Las claves que nos dan las aves migratorias para proteger los ecosistemas
Durante años, las aves han sido entendidas por la ciencia como bioindicadores del estado de los ecosistemas. Con esta premisa, Audubon Américas ha desarrollado programas en torno a los movimientos de estas especies, entre ellas las iniciativas Conserva Aves y Americas Flyways Initiative (AFI), para ampliar las áreas protegidas, y mejorar la toma de decisiones de los gobiernos nacionales y del sector privado, todo con el objetivo de beneficiar a la biodiversidad, a las aves y a las personas.
Una de las formas en las que los científicos han buscado pistas sobre el estado de los ecosistemas, en relación con los impactos de la actividad humana, ha sido investigando lo que pasa con las aves. En Colombia, el país del mundo con mayor diversidad de esta clase del reino animal, su estudio ha servido para investigar la presencia de mercurio en la naturaleza, como también para entender los efectos de la pérdida de hábitat en diferentes zonas del país.
De esta manera, la investigación de las aves ha dado paso a varias alertas sobre la degradación de los ecosistemas y la pérdida de vida en la Tierra. Por ejemplo, un estudio reciente encontró que alrededor del 12 % de las especies de aves que han habitado el planeta se han extinguido a causa de la actividad humana, lo que supone el doble de estimaciones anteriores. Los principales factores detrás de estas extinciones fueron la deforestación, la caza excesiva, los incendios y las especies invasoras.
Estas amenazas continúan presentes en el continente y en Colombia. En el país, de las más de 1.900 especies registradas , 138 están catalogadas con algún grado de riesgo de extinción, según la última actualización del SiB Colombia (la principal red de información sobre la biodiversidad en el país).
En este contexto, las aves migratorias son unas de las especies más amenazadas, pero también las que nos puedan dar más pistas al servir como bioindicadores sobre cómo conservar la naturaleza. Estas especies, que dependiendo de la temporada del año buscan temperaturas más amigables en las playas o manglares del Caribe, en bosques o humedales de Centroamérica o de las regiones Andina y Pacífica, son unas de las afectadas más visibles cuando un ecosistema desaparece o se está degradando.
Entendiendo estas dinámicas, Audubon Américas, el brazo hemisférico de la ONG de conservación National Audubon Society, ha desarrollado instrumentos para estudiar estos fenómenos y mejorar la toma de decisiones informadas de gobiernos y del sector privado en torno a la conservación de la naturaleza. Un ejemplo de esto ha sido la creación de una serie de herramientas que permiten priorizar áreas protegidas o para tener en cuenta en el desarrollo de proyectos con base en el bienestar de las aves.
“Hay aves en prácticamente todos los ecosistemas del planeta y su presencia no es solo motivo de alegría y admiración. Es, ante todo, el mejor indicador del bienestar de los ecosistemas, lo que las hace una especie sombrilla sin igual. Por el contrario, su ausencia o marcada disminución es evidencia de la desaparición y degradación de los entornos naturales, como viene sucediendo desde hace décadas y también de forma creciente por cuenta de impactos del cambio climático, la pérdida de hábitats, la contaminación, la presencia de especies invasoras, pesticidas y contaminantes, entre otros”, explicó Aurelio Ramos, vicepresidente Senior de National Audubon Society para las Américas.
Mapas para la priorización áreas protegidas
Como explica Jorge Velásquez, director científico de Audubon Américas, proteger a las aves migratorias requiere de un trabajo internacional para conservar los diferentes hábitats —muchos de ellos bajo amenaza—que sirven a las especies para realizar sus viajes a través de diferentes países durante los inviernos y veranos. En ese sentido, la pérdida de estos ecosistemas tiene efectos no solo en las fronteras en donde ocurre, sino para especies de todo el hemisferio.
El estudio de estas rutas migratorias es realizado por biólogos con diferentes dispositivos , como anillos en las patas de las aves para distinguirlas cuando lleguen a su destino final o con radiotransmisores que emiten ondas que son captadas a lo largo de sus trayectos. Estos permiten tener un registro de los diferentes sitios en los que han estado las aves.
“Hace poco hicimos un seguimiento de un grupo de aves en el Valle del Cauca en una de nuestras reservas. Estas subieron hasta Texas (Estados Unidos), luego a Dakota del Norte, estuvieron un tiempo en Canadá para regresar a Florida, en donde, por pura coincidencia, fueron referenciadas por miembros del equipo de Audubon en Estados Unidos, que nos comunicaron a donde habían terminado después de meses”, relata Velásquez.
Para visibilizar estas conexiones a nivel regional y nacional, Audubon ha desarrollado mapas para analizar las principales zonas de estancias significativas que utilizan las aves migratorias en sus trayectos a lo largo del continente. Estos mapas se construyeron, en parte, con datos de eBird, una base de datos de observaciones de aves en todo el mundo desarrollada inicialmente por la organización.
“A través de estas plataformas, en las que colaboran fuentes ciudadanas, tenemos millones de datos que hacen maravillas a la hora de generar productos para la toma de decisiones. Solo en el caso de Colombia, los registros en estas plataformas pasaron, en 2016, de 1.8 millones registros de aves a más de 19 millones de observaciones en la actualidad”, explica Velásquez.
A través de estos ejercicios, se logró, por ejemplo, priorizar zonas que se deberían proteger en Colombia para conservar grupos de aves de los bosques orientales, en el Caribe, en norte de los Andes, en los Llanos Orientales y en el piedemonte amazónico, entre otros.
Aun así, no todas las aves tienen la capacidad para volar estas distancias y en muchos casos viajan entre regiones del mismo país. “Hemos notado que estas necesitan de la continuidad de los bosques para poder desplazarse. En muchos casos, cuando los bosques se fragmentan, estas aves no sobreviven mucho tiempo”, anota Velásquez, quien aboga por la necesidad de sistemas de áreas protegidas conectadas a un nivel subnacional.
