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La manera en que producimos y consumimos la comida ha generado una degradación del medio ambiente que, a su vez, está poniendo en peligro los mismos sistemas de los que depende el futuro del planeta. Según la Organización de las Naciones Unidas (ONU), en caso de que la población mundial alcance los 9.600 millones de personas en 2050 -en noviembre de 2022 alcanzamos los 8 mil millones-, se necesitaría el equivalente a casi tres planetas para proporcionar los recursos naturales necesarios para mantener los estilos de vida actuales.
Por eso, la producción y el consumo sostenible son claves para mitigar la triple crisis que enfrenta el planeta: el cambio climático, la pérdida de biodiversidad y la contaminación. En palabras de la ONU, esto consiste en “hacer más y mejor con menos”, es decir, aumentar la eficiencia de los recursos y promover estilos de vida sostenibles. (Lea: Lo que debe saber sobre el tratado que busca eliminar la contaminación plástica)
Carolina Escallón, oficial de Consumo Sostenible de WWF Colombia, explica que esta práctica no solo debe satisfacer una necesidad puntual del humano, “sino que también debe tener en cuenta que otros puedan acceder a ese bien o servicio y que, además, se haga dentro de la capacidad que tiene el planeta para proveerlo”.
Lograr esto es una de las metas del Marco Mundial de Biodiversidad que firmaron más de 190 países en diciembre del año pasado. Dicha meta establece que es necesario “asegurar que las personas sean alentadas y capacitadas para tomar decisiones de consumo sostenible”. En ese sentido, el Marco propone que, para 2030, los países deben, entre otras cosas, reducir a la mitad los desechos de alimentos en el mundo, así como minimizar la generación de residuos.
Por esto, una de las áreas más importante a impulsar está relacionada con la alimentación humana, pues una de las consecuencias de no consumir de manera sostenible se ve reflejada en el desperdicio de la comida. Un informe de WWF y Tesco, realizado en 2021, calcula que el 40 % de los alimentos que se producen en el mundo se pierden. (Lea: Lo que genera el ruido del tráfico y las industrias en la fauna y las personas)
La pérdida puede ocurrir antes de que los alimentos lleguen a los hogares, en la etapa de transporte, almacenamiento y venta en los almacenes, o también cuando llega a los platos. Sobre este tema, Escallón explica que, al botar alimentos, ya sea en un relleno sanitario o un botadero, cuando estos se descomponen, generan gas metano, uno de los gases de efecto invernadero que contribuye el cambio climático.
“Muchos creen que, como los alimentos vienen de la naturaleza, al botarlos allí no hacen daño. En el campo, algunos desechos se los comen los animales o se entierran para convertirlos en abono, pero en un país altamente urbanizado como el nuestro, donde el 70% de la población vive en ciudades, estos desechos realmente no vuelven a la tierra mágicamente, sino que, van a estos sistemas de gestión de residuos que terminan generando gases efecto invernadero”, agrega
La otra consecuencia ligada al desperdicio tiene que ver con la pérdida de los recursos como el agua, suelos o el transporte, que fueron usados para llevar el alimento hasta los hogares.
Gastronomía y biodiversidad, otra forma de consumo sostenible
Además del control del desperdicio de alimentos, hay otros factores claves para fomentar el consumo sostenible. Uno de ellos es el control del uso del plástico, la gestión de residuos, el transporte sostenible y también el uso, producción y consumo sostenible de los alimentos. El rol de la biodiversidad en la gastronomía es de especial interés para preservar la cultura y fomentar el aprovechamiento sostenible de los ecosistemas. (Lea también: Los océanos están inundados de plástico, pero aún es posible salvarlos)
Diego Ochoa, director de Relacionamiento del Instituto Alexander von Humboldt, explica que “en el transcurso de los siglos, hemos venido reduciendo el número de especies que consumimos, por ejemplo, diez plantas dominan el consumo en el mundo y ahora tenemos enormes extensiones de monocultivos para alimentar a la humanidad como: arroz, trigo, maíz”.
Esto significa que, pese a que la biodiversidad brinda una gran variedad de alimentos, las dietas al rededor del mundo, especialmente en Occidente, se han homogeneizado, es decir, que consumimos prácticamente lo mismo. “Hemos venido erosionando la relación entre lo que utilizamos para cocinar y la biodiversidad que tenemos a nuestro alrededor”, de acuerdo con Ochoa.
