Frente a la extinción, optemos por el entusiasmo y la acción
Información institucional.
Carolina Castellanos Castro- Instituto Humboldt
Estamos familiarizados con el concepto de la extinción, en particular con el evento que llevó a la desaparición de los dinosaurios, seres extraordinarios que generan tal interés en los niños que algunos, a los pocos años, incluso pueden conocer el nombre científico de las especies y las características que se han descrito a través del registro fósil.
En las últimas décadas, el uso del término extinción se ha hecho frecuente fuera de los ámbitos científicos o educativos al ser una de las consecuencias negativas más dramáticas de las actividades humanas. El alcance del fenómeno que está ocurriendo preocupa de forma permanente a quienes estamos involucrados con el sector ambiente y también a parte de la sociedad que puede preferir no pensar en estos temas para no contagiarse de la angustia, sobre la cual a veces no es fácil saber qué hacer. (Lea: Conservar el 30 % del área terrestre y marina: ¿lo logrará Colombia en siete años?)
¿Cuál es la dimensión de la extinción en un país como Colombia? Considerando los grupos sobre los que tenemos mejor conocimiento, implica que, de las cerca de 6.000 y 27.000 especies de vertebrados y plantas registradas respectivamente, 1.389 van a desaparecer si no tomamos ninguna acción. Sin embargo, tenemos certeza de que esta cifra es considerablemente menor a la realidad, ya que desconocemos el riesgo de extinción de muchas especies.
Por otro lado, son menos de 10 las especies que se consideran oficialmente extintas, lo cual se debe a que es muy difícil llegar a esta conclusión, pues se requieren realizar búsquedas exhaustivas en los lugares donde se sospecha o se han reportado las especies y, en algunos casos, estas pueden ser muy escurridizas y permanecer ocultas para reaparecer muchos años después; por esto, las han llamado “especies lázaro”.
Evitar la extinción es una meta establecida en los acuerdos globales y las políticas nacionales. Particularmente el Marco Mundial Kunming-Montreal de la Biodiversidad, adoptado este año por 168 países, incluido Colombia, estableció como objetivo detener la extinción y disminuir a la décima parte el riesgo de extinción de todas las especies. Este objetivo es un gran reto, considerando los resultados desalentadores de los compromisos adquiridos previamente. Por esto, la pregunta que surge es si esto es posible y cómo podemos alcanzarlo. (Lea: Sin marketing, conservar la biodiversidad seguiría siendo un tema de los biólogos)
En este punto, podemos optar por el entusiasmo y la acción. Son varias las razones que motivan este impulso. Por un lado, no es sorprendente que las especies en riesgo de extinción se encuentren distribuidas de manera similar a la población humana, con un mayor número en los Andes, el Caribe y los valles interandinos; donde los procesos de transformación de los ecosistemas han sido más dramáticos históricamente, siendo estos la principal amenaza para las especies en el país y que, actualmente, se ha acrecentado en los núcleos de deforestación.
Incluso podríamos afirmar que en cada municipio de estas regiones del país se puede encontrar al menos una especie amenazada. Esto podría verse como una oportunidad, pues indica que tomar acciones para su conservación es una apuesta a la que pueden sumarse actores en todas las geografías del país. Actualmente, ya existe una gran red que involucra organizaciones nacionales e internacionales, jardines botánicos, entidades gubernamentales, la academia y la sociedad civil, quienes contribuyen a esta tarea y a la que se suman constantemente nuevos actores.
Por otro lado, las acciones que se requieren para detener la extinción son diversas, abarcando desde actividades de educación hasta la reintroducción de individuos. En todos los casos, la primera medida es mantener y restaurar los bosques o ecosistemas naturales en donde habitan las especies. Aquí cabe resaltar que, sumado a los esfuerzos de las áreas protegidas públicas, a nivel nacional ya se han inscrito, en el Registro Único Nacional de Áreas Protegidas, 1.210 reservas naturales de la sociedad civil que cubren 280.000 ha y que el 33,6% del territorio nacional se encuentra en territorios colectivos, donde se protegen más de 5 millones de hectáreas de bosques naturales y 320.000 ha de páramos, hábitat de muchas especies.
