¡A vivir sin desperdicio!
En una columna de opinión, la directora de WWF Colombia presenta una investigación que realizaron junto con la agencia Sancho BBDO para contrastar los imaginarios de las personas sobre sus hábitos alimenticios.
Sandra Valenzuela*
La forma en que comemos está estrechamente relacionada con la salud del planeta. Los suelos y aguas producen tanta comida para alimentar a casi 8.000 millones de personas, pero el hambre sigue siendo el mayor desafío de la humanidad. Tan paradójico como frustrante, vergonzoso y real.
Los mitos en torno a la alimentación tienen un alcance proporcional a la imaginación de quien los crea o los difunde y, tristemente, contribuyen a distanciar a las personas de su responsabilidad con un consumo responsable. Uno de ellos -tal vez de los más comunes- es que las frutas o verduras que nadie consume y van a la caneca no generan un impacto porque vuelven a la naturaleza… Falso. Producir una manzana le cuesta a la Tierra 125 litros de agua, el equivalente a lavar platos durante 16 minutos con la llave abierta. Y ejemplos como ese son muchísimos.
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Cifras de 2016 del Departamento Nacional de Planeación señalan que en Colombia se pierde o desperdicia al menos el 30% de los alimentos que se producen. Sí, tres de cada 10 no se los come nadie. Una situación que hoy no solo puede ser más aguda sino que perpetúa las enormes brechas y necesidades insatisfechas de millones de personas, además de representar una presión excesiva para la naturaleza, a la que estamos sobrecargando para producir, consúmase o no.
Ese es, a todas luces, el camino contrario hacia el propósito común de lograr una alimentación suficiente y saludable para todos, establecido en los Objetivos de Desarrollo Sostenible, que debemos alcanzar en siete años y un par de meses. Tenemos cada vez menos tiempo y el sistema alimentario -es una realidad- no nos está haciendo más sanos, y al planeta tampoco. En gran medida, por la forma en la que producimos y consumimos alimentos, que ha ocasionado el 80% de la deforestación, es responsable del 70% de la pérdida de biodiversidad en ecosistemas terrestres y del 50% en ecosistemas de agua dulce, y genera el 29% de las emisiones de gases de efecto invernadero.
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En contraste, es un sector económico clave para la generación de empleo y el sustento de millones de personas en el mundo, que con su labor contribuyen a que podamos llevar a nuestra mesa los alimentos que nos dan la vida. Esta realidad ha impulsado a la red de WWF a poner en los espacios de discusión global a los alimentos en el centro de las soluciones para hacer frente a la crisis de la Tierra, porque la pérdida de biodiversidad y el cambio climático tienen un impacto directo con lo que ponemos en nuestros platos en nuestra mesa. Y, sabemos todos, prohibir no es una alternativa.
¿Pero entonces cómo contribuir desde Colombia? Conociendo por qué comemos como comemos. Bajo esa premisa, WWF Colombia y la agencia Sancho BBDO realizamos una investigación en 8 ciudades del país, con cerca de 2.000 encuestas para contrastar los imaginarios de las personas con sus hábitos frente a la alimentación.
El resultado es un informe titulado ‘El verdadero valor de los alimentos’, que reafirma la desconexión que tenemos los colombianos entre la relación de nuestra alimentación y la naturaleza, desconociendo que necesitamos un planeta sano para obtener comida. El documento también da luces sobre cómo los comportamientos, muchos de ellos por tradiciones heredadas, inciden en prácticas no sostenibles y, a la vez, deja ver qué estarían dispuestas a hacer las personas para cambiar su manera de comer.
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Con esta investigación apuntamos, más a que a recabar cifras e indicadores, a generar acciones de cambio desde las personas hasta las familias, los supermercados, las tiendas, las plazas de mercado, los restaurantes, los hoteles, los colegios, las universidades, los productores y todos los involucrados con el consumo de alimentos.
Y es que, si bien en Colombia la alimentación está unida a costumbres, regiones y valores culturales, no podemos desconocer que, en una enorme proporción, resulta ser lo que se puede y no lo que se quiere. De ahí que exigir cambios lleve a desconocer realidades y por eso nuestra propuesta, a partir del informe, se basa en recomendaciones al alcance de todos para lograr una meta única: vivir sin desperdicio.
Empecemos por eliminar esa vieja frase de ‘es mejor que sobre y no que falte’. Nuestra acción debe ser comprar, cocinar y servir solo lo que vamos a consumir. Y si sobró, llevarlo a casa para consumir después. Debemos entender que, igual que las personas, no todas las frutas y verduras se ven perfectas y uniformes. Podemos ser más creativos y aprovecharlas para hacer pasteles, tortas, batidos y muchas otras recetas. Aprovechemos y consumamos frutas y verduras de temporada.
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La biodiversidad que nos hace únicos también nos abre una oferta de sabores envidiable. Una alimentación más variada evita la carga por sembrar grandes extensiones de arroz, trigo y maíz, los tres cultivos base en el mundo. Si tenemos una dieta balanceada e incluimos más vegetales, frutas, legumbres a nuestros menús, estaremos contribuyendo a reducir las presiones sobre los ecosistemas naturales y sobre nuestra salud.