Con el fin de mirar qué alternativas se han implementado en Colombia respecto al uso, producción y consumo sostenible, el Instituto Humboldt realizó un estudio en 2017, denominado “Gastronomía y Biodiversidad”. Allí identificaron varios casos de investigadores, cocineros, intermediarios e interesados en el sector gastronómico que buscan promocionar el aprovechamiento sustentable de la biodiversidad de manera integral. (Lea: Frenar la pérdida y desperdicio de alimentos, una tarea de todos)
Uno de los casos tiene que ver con el uso de especies invasoras en la culinaria. En Colombia, Parques Nacionales Naturales reporta en su portal alrededor de 23 especies invasoras en el país, entre las que se encuentra el pez león, una especie originaria del océano Índico y Pacífico, que invadió el Caribe colombiano desde los últimos 20 años.
De acuerdo con el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible, este pez altera la estructura y composición de las comunidades que viven en los ecosistemas de arrecifes, pues compiten con las especies nativas por alimento y espacio. Además, no tienen un depredador que las pueda controlar.
Por esto, esta cartera del gobierno nacional, emitió un plan de manejo para la captura, extracción y disposición final de esta especie. Sin embargo, de manera independiente han surgido otras alternativas para ayudar al control de este animal. Una de ellas está ligada a la gastronomía, pues varios restaurantes han incluido el pez león en sus menús.
“Es una actividad que tiene connotaciones positivas frente al manejo de una especie invasora que tiene un interés culinario. No se pretende de ninguna forma que estas especies se acaben o erradiquen a través del consumo humano, pero sí que aporten a su control y manejo”, menciona Ochoa. (Lea: El lunes 3 de julio del 2023 fue el día más cálido en la historia)
El estudio del Instituto Humboldt también resalta la alternativa de las redes y casas comunitarias de semillas criollas. En el país existen numerosas iniciativas locales que buscan recuperar, conservar, multiplicar y difundir semillas nativas y criollas libremente por los agricultores. Esto es importante teniendo en cuenta que la privatización de esta diversidad ha ocasionado un reemplazo de variedades criollas por semillas certificadas y transgénicas, lo que resulta en la pérdida de diversidad y del conocimiento tradicional.
¿Qué podemos hacer en la cotidianidad?
Un punto importante es justamente incorporar la variedad en las dietas, pues esto además de beneficiar la relación biodiversidad-gastronomía, ayuda a asegurar la diversidad genética. Por ejemplo, Colombia tiene 23 variedades diferentes de maíz, en la medida en que se utilizan todas las variedades se mantiene esa diversidad genética, en vez de reemplazarlo por un maíz importado, que representa una sola especie.
Otro de los puntos claves para consumir de manera sostenible es preferir productos locales. Wok, una cadena de restaurantes de comida oriental, sustituyó los retoños de bambú, un ingrediente muy utilizado en la cocina asiática, pero que no se produce en Colombia, por palmitos del Putumayo. Estos vienen de cultivos sostenibles de palma de chontaduro en los cuales no se utilizan agroquímicos sintéticos y en los que la materia orgánica que sobra de la producción se procesa luego para fertilizar los suelos.
“Es importante que haya un cambio cultural. Esto significa que las sociedades, sobre todo las urbanas, estén cada vez más conscientes y más disponibles al consumo de variedades de la biodiversidad local”, menciona Ochoa, del Humboldt. (Lea: La riqueza que esconde el río Amazonas)
Esto quiere decir que lo ideal es privilegiar aquellos alimentos que se producen lo más cerca posible al lugar de residencia. “Hay cosas que no se consiguen cerca. Por ejemplo, en Bogotá no se consigue cerca el banano, hay que traerlo del Urabá antioqueño. Si esto no es tan fácil, optar por la producción nacional también es una acción positiva”, dice la Escallón, oficial de WWF.
Aprovechar la biodiversidad es clave en el consumo sostenible y por esto, para Ochoa, es necesario pasar del discurso a la acción. “Hemos oído que somos un país megadiverso, pero no actuamos en consecuencia. Es importante que sigamos avanzando en la generación de conocimiento sobre la diversidad del país y sus aplicaciones, porque estamos hoy hablando de gastronomía, pero también podría ser la industria de colorantes o la industria de fibras”, señala.
Pero, ¿cómo lograr que las personas sean conscientes de sus hábitos de consumo alimenticio? Para Carolina Escallón, primero, hay que reconocer que las realidades de cada comunidad son diferentes. Partiendo de este punto, dice que debe haber un esfuerzo conjunto entre el sector educativo, los hogares y las entidades tomadoras de decisiones como los gobiernos.
“La salud, probablemente será el gran motor que hará que nosotros empecemos a cambiar los hábitos de alimentación. Pero el paso siguiente es entender que esa salud no puede ser personal a costa del planeta, sino que tiene que ser saludable para mí y también para el planeta”, indica Escallón.