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Desde los microorganismos hasta los grandes ecosistemas, hacen parte esencial de la red de vida de la Tierra. Si alguno de ellos falla o falta, todo el sistema corre el riesgo de colapsar.
La biodiversidad es la variedad de toda la vida en la Tierra, es lo que usualmente llamamos, de manera general, naturaleza. Desde el icónico jaguar hasta los árboles del bosque, los microorganismos de los suelos, los peces de los ríos y los corales de los océanos, todas las especies y los lugares en donde habitan conforman lo que llamamos biodiversidad. Además, abarca todas las escalas, desde lo macro hasta lo micro, por ejemplo, comprende la variedad de ecosistemas que hay en el planeta y también las diferencias genéticas dentro de cada especie, lo que se conoce como diversidad genética.
Todo en nuestro planeta, incluidos nosotros, está interconectado y es interdependiente. Por eso, la biodiversidad es una enorme red biológica de organismos naturales, en la que cada uno cumple un rol que permite el correcto funcionamiento de toda la red. En este sentido, funciona como una torre de ladrillos organizados o, mejor, como una torre de Jenga, ya que entre más ladrillos haya y mayor sea su conexión, más fuerte es la torre. Por el contrario, cuando alguna o algunas piezas empiezan a faltar la torre se debilita y es muy probable que se venga abajo. Así funciona la biodiversidad.
A pesar de ello, estamos perdiendo la naturaleza a un ritmo nunca antes visto, como lo indica claramente el Informe Planeta Vivo 2020 de WWF, que encontró que el tamaño de las poblaciones de mamíferos, aves, peces, anfibios y reptiles en el mundo ha experimentado una disminución promedio alarmante del 68% desde 1970. La situación es aún más preocupante para América Latina y el Caribe, puesto que allí la reducción promedio de las poblaciones ha alcanzado el 94%. Además, sabemos que actualmente un millón de especies de animales y plantas están en peligro de extinción, según la Plataforma Intergubernamental de Ciencia y Política sobre Biodiversidad y Servicios de Ecosistemas (IPBES).
Esto tiene graves efectos en el funcionamiento del planeta y afecta directamente el bienestar de las personas. Cada elemento del mundo natural cumple funciones esenciales, tales como regular el clima, garantizar la disponibilidad del agua, producir alimentos tanto para las personas como para las otras especies, brindar refugio, restaurar los suelos, producir oxígeno, polinizar, proveer materiales como telas y minerales, entre otros. En este sentido, las funciones e interconexiones entre toda la vida del planeta son infinitas y, por ende, difíciles de dimensionar.
Por ello, aquí presentamos tres ejemplos que pueden ayudar a dimensionar y entender la importancia que tiene cada elemento en esta red de vida llamada biodiversidad.
Abejas, pequeñas pero esenciales
A veces pueden ser demasiado pequeños a simple vista, pero los insectos también son una parte vital de los ecosistemas saludables. Las abejas y otras especies, debido a su rol de polinizadoras, son cruciales para el crecimiento de árboles, flores y otras plantas que sirven como alimento y refugio para animales de todos los tamaños, es decir, son cruciales para el mantenimiento de la biodiversidad.
Además, son esenciales para polinizar nuestros cultivos, una función indispensable para que las plantas cultivadas brinden frutos y semillas (como el frijol, el maní, la avellana y el ajonjolí), y se reproduzcan a largo plazo. Se estima que al menos el 30% de los alimentos que comemos y el 80% de las plantas con flores dependen de las abejas. A ello se suma que de la polinización también depende la calidad de los alimentos. Si una planta recibió una cantidad suficiente de polen, desarrollará un fruto más grande, uniforme, de mejor calidad y sabor.
En este sentido, sin polinizadores, como las abejas, los humanos estaríamos en graves problemas a la hora de producir alimentos para la creciente población mundial, sin mencionar que muchos de los otros servicios ecosistémicos también resultarían afectados.
