Conviviendo con jaguares
Gracias a su cosmogonía y a la forma de vivir en el territorio, el pueblo indígena Murui-Muina, en el Resguardo Alto Predio Putumayo, ha logrado convivir durante décadas con el felino más grande de América: el jaguar. A propósito del Día de los Pueblos indígenas, compartimos su historia.
Luisa Ortiz Luna
En Umancia, uno de los cabildos indígenas ubicados en el Resguardo Indígena Predio Putumayo (departamento de Amazonas), los abuelos cuentan historias míticas sobre el jaguar. “Al principio, estos felinos eran los dueños de la tierra, pero el hombre, con el poder del tabaco y el ambil, hizo un compromiso con el jaguar. Ahora el dueño de la tierra del hombre es el tabaco, y el dueño de la selva, el jaguar” cuenta Herlinto Fusiamena, uno de los abuelos reconocidos en el cabildo, dedicado desde hace más de cinco años, cuando fue nombrado acompañante de la autoridad espiritual, a transmitirle a los jóvenes de su comunidad las historias ancestrales de su pueblo: los Murui-Muina.
El abuelo Herlinto se empezó a interesar por su cultura desde muy joven, cuando su suegro, un cacique de la comunidad de Estrechos, le enseñó que todo en la vida indígena tenía una historia. Particularmente, el relato del jaguar se volvió una de sus favoritas, pues para él representa la relación de respeto mutuo que existe entre los humanos y la naturaleza desde tiempos inmemorables. “Desde entonces, los jaguares son quienes cuidan la naturaleza y son responsables de todos los animales que hay en la selva. Si algún problema sucede entre el hombre y la selva, el jaguar es quien se encarga de enfrentar al hombre y, si la naturaleza afecta al hombre, éste, a través del tabaco, le cobra a la naturaleza. Esto es un convenio ancestral que respetamos” explica.
Justamente, estas creencias han mantenido la armonía entre la naturaleza y la humanidad durante décadas, convirtiéndose en una barrera de protección para la especie y los bosques de la región. Por ejemplo, en el caso de la relación con el jaguar, existe una regla ancestral básica: “si no hacen daño, no les hacemos daño” dice Juan Fusiamena, uno de los jóvenes cazadores. Para él, este acuerdo, sumado a otros tantos -como mantener una distancia mínima de mil metros entre jaguares y humanos, o cazar solo lo necesario- han mantenido la paz en el territorio.
“Desde que vivo aquí, nunca ha habido un conflicto mayor con el jaguar en el resguardo. Solo problemas menores como cuando salimos a cazar; a veces nos comen a los perritos o los persiguen. Pero, de resto, nunca ha existido un ataque hacia nosotros los humanos. A veces los vemos pasar cuando vamos de caza, o también, una vez que volvíamos con mi hermano de un campeonato en otro cabildo, vimos a uno acostado en el porto del resguardo, pero nunca pasó nada. El jaguar nos observaba y nosotros a él mientras cruzábamos, pero nada más” cuenta Juan.
Monitoreando a esta especie
Allí, la proximidad entre el hombre y el jaguar es tanta que, en 2019, una de las cámaras trampa instaladas por varios miembros de la comunidad como parte del trabajo de ACILAPP junto a WWF Colombia, mostró a un ejemplar a dos kilómetros de la maloca principal. Desde 2016 varios miembros de la comunidad monitorean con esta técnica la riqueza natural del resguardo, siempre direccionada desde el conocimiento tradicional de los abuelos, con el fin de conocer más sobre su territorio, las especies que lo habitan y llevar a cabo un manejo sostenible de sus recursos.
“Empezamos este proceso con WWF para reconocer parte de nuestro territorio y saber dónde hay medicina, árboles comestibles o especies para la caza. En cuanto al jaguar, lo estudiamos porque si él no está, no hay nada: ni alimento, ni plantas, nada. Nosotros como indígenas dependemos de la naturaleza, y para conservarla, debemos entendernos con el jaguar. Por eso lo estudiamos y lo protegemos” explica Juan, quien actualmente es el coordinador de las 13 personas que hacen parte del grupo de investigadores.
