Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
La producción cacaotera es una alternativa rentable desde hace varios años en Colombia. Hoy, con el apoyo del Programa Rutas PDET, comunidades reconocidas como víctimas del conflicto armado del departamento de Putumayo, Caquetá y del municipio de Tumaco (Nariño) reciben capacitaciones en programas productivos de cacao y lácteos con una línea transversal y fundamental para promover el desarrollo rural: la inclusión de las mujeres y las juventudes.
Las mujeres dedican cada día el triple de tiempo que los hombres al cuidado y al trabajo doméstico no remunerado, asegura la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en un informe de 2020. Esa situación empeora en la ruralidad por la falta de herramientas y servicios públicos como estufas, agua y transporte. Paola Jiménez, asesora en equidad de género del Programa Rutas PDET para la Red Nacional de Agencias de Desarrollo Local de Colombia - Red Adelco, explica que se trata de una “triple discriminación”, pues las mujeres en el campo se enfrentan a condiciones todavía más precarias que los hombres rurales y que las personas que habitan en zonas urbanas. “En el campo están las brechas más grandes de desigualdad de género; tienen menos acceso a tierras, créditos, asistencia técnica y recursos productivos”, dice la experta.
(Le puede interesar La leche en Caquetá promueve el desarrollo empresarial con el Programa Rutas PDET)
Por su parte, Mónica Juliana Chavarro, antropóloga e investigadora del Programa Rutas PDET para la Alianza Bioversity International y el CIAT, asegura que el papel de la mujer se invisibiliza en el campo porque su trabajo no es pago y se considera una obligación por los roles de género predispuestos. “Muchos hombres creen que ellas no trabajan, sino que ayudan. Sin embargo, eso no es lo que ocurre. En una jornada laboral las mujeres madrugan más para hacer el desayuno y el almuerzo. También van con los hombres a trabajar y realizan casi las mismas actividades. Y cuando regresan a la casa, además, tienen que lavar ropa, limpiar y estar pendientes de los niños y de los adultos mayores. Sin embargo, estas son labores por las que no reciben una remuneración económica”, menciona Chavarro.
Ambas expertas coinciden en que una vía para reducir las brechas y la situación de las mujeres rurales en Colombia es a través de los proyectos productivos y de las organizaciones que trabajan por el mejoramiento del campo. De hecho, Jiménez y Chavarro hacen parte del componente de género del Programa Rutas PDET, del Fondo Europeo para la Paz, que busca reducir las brechas de género en el campo. Entre sus objetivos está fomentar el acceso igualitario a oportunidades laborales en el sector de infraestructura vial y en el desarrollo productivo y la diversificación económica; mejorar la autonomía y aportar al empoderamiento de las mujeres con el aumento de sus ingresos; fortalecer su participación en escenarios públicos y aumentar las capacidades de las entidades públicas en la gestión del desarrollo local con enfoque de género.
El cacao aporta a la reducción de brechas de género
En el departamento de Putumayo y en el municipio de Tumaco los socios implementadores del Programa Rutas PDET (ICCO Cooperación, la Alianza Bioversity International y el CIAT y la Red Adelco), vienen desarrollando varias acciones para mejorar la cadena productiva de cacao. Todo lo anterior con un enfoque de género que busca aportar a la igualdad y al empoderamiento de las mujeres para impactar de manera positiva a las comunidades a través de tres componentes: el productivo, el de apoyo empresarial y el de infraestructura vial.
(Lea Innovabio y Alfombra Verde, un camino hacia la innovación climática)
En todos buscan que se reconozca el valor del trabajo doméstico que realizan las mujeres y su papel en el desarrollo de las actividades productivas. Un caso que resaltan y que refleja los resultados que esperan tener en los territorios ocurrió en Putumayo cuando un grupo de mujeres se presentó como “mujeres trabajadoras del hogar” en una actividad colectiva. Según Chavarro, con esas palabras, están reconociendo que las labores que desarrollan son importantes y tienen un valor social y económico.
Para el caso del componente productivo, Chavarro cuenta que uno de los primeros ejercicios con las comunidades fue construir una cartografía social en donde los habitantes contaron sus experiencias en los territorios, sus dinámicas alrededor del cacao y sus historias de vida. Con esto buscaban tener una caracterización de la población al tratarse de comunidades afro en Tumaco y campesinas e indígenas en Putumayo.
“Estas comunidades, sobre todo, están marcadas por la violencia. Sus historias tenían un hilo conductor sobre el conflicto armado, los cultivos ilícitos y el glifosato. Sin embargo, el cacao aparece como una iniciativa y como una alternativa a todo esto. Nadie puede negar que la coca es un cultivo que da dinero, pero genera mucha intranquilidad. Escuchamos a muchas personas decir que prefieren tener menos plata, pero más paz”, menciona la antropóloga.
(Le puede interesar El campesino que dejó la caza para defender la naturaleza)
Según el Fondo para el Financiamiento del Sector Agropecuario (Finagro) existen más de 60 mil familias productoras de cacao y este sector es capaz de generar más de 160 mil empleos en el país. Para que se lleve una idea, en 2020 una tonelada de este producto costó USD 3.205 y en Colombia se producen alrededor de 53 mil toneladas por año. Además, el grano colombiano es reconocido a nivel mundial por su calidad, sabor y aroma, características que solo posee el 5% de la producción mundial.
Como parte de estas acciones, el Programa Rutas PDET busca crear codiseños a escala territorial y predial para mejorar la producción de cacao. En la escala territorial quieren implementar sistemas agroforestales y estrategias económicas más viables, por ejemplo, que los productores determinen qué es lo que más les interesa si la calidad o la calidad en los cultivos. A escala predial buscan incluir indicadores de género para observar cómo está la distribución del trabajo y las tareas del hogar.
“Implementaremos evaluaciones iniciales para ver las diferencias en conocimiento por edades o por género. La idea es hacer talleres previos para las personas que necesiten fortalecer saberes. Lo más probable es que las capacitaciones se realicen a través de la propuesta “Campesino a Campesino”, en la cual, con acompañamiento técnico propiciamos espacios en la comunidad para que unos capaciten a otros”, explica Chavarro.
(Lea El Comisario Europeo de Medio Ambiente, Virginijus Sinkevičius, visita Colombia)
Al mismo tiempo, el proyecto desarrolla un componente para mejorar la infraestructura vial en los territorios, también con un enfoque de género. Jiménez cuenta que a través de las Juntas de Acción Comunal planean que las mujeres de las comunidades ejecuten las obras como una forma de reducir las brechas de género. “Descubrimos que así se pueden generar mayores oportunidades laborales y mejores ingresos y autonomía económica. Por eso iniciamos procesos de capacitación con el SENA y otras entidades para que sean las mujeres quienes ejecuten estas obras”, explica Jiménez.
Están seguros de que el mejoramiento de las vías va a tener un impacto importante en la autonomía de las mujeres. Por ejemplo, expone Jiménez, por medio de ejercicios de cartografía social en las veredas de Alto Mira y Bajo Mira, en Tumaco, identificaron que las mujeres podrían comercializar otros productos, ir más al médico e incluso hacer deporte si las vías estuvieran en mejor estado. Esto les permitió concluir que mejorar la movilidad puede impactar de manera positiva a las mujeres y reducir las brechas de género.
“Este es un ejercicio innovador porque no es común ver a mujeres ejecutando obras de infraestructura vial porque se considera que es un trabajo masculino. Pero estamos seguros de que sí lo pueden hacer y también pueden participar en ese mercado laboral. Además, queremos demostrar que mejorar estos aspectos sí tiene un impacto positivo en la calidad de vida de las mujeres”, asegura Jiménez.
(Le puede interesar Programa Rutas PDET: Acciones y retos para el 2022)
Además, lo que está haciendo el Programa Rutas PDET para fortalecer estas acciones es incluir metodologías como Dragon Dreaming. Este ejercicio, en vez de hacer las típicas preguntas, lo que hace es conocer lo que sueñan, planean, realizan y celebran las personas. “Está basada en la ecología y en la sabiduría ancestral australiana. Si las comunidades se sienten vinculadas es más probable que quieran seguir siendo parte del Programa, contrario a cuando llega algo externo y no se sienten reconocidas en él”, explica Mónica Juliana Chavarro.
El objetivo de las acciones que vinculan Dragon Dreaming es cambiar la idea de desarrollo como algo que llega de afuera, para descubrir qué es lo que tienen las comunidades desde adentro. Una vez realizaron el taller y crearon sueños colectivos, pasaron a observar qué les impedía realizarlos. Por ejemplo, las mujeres querían formar una organización y para ellas su principal barrera era la falta de conocimiento sobre sus derechos. “Esto es algo de lo que podemos aportar desde el Programa Rutas PDET. El enfoque de género en el Programa Rutas PDET no es un asunto de capricho, sino una forma de garantizar que va a haber un complemento y un encuentro entre todos. Así es que se gestan más cosas y se logra la sostenibilidad”, puntualiza Chavarro.