo de Tribugá es del 16 %. Si bien en esta zona no ocurren perturbaciones de gran magnitud, para María Paula Rey hacen falta normativas y lineamientos para su conservación. “Aunque Bélgica es un país con mayores niveles de contaminación acústica, tienen más leyes que regulan. En Tribugá, que es una zona más conservada y con mayores variaciones de sonido, no existe normatividad”, puntualiza. (Lea: Aunque se conoce poco, la minería en el fondo del mar se abre paso en el mundo)
Las tres investigadoras coinciden en que la comparación de dos ecosistemas geográficamente apartados permite añadir información valiosa a los estudios. Principalmente, en los efectos que puedan tener las actividades humanas en el medio ambiente, así como para proponer medidas y lineamientos para la conservación de estas zonas y, en el caso de Bélgica, reducir la contaminación acústica.
“Aunque en Bélgica no hubiera barcos, tampoco escucharíamos ballenas, porque la fauna de ambos ecosistemas es diferente. El mar de Bélgica se caracteriza por su microfauna y siempre será un lugar con menos diversidad acústica. Aun así, estos estudios nos dan una idea de lo fuertes y constantes que pueden llegar a ser los sonidos humanos”, finaliza Clea Parcerisas.