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En octubre de 2013, un investigador del Instituto Botánico de Barcelona del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC de España), Gerard Talavera, identificó varias mariposas carderas (Vanessa cardui) en las playas atlánticas de la Guyana Francesa. Para Talavera verlas fue algo inusual, teniendo en cuenta que esta especie no se encuentra en Sudamérica. Desde entonces, surgió la pregunta ¿de dónde venían estos insectos?
Las dos hipótesis de partida eran que podrían haber nacido en Norteamérica, donde se encuentran las poblaciones más cercanas, o bien en África o Europa. Pero con esas ideas surgían más preguntas, pues si venían de otros continentes más lejanos, se suponía que habían cruzado océano Atlántico, algo que no había sido registrado antes.
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Ante estas dudas, un equipo internacional liderado por el CSIC empezó a descifrar la ruta y el origen de estas mariposas. Inicialmente, reunieron muestras de poblaciones de todos los continentes, para estudiar la diversidad genética de estos insectos. Con esta información, pudieron determinar que los ejemplares observados en América del Sur estaban relacionados con poblaciones en Europa y África, lo que descartaba la posibilidad de que vinieran de Norteamérica, según describen en un artículo publicado en la revista Nature Communications.
Los investigadores también analizaron el ADN del polen que las mariposas transportaban en sus cuerpos, e identificaron dos especies de plantas que únicamente se encuentran en África tropical. Esto demostraba que las mariposas visitaron flores en esa región.
“Las mariposas carderas llegaron a Sudamérica desde el oeste de África, volando como mínimo 4200 km sobre el Atlántico. Pero su viaje pudo ser todavía más largo, iniciándose en Europa y pasando por tres continentes, lo que supone una migración de 7000 km o más. Esto es un hito extraordinario para un insecto tan pequeño”, explica Clément Bataille, profesor de la Universidad de Ottawa en Canadá y coautor del artículo.
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Los investigadores supieron que el viaje probablemente inició en Europa debido a que analizaron los isótopos estables de hidrógeno y estroncio en sus alas. Encontraron que allí preservaban señales isotópicas propias del lugar donde se criaron en su fase larvaria, lo que permite inferir su origen natal, que serían países del oeste de Europa como Francia, Irlanda, Reino Unido o Portugal.
Pero, ¿cómo fue posible que hicieran ese viaje? Los investigadores calculan que el vuelo a través del océano, sin parada alguna, duró entre 5 y 8 días. Éste fue energéticamente posible porque fue facilitado por corrientes de vientos favorables. “Las mariposas solo podrían haber completado este vuelo utilizando una estrategia que alternara entre el mínimo esfuerzo para no caer al mar, facilitado por vientos ascendentes, y el vuelo activo, que requiere mayor consumo energético. Calculamos que, sin viento, las mariposas podrían haber volado un máximo de 780 km hasta consumir toda su grasa y, por tanto, su energía”, comenta Eric Toro-Delgado, uno de los autores del artículo.
El equipo destaca la importancia de la capa de aire sahariana como una potencial autopista aérea de dispersión. Estas corrientes de vientos, que son predominantes durante todo el año, transportan grandes cantidades de polvo del desierto del Sahara, desde África a América y participan en importantes ciclos biogeoquímicos.
Este hallazgo señala que pueden existir corredores aéreos naturales que conectan continentes y que podrían estar facilitando la dispersión de especies a una escala mucho mayor de lo que se había imaginado, según mencionan los investigadores en un comunicado.
“Este descubrimiento abre nuevas perspectivas sobre las capacidades de los insectos para dispersarse a largas distancias, incluso a través de mares y océanos. Es posible que estemos infravalorando la frecuencia y el impacto que suponen estos movimientos para nuestros ecosistemas”, comenta Gerard Talavera, líder del estudio.
Sobre ese impacto, destacan que puede estar relacionado con el calentamiento global y los cambios de patrones climáticos, que hará más probable observar mayores alteraciones e incluso un aumento en estos eventos de dispersión de larga distancia, lo que podría tener implicaciones significativas para la biodiversidad y los ecosistemas de todo el mundo.