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A lo largo de la historia, las personas nos hemos beneficiado de múltiples formas de la naturaleza. Si bien, hay unos beneficios que se pueden percibir mucho más fácil, como el agua o los alimentos, hay otros que pueden ser más difíciles de identificar, pero que son igual de importantes. Algunos de estos son los que se derivan del material genético presente en los ecosistemas y todos los individuos que los componen.
El Convenio sobre la Diversidad Biológica (CDB) explica que todos los organismos vivos —plantas, animales y microbios—, tienen material genético que podría ser potencialmente útil a los humanos. Ese material se ha traducido en productos y servicios como medicamentos, vacunas y cosméticos, además de prácticas y técnicas agrícolas y ambientales.
(Lea: Repartir las ganancias de los recursos genéticos, la discusión más peluda de la COP16)
Es por esto que la genética es conocida como la primera escala de la diversidad biológica, o en palabras de Mailyn González Herrera, investigadora del Centro de Colecciones y Gestión de Especies del Instituto Humboldt, como “el código de información que subyace las formas de vida”.
Al no ser un tema menor, este es uno de los puntos que se discutirán en la cumbre de biodiversidad más importante del mundo, la COP16. Una de las metas del Marco Global de Biodiversidad, que se acordó hace dos años en la COP15, menciona que los países deben adoptar medidas para garantizar la distribución de los beneficios derivados de los recursos genéticos y de la información digital sobre secuencias de recursos genéticos. Este último término hace referencia a toda la información genética que está puesta en bases de datos digitales y que se puede descargar para diferentes utilidades.
La CDB dice que al igual que muchos recursos clave en el mundo, los recursos genéticos y los beneficios que se derivan de estos, tanto los económicos como los no económicos, no están distribuidos de manera uniforme. Por esto, los países buscarán la manera de cumplir con esta meta.
Sin embargo, esta discusión ha despertado varias inquietudes, no solo por la manera en cómo se van a distribuir esos beneficios, sino en las restricciones que podría traer para la generación y el acceso a la información genética, clave en la conservación de la biodiversidad. Sobre estos temas conversamos con González, del Humboldt, una institución que se ha dedicado por años a la investigación científica sobre biodiversidad.
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¿Cómo se relaciona la genética con la biodiversidad y, especialmente, con la conservación?
Esta es una relación fundamental porque la base de la biodiversidad es la diversidad genética. Gracias a la diversidad genética es que se diferencian las diferentes formas de vida. Por esto, estudiar este tema cobra mucho sentido y lo podemos abordar de dos maneras, pensando en conservación. Por un lado, cuando una especie o una comunidad biológica, por ejemplo, cuenta con mayor diversidad genética, se espera que tenga mayor capacidad de respuesta a los cambios, porque tiene mayor capacidad evolutiva. En otras palabras, si un ecosistema tiene una mayor diversidad genética, también tiene mayor potencial de adaptación y eso es muy importante, por ejemplo, en escenarios de cambio climático.
Por otro lado, la información genética también funciona para temas más puntuales como identificar las especies.
Esa identificación de especies, ¿para qué sirve?
Hay muchos propósitos. Una función muy importante es para hacer inventarios de biodiversidad. Hoy en día se trabaja con ADN ambiental, a partir de allí se pueden hacer inventarios y monitoreo partiendo de una muestra de agua, de suelo o incluso de aire. Por ejemplo, al tener una muestra de agua, se puede extraer su ADN y con esto buscar genéticamente qué especies estaban ahí. Por otro lado, en un contexto de comercio ilegal o tráfico de fauna, tener la información sirve para identificar qué animal se incautó, si es una especie nativa o una introducida, y muchas más características.
¿Qué tanta información de este tipo se ha generado en Colombia?
En Colombia, en el año 2013, salió un decreto sobre recolección de especímenes que permite realizar estudios de genética en unos casos específicos, sin fines comerciales y sin tener que solicitar un contrato de acceso al Ministerio Ambiente. Aunque eso disparó la generación de información genética sucedió hace muy poco, por lo que en comparación con otros países estamos muy atrasados. Tenemos muchos vacíos de conocimiento y baja representación de nuestras especies en las bases de datos. No obstante, el desarrollo de tecnologías a nivel global que están reduciendo los costos de generación de información genética, han permitido que cada año se genere mucha más.