Ante la crisis climática y de pérdida de biodiversidad que afronta el mundo y Colombia, hoy más que nunca debemos entender el verdadero valor de los alimentos. Más allá de fijarnos en su precio y de contribuir activamente a que más personas puedan acceder a los alimentos que necesitan, es imperativo comprender e inspirar a todos los colombianos a ser conscientes de que detrás de cada alimento hay un costo para el planeta, y que con acciones cotidianas podemos reducirlo e incluso evitarlo.
*Directora de WWF Colombia
La forma en que comemos está estrechamente relacionada con la salud del planeta. Los suelos y aguas producen tanta comida para alimentar a casi 8.000 millones de personas, pero el hambre sigue siendo el mayor desafío de la humanidad. Tan paradójico como frustrante, vergonzoso y real.
Los mitos en torno a la alimentación tienen un alcance proporcional a la imaginación de quien los crea o los difunde y, tristemente, contribuyen a distanciar a las personas de su responsabilidad con un consumo responsable. Uno de ellos -tal vez de los más comunes- es que las frutas o verduras que nadie consume y van a la caneca no generan un impacto porque vuelven a la naturaleza… Falso. Producir una manzana le cuesta a la Tierra 125 litros de agua, el equivalente a lavar platos durante 16 minutos con la llave abierta. Y ejemplos como ese son muchísimos.
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Ese es, a todas luces, el camino contrario hacia el propósito común de lograr una alimentación suficiente y saludable para todos, establecido en los Objetivos de Desarrollo Sostenible, que debemos alcanzar en siete años y un par de meses. Tenemos cada vez menos tiempo y el sistema alimentario -es una realidad- no nos está haciendo más sanos, y al planeta tampoco. En gran medida, por la forma en la que producimos y consumimos alimentos, que ha ocasionado el 80% de la deforestación, es responsable del 70% de la pérdida de biodiversidad en ecosistemas terrestres y del 50% en ecosistemas de agua dulce, y genera el 29% de las emisiones de gases de efecto invernadero.
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En contraste, es un sector económico clave para la generación de empleo y el sustento de millones de personas en el mundo, que con su labor contribuyen a que podamos llevar a nuestra mesa los alimentos que nos dan la vida. Esta realidad ha impulsado a la red de WWF a poner en los espacios de discusión global a los alimentos en el centro de las soluciones para hacer frente a la crisis de la Tierra, porque la pérdida de biodiversidad y el cambio climático tienen un impacto directo con lo que ponemos en nuestros platos en nuestra mesa. Y, sabemos todos, prohibir no es una alternativa.
¿Pero entonces cómo contribuir desde Colombia? Conociendo por qué comemos como comemos. Bajo esa premisa, WWF Colombia y la agencia Sancho BBDO realizamos una investigación en 8 ciudades del país, con cerca de 2.000 encuestas para contrastar los imaginarios de las personas con sus hábitos frente a la alimentación.
El resultado es un informe titulado ‘El verdadero valor de los alimentos’, que reafirma la desconexión que tenemos los colombianos entre la relación de nuestra alimentación y la naturaleza, desconociendo que necesitamos un planeta sano para obtener comida. El documento también da luces sobre cómo los comportamientos, muchos de ellos por tradiciones heredadas, inciden en prácticas no sostenibles y, a la vez, deja ver qué estarían dispuestas a hacer las personas para cambiar su manera de comer.
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Con esta investigación apuntamos, más a que a recabar cifras e indicadores, a generar acciones de cambio desde las personas hasta las familias, los supermercados, las tiendas, las plazas de mercado, los restaurantes, los hoteles, los colegios, las universidades, los productores y todos los involucrados con el consumo de alimentos.
Y es que, si bien en Colombia la alimentación está unida a costumbres, regiones y valores culturales, no podemos desconocer que, en una enorme proporción, resulta ser lo que se puede y no lo que se quiere. De ahí que exigir cambios lleve a desconocer realidades y por eso nuestra propuesta, a partir del informe, se basa en recomendaciones al alcance de todos para lograr una meta única: vivir sin desperdicio.
Empecemos por eliminar esa vieja frase de ‘es mejor que sobre y no que falte’. Nuestra acción debe ser comprar, cocinar y servir solo lo que vamos a consumir. Y si sobró, llevarlo a casa para consumir después. Debemos entender que, igual que las personas, no todas las frutas y verduras se ven perfectas y uniformes. Podemos ser más creativos y aprovecharlas para hacer pasteles, tortas, batidos y muchas otras recetas. Aprovechemos y consumamos frutas y verduras de temporada.
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La biodiversidad que nos hace únicos también nos abre una oferta de sabores envidiable. Una alimentación más variada evita la carga por sembrar grandes extensiones de arroz, trigo y maíz, los tres cultivos base en el mundo. Si tenemos una dieta balanceada e incluimos más vegetales, frutas, legumbres a nuestros menús, estaremos contribuyendo a reducir las presiones sobre los ecosistemas naturales y sobre nuestra salud.
Ante la crisis climática y de pérdida de biodiversidad que afronta el mundo y Colombia, hoy más que nunca debemos entender el verdadero valor de los alimentos. Más allá de fijarnos en su precio y de contribuir activamente a que más personas puedan acceder a los alimentos que necesitan, es imperativo comprender e inspirar a todos los colombianos a ser conscientes de que detrás de cada alimento hay un costo para el planeta, y que con acciones cotidianas podemos reducirlo e incluso evitarlo.
*Directora de WWF Colombia