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Una de las prácticas a las que nos sometían mientras era aprendiz de tecnólogo en guianza turística era identificar y hacer los inventarios de los atractivos turísticos de Bogotá, iniciando en la plaza de Bolívar y caminando por la Candelaria, mientras repasábamos la historia del país. Para cuando estudié en el SENA ya tenía 45 años, mientras mis compañeros no pasaban de los 25. En una de las esquinas del recorrido, tropecé con uno de los bolardos instalados en administraciones pasadas y caí tan estrepitosamente al suelo que me sumí una costilla y perdí momentáneamente el conocimiento.
Cuando volví a este mundo, una de mis compañeras de curso, que no pasaba los 20 años, informaba agitadamente por su celular sobre el pequeño accidente. Yo yacía en la acera del piso con gran dificultad para respirar, una rodilla raspada y toda la dignidad desaparecida entre los recovecos del barrio. ¡Se cayó el cucho! Gritaba por el teléfono. ¿Cuál cucho? Pregunté, para luego comprender que a quién se refería era precisamente a mí. (Lea: El 94 % de los colombianos creen que el cambio climático afecta su vida cotidiana)
Estudiar con otra generación no es fácil y más si tenemos diferencias, no solo de edad, sino de enfoque y perspectiva. Estudié y me gradué antes de la pandemia, como parte de un proyecto personal para entender las dinámicas del turismo de naturaleza en uno de sus eslabones más débiles dentro de la cadena de valor: el guía. Para ejercer la profesión, es requisito haber estudiado una carrera con titulación tecnóloga o haber homologado conocimientos en una institución educativa.
Este ha sido un cuello de botella para la profesionalización rural en esta materia, dada la dificultad de acceder a una oferta personalizada de capacitación en los territorios y la baja disponibilidad de conocimiento sobre biodiversidad para el turismo especializado. Un estudio del Instituto Humboldt encontró, por ejemplo, que el capital natural se encuentra en
departamentos con baja competitividad: mientras el 50% del producto interno bruto está concentrado en Antioquia, Cundinamarca, Valle del Cauca y el Distrito Capital, tan sólo el 1.1% del PIB se genera en departamentos altamente biodiversos como Amazonas, Guaviare, Putumayo, Vaupés, Caquetá y Guainía. (Lea: Los pasos a seguir para que Colombia proteja sus humedales)
De acuerdo con el nuevo plan sectorial Turismo en Armonía con la Vida 2022-2026, “el desarrollo del país no ha beneficiado a todos sus territorios de la misma manera y la crisis del COVID-19 ha intensificado sus desigualdades territoriales. El país se caracteriza por persistentes desigualdades sociales y territoriales, en el PIB per cápita, en las tasas de pobreza y los niveles de vida entre las regiones y entre las zonas urbanas y rurales, por ejemplo: las tasas de pobreza varían desde el 59,3% en Chocó y el 50,7% en el Cauca hasta el 8% en Santander y el 7,3% en Cundinamarca; la misma tendencia para las tasas de Necesidades Básicas Insatisfechas (NBI), mientras que Vaupés, Vichada y Chocó presentan 68,9%, 67,8% y 65,5% respectivamente, la de Bogotá es del 3,5%”.
El turismo puede desempeñar un papel importante en la reducción de las disparidades regionales al fomentar el crecimiento económico local en lugares con alta biodiversidad, pero con enormes necesidades. El turismo sostenible y regenerativo puede tener un impacto positivo en la calidad de vida, la inclusión social y la preservación del patrimonio cultural y los recursos naturales, además de generar empleo.