En este proceso hay algo muy interesante y es la comprensión cultural que las comunidades tienen del jaguar y el bosque. “Esta es una relación basada en reglas. En este reglamento se hacen acuerdos y uno de los más importantes es respetar el territorio de cada uno para que, por ejemplo, las personas de la comunidad que se encargan de la cacería para alimentación sepan dónde no deben andar, o las áreas que deben evitar porque son zonas de jaguar. Se trata de acuerdos conectados a prácticas chamánicas, basadas en la coca y el tabaco y por eso, de manera muy interesante, no tenemos casos de conflicto entre humanos y jaguares en este territorio. Esto funciona en esta zona a diferencia de lo que sucede en otras áreas de expansión ganadera y deforestación, donde la gente avanza hacia el bosque y no hay ningún tipo de regla, y por eso hay muchos casos de conflicto humano con la vida silvestre, especialmente jaguares asesinados porque en algunos casos atacan el ganado”, explica Joaquín Carrizosa, Coordinador de la ecorregión Amazonia en WWF Colombia y PhD en antropología ambiental.
Para biólogos como Jaime Cabrera, especialista en monitoreo comunitario de WWF Colombia y PhD en manejo de la biodiversidad, esta relación exitosa entre las comunidades indígenas y el jaguar se debe a la visión de otredad e igualdad con la que las comunidades indígenas ven y se conectan con la naturaleza. “Para estas comunidades indígenas, el jaguar, las boas, las dantas, entre otras especies emblemáticas, no son solamente animales. Son otros iguales con los que se deben relacionar y generar acuerdos sociales para convivir. Vivir en medio de la naturaleza significa relacionarse con ella, viéndola no como algo que se puede poseer, sino como alguien con quien deben generarse acuerdos que beneficien a ambas partes, como, por ejemplo, tener cuotas de caza o talar solo lo necesario. Esto es lo que les ha permitido vivir en este medio sin causar efectos negativos” expresa Cabrera.
Jaguares en la ecología
No solo las comunidades indígenas ven al jaguar como una especie de suma importancia. La ciencia confirma que es vital para la salud de la naturaleza y, por ende, la nuestra. Gracias a la investigación ecológica, ahora comprendemos las palabras del abuelo Herlinto cuando afirma que este animal cumple con un papel crucial para el bienestar de los ecosistemas.
Además de regular las poblaciones de otros animales al ser el máximo depredador del continente, su necesidad de grandes extensiones de territorio para subsistir lo convierten en una especie sombrilla, es decir, una especie que, al ser protegida, conserva el hábitat de otros cientos de especies que comparten su hogar. En otras palabras, si el jaguar está sano, su ecosistema y el resto de especies que habitan allí, lo están.
Sin embargo, el estado de esta especie es preocupante y no tan alejado del de los grandes felinos en África o Asia. Según datos recopilados por Fundación Panthera, el jaguar ha desaparecido de más del 40% de su territorio original en Latinoamérica y se encuentra extinto en países como El Salvador y Uruguay. En Colombia, el área de distribución de la especie ha disminuido un 39%, aproximadamente.
Aunque hay múltiples factores que comparten la responsabilidad de esta catástrofe, entre las principales razones se encuentra el conflicto con los seres humanos. Según el informe Un futuro para todos: la necesidad de coexistir con la vida silvestre, realizado por WWF y el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, de las más de 260 especies de vertebrados terrestres que han tenido interacciones negativas con las personas, 53 están amenazadas, entre ellas, el jaguar.
Ya sea por el crecimiento de la frontera agropecuaria, la minería o la explotación de madera o minerales, este felino se está quedando sin las extensiones de bosques necesarias para sobrevivir, lo que genera conflictos entre la especie y las personas, en donde casi siempre los jaguares son los principales afectados. Siguiendo los datos del informe, las muertes de animales relacionadas por una interacción negativa entre fauna y seres humanos corresponden al 75% de las especies de felinos silvestres del mundo, así como muchas otras especies de carnívoros terrestres y marinos, y grandes herbívoros como los elefantes.
