Amazonia emprendedora: los negocios indígenas y campesinos que cuidan la región
Información institucional.
WWF
Desde las selvas tupidas de Chiribiquete hasta las montañas en la Serranía de los Picachos, muchas comunidades han apostado por empresas que cuidan la naturaleza y crean oportunidades económicas para sus territorios. Estas son algunas de sus historias.
Aun cuando los bosques de la Amazonia son el tesoro natural más preciado del planeta, la deforestación sigue siendo una de sus mayores amenazas. La expansión ganadera, la tala ilegal, los cultivos ilegales y la minería, sumado a la falta de oportunidades y a la poca presencia estatal, generan una serie de dinámicas que han convertido a la región en el principal epicentro de deforestación del país, con más de 109.000 hectáreas deforestadas en el 2020, según el último informe anual del Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales (Ideam).
Sin embargo, las problemáticas de la región no han impedido que muchas comunidades locales estén desarrollando iniciativas económicas que les permitan aprovechar de manera sostenible sus territorios mientras cuidan y protegen los bosques. La producción de cacao, la cría de abejas, el turismo comunitario o la producción de artesanías son ahora algunas de las estrategias utilizadas por estas comunidades que, si bien antes talaban los bosques, hoy trabajan para conservarlos.
Cacao para la paz
“Antes no nos dábamos cuenta de lo que hacíamos. Solo talábamos sin verle el valor que tienen los bosques, pero hoy somos conscientes”, cuenta Enrique Peña, un líder campesino de Calamar, Guaviare. En esta zona, después de la firma del Acuerdo de Paz, muchos campesinos empezaron con la praderización y extensión de sus fincas para la cría de ganado, perjudicando grandes extensiones de bosque, entre ellas algunas áreas de amortiguación del Parque Nacional Serranía de Chiribiquete.
Por esta razón, Enrique y otras familias de Calamar conformaron la Asociación campesina Ascatrui, con el fin de defender su territorio y apostar por la producción y venta de cacao, iniciativa que están planeando desde inicios de este año y con la cual pretenden frenar la expansión ganadera en la región. “Antes sembrábamos coca. Luego pasamos a la ganadería, pero hoy que sabemos la importancia de este territorio, buscamos que la nueva tendencia sea la siembra sostenible de cacao”, explica Enrique.
Precisamente, la producción de cacao —un fruto que crece de manera natural en el territorio y que puede producir ganancias casi que mensuales— se ha convertido en la alternativa predilecta de algunas asociaciones campesinas en Caquetá y Guaviare, que buscan aprovechar de manera sostenible sus territorios y fomentar la paz en la región. Este también es el caso de las asociaciones Asoacasán y Asproabelén.
“Estoy enamorado del cacao por muchas razones: porque es agroforestal, lo que nos permite conservar los bosques; es rentable, pues permite un ingreso mensual, y, sobre todo, nos permite seguir construyendo territorios de paz, ayudando a unirnos como familias y como comunidad”, explica Pablo Emilio Ome Muñóz, uno de los 40 productores, muchos ex-cocaleros, que hoy hacen parte de Asproabelén, en Belén de los Andaquíes, Caquetá.
Por otro lado, los líderes campesinos de Asoacasán, en San José de Fragua, además de apostarle al cacao, buscan desarrollar fincas autosostenibles con el propósito de mantener su seguridad alimentaria y proteger la zona de amortiguación del Parque Nacional Natural Alto Fragua Indi Wasi. “Eso es lo único que necesitamos para ser felices: un lugar donde vivir, el calor de una familia y una tierrita que sembrar. Con la coca solo había peladeros, ahora ya no. Donde antes se producía coca, ahora se produce cacao y así vivimos mucho mejor”, explica Berley Sánchez Criollo, uno de los 60 campesinos que hacen parte del emprendimiento.