Sin embargo, la pérdida de hábitat, el uso de pesticidas, la aparición de plagas y el aumento de temperaturas asociadas al cambio climático amenazan la existencia de los polinizadores. Frente a ello, muchos países están optando por acciones para protegerlos. Colombia hace parte del Convenio de Diversidad Biológica que reconoce la polinización como un servicio ecosistémico y estratégico por el papel fundamental que desempeña para la producción de alimentos, la economía mundial, la conservación de la diversidad biológica y el mantenimiento de la estructura y función de los ecosistemas.
Oso de anteojos, el jardinero de los bosques
El oso de anteojos vive en los bosques andinos, desde los 1.000 metros de altura hasta los páramos, además transita por áreas muy amplias, un macho cubre hasta 61 kilómetros cuadrados. Esta es la única especie de oso que hay en Suramérica, y se estima que en Colombia hay hasta 8.000 individuos.
Son excelentes trepadores gracias a sus garras, con las que cavan en la tierra y manipulan ramas y tallos de plantas, lo cual dinamiza la vida de los bosques. Aunque son omnívoros, consumen principalmente frutas y plantas. Por su dieta y sus largos recorridos, ayudan a diseminar semillas y polen a través de su excremento y pelaje, permitiendo la perdurabilidad y reproducción de los bosques donde habitan. Por estas razones, son llamados ‘jardineros del bosque’. Asimismo, para la conservación de la biodiversidad, el oso de anteojos funciona como especie sombrilla, es decir, su conservación beneficia la protección del páramo, de los bosques de niebla y decenas de especies que habitan en él. Todos estos ecosistemas son cruciales para el bienestar de la naturaleza y las personas, puesto que de allí proviene gran parte del agua que consumen los colombianos. La presencia del oso de anteojos es además un poderoso indicador de la salud de los ecosistemas.
Según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), el oso de anteojos está en peligro de extinción, en la categoría “vulnerable”. Algunas de las amenazas que enfrenta es la caza por parte de individuos que intentan proteger sus cultivos u animales domésticos, esto está relacionado a la expansión de la frontera agrícola y la deforestación, que cada vez más acercan a los humanos a los hábitats naturales de la especie.
La imponente Amazonia
Este bosque húmedo tropical que abarca nueve países del norte de Suramérica es una pieza esencial del conjunto de ecosistemas que componen la biodiversidad del planeta. Se extiende por Colombia, Brasil, Bolivia, Perú, Ecuador, Venezuela, Guyana, Surinam y Guyana francesa, y se calcula que en sus más de 5,5 millones de kilómetros cuadrados habita nada más ni nada menos que el 10% de todas las especies de plantas y animales que conocemos.
La Amazonia tiene un rol crucial en la lucha contra el cambio climático, debido a las funciones que presta a la hora de regular el clima del mundo y los ciclos hídricos del continente. Este bosque actúa como un gran sumidero de carbono, es decir, absorbe dióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero que almacena en su vegetación y en la biomasa que yace en sus suelos.
Se estima que la Amazonia almacena alrededor de 130 mil millones de toneladas de carbono, casi el valor de una década de emisiones globales de dióxido de carbono, según señala el Panel Científico por la Amazonía. De no ser por este ecosistema, todos esos gases estarían en la atmósfera aumentando el calentamiento global.
En cuanto a los ciclos hídricos, los millones de árboles de la Amazonia evaporan miles de litros de agua diariamente, creando flujos aéreos de agua, conocidos como ríos voladores, de los que dependen las lluvias y los ciclos hídricos del continente. En este sentido, los bosques regulan el clima y garantizan disponibilidad de agua para ecosistemas y poblaciones, aumentando la resiliencia frente al aumento de temperatura y posibles sequías.
Sin embargo, actualmente, el 17% de los bosques amazónicos ya se ha perdido y al menos un 17% adicional se ha degradado. Un informe del 2021 del Panel Científico por la Amazonía advirtió que, si no se hace algo, la región se acerca a un potencial punto de inflexión catastrófico debido a la deforestación, la degradación, los incendios forestales y el cambio climático.