Colombia, a menudo denominada el “país de las aves”, es un verdadero paraíso para los amantes de la vida silvestre y un fuerte competidor en la región latinoamericana. Con una geografía tan diversa, que va desde páramos andinos hasta llanos extensos o selvas tropicales, es el hogar de una increíble variedad de flora y fauna. Y también hogar de una increíble generación de jóvenes colombianos ávidos por ofrecer las maravillas naturales del país ¿Quién no querría visitar el país que ocupa los primeros lugares en números de aves, orquídeas, palmas, mamíferos o reptiles? (Lea: Santanderes, a sumar esfuerzos para no quedarse sin agua)
Sin embargo, es importante destacar que la apropiación social del conocimiento sobre biodiversidad debe ser inclusiva y garantizar un acceso equitativo. El conocimiento tradicional de las comunidades locales y los pueblos indígenas es invaluable para comprender y conservar la biodiversidad. Promover la colaboración y el intercambio de conocimientos entre científicos, expertos y comunidades locales, reconociendo la importancia de la diversidad de perspectivas y conocimientos en la gestión de la biodiversidad es un camino aún por explorar en profundidad. Y estos conocimientos deben impulsar la creación de experiencias de calidad para que los jóvenes rurales se capaciten, aprendan y ofrezcan alternativas al turismo tradicional.
Recientemente, tuve la oportunidad de visitar un proyecto de co-creación de turismo científico en la Reserva Natural La Planada desarrollado por el Resguardo Indígena Awá Pialapí Pueblo Viejo en colaboración con la Universidad de Nariño, la Gobernación de Nariño y el Instituto Humboldt. Mujeres, hombres y jóvenes indígenas desarrollan sus habilidades de guianza, mientras construyen experiencias turísticas basadas en sus conocimientos y modos de vida.
Una construcción colectiva y comunitaria que muestra caminos para construir proyectos basados en el conocimiento ancestral y científico de la biodiversidad y con un profundo respeto por las culturas y las personas. En esta experiencia, el visitante puede visitar el territorio Awá y conocerlo a través de las narraciones de sus guías indígenas. Una oferta
única de turismo científico y de naturaleza en un territorio golpeado por las dinámicas y violencias del narcotráfico. Una alternativa real para disfrutar y fomentar experiencias basadas en el turismo de naturaleza. La movilización de los conocimientos al servicio de la sociedad y los territorios. (Lea: Manglares: el tesoro de las comunidades del Pacífico colombiano)
Pero volvamos al ‘cucho’. En ese año, ingresamos alrededor de cien personas a la carrera de tecnólogo en guianza turística y tras una breve encuesta comprendí que muy pocas, contadas con los dedos de una mano, tenían interés en hacer guianza especializada de naturaleza en áreas como aviturismo, turismo científico, historia natural o turismo de observación de orquídeas, por nombrar algunas.
Una de las dificultades que encontré fue el acceso a información, datos, narrativas y lenguajes sobre la biodiversidad que fueran fácilmente digeribles por mis jóvenes colegas y convertidos en guiones y experiencias de calidad para disfrutar de la naturaleza. También encontré que muchos tenían dificultad para desplazarse desde sus lugares de origen para estudiar en un centro poblado y poco o nulo acceso a conocimientos sobre la diversidad biológica de sus territorios. La oferta de guías de identificación de grupos biológicos es escasa y poco accesible y el lenguaje científico dificulta su apropiación en generaciones jóvenes que apenas si visitan bibliotecas o centros de información.
La política pública colombiana alrededor del turismo ha demostrado su capacidad para fortalecer el sector e impulsar la economía local. Ahora, los retos se enfocan en reforzar la participación de comunidades y territorios reconociendo la función social del turismo como medio para proteger los derechos y promover el desarrollo humano y así impulsar el crecimiento productivo del sector mediante estrategias que aumenten la competitividad y la posición turística del país, al mismo tiempo que promueven la equidad social.
Es hora de impulsar a las nuevas generaciones a pensar en un turismo regenerativo, responsable y desde las regiones, que promueva el cierre de brechas y el buen vivir en los territorios. Es tiempo de movilizar el conocimiento sobre biodiversidad para que jóvenes en los territorios construyan una oferta desde sus perspectivas y realidades. Así tendremos en el turismo de naturaleza una alternativa real para que “cuchos” y jóvenes disfruten del inmenso privilegio de habitar en Colombia.