Estos territorios pueden incluso ser el único lugar donde se encuentran algunas especies, como es el caso de la Reserva Natural La Planada, que protege el hábitat de dos especies de ranas del género Pristimantis, que no se encuentran en ningún otro lugar a nivel global, y esto le ha dado la nominación internacional de Área Clave para la Biodiversidad. Muchos otros territorios, que no están formalmente establecidos como áreas protegidas, conservan remanentes de ecosistemas naturales por interés de sus propietarios y contribuyen a estos esfuerzos, tal vez sin ser conscientes de sus grandes aportes. (Lea: Los puntos claves del Tratado que busca proteger la biodiversidad de las aguas internacionales)
Sumado a la conservación de las áreas, también es muy importante reconocer la generación de conocimiento sobre las especies que están en riesgo de desaparecer como una acción fundamental de conservación, labor que han liderado las colecciones biológicas, los institutos de investigación, las universidades y las redes de especialistas del país. Entender la ecología de las especies nos da pistas claves sobre qué acciones tomar para su conservación y continuar con la búsqueda de nuevas poblaciones; lo cual ha permitido que especies como el frailejón Espeletia arbelaezii haya disminuido su categoría de riesgo al encontrarse en nuevas localidades que amplían su distribución.
En esta tarea es fundamental vincular a las comunidades, quienes conocen el territorio y sus especies y aportan información muy valiosa. Por ejemplo, las comunidades campesinas en la cuenca del río Claro en Antioquia han conservado en sus predios las pocas poblaciones remanentes de árboles críticamente amenazados, como es el caso de uno de los parientes silvestres del mamoncillo que solo se encuentra en esta región y, ahora, están participando como investigadores locales de una iniciativa para lograr su propagación.
Los mayores retos los enfrentan las especies asociadas a ecosistemas acuáticos debido a las complejas interacciones entre actores y los múltiples factores que las amenazan, como la sobreexplotación, la contaminación y las especies invasoras. Es aquí donde se requieren más esfuerzos de articulación e inversión y en donde la meta del gobierno nacional de ordenar el territorio alrededor del agua brinda una oportunidad de abordar las problemáticas con una visión que integre aspectos ecosistémicos, sociales y económicos.
Si bien, detener la extinción es una meta muy ambiciosa, en un país en donde se encuentra el 10% de las especies del mundo; los resultados de una activa participación, proveniente de múltiples actores en pro de su conservación serán inmensos, y asegurará la existencia de seres fascinantes con quienes compartimos este territorio.
Estamos familiarizados con el concepto de la extinción, en particular con el evento que llevó a la desaparición de los dinosaurios, seres extraordinarios que generan tal interés en los niños que algunos, a los pocos años, incluso pueden conocer el nombre científico de las especies y las características que se han descrito a través del registro fósil.
En las últimas décadas, el uso del término extinción se ha hecho frecuente fuera de los ámbitos científicos o educativos al ser una de las consecuencias negativas más dramáticas de las actividades humanas. El alcance del fenómeno que está ocurriendo preocupa de forma permanente a quienes estamos involucrados con el sector ambiente y también a parte de la sociedad que puede preferir no pensar en estos temas para no contagiarse de la angustia, sobre la cual a veces no es fácil saber qué hacer. (Lea: Conservar el 30 % del área terrestre y marina: ¿lo logrará Colombia en siete años?)
¿Cuál es la dimensión de la extinción en un país como Colombia? Considerando los grupos sobre los que tenemos mejor conocimiento, implica que, de las cerca de 6.000 y 27.000 especies de vertebrados y plantas registradas respectivamente, 1.389 van a desaparecer si no tomamos ninguna acción. Sin embargo, tenemos certeza de que esta cifra es considerablemente menor a la realidad, ya que desconocemos el riesgo de extinción de muchas especies.
Por otro lado, son menos de 10 las especies que se consideran oficialmente extintas, lo cual se debe a que es muy difícil llegar a esta conclusión, pues se requieren realizar búsquedas exhaustivas en los lugares donde se sospecha o se han reportado las especies y, en algunos casos, estas pueden ser muy escurridizas y permanecer ocultas para reaparecer muchos años después; por esto, las han llamado “especies lázaro”.