Frutos amazónicos, mieles y otras delicias
El cacao no es el único producto escogido por las comunidades para apostarle al desarrollo sostenible del territorio. El sacha inchi (Plukenetia volubilis) —también conocido como el maní amazónico—, el cacay (Caryodendron orinocense) y la miel obtenida de la cría de abejas apis (africanas) y meliponas (nativas) son otros de los productos utilizados por las comunidades debido a su abundancia y fácil manejo.
Por ejemplo, el sacha inchi es un fruto comestible que, además, puede ser utilizado en la elaboración de productos cosméticos. La empresa familiar Bioincos, creada por Yuly Rodríguez y su esposo, en Villagarzón, Putumayo, ha sacado provecho de este potencial. Actualmente, utilizan tanto el sacha inchi como el cacay en la elaboración de productos para la piel, actividad productiva que beneficia económicamente a más de 200 familias indígenas de los pueblos Emberá, Pastos e Inga. “Son frutos que se encuentran en los bosques y nuestro propósito es poder conservar lo que aún queda de ellos, dando un valor agregado a lo que se tiene acá, para que otros lo conozcan y sepan la riqueza que tiene nuestra región”, explica Yuly.
Otro caso exitoso es el de la Asociación Asoproagro de Calamar, Guaviare. Sus miembros encontraron en el sacha inchi una alternativa a los cultivos de coca. La organización nació en 2010 de la mano de José Sánchez, quien hoy es el representante legal de la asociación, y otros campesinos de la zona. Actualmente, comercializan este tipo de semilla a laboratorios de la capital.
Por otro lado, en la Reserva Campesina Pato-Balsillas, en Caquetá, varias familias de campesinos vieron en la cría de abejas nativas y africanas una oportunidad de desarrollo económico. Así crearon el grupo de Productores de Miel, junto a Parques Nacionales Naturales y el proyecto Áreas Protegidas y Paz. “Antes, el territorio era afectado por la producción de amapola, la extracción de madera y la ganadería extensiva. Hoy, muchos somos conservacionistas y todo porque con las abejitas hemos aprendido a ver la riqueza de nuestro territorio” explica Misael Guependo Guzmán, uno de los socios.
Hoy, la asociación impacta 14 de las 26 veredas que conforman el territorio y, gracias a su trabajo, al menos 4000 hectáreas de la reserva han sido destinadas para la conservación, restauración o producción sostenible. “Un logro muy importante ya que la reserva está rodeada de áreas protegidas: por el oriente está el Parque Nacional Natural Cordillera de los Picachos, al occidente, el Parque Regional Miraflores Picachos y al sur gran parte de la zona forestal de la Amazonia”, afirma Misael.
Arte para proteger la cultura y la naturaleza
“Nosotros como indígenas, como guardianes del territorio y pensamiento, siempre estamos inmersos en nuestra cosmogonía. En algún momento, los jóvenes perdimos el interés en la cultura, pero estando lejos del territorio nos damos cuenta de la importancia de volver al origen. Y para eso está el arte”, asegura Miguel Chasoy, uno de los líderes juveniles del pueblo Inga Kamëntša del Valle de Sibundoy, Putumayo.
Para Miguel y su familia, el arte, especialmente, el tallado en madera, es una manera de encontrarse con su historia. “En la medida que ejercemos el oficio, nos alimentamos como indígenas. Despertamos nuestro espíritu y nos conectamos con las historias de nuestros ancestros” explica Miguel.
Por esta razón, en 2014, él y su familia crearon la asociación Shinyak, un emprendimiento dedicado al tallado de madera para asegurar la pervivencia de la cultura en su territorio. Allí, más de 30 personas (entre ellas, madres cabeza de familia, estudiantes y víctimas del conflicto armado) elaboran artesanías en madera como máscaras tradicionales, a partir del aprovechamiento sostenible de los árboles. “Tenemos madera que se trabaja de árboles caídos. Con un solo árbol trabajamos por casi dos años porque tenemos moldes que ayudan a conservarlos y hemos desarrollado técnicas de ensamblaje y molde para aprovechar la madera”, afirma Miguel.
