El campesino que dejó la caza para defender la naturaleza
Muchas comunidades del país han empezado a transformar su relación con la naturaleza, reemplazando actividades como la caza y la tala por estrategias de conservación y aprovechamiento sostenible. Ovidio Ledesma, del municipio de Apía (Risaralda), lideró esa transición en su territorio. Esta es su historia.
Laura Villamil Barrera*
Si a Ovidio Ledesma le hubieran contado durante su infancia cosas como que los árboles atrapaban las exhalaciones para convertirlas en aire nuevo; que las plantas eran más que individuos conformados por raíces, tallos, hojas, flores y frutos; que en un puñado de tierra habitaban más microorganismos que personas en el planeta, o que la existencia de cada ser vivo era el resultado de una extraordinaria cadena de interacciones en la naturaleza, tal vez nunca hubiera utilizado una cauchera, una escopeta o una motosierra.
Sin embargo, de no ser por todas las anteriores, tampoco hubiera llegado a protagonizar esta historia, porque, como en las mejores serendipias, una cosa llevó a la otra. Es probable que su destino fuera convertirse en lo que es hoy: un defensor de la naturaleza que habla con propiedad sobre cuál debería ser nuestra relación con ella, teniendo en cuenta que esta ha sido la gran lección que ha ido interiorizando por más de 20 años, en un proceso de exploración ambiental que inició gracias a una oportunidad laboral (ser guardabosques de un área protegida) y que nunca se ha detenido.
“Como el estudio de nosotros fue tan escaso, nunca llegué a escuchar de los beneficios que nos daba un bosque. Por eso todo lo aprendí después de viejo. En mi casa, la carne siempre se conseguía en el monte. Todo lo que encontrábamos en las jornadas de cacería, a las que mi papá nos llevaba desde niños, iba para la olla. Llegamos a comer hasta oso perezoso”, recuerda, y añade que la razón por la que hizo esto fue una combinación entre la herencia de sus ancestros, el desconocimiento y la búsqueda de medios de vida. (También puede leer: Bosques, los nuevos indicadores de la salud humana)
Sus abuelos y papás tenían como fuente económica el aserrío de árboles como los nuquetoro (Persea rigens), los cominos (Aniba perutilis) y los magnolios (Magnoliaceae). “Esos no me tocaron a mí, aserré otros. Digo que mi papá conoció especies de flora y fauna que yo no, que he conocido especies de flora y fauna que mi hijo no, pero mi hijo no ha hecho el daño que mi papá o yo hicimos”.
Resarcirse con la tierra, una misión de vida
Paola Echeverri, oficial de Monitoreo y Efectividad de WWF Colombia, conoció a Ovidio hace más de 20 años, cuando ella aún era estudiante de administración ambiental y empezaba a trabajar en la Corporación Autónoma Regional de Risaralda (Carder).
Por esa misma época, Ovidio también estaba iniciando su trabajo con la Carder como guardabosques y administrador del Centro de Visitantes del Parque Natural Municipal Planes de San Rafael -hoy Distrito Regional de Manejo Integrado (DRMI) Planes de San Rafael-, un área protegida que se conecta con el Parque Nacional Natural Tatamá y que salvaguarda una cuenca clave para el aprovisionamiento de agua en esa región.
Desde entonces, dice ella, se le notó lo visionario, siempre dispuesto a aprender lo que pudiera de quienes trabajaban en investigación y educación ambiental. “Así empezó a mezclar sus conocimientos como campesino con los que le llegaban con expertos de universidades, y se dedicó a compartirlos con muchos jóvenes del territorio. Hoy muchos de ellos trabajan en procesos de conservación”, cuenta.
Añade que la gran tarea a la que Ovidio se ha dedicado todos estos años ha sido replicar lo que sabe con quienes llegan a la zona del DRMI, lo que ha permitido que muchos procesos de conservación y producción sostenible de la región sigan andando, incluso sin depender de instituciones o autoridades ambientales.