Las comunidades indígenas saben coexistir con ellos
El panorama no es tan desalentador como parece. El ejemplo de los Murui-Muina, u otros como el de los Nanai y Udege del lejano Oriente ruso con los tigres de Amur, o la cultura hindú del sur de Asia y los elefantes, demuestran que no todas las relaciones entre humanos y vida silvestre son conflictivas. Por el contrario, estos casos son evidencia de que reducir los conflictos entre humanos y vida salvaje es posible.
“Si nos ponemos a ver los lugares en donde aún existen bosques que cumplen funciones ecosistémicas, con altos niveles de biodiversidad, seguramente encontraremos que muchos de ellos están en territorios indígenas y otras comunidades locales. Esto debe indicarnos que algo están haciendo bien a diferencia del mundo occidental. Nuestra tarea entonces es descubrir qué es para aprender de ellos. De lo contrario, los ecosistemas y la biodiversidad del planeta seguirán estando en juego” explica Jaime Cabrera.
Hoy, más del 91% de los territorios de pueblos indígenas y comunidades locales están ecológicamente en buen estado y cubren al menos el 36 % de las Áreas Claves para la Biodiversidad (ACB) a nivel global, según el informe El estado de las tierras y territorios de los Pueblos Indígenas y las Comunidades Locales, desarrollado por varias organizaciones internacionales de renombre como Conservación International (CI), la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN); la Sociedad para la Conservación de la Vida Silvestre (WCS), el Instituto de Recursos Mundiales (WRI) y WWF , con el acompañamiento de la Coordinadora de las Organizaciones Indígenas de la Cuenca Amazónica (COICA), entre otros.
En el caso de la comunidad de Umancia, los más recientes resultados de la investigación que ellos mismos han realizado, con apoyo de científicos, demuestra que su territorio es un refugio para los jaguares de la región. Al menos seis ejemplares transitaban por la zona en 2019 —un número muy similar al de los jaguares registrados en otros dos procesos de monitoreo llevados a cabo por WWF, en dos áreas protegidas en Perú y en Ecuador— y actualmente, aunque el proceso de monitoreo avanza lentamente, Juan y Herlinto esperan reconocer a varios de estos especímenes en las nuevas imágenes que arrojen las cámaras trampa. “Los reconocemos por la pinta. A uno, por ejemplo, lo reconocemos porque tiene como un ocho en la costilla y siempre se la pasa por aquí” explica Herlinto.
En Umancia, uno de los cabildos indígenas ubicados en el Resguardo Indígena Predio Putumayo (departamento de Amazonas), los abuelos cuentan historias míticas sobre el jaguar. “Al principio, estos felinos eran los dueños de la tierra, pero el hombre, con el poder del tabaco y el ambil, hizo un compromiso con el jaguar. Ahora el dueño de la tierra del hombre es el tabaco, y el dueño de la selva, el jaguar” cuenta Herlinto Fusiamena, uno de los abuelos reconocidos en el cabildo, dedicado desde hace más de cinco años, cuando fue nombrado acompañante de la autoridad espiritual, a transmitirle a los jóvenes de su comunidad las historias ancestrales de su pueblo: los Murui-Muina.
El abuelo Herlinto se empezó a interesar por su cultura desde muy joven, cuando su suegro, un cacique de la comunidad de Estrechos, le enseñó que todo en la vida indígena tenía una historia. Particularmente, el relato del jaguar se volvió una de sus favoritas, pues para él representa la relación de respeto mutuo que existe entre los humanos y la naturaleza desde tiempos inmemorables. “Desde entonces, los jaguares son quienes cuidan la naturaleza y son responsables de todos los animales que hay en la selva. Si algún problema sucede entre el hombre y la selva, el jaguar es quien se encarga de enfrentar al hombre y, si la naturaleza afecta al hombre, éste, a través del tabaco, le cobra a la naturaleza. Esto es un convenio ancestral que respetamos” explica.
Justamente, estas creencias han mantenido la armonía entre la naturaleza y la humanidad durante décadas, convirtiéndose en una barrera de protección para la especie y los bosques de la región. Por ejemplo, en el caso de la relación con el jaguar, existe una regla ancestral básica: “si no hacen daño, no les hacemos daño” dice Juan Fusiamena, uno de los jóvenes cazadores. Para él, este acuerdo, sumado a otros tantos -como mantener una distancia mínima de mil metros entre jaguares y humanos, o cazar solo lo necesario- han mantenido la paz en el territorio.