Hoy, después de haber alcanzado grandes logros, como crear un festival de literatura anual o hacer capacitaciones en varios colegios y espacios educativos, la asociación tiene un sueño más grande: crear una escuela de oficio tradicional donde los jóvenes puedan aprender el oficio de la madera y recordar la tradición.
Por su parte, Gilma María, fundadora de Arte Colibrí, le apostó al arte como medio para que otros se conecten con las tradiciones y la cultura del pueblo Kamëntša, del que ella hace parte. Su iniciativa se dedica al desarrollo de artesanías con tejidos en chaquira checa y miyuki delica (cristales), a través de la labor de nueve mujeres artesanas del Sibundoy. “Nuestro pueblo, el Kamëntša, significa en español hombres de aquí. Eso siempre lo tenemos en mente nosotros, que tenemos un territorio, y la idea es que otros lo conozcan a través de lo que hacemos”, dice.
Arte Colibrí ha ganado distintos espacios a nivel nacional e internacional. Ha participado en varias ferias en Bogotá y Medellín, hizo una colaboración con la empresa nacional Artesanías de Colombia, y participó en varias ferias internacionales en Ecuador y ahora en Italia. “La idea es exponer lo que hacemos en todos los lugares que podamos. Que conozcan nuestra cultura, nuestro pensamiento y nuestro arte”, afirma Gilma María.
Turismo para conservar
Otra alternativa que han encontrado las comunidades para desarrollar su economía y conservar sus territorios es el turismo comunitario. Esta clase de emprendimiento busca que los visitantes de la región no solo tengan momentos agradables de descanso, sino que puedan conectarse con las culturas y la naturaleza amazónica.
Tal es el caso del Centro EtnoArtístico Achalay, en San José del Pepino, y la iniciativa de turismo Econawa, en el municipio de Puerto Caicedo. Ambos proyectos indígenas buscan cambiar la situación de su territorio, afectado en varias oportunidades por amenazas como el conflicto armado y la minería ilegal.
“A través de este proyecto queremos vivir y recuperar la identidad cultural del pueblo Pasto. Que sea un espacio para desarrollar los artes y los saberes con otros, en donde puedan sentirse atraídos por nuestra cultura, convivir con nosotros las 24 horas del día y vivir algo completamente diferente, pues el turismo no solo es visitar lugares, sino conectarse con ellos”, explica José Emer Zambrano, uno de los líderes fundadores del Centro EtnoArtístico Achalay.
En el caso de la iniciativa Econawa, los paseos por el río San Juan y la experiencia de vivir la naturaleza de primera mano son sus principales atractivos. “Lo que tratamos de hacerles ver es que a través del turismo podemos proteger la flora, el medio ambiente y los animales. La idea es que no solo vean lo lindo del territorio, sino que también quieran y puedan cuidarlo como nosotros”, asegura Jenny Jaramillo Parra, integrante de las 10 familias creadoras del emprendimiento.
En territorio campesino, también existen ejemplos como el de Caguán Expeditions, una iniciativa compuesta por campesinos y personas desmovilizadas de las FARC, dedicada desde hace cinco años al turismo de naturaleza y aventura. Esta iniciativa, que nació luego del Acuerdo de Paz para facilitar la reincorporación económica, política y cultural de los excombatientes, busca mostrar la otra cara de Bajo Caguán. Como lo explica Jorge Villamizar, sociólogo y técnico de apoyo de este emprendimiento, “la idea es que las personas no solo se imaginen la costa o Santander como los paraísos del turismo en el país, sino que también vean el gran potencial que tiene el Caquetá, un territorio estigmatizado por el conflicto”.
Actualmente, muchas de estas iniciativas trabajan con proyectos que buscan capacitar a las comunidades, seguir fortaleciendo su economía local y apoyar la protección de sus territorios. Algunos de ellos son Amazonía Indígena: Derechos y Recursos (AIRR) —apoyado por la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID), WWF y NESsT — y el Proyecto Áreas Protegidas y Paz.
