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“Antes, para nosotros era solo montaña por aquí y montaña por allá”, cuenta Melquisedec Torres, un campesino de la vereda Buenavista, en el municipio de Vista Hermosa, Meta, refiriéndose a todo lo que desconocían en su comunidad acerca del territorio en el que habitan. Él, al igual que los integrantes de otras 52 familias, habita en el Parque Nacional Natural (PNN) Sierra de La Macarena y hace parte de las comunidades que se integraron en los Acuerdos de Restauración Ecológica Participativa y Sistemas Sostenibles para la Conservación. (Le puede interesar: Recuperar los bosques y ecosistemas marinos, la tarea del país en los próximos años)
Desde finales de 2007, cuando se estableció el protocolo para la implementación de esta estrategia de restauración, Parques Nacionales Naturales ha apostado por establecer consensos comunitarios que respondan a las necesidades de conservación ambiental y a los conflictos socioambientales que se presentan en diferentes áreas protegidas del país. Esto responde, por lo menos, a dos objetivos clave.
Por una parte, la conservación ambiental y la necesidad de restaurar miles de hectáreas que han sido afectadas por la deforestación o el mal uso de la tierra. Mitigar el impacto en los ecosistemas, ya sea por la pérdida de hábitat de especies de fauna, o por la disminución en la diversidad de flora en los bosques, es una tarea fundamental para el cuidado de estas áreas.
En el PNN Sierra de La Macarena , este componente se implementó por medio de acciones que permiten garantizar la permanencia de los bosques y fuentes de agua. “Es importante cuidar, porque no se puede pensar solo en uno. Están nuestros hijos, están nuestros nietos. Entonces, lo que uno construye, también los hijos lo van construyendo. Es una formación”, explica al respecto David Cuchimba, campesino de la vereda Buenavista. Sin embargo, este no es el único frente importante. (Le recomendamos: Reconocimiento a El Espectador por su compromiso con el desarrollo sostenible)
Durante años, las estrategias de conservación evadieron la necesidad de integrar a las comunidades que habitan en las áreas protegidas del país. El impacto ambiental causado por la deforestación y el mal uso de la tierra también afecta directamente a quienes están presentes en el territorio, convirtiendo a estas personas en un eje crucial para la conservación de los bosques de los que hacen parte.
De allí la importancia del buen vivir, entendido como la posibilidad de satisfacer las necesidades sociales y económicas de una comunidad, teniendo como esencia la armonía con su territorio y la gobernanza sobre sus proyectos de vida. Emma López, trabajadora del PNN, y Osiel Rodríguez, campesino de la vereda Guadualito, en Vista Hermosa (Meta), por ejemplo, explican cómo, a través de viveros y apiarios comunitarios, se da la recuperación de bancos de semillas y procesos de polinización que contribuyen a la restauración de los bosques, a la vez que se constituyen procesos que dinamizan las economías locales.
En este proyecto, denominado “Restauración y Conservación de los Ecosistemas Transformados del Parque Nacional Natural Sierra de la Macarena”, financiado por el Fondo Colombia Sostenible con recursos de los gobiernos de Noruega, Suecia y Suiza, bajo la administración del BID y ejecución de WWF, también se construyeron proyectos participativos por medio de cultivos de cacay, chontaduro, uva caimarona, entre otros, que hacen un uso sostenible de la tierra, diversificando los ingresos económicos de las familias y contribuyendo a su soberanía alimentaria. (También puede leer: Sin bosques y sin presas, las consecuencias de la deforestación para los depredadores)
Como este, otros Acuerdos de Restauración Ecológica Participativa y Sistemas Sostenibles para la Conservación han hecho parte de la estrategia de Parques Nacionales Naturales. Así como en La Macarena, cada acuerdo permite entender cómo la integración de las comunidades locales es una pieza clave en la resolución de conflictos socioambientales, que están inevitablemente atados a la conservación ambiental.
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