Con estas herramientas , Audubon ha creado una serie de iniciativas para la protección de las aves y sus ecosistemas clave. Una de estas es Conserva Aves, que cuenta con el apoyo de American Bird Conservancy, BirdLife Internacional, Birds Canada, Audubon y la comunidad de fondos ambientales miembros de RedLAC, para la creación, consolidación, manejo y fortalecimiento de áreas protegidas de nueve países de la región. La iniciativa, que cuenta con aportes de la Fundación Bezos, del gobierno de Canadá y fondos de las ONG aliadas, recibe propuestas para financiar estas zonas para la conservación y también realiza inversiones directas para consolidar áreas protegidas. En ambos casos, se priorizan aquellas áreas que han sido catalogadas con mayor importancia por las herramientas tecnológicas desarrolladas por el equipo de Audubon.
En Colombia, hay 20 áreas protegidas consolidadas o en proceso de ser financiadas para la protección de especies de aves migratorias, amenazadas y endémicas.
“Este es uno de los principales ejemplos de cómo estamos apoyando la toma de decisiones al identificar y mapear objetivos de conservación en nueve países. Para Colombia se tuvo en cuenta la distribución de 250 especies endémicas amenazadas de rango restringido o amenazadas nacionalmente, así como áreas importantes para las aves migratorias”, explica Velásquez.
A esto se suma la Americas Flyways Initiative (AFI), una alianza entre Audubon, BirdLife International y CAF (banco de desarrollo de América Latina y el Caribe) que busca mapear zonas con potencial para protección de aves migratorias y para la lucha contra el cambio climático. Esto último está basado en un estudio realizado por Audubon que muestra cómo los lugares más importantes para la conservación de las aves migratorias, endémicas y globalmente amenazadas en Colombia se sobreponen en un 85% con sitios importantes para la regulación hídrica y en un 42% con sitios de alta y muy alta vulnerabilidad al cambio climático.
“Esta propuesta surgió hace dos años bajo la comprensión de que las aves son bioindicadores. Para entender esto la imagen, un poco trágica, del canario en la mina. Estos eran puestos en jaulas en exploraciones mineras y, cuando el canario moría, era señal de que no había suficiente oxígeno, por lo que había que salir. De la misma forma ocurre con las poblaciones que están decreciendo o que están teniendo problemas, pues son unas primeras señales de futuros desafíos para la salud humana y el desarrollo de la sociedad”, explica Santiago Aparicio, director de la iniciativa, que cuenta con más de 4.000 puntos de inversión identificados en el continente.
De esta manera, se busca facilitar recursos en zonas identificadas por su importancia para la conservación de las aves migratorias y para mitigar el cambio climático, así como asesorar a proyectos para hacerlos más amigables con las aves. Todo con el objetivo de reducir la brecha financiera que se estima de entre $598 y $824 mil millones de dólares para el financiamiento climático.
“Un ejemplo de los proyectos que estamos desarrollado ocurre en Ecuador, en donde se están construyendo torres de energía que minimizarán el riesgo de colisión o electrocución de las aves a través desviadores de luz para las aves identifiquen estas estructuras sin que afecten sus recorridos en el continente”, explica Aparicio.
Por el momento, AFI está cerrando su fase de diseño y se espera que a principios de 2025 inicie su fase de implementación en el que se tiene previsto recibir inversiones de más actores en la región.
El rol de las comunidades
Además de estas estrategias para la toma de decisiones, Audubon también ha desarrollado programas sociales, que van desde huertas comunitarias hasta el fortalecimiento de ciencia comunitaria, que busca que las personas estén conectadas cada vez más con las aves en el mundo. “Lo poco que podemos saber de tendencia de aves en Colombia es gracias a los conteos navideños que son realizados por voluntarios. Esto es muestra, como lo sabemos en la organización, de que sin la gente no hay conservación”, explica Velásquez, director de ciencia de Audubon para las Américas.
En esa línea, en Colombia se desarrolló la herramienta ‘Alas Seguras’, la cual mapea y analiza datos espaciales de las aves migratorias provenientes de Norteamérica para apoyar decisiones de conservación en el país.
En esta se puede ver información detallada de áreas con información para el desarrollo de proyectos para adaptar zonas agrícolas con alto valor para las aves migratorias, así como zonas ganaderas en las que esfuerzo de reforestación puede contribuir a la conservación de aves.
Este trabajo hace parte de un esfuerzo transversal de la organización para trabajar en áreas agrícolas en pro de la protección de los ecosistemas, con capacitaciones a productores para hacer, por ejemplo, sistemas de agricultura más sostenibles. Por su parte, Audubon es clara en señalar que prioriza proyectos de conservación que surgen como iniciativa de comunidades campesinas o indígenas.
Con estos esfuerzos y en el contexto de las próximas discusiones de la cumbre global de biodiversidad, Audubon da una muestra sobre cómo la conservación, de la mano con las comunidades y con decisiones basadas en ciencia, puede ser llevada a su máximo potencial.
Una de las formas en las que los científicos han buscado pistas sobre el estado de los ecosistemas, en relación con los impactos de la actividad humana, ha sido investigando lo que pasa con las aves. En Colombia, el país del mundo con mayor diversidad de esta clase del reino animal, su estudio ha servido para investigar la presencia de mercurio en la naturaleza, como también para entender los efectos de la pérdida de hábitat en diferentes zonas del país.
De esta manera, la investigación de las aves ha dado paso a varias alertas sobre la degradación de los ecosistemas y la pérdida de vida en la Tierra. Por ejemplo, un estudio reciente encontró que alrededor del 12 % de las especies de