Desde las selvas tupidas de Chiribiquete hasta las montañas en la Serranía de los Picachos, muchas comunidades han apostado por empresas que cuidan la naturaleza y crean oportunidades económicas para sus territorios. Estas son algunas de sus historias.
Aun cuando los bosques de la Amazonia son el tesoro natural más preciado del planeta, la deforestación sigue siendo una de sus mayores amenazas. La expansión ganadera, la tala ilegal, los cultivos ilegales y la minería, sumado a la falta de oportunidades y a la poca presencia estatal, generan una serie de dinámicas que han convertido a la región en el principal epicentro de deforestación del país, con más de 109.000 hectáreas deforestadas en el 2020, según el último informe anual del Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales (Ideam).
Sin embargo, las problemáticas de la región no han impedido que muchas comunidades locales estén desarrollando iniciativas económicas que les permitan aprovechar de manera sostenible sus territorios mientras cuidan y protegen los bosques. La producción de cacao, la cría de abejas, el turismo comunitario o la producción de artesanías son ahora algunas de las estrategias utilizadas por estas comunidades que, si bien antes talaban los bosques, hoy trabajan para conservarlos.
Cacao para la paz
“Antes no nos dábamos cuenta de lo que hacíamos. Solo talábamos sin verle el valor que tienen los bosques, pero hoy somos conscientes”, cuenta Enrique Peña, un líder campesino de Calamar, Guaviare. En esta zona, después de la firma del Acuerdo de Paz, muchos campesinos empezaron con la praderización y extensión de sus fincas para la cría de ganado, perjudicando grandes extensiones de bosque, entre ellas algunas áreas de amortiguación del Parque Nacional Serranía de Chiribiquete.
Por esta razón, Enrique y otras familias de Calamar conformaron la Asociación campesina Ascatrui, con el fin de defender su territorio y apostar por la producción y venta de cacao, iniciativa que están planeando desde inicios de este año y con la cual pretenden frenar la expansión ganadera en la región. “Antes sembrábamos coca. Luego pasamos a la ganadería, pero hoy que sabemos la importancia de este territorio, buscamos que la nueva tendencia sea la siembra sostenible de cacao”, explica Enrique.
Precisamente, la producción de cacao —un fruto que crece de manera natural en el territorio y que puede producir ganancias casi que mensuales— se ha convertido en la alternativa predilecta de algunas asociaciones campesinas en Caquetá y Guaviare, que buscan aprovechar de manera sostenible sus territorios y fomentar la paz en la región. Este también es el caso de las asociaciones Asoacasán y Asproabelén.
“Estoy enamorado del cacao por muchas razones: porque es agroforestal, lo que nos permite conservar los bosques; es rentable, pues permite un ingreso mensual, y, sobre todo, nos permite seguir construyendo territorios de paz, ayudando a unirnos como familias y como comunidad”, explica Pablo Emilio Ome Muñóz, uno de los 40 productores, muchos ex-cocaleros, que hoy hacen parte de Asproabelén, en Belén de los Andaquíes, Caquetá.
Por otro lado, los líderes campesinos de Asoacasán, en San José de Fragua, además de apostarle al cacao, buscan desarrollar fincas autosostenibles con el propósito de mantener su seguridad alimentaria y proteger la zona de amortiguación del Parque Nacional Natural Alto Fragua Indi Wasi. “Eso es lo único que necesitamos para ser felices: un lugar donde vivir, el calor de una familia y una tierrita que sembrar. Con la coca solo había peladeros, ahora ya no. Donde antes se producía coca, ahora se produce cacao y así vivimos mucho mejor”, explica Berley Sánchez Criollo, uno de los 60 campesinos que hacen parte del emprendimiento.