“Desde que vivo aquí, nunca ha habido un conflicto mayor con el jaguar en el resguardo. Solo problemas menores como cuando salimos a cazar; a veces nos comen a los perritos o los persiguen. Pero, de resto, nunca ha existido un ataque hacia nosotros los humanos. A veces los vemos pasar cuando vamos de caza, o también, una vez que volvíamos con mi hermano de un campeonato en otro cabildo, vimos a uno acostado en el porto del resguardo, pero nunca pasó nada. El jaguar nos observaba y nosotros a él mientras cruzábamos, pero nada más” cuenta Juan.
Monitoreando a esta especie
Allí, la proximidad entre el hombre y el jaguar es tanta que, en 2019, una de las cámaras trampa instaladas por varios miembros de la comunidad como parte del trabajo de ACILAPP junto a WWF Colombia, mostró a un ejemplar a dos kilómetros de la maloca principal. Desde 2016 varios miembros de la comunidad monitorean con esta técnica la riqueza natural del resguardo, siempre direccionada desde el conocimiento tradicional de los abuelos, con el fin de conocer más sobre su territorio, las especies que lo habitan y llevar a cabo un manejo sostenible de sus recursos.
“Empezamos este proceso con WWF para reconocer parte de nuestro territorio y saber dónde hay medicina, árboles comestibles o especies para la caza. En cuanto al jaguar, lo estudiamos porque si él no está, no hay nada: ni alimento, ni plantas, nada. Nosotros como indígenas dependemos de la naturaleza, y para conservarla, debemos entendernos con el jaguar. Por eso lo estudiamos y lo protegemos” explica Juan, quien actualmente es el coordinador de las 13 personas que hacen parte del grupo de investigadores.
En este proceso hay algo muy interesante y es la comprensión cultural que las comunidades tienen del jaguar y el bosque. “Esta es una relación basada en reglas. En este reglamento se hacen acuerdos y uno de los más importantes es respetar el territorio de cada uno para que, por ejemplo, las personas de la comunidad que se encargan de la cacería para alimentación sepan dónde no deben andar, o las áreas que deben evitar porque son zonas de jaguar. Se trata de acuerdos conectados a prácticas chamánicas, basadas en la coca y el tabaco y por eso, de manera muy interesante, no tenemos casos de conflicto entre humanos y jaguares en este territorio. Esto funciona en esta zona a diferencia de lo que sucede en otras áreas de expansión ganadera y deforestación, donde la gente avanza hacia el bosque y no hay ningún tipo de regla, y por eso hay muchos casos de conflicto humano con la vida silvestre, especialmente jaguares asesinados porque en algunos casos atacan el ganado”, explica Joaquín Carrizosa, Coordinador de la ecorregión Amazonia en WWF Colombia y PhD en antropología ambiental.
Para biólogos como Jaime Cabrera, especialista en monitoreo comunitario de WWF Colombia y PhD en manejo de la biodiversidad, esta relación exitosa entre las comunidades indígenas y el jaguar se debe a la visión de otredad e igualdad con la que las comunidades indígenas ven y se conectan con la naturaleza. “Para estas comunidades indígenas, el jaguar, las boas, las dantas, entre otras especies emblemáticas, no son solamente animales. Son otros iguales con los que se deben relacionar y generar acuerdos sociales para convivir. Vivir en medio de la naturaleza significa relacionarse con ella, viéndola no como algo que se puede poseer, sino como alguien con quien deben generarse acuerdos que beneficien a ambas partes, como, por ejemplo, tener cuotas de caza o talar solo lo necesario. Esto es lo que les ha permitido vivir en este medio sin causar efectos negativos” expresa Cabrera.
Jaguares en la ecología
No solo las comunidades indígenas ven al jaguar como una especie de suma importancia. La ciencia confirma que es vital para la salud de la naturaleza y, por ende, la nuestra. Gracias a la investigación ecológica, ahora comprendemos las palabras del abuelo Herlinto cuando afirma que este animal cumple con un papel crucial para el bienestar de los ecosistemas.