¿Cuál es el trabajo del Instituto Humboldt en este tema?
Tenemos un doble propósito. El principal es cerrar esos vacíos de información genética para el país en términos de biodiversidad. Coordinamos la iniciativa de códigos de barra de ADN, que busca generar justamente secuencias genéticas para cada una de las especies que están en el país, que permitan su identificación. Eso lo hacemos en un esfuerzo articulado con otras entidades de carácter universitario y de investigación, trayendo sobre la mesa las fortalezas de las otras instituciones. El segundo es posicionar la información genética como insumo para asesorar procesos de gestión de la biodiversidad.
¿Qué le hace falta al país para seguir avanzando y ponerse al día con la generación de esa información?
Tenemos una brecha tecnológica enorme y una brecha de acceso a todos los insumos que son necesarios para generar la información genética. Prácticamente, todos los materiales e insumos o reactivos que se utilizan son importados. Las tasas que manejamos tienen sobrecostos que van del 30 al 70 % comparado a lo que se puede hacer en los países del norte global. Eso hace que sea mucho más costoso generar la información genética en un país megadiverso como Colombia, con respecto a un país desarrollado.
Al mismo tiempo tenemos el desafío de la megadiversidad, o sea, tenemos mucho más trabajo por realizar. Yo creo que se requiere una repensada en términos comerciales, revisar los aranceles para que permitan fomentar la generación de información genética en el país. También hay dos puntos adicionales: uno, que la tecnología y la transferencia de conocimiento llegue a las regiones más diversas del país, que todas las regiones tengan el potencial de generar la información y no esté centralizado solo en las universidades y las instituciones más fuertes.
El otro punto es la inversión en la capacidad de análisis, porque la información genética se vuelve relevante a partir del momento en que la comparas e interpretas, y ahí se necesita formación, capacidad de cómputo y escuelas de bioinformática para Colombia.
En la COP16 uno de los puntos que se va a discutir es justamente los recursos genéticos y la distribución de los beneficios que se derivan de toda esta información, ¿cómo ve esta discusión?
La meta es tener una distribución justa y equitativa, que básicamente es que todos deberíamos beneficiarnos, monetariamente o de otra manera, de los beneficios que se derivan de la biodiversidad del país, pero la manera cómo llegar a esa meta no está trazada. No es claro todavía qué tanto se debería distribuir, cómo estimar la participación de las partes en la generación de ese conocimiento o beneficio. Es un tema muy complejo, donde lo que se está proponiendo es que esa distribución solamente se regule a partir del momento en que haya un beneficio comercial y no previo a eso.
Un tema relacionado son las secuencias digitales de información genética, que es esa información de la que hemos hablado, puesta en una base de datos donde se puede descargar y comparar. La polémica está en que con esa llegada masiva información genética puesta a disposición, no solamente estamos generando conocimiento, sino que en ocasiones también se puede generar un beneficio económico, con, por ejemplo, el desarrollo de vacunas, medicamentos. De ahí salen inventos que pueden tener un valor comercial y por eso la discusión de esa repartición de beneficios.
¿Qué inquietudes les genera esta meta a las instituciones encargadas de generar este tipo de información?
En parte, le tememos un poco a la discusión que está en este momento sobre secuencias digitales que se centra en cómo regular el acceso a la información genética. Nosotros, por experiencia propia, sabemos que esas regulaciones podrían implementarse de una forma tan estricta que, según cómo se planteen, podrían ir en contra del desarrollo científico. No obstante, reconocemos que la discusión debe darse y confiamos en que los diferentes puntos de vista a nivel nacional e internacional lleguen a un acuerdo.
¿Qué esperan de esta discusión durante la COP16?
Varias cosas. Por ejemplo, llegar a acuerdos que no limiten la generación de conocimiento, ya que para proteger la biodiversidad necesitamos que el conocimiento científico sea compartido y accesible a todas las partes. Por otro lado, siento que es una oportunidad para oír también los puntos de vista de los demás. Uno, como profesional, en su formación y en el desarrollo de su disciplina se enfoca solo en lo que hace, pero es importante ver cómo el resto de la sociedad está viendo la misma situación, saber qué siente la población local de donde se extrae la información y qué desean ellos en retribución. Esta será una oportunidad para oír los diferentes puntos de vista, para que de ahí construyamos y tengamos una ruta que respete las partes.