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Desplazarse desde el casco urbano de San José del Guaviare hasta la propiedad de Jairo Sedano Santamaría, en un trayecto de 25 minutos en carro, no da ni una sola pista de lo que está por venir. Entre los extensos potreros y cientos de reses que aparecen a lado y lado de la carretera, el único indicio que se puede tener de un próximo cambio de paisaje es el nombre del destino: “El Diamante de las Aguas”, con el que Jairo y su familia bautizaron ese predio que hace alrededor de 15 años era un potrero más de la zona.
Al cruzar el portón de la entrada, al que solo se llega si se reciben instrucciones precisas, la promesa de la joya empieza a revelarse, pero, para dar con el gran hallazgo, hace falta atravesar en el carro un par de ríos y un terreno irregular que, por estar inmerso en el Escudo Guyanés, se caracteriza por un relieve de formaciones rocosas. Estas son más antiguas de lo que un visitante desprevenido se alcanza a imaginar: pueden tener hasta 1.300 millones de años.
El vehículo no llega hasta el final. En un punto del trayecto es necesario emprender una caminata corta por un sendero fresco y lleno de vegetación que desemboca en un claro, una especie de círculo de pasto en el que, de un lado, se ve la casa de Jairo y, del otro, una cabaña en la que él recibe a visitantes selectos: estudiantes y profesores de universidades que ven este lugar como un epicentro de investigación científica para la Amazonia colombiana, y que agradecen la labor de conservación que Jairo hace a diario.
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Alrededor del claro hay árboles inmensos, por ejemplo, de abarco (Cariniana pyriformis), una especie que está en peligro crítico de extinción en nuestro país. Con las semillas de este árbol, que tienen forma de campana, Jairo, dando muestras de su infinita creatividad, construyó varias chambranas para su casa y la de sus huéspedes, y fabricó una veintena de llaveros que regala como recuerdo a quienes pasan por allí.
Pero antes de ser un artesano, un recolector de semillas, un sembrador de vida y un defensor de los bosques, este campesino santandereano fue un ganadero tan entregado que no concebía llegar a su vejez sin vacas ni pastizales. De hecho, fue el sueño de la ganadería el que lo llevó a adquirir su predio en San José del Guaviare (hace 22 años), pues cuando lo vio por primera vez pudo proyectar, con todos los potreros que habían instalado allí los antiguos dueños, un futuro prominente para él y su familia.
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Por más de 10 años tuvo ganado en estas tierras, pero con el tiempo empezó también a aprovecharlas para cultivar comida. Y ahí, en ese acto tan simple que es la siembra, empezó a conectar su corazón y sus manos con la tierra y, sin saberlo, a transitar un cambio que lo llevaría a constituir una reserva natural, un lugar que hoy lo tiene convencido de estar cumpliendo un mandato divino.
La hora del cambio
Jairo tiene espíritu de orador, y por eso cautiva a sus interlocutores cuando narra los detalles sobre cómo la ganadería, ese oficio que aprendió por herencia de su papá y su abuelo, pasó a ser una “esclavitud”, “un estorbo” en medio del tránsito a una vida más tranquila. Sobre esto Piedad Duque, su esposa, dice que fue la primera sorprendida cuando notó el agotamiento de Jairo con el ganado, pues desde el día en el que lo conoció supo de su “fiebre” por los bovinos y los equinos.
Todos los cambios se dieron a un ritmo lento, y por eso él solo se percató de ellos cuando dejó de parecerle descabellado permitir crecer el monte. Esto con el propósito de que, como él, los animales silvestres tuvieran su propio espacio. “Me di cuenta del trabajo que estaban haciendo sin pagarles sueldo o prestaciones, por ejemplo, con la dispersión de semillas y la polinización”, cuenta con gracia. “Los dejé de ver como enemigos o como comida en mi plato, y hoy ellos son los dueños de este sitio”.
En la medida en la que comenzó a percibirse a sí mismo como parte de la naturaleza, permitió que personas interesadas en el cuidado de ecosistemas y especies llegaran a él con nuevas ideas. Se enteró, por ejemplo, de la existencia la Red Colombiana de Reservas Naturales de la Sociedad Civil (Resnatur), y con esto decidió que quería planificar su predio para dedicarlo a la conservación. También sacó las reses y los cerdos de su propiedad, la misma a la que dejó de llamar La Pedrera para bautizarla El Diamante de las Aguas, en honor a todos los nacimientos, quebradas y cascadas que hay allí.