Además de regular las poblaciones de otros animales al ser el máximo depredador del continente, su necesidad de grandes extensiones de territorio para subsistir lo convierten en una especie sombrilla, es decir, una especie que, al ser protegida, conserva el hábitat de otros cientos de especies que comparten su hogar. En otras palabras, si el jaguar está sano, su ecosistema y el resto de especies que habitan allí, lo están.
Sin embargo, el estado de esta especie es preocupante y no tan alejado del de los grandes felinos en África o Asia. Según datos recopilados por Fundación Panthera, el jaguar ha desaparecido de más del 40% de su territorio original en Latinoamérica y se encuentra extinto en países como El Salvador y Uruguay. En Colombia, el área de distribución de la especie ha disminuido un 39%, aproximadamente.
Aunque hay múltiples factores que comparten la responsabilidad de esta catástrofe, entre las principales razones se encuentra el conflicto con los seres humanos. Según el informe Un futuro para todos: la necesidad de coexistir con la vida silvestre, realizado por WWF y el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, de las más de 260 especies de vertebrados terrestres que han tenido interacciones negativas con las personas, 53 están amenazadas, entre ellas, el jaguar.
Ya sea por el crecimiento de la frontera agropecuaria, la minería o la explotación de madera o minerales, este felino se está quedando sin las extensiones de bosques necesarias para sobrevivir, lo que genera conflictos entre la especie y las personas, en donde casi siempre los jaguares son los principales afectados. Siguiendo los datos del informe, las muertes de animales relacionadas por una interacción negativa entre fauna y seres humanos corresponden al 75% de las especies de felinos silvestres del mundo, así como muchas otras especies de carnívoros terrestres y marinos, y grandes herbívoros como los elefantes.
Las comunidades indígenas saben coexistir con ellos
El panorama no es tan desalentador como parece. El ejemplo de los Murui-Muina, u otros como el de los Nanai y Udege del lejano Oriente ruso con los tigres de Amur, o la cultura hindú del sur de Asia y los elefantes, demuestran que no todas las relaciones entre humanos y vida silvestre son conflictivas. Por el contrario, estos casos son evidencia de que reducir los conflictos entre humanos y vida salvaje es posible.
“Si nos ponemos a ver los lugares en donde aún existen bosques que cumplen funciones ecosistémicas, con altos niveles de biodiversidad, seguramente encontraremos que muchos de ellos están en territorios indígenas y otras comunidades locales. Esto debe indicarnos que algo están haciendo bien a diferencia del mundo occidental. Nuestra tarea entonces es descubrir qué es para aprender de ellos. De lo contrario, los ecosistemas y la biodiversidad del planeta seguirán estando en juego” explica Jaime Cabrera.
Hoy, más del 91% de los territorios de pueblos indígenas y comunidades locales están ecológicamente en buen estado y cubren al menos el 36 % de las Áreas Claves para la Biodiversidad (ACB) a nivel global, según el informe El estado de las tierras y territorios de los Pueblos Indígenas y las Comunidades Locales, desarrollado por varias organizaciones internacionales de renombre como Conservación International (CI), la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN); la Sociedad para la Conservación de la Vida Silvestre (WCS), el Instituto de Recursos Mundiales (WRI) y WWF , con el acompañamiento de la Coordinadora de las Organizaciones Indígenas de la Cuenca Amazónica (COICA), entre otros.
En el caso de la comunidad de Umancia, los más recientes resultados de la investigación que ellos mismos han realizado, con apoyo de científicos, demuestra que su territorio es un refugio para los jaguares de la región. Al menos seis ejemplares transitaban por la zona en 2019 —un número muy similar al de los jaguares registrados en otros dos procesos de monitoreo llevados a cabo por WWF, en dos áreas protegidas en Perú y en Ecuador— y actualmente, aunque el proceso de monitoreo avanza lentamente, Juan y Herlinto esperan reconocer a varios de estos especímenes en las nuevas imágenes que arrojen las cámaras trampa. “Los reconocemos por la pinta. A uno, por ejemplo, lo reconocemos porque tiene como un ocho en la costilla y siempre se la pasa por aquí” explica Herlinto.