Ha sido tanta su devoción por juntar la ciencia y el espíritu campesino para proteger los ecosistemas nativos, que Omara Arroyave, su esposa, “se queda admirada”, porque contrasta las jornadas de trabajo actuales de Ovidio -hace más de un año dejó la Carder y llegó a encargarse de la reserva privada Wabantá- con los tiempos en los que salía de caza, o en los que hacía quemas de rastrojo para luego sembrar maíz y fríjol. (Le puede interesar: Alimentación sostenible, según el dueño de un restaurante con 3 estrellas Michelin)
Por todo eso está convencida de que, entre el vaivén de aprender nombres científicos de las plantas, recolectar semillas en el bosque, avistar aves, intercambiar ideas con visitantes y capacitarse para la gestión de áreas protegidas, Ovidio fue adquiriendo una misión de resarcirse con la Tierra, y de sembrar en otros la idea de que los humanos estamos aquí, existiendo, gracias a los procesos naturales que suceden sin que los veamos.
Frente a su trabajo, Ovidio dice que “el resultado más importante de lo que hemos hecho -refiriéndose al trabajo colectivo en su comunidad-, es que los jóvenes, en lugar de estar haciendo daños que nosotros hicimos, andan con binoculares y una libreta para registrar avistamientos de aves. Me encanta recibirlos y que me pregunten dónde está el árbol que plantaron conmigo cuando eran niños. Es emocionante ver que aprovechan su educación”.
La Reserva Wabantá, un nuevo camino
Luego de 21 años de haber trabajado en Planes de San Rafael, Ovidio aceptó la invitación que le hizo Jaime Gallego, uno de los propietarios de la Reserva Wabantá, para implementar todos sus conocimientos en ese predio, que ocupa 65 hectáreas y que es parte de la zona de influencia del PNN Tatamá. Desde entonces se propuso recuperar ecosistemas deteriorados, identificar especies y diseñar senderos para recibir visitantes.
Gallego y su esposa, Alejandra Mesa, ambos médicos de profesión, adquirieron el predio junto a su colega Leonel Echeverry, hace cuatro años. Lo hicieron con la idea de dedicarlo a la conservación y a la implementación de varios procesos productivos sostenibles, como el ecoturismo y el aprovechamiento de agua mineral, pero solo hasta la llegada de Ovidio todo comenzó a marchar en la dirección correcta.
“Ovidio llegó a ser un predador del sistema natural, pero hoy es un maestro de vida. Nos enseña cosas invaluables”, cuenta Gallego. Mesa lo complementa señalando que ver “la labor que desempeña Ovidio es hacer que las personas se acerquen a la naturaleza y entiendan que, aunque tienen un pedazo de pulmón en el cuerpo, el otro pedazo lo tienen los árboles, porque todos los seres estamos conectados a una red superior que muchas veces no vemos, pero que está ahí”.
Para ambos, así como para la mayoría de las personas que conocen a Ovidio, es natural definirlo como un profesor o maestro. Y así también lo ratifica Fernando López, exguardaparques del PNN Tatamá, quien trabajó con él en varios procesos comunitarios. “Él es mi profesor y lo sigue siendo. Me enseñó muchas de las cosas, porque nunca había andado en botas pantaneras. Hicimos un intercambio de conocimientos muy valioso”.
Pero Ovidio, en cambio, se define como un campesino que tuvo la suerte de encontrarse con las personas correctas en el momento perfecto. De hecho, se ríe cuando dice que aunque no fue a la universidad, las universidades fueron a él. “Todo eso es posible por las charlas que me gorrié con cada grupo que recibí en el centro de visitantes. Iban expertos de muchas instituciones, y siempre estaba detrás cuando hablaban de árboles, servicios ecosistémicos, áreas protegidas…”.
Hoy, aunque siente que las últimas dos décadas ha podido compensar los “daños” que hizo durante la juventud, advierte que su camino de reconciliación con la naturaleza no tiene fin. Y la razón es que ha podido ver cómo, mediante los esfuerzos que él y su comunidad han hecho, se han recuperado lugares que algún día estuvieron golpeados por presiones humanas. (Lea: Un recorrido por Colombia para conocer sus retos de manejo de agua y transición energética)
“Si anteriormente la frontera agrícola llegaba hasta los 2.800 msnm, hoy en día no sobrepasa los 2.300. Además de que se ha regenerado una zona de bosque importante, la biodiversidad nos ha dado sorpresas, por ejemplo hace poco nos reportaron la presencia del oso de anteojos en la vereda. ¡Esa es una ganancia para todos!”, grita con júbilo.
Esa plenitud contagiosa es la que ha hecho que sobrepase momentos difíciles, como la falta de apoyo de algunos amigos con los que algún día cazó. Y aunque reconoce que proteger la naturaleza le ha entregado muchos desafíos, “le pongo el corazón a todo. No es porque me paguen, lo asumo porque entendí que conservar es mi deber, y es el deber de todos”.