Evitar la extinción es una meta establecida en los acuerdos globales y las políticas nacionales. Particularmente el Marco Mundial Kunming-Montreal de la Biodiversidad, adoptado este año por 168 países, incluido Colombia, estableció como objetivo detener la extinción y disminuir a la décima parte el riesgo de extinción de todas las especies. Este objetivo es un gran reto, considerando los resultados desalentadores de los compromisos adquiridos previamente. Por esto, la pregunta que surge es si esto es posible y cómo podemos alcanzarlo. (Lea: Sin marketing, conservar la biodiversidad seguiría siendo un tema de los biólogos)
En este punto, podemos optar por el entusiasmo y la acción. Son varias las razones que motivan este impulso. Por un lado, no es sorprendente que las especies en riesgo de extinción se encuentren distribuidas de manera similar a la población humana, con un mayor número en los Andes, el Caribe y los valles interandinos; donde los procesos de transformación de los ecosistemas han sido más dramáticos históricamente, siendo estos la principal amenaza para las especies en el país y que, actualmente, se ha acrecentado en los núcleos de deforestación.
Incluso podríamos afirmar que en cada municipio de estas regiones del país se puede encontrar al menos una especie amenazada. Esto podría verse como una oportunidad, pues indica que tomar acciones para su conservación es una apuesta a la que pueden sumarse actores en todas las geografías del país. Actualmente, ya existe una gran red que involucra organizaciones nacionales e internacionales, jardines botánicos, entidades gubernamentales, la academia y la sociedad civil, quienes contribuyen a esta tarea y a la que se suman constantemente nuevos actores.
Por otro lado, las acciones que se requieren para detener la extinción son diversas, abarcando desde actividades de educación hasta la reintroducción de individuos. En todos los casos, la primera medida es mantener y restaurar los bosques o ecosistemas naturales en donde habitan las especies. Aquí cabe resaltar que, sumado a los esfuerzos de las áreas protegidas públicas, a nivel nacional ya se han inscrito, en el Registro Único Nacional de Áreas Protegidas, 1.210 reservas naturales de la sociedad civil que cubren 280.000 ha y que el 33,6% del territorio nacional se encuentra en territorios colectivos, donde se protegen más de 5 millones de hectáreas de bosques naturales y 320.000 ha de páramos, hábitat de muchas especies.
Estos territorios pueden incluso ser el único lugar donde se encuentran algunas especies, como es el caso de la Reserva Natural La Planada, que protege el hábitat de dos especies de ranas del género Pristimantis, que no se encuentran en ningún otro lugar a nivel global, y esto le ha dado la nominación internacional de Área Clave para la Biodiversidad. Muchos otros territorios, que no están formalmente establecidos como áreas protegidas, conservan remanentes de ecosistemas naturales por interés de sus propietarios y contribuyen a estos esfuerzos, tal vez sin ser conscientes de sus grandes aportes. (Lea: Los puntos claves del Tratado que busca proteger la biodiversidad de las aguas internacionales)
Sumado a la conservación de las áreas, también es muy importante reconocer la generación de conocimiento sobre las especies que están en riesgo de desaparecer como una acción fundamental de conservación, labor que han liderado las colecciones biológicas, los institutos de investigación, las universidades y las redes de especialistas del país. Entender la ecología de las especies nos da pistas claves sobre qué acciones tomar para su conservación y continuar con la búsqueda de nuevas poblaciones; lo cual ha permitido que especies como el frailejón Espeletia arbelaezii haya disminuido su categoría de riesgo al encontrarse en nuevas localidades que amplían su distribución.
En esta tarea es fundamental vincular a las comunidades, quienes conocen el territorio y sus especies y aportan información muy valiosa. Por ejemplo, las comunidades campesinas en la cuenca del río Claro en Antioquia han conservado en sus predios las pocas poblaciones remanentes de árboles críticamente amenazados, como es el caso de uno de los parientes silvestres del mamoncillo que solo se encuentra en esta región y, ahora, están participando como investigadores locales de una iniciativa para lograr su propagación.
Los mayores retos los enfrentan las especies asociadas a ecosistemas acuáticos debido a las complejas interacciones entre actores y los múltiples factores que las amenazan, como la sobreexplotación, la contaminación y las especies invasoras. Es aquí donde se requieren más esfuerzos de articulación e inversión y en donde la meta del gobierno nacional de ordenar el territorio alrededor del agua brinda una oportunidad de abordar las problemáticas con una visión que integre aspectos ecosistémicos, sociales y económicos.
Si bien, detener la extinción es una meta muy ambiciosa, en un país en donde se encuentra el 10% de las especies del mundo; los resultados de una activa participación, proveniente de múltiples actores en pro de su conservación serán inmensos, y asegurará la existencia de seres fascinantes con quienes compartimos este territorio.