Frutos amazónicos, mieles y otras delicias
El cacao no es el único producto escogido por las comunidades para apostarle al desarrollo sostenible del territorio. El sacha inchi (Plukenetia volubilis) —también conocido como el maní amazónico—, el cacay (Caryodendron orinocense) y la miel obtenida de la cría de abejas apis (africanas) y meliponas (nativas) son otros de los productos utilizados por las comunidades debido a su abundancia y fácil manejo.
Por ejemplo, el sacha inchi es un fruto comestible que, además, puede ser utilizado en la elaboración de productos cosméticos. La empresa familiar Bioincos, creada por Yuly Rodríguez y su esposo, en Villagarzón, Putumayo, ha sacado provecho de este potencial. Actualmente, utilizan tanto el sacha inchi como el cacay en la elaboración de productos para la piel, actividad productiva que beneficia económicamente a más de 200 familias indígenas de los pueblos Emberá, Pastos e Inga. “Son frutos que se encuentran en los bosques y nuestro propósito es poder conservar lo que aún queda de ellos, dando un valor agregado a lo que se tiene acá, para que otros lo conozcan y sepan la riqueza que tiene nuestra región”, explica Yuly.
Otro caso exitoso es el de la Asociación Asoproagro de Calamar, Guaviare. Sus miembros encontraron en el sacha inchi una alternativa a los cultivos de coca. La organización nació en 2010 de la mano de José Sánchez, quien hoy es el representante legal de la asociación, y otros campesinos de la zona. Actualmente, comercializan este tipo de semilla a laboratorios de la capital.
Por otro lado, en la Reserva Campesina Pato-Balsillas, en Caquetá, varias familias de campesinos vieron en la cría de abejas nativas y africanas una oportunidad de desarrollo económico. Así crearon el grupo de Productores de Miel, junto a Parques Nacionales Naturales y el proyecto Áreas Protegidas y Paz. “Antes, el territorio era afectado por la producción de amapola, la extracción de madera y la ganadería extensiva. Hoy, muchos somos conservacionistas y todo porque con las abejitas hemos aprendido a ver la riqueza de nuestro territorio” explica Misael Guependo Guzmán, uno de los socios.
Hoy, la asociación impacta 14 de las 26 veredas que conforman el territorio y, gracias a su trabajo, al menos 4000 hectáreas de la reserva han sido destinadas para la conservación, restauración o producción sostenible. “Un logro muy importante ya que la reserva está rodeada de áreas protegidas: por el oriente está el Parque Nacional Natural Cordillera de los Picachos, al occidente, el Parque Regional Miraflores Picachos y al sur gran parte de la zona forestal de la Amazonia”, afirma Misael.
Arte para proteger la cultura y la naturaleza
“Nosotros como indígenas, como guardianes del territorio y pensamiento, siempre estamos inmersos en nuestra cosmogonía. En algún momento, los jóvenes perdimos el interés en la cultura, pero estando lejos del territorio nos damos cuenta de la importancia de volver al origen. Y para eso está el arte”, asegura Miguel Chasoy, uno de los líderes juveniles del pueblo Inga Kamëntša del Valle de Sibundoy, Putumayo.
Para Miguel y su familia, el arte, especialmente, el tallado en madera, es una manera de encontrarse con su historia. “En la medida que ejercemos el oficio, nos alimentamos como indígenas. Despertamos nuestro espíritu y nos conectamos con las historias de nuestros ancestros” explica Miguel.
Por esta razón, en 2014, él y su familia crearon la asociación Shinyak, un emprendimiento dedicado al tallado de madera para asegurar la pervivencia de la cultura en su territorio. Allí, más de 30 personas (entre ellas, madres cabeza de familia, estudiantes y víctimas del conflicto armado) elaboran artesanías en madera como máscaras tradicionales, a partir del aprovechamiento sostenible de los árboles. “Tenemos madera que se trabaja de árboles caídos. Con un solo árbol trabajamos por casi dos años porque tenemos moldes que ayudan a conservarlos y hemos desarrollado técnicas de ensamblaje y molde para aprovechar la madera”, afirma Miguel.
Hoy, después de haber alcanzado grandes logros, como crear un festival de literatura anual o hacer capacitaciones en varios colegios y espacios educativos, la asociación tiene un sueño más grande: crear una escuela de oficio tradicional donde los jóvenes puedan aprender el oficio de la madera y recordar la tradición.
Por su parte, Gilma María, fundadora de Arte Colibrí, le apostó al arte como medio para que otros se conecten con las tradiciones y la cultura del pueblo Kamëntša, del que ella hace parte. Su iniciativa se dedica al desarrollo de artesanías con tejidos en chaquira checa y miyuki delica (cristales), a través de la labor de nueve mujeres artesanas del Sibundoy. “Nuestro pueblo, el Kamëntša, significa en español hombres de aquí. Eso siempre lo tenemos en mente nosotros, que tenemos un territorio, y la idea es que otros lo conozcan a través de lo que hacemos”, dice.
Arte Colibrí ha ganado distintos espacios a nivel nacional e internacional. Ha participado en varias ferias en Bogotá y Medellín, hizo una colaboración con la empresa nacional Artesanías de Colombia, y participó en varias ferias internacionales en Ecuador y ahora en Italia. “La idea es exponer lo que hacemos en todos los lugares que podamos. Que conozcan nuestra cultura, nuestro pensamiento y nuestro arte”, afirma Gilma María.
Turismo para conservar
Otra alternativa que han encontrado las comunidades para desarrollar su economía y conservar sus territorios es el turismo comunitario. Esta clase de emprendimiento busca que los visitantes de la región no solo tengan momentos agradables de descanso, sino que puedan conectarse con las culturas y la naturaleza amazónica.
Tal es el caso del Centro EtnoArtístico Achalay, en San José del Pepino, y la iniciativa de turismo Econawa, en el municipio de Puerto Caicedo. Ambos proyectos indígenas buscan cambiar la situación de su territorio, afectado en varias oportunidades por amenazas como el conflicto armado y la minería ilegal.
“A través de este proyecto queremos vivir y recuperar la identidad cultural del pueblo Pasto. Que sea un espacio para desarrollar los artes y los saberes con otros, en donde puedan sentirse atraídos por nuestra cultura, convivir con nosotros las 24 horas del día y vivir algo completamente diferente, pues el turismo no solo es visitar lugares, sino conectarse con ellos”, explica José Emer Zambrano, uno de los líderes fundadores del Centro EtnoArtístico Achalay.
En el caso de la iniciativa Econawa, los paseos por el río San Juan y la experiencia de vivir la naturaleza de primera mano son sus principales atractivos. “Lo que tratamos de hacerles ver es que a través del turismo podemos proteger la flora, el medio ambiente y los animales. La idea es que no solo vean lo lindo del territorio, sino que también quieran y puedan cuidarlo como nosotros”, asegura Jenny Jaramillo Parra, integrante de las 10 familias creadoras del emprendimiento.
En territorio campesino, también existen ejemplos como el de Caguán Expeditions, una iniciativa compuesta por campesinos y personas desmovilizadas de las FARC, dedicada desde hace cinco años al turismo de naturaleza y aventura. Esta iniciativa, que nació luego del Acuerdo de Paz para facilitar la reincorporación económica, política y cultural de los excombatientes, busca mostrar la otra cara de Bajo Caguán. Como lo explica Jorge Villamizar, sociólogo y técnico de apoyo de este emprendimiento, “la idea es que las personas no solo se imaginen la costa o Santander como los paraísos del turismo en el país, sino que también vean el gran potencial que tiene el Caquetá, un territorio estigmatizado por el conflicto”.
Actualmente, muchas de estas iniciativas trabajan con proyectos que buscan capacitar a las comunidades, seguir fortaleciendo su economía local y apoyar la protección de sus territorios. Algunos de ellos son Amazonía Indígena: Derechos y Recursos (AIRR) —apoyado por la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID), WWF y NESsT — y el Proyecto Áreas Protegidas y Paz.