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“No podemos alcanzar la paz si no hacemos la paz con la naturaleza”. Esa fue una de las frases que dijo la ministra de Ambiente de Colombia, Susana Muhamad, en medio de una entrevista para El País, de España, a finales de julio.
Su enunciado cobró más sentido la semana pasada, cuando se conocieron las cifras de líderes y lideresas asesinados en el país. De acuerdo con el informe de Global Witness, 60 personas que ejercían algún tipo de liderazgo, muchos de ellos ambiental, fueron asesinados el año pasado. (Lea: En memoria: los 60 líderes y lideresas asesinados en Colombia durante 2022)
Esto hace de Colombia, una vez más, el país donde más asesinan líderes y lideresas. Uno de los grupos más afectados a lo largo de los años, han sido las comunidades indígenas de la Amazonía colombiana, porque “están perdiendo sus tierras y sus medios de sustento, y son objeto de afectaciones a los derechos humanos, violencia y desplazamiento”, indica el informe publicado en 2021 por WWF, “Un clima peligroso: deforestación, cambio climático y violencia contra los defensores ambientales en la Amazonía colombiana”.
Las razones son varias. Juan Francisco García, especialista de Restauración Ecológica en WWF Colombia, explica que la conservación y la defensa de la naturaleza no es bien vista en muchas ocasiones porque choca con diferentes intereses económicos.
“Hay territorios donde se están dinamizando economías, algunas de esas ilegales, como por ejemplo las que tienen que ver con el mercado de tierras. Eso genera intereses encontrados, lo cual hace que el tema de la conservación se convierta en un obstáculo para sus intereses”, explica García. (Lea: Impulsar la ciencia e innovación, la clave para que Colombia sea potencia en bioeconomía)
Este no es un fenómeno nuevo. De hecho, el informe de WWF explica que es algo que “tiene sus raíces en más de 50 años de conflicto armado, presencia de grupos armados ilegales y una inadecuada gestión y explotación de los recursos naturales, junto con profundas desigualdades sociales, económicas y políticas”.
Aunque, en 2016, el Gobierno colombiano y las FARC firmaron un acuerdo de paz, con el que se buscaba ponerle fin a esa violencia, los asesinatos e intimidaciones no han cesado. A esto se suma, que después del acuerdo, la deforestación aumentó en el país.
Según las cifras del Ministerio de Ambiente, en 2015, por ejemplo, se deforestaron 123.841 hectáreas, en 2016 (año de la firma del acuerdo) la cifra aumentó a 177.765 ha, y en 2017 se alcanzó un máximo histórico desde que se hacen los registros: 219.552 ha.
“Al firmarse un acuerdo de paz con uno de los actores, muchos de esos territorios los ocuparon otros grupos también al margen de la ley, lo cual no ha permitido alcanzar lo esperado en el acuerdo”, dice el vocero de WWF. (Lea: Carrera contra el tiempo para salvar los bosques y ríos del país)
Aunque en ciertos lugares sí hubo un cambio positivo, el informe de WWF indica que la respuesta del Estado Colombiano ha tenido un “éxito limitado”. Sobre la defensa de los líderes y lideresas indican que las medidas adoptadas “han carecido de recursos y capacidades suficientes, y no han logrado desempeñar un papel significativo para reducir los riesgos de seguridad que afrontan los más vulnerables”.
Por el lado de la deforestación, dicen que “las operaciones militares y de seguridad emprendidas para frenar la deforestación no han logrado debilitar las redes que impulsan la inseguridad y la degradación ambiental. Por el contrario, han sido más bien fuente de preocupación por los casos de abuso de la fuerza, la afectación de derechos fundamentales y las tensiones que han generado entre las comunidades”.
Esa política ha ido cambiando. La ministra de Ambiente ha explicado que la deforestación ahora se aborda de una manera diferente, de la mano de las comunidades. Si bien, las cifras aún son altas (123.517 ha en 2022) muestran una disminución del 29,1 % respecto al año anterior (2021).
“Se necesita una mayor articulación de las instituciones y fortalecimiento de ellas, tanto en el número de personas como también en presupuestos. También es clave una articulación porque hay en algunas zonas muchos proyectos, pero que a veces no están articulados y no terminan siendo una respuesta concreta para los territorios”, sostiene García.
El informe indica algo similar. Entre las recomendaciones que hacen está garantizar la seguridad en un sentido más amplio, combinando la protección de los recursos naturales con la prestación de servicios públicos, asegurando así los medios de subsistencia y las perspectivas de futuro de las comunidades.
Armonía con la naturaleza, una meta para 2050
Pero, vivir en paz con la naturaleza no significa únicamente que haya ausencia de conflicto. Para conseguir la armonía que propuso la visión a 2050 del Marco Global de Biodiversidad, firmado el año pasado en Canadá, también es importante implementar sistemas sostenibles que no generen impactos tan fuertes en los ecosistemas, como los que se han hecho hasta el momento.
Diferentes organizaciones, como WWF o la ONU, han resaltado que la naturaleza es responsable del aire que respiramos, del agua que tomamos y de los alimentos que comemos, por esto, si la salud de los ecosistemas no está en condiciones óptimas, el bienestar de las personas también se verá afectado.
“Históricamente, nosotros hemos tenido modelos de desarrollo, que están en contra vía con sostenibilidad en los territorios”, resalta el vocero de WWF. Ejemplo de ello es la ganadería. Grandes extensiones de bosque en la Amazonía, por mencionar un caso, han sido taladas para desarrollar esta actividad económica.
Cambiar esto es un reto que tienen las diferentes instituciones del estado y de la sociedad civil. WWF, por ejemplo, ha trabajado con las comunidades de zonas como la Serranía de La Macarena, en procesos de restauración ecológica participativa, donde además se han identificado los productos de la biodiversidad que pueden ser alternativas económicas para las personas.
En ese proceso, se implementaron parcelas con productos de la biodiversidad que producen aceites para la industria cosmética, por ejemplo, pero también el cultivo de especies de alimentos más nativos. “Existe la necesidad de hacer todas unas transiciones culturales para poder encontrar esos valores que los ecosistemas realmente ofrecen”, dice García.
Áreas protegidas y paz, es otro de los proyectos de WWF que buscaba identificar las causas de la deforestación, establecer diálogo con las comunidades que practicaban estas actividades, y generar acuerdos de conservación. Esto ha ayudado a que las personas vean un valor en el bosque más allá de la tala para actividades ganaderas o agrícolas.