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Con el tiempo inició un cultivo de alimentos tan variados, que su esposa Piedad los convirtió en materia prima para desarrollar productos para la venta, por ejemplo salsas, mermeladas y repelentes para mosquitos. Precisamente esta ha sido una de las fuentes de ingresos de la familia en los últimos meses, pues según Jairo, el hecho de dejar el ganado también les ha obligado a explorar alternativas para el sostenimiento de la reserva.
Este tipo de desafíos financieros, explica Carlos Mauricio Herrera, especialista de áreas protegidas y estrategias de conservación de WWF Colombia, organización con la que Jairo ha trabajado en distintas oportunidades, son comunes entre quienes deciden apostarle a la conservación a través de predios privados. “El mantenimiento de estos lugares no es sencillo. Requiere recursos, disponibilidad, tiempo y esfuerzo de parte de sus propietarios y, por lo tanto, pensar en estrategias que permitan que se siga haciendo conservación en estas zonas es fundamental”.
Con esto están de acuerdo Jairo y Piedad, quienes con el apoyo de sus tres hijos (Paula, Andrés y Valentina) han empezado a diseñar apuestas de turismo científico e investigación que puedan fortalecer el conocimiento que ellos tienen sobre su territorio y que les permita tener ingresos más estables, pues aunque saben que abrir El Diamante a todo tipo de visitantes puede ser más rentable, lo que verdaderamente buscan es que el sitio se mantenga como está, “sin que nada le estorbe a la naturaleza”.
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El Diamante, aportando al futuro de la Amazonia
La decisión de conservar la reserva no es aleatoria, está motivada en gran parte por la función que cumple dentro de la Serranía de La Lindosa, un lugar clave por tener una de las mayores concentraciones de arte rupestre en el mundo (es Área Arqueológica Protegida de Colombia, declarada por el Icanh) y por su conexión con el Parque Nacional Natural Serranía de Chiribiquete.
Esto, en términos ecológicos, significa que la reserva contribuye a la conectividad de ecosistemas con una de las áreas protegidas más importantes del país y que, por lo tanto, es un lugar estratégico para la conservación. Frente a esto, Jairo reconoce que, aunque la ubicación de El Diamante es un privilegio geográfico por la inmensa biodiversidad de la región, implica el desafío de compartir con otros la necesidad de proteger el sitio.
Es por eso que se ha convertido en una voz resonante en espacios de discusión sobre asuntos ambientales en el Guaviare, en los que comparte los aprendizajes de los más de 12 años que lleva en la conservación. Además, su notoriedad le ha permitido participar en procesos ambientales con distintas organizaciones, por ejemplo en el programa “Amazonia Mía”, de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (Usaid), con el cual está implementando un proyecto de formación dirigido a comunidades indígenas y campesinas, jóvenes, instituciones políticas y ambientales, y juntas de acción comunal.
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Mediante las capacitaciones del proyecto, explica Paula Sedano, hija de Jairo y coordinadora académica del proyecto, buscan que los locales puedan apropiarse de la realidad ambiental del territorio con la exploración de temáticas como la protección de la biodiversidad, el uso sostenible de los recursos naturales, el ordenamiento territorial, los determinantes ambientales, los productos no maderables del bosque y las características de ecosistemas y especies en el Guaviare.
“Queremos empoderar a los jóvenes para que empiecen a valorar y aprovechar el entorno, y para que sientan un arraigo por el territorio y generen opciones de emprendimiento. Tenemos el aula viva, en la que estamos trabajando con ellos en temas como derecho ambiental y riqueza ecológica para que tengan otras herramientas para construir un futuro dentro de sus comunidades”.
Este proyecto, que inició en julio de este año y que se extenderá hasta agosto de 2023, motivó a la familia Sedano a crear la Fundación Diamante de las Aguas, con la que buscan seguir trabajando alrededor de líneas como la conservación y las estrategias de mitigación al cambio climático, así como continuar construyendo, en compañía de distintos actores, un futuro en el que los bosques de la Amazonia sigan en pie para las próximas generaciones.
A eso es a lo que aspira Jairo, quien finaliza diciendo que “conservar vale la pena, y por eso vamos a seguir en pie, tratando de despertar una conciencia colectiva sobre algo fundamental: nosotros como seres humanos no somos el centro de la Tierra, pero sí tenemos la responsabilidad de dejar este lugar mejor de lo que lo encontramos”.