*Consultora de Comunicación de WWF Colombia
Si a Ovidio Ledesma le hubieran contado durante su infancia cosas como que los árboles atrapaban las exhalaciones para convertirlas en aire nuevo; que las plantas eran más que individuos conformados por raíces, tallos, hojas, flores y frutos; que en un puñado de tierra habitaban más microorganismos que personas en el planeta, o que la existencia de cada ser vivo era el resultado de una extraordinaria cadena de interacciones en la naturaleza, tal vez nunca hubiera utilizado una cauchera, una escopeta o una motosierra.
Sin embargo, de no ser por todas las anteriores, tampoco hubiera llegado a protagonizar esta historia, porque, como en las mejores serendipias, una cosa llevó a la otra. Es probable que su destino fuera convertirse en lo que es hoy: un defensor de la naturaleza que habla con propiedad sobre cuál debería ser nuestra relación con ella, teniendo en cuenta que esta ha sido la gran lección que ha ido interiorizando por más de 20 años, en un proceso de exploración ambiental que inició gracias a una oportunidad laboral (ser guardabosques de un área protegida) y que nunca se ha detenido.
“Como el estudio de nosotros fue tan escaso, nunca llegué a escuchar de los beneficios que nos daba un bosque. Por eso todo lo aprendí después de viejo. En mi casa, la carne siempre se conseguía en el monte. Todo lo que encontrábamos en las jornadas de cacería, a las que mi papá nos llevaba desde niños, iba para la olla. Llegamos a comer hasta oso perezoso”, recuerda, y añade que la razón por la que hizo esto fue una combinación entre la herencia de sus ancestros, el desconocimiento y la búsqueda de medios de vida. (También puede leer: Bosques, los nuevos indicadores de la salud humana)
Sus abuelos y papás tenían como fuente económica el aserrío de árboles como los nuquetoro (Persea rigens), los cominos (Aniba perutilis) y los magnolios (Magnoliaceae). “Esos no me tocaron a mí, aserré otros. Digo que mi papá conoció especies de flora y fauna que yo no, que he conocido especies de flora y fauna que mi hijo no, pero mi hijo no ha hecho el daño que mi papá o yo hicimos”.
Resarcirse con la tierra, una misión de vida
Paola Echeverri, oficial de Monitoreo y Efectividad de WWF Colombia, conoció a Ovidio hace más de 20 años, cuando ella aún era estudiante de administración ambiental y empezaba a trabajar en la Corporación Autónoma Regional de Risaralda (Carder).
Por esa misma época, Ovidio también estaba iniciando su trabajo con la Carder como guardabosques y administrador del Centro de Visitantes del Parque Natural Municipal Planes de San Rafael -hoy Distrito Regional de Manejo Integrado (DRMI) Planes de San Rafael-, un área protegida que se conecta con el Parque Nacional Natural Tatamá y que salvaguarda una cuenca clave para el aprovisionamiento de agua en esa región.
Desde entonces, dice ella, se le notó lo visionario, siempre dispuesto a aprender lo que pudiera de quienes trabajaban en investigación y educación ambiental. “Así empezó a mezclar sus conocimientos como campesino con los que le llegaban con expertos de universidades, y se dedicó a compartirlos con muchos jóvenes del territorio. Hoy muchos de ellos trabajan en procesos de conservación”, cuenta.
Añade que la gran tarea a la que Ovidio se ha dedicado todos estos años ha sido replicar lo que sabe con quienes llegan a la zona del DRMI, lo que ha permitido que muchos procesos de conservación y producción sostenible de la región sigan andando, incluso sin depender de instituciones o autoridades ambientales.
Ha sido tanta su devoción por juntar la ciencia y el espíritu campesino para proteger los ecosistemas nativos, que Omara Arroyave, su esposa, “se queda admirada”, porque contrasta las jornadas de trabajo actuales de Ovidio -hace más de un año dejó la Carder y llegó a encargarse de la reserva privada Wabantá- con los tiempos en los que salía de caza, o en los que hacía quemas de rastrojo para luego sembrar maíz y fríjol. (Le puede interesar: Alimentación sostenible, según el dueño de un restaurante con 3 estrellas Michelin)
Por todo eso está convencida de que, entre el vaivén de aprender nombres científicos de las plantas, recolectar semillas en el bosque, avistar aves, intercambiar ideas con visitantes y capacitarse para la gestión de áreas protegidas, Ovidio fue adquiriendo una misión de resarcirse con la Tierra, y de sembrar en otros la idea de que los humanos estamos aquí, existiendo, gracias a los procesos naturales que suceden sin que los veamos.
Frente a su trabajo, Ovidio dice que “el resultado más importante de lo que hemos hecho -refiriéndose al trabajo colectivo en su comunidad-, es que los jóvenes, en lugar de estar haciendo daños que nosotros hicimos, andan con binoculares y una libreta para registrar avistamientos de aves. Me encanta recibirlos y que me pregunten dónde está el árbol que plantaron conmigo cuando eran niños. Es emocionante ver que aprovechan su educación”.
La Reserva Wabantá, un nuevo camino
Luego de 21 años de haber trabajado en Planes de San Rafael, Ovidio aceptó la invitación que le hizo Jaime Gallego, uno de los propietarios de la Reserva Wabantá, para implementar todos sus conocimientos en ese predio, que ocupa 65 hectáreas y que es parte de la zona de influencia del PNN Tatamá. Desde entonces se propuso recuperar ecosistemas deteriorados, identificar especies y diseñar senderos para recibir visitantes.
Gallego y su esposa, Alejandra Mesa, ambos médicos de profesión, adquirieron el predio junto a su colega Leonel Echeverry, hace cuatro años. Lo hicieron con la idea de dedicarlo a la conservación y a la implementación de varios procesos productivos sostenibles, como el ecoturismo y el aprovechamiento de agua mineral, pero solo hasta la llegada de Ovidio todo comenzó a marchar en la dirección correcta.
“Ovidio llegó a ser un predador del sistema natural, pero hoy es un maestro de vida. Nos enseña cosas invaluables”, cuenta Gallego. Mesa lo complementa señalando que ver “la labor que desempeña Ovidio es hacer que las personas se acerquen a la naturaleza y entiendan que, aunque tienen un pedazo de pulmón en el cuerpo, el otro pedazo lo tienen los árboles, porque todos los seres estamos conectados a una red superior que muchas veces no vemos, pero que está ahí”.
Para ambos, así como para la mayoría de las personas que conocen a Ovidio, es natural definirlo como un profesor o maestro. Y así también lo ratifica Fernando López, exguardaparques del PNN Tatamá, quien trabajó con él en varios procesos comunitarios. “Él es mi profesor y lo sigue siendo. Me enseñó muchas de las cosas, porque nunca había andado en botas pantaneras. Hicimos un intercambio de conocimientos muy valioso”.
Pero Ovidio, en cambio, se define como un campesino que tuvo la suerte de encontrarse con las personas correctas en el momento perfecto. De hecho, se ríe cuando dice que aunque no fue a la universidad, las universidades fueron a él. “Todo eso es posible por las charlas que me gorrié con cada grupo que recibí en el centro de visitantes. Iban expertos de muchas instituciones, y siempre estaba detrás cuando hablaban de árboles, servicios ecosistémicos, áreas protegidas…”.
Hoy, aunque siente que las últimas dos décadas ha podido compensar los “daños” que hizo durante la juventud, advierte que su camino de reconciliación con la naturaleza no tiene fin. Y la razón es que ha podido ver cómo, mediante los esfuerzos que él y su comunidad han hecho, se han recuperado lugares que algún día estuvieron golpeados por presiones humanas. (Lea: Un recorrido por Colombia para conocer sus retos de manejo de agua y transición energética)
“Si anteriormente la frontera agrícola llegaba hasta los 2.800 msnm, hoy en día no sobrepasa los 2.300. Además de que se ha regenerado una zona de bosque importante, la biodiversidad nos ha dado sorpresas, por ejemplo hace poco nos reportaron la presencia del oso de anteojos en la vereda. ¡Esa es una ganancia para todos!”, grita con júbilo.
Esa plenitud contagiosa es la que ha hecho que sobrepase momentos difíciles, como la falta de apoyo de algunos amigos con los que algún día cazó. Y aunque reconoce que proteger la naturaleza le ha entregado muchos desafíos, “le pongo el corazón a todo. No es porque me paguen, lo asumo porque entendí que conservar es mi deber, y es el deber de todos”.
*Consultora de Comunicación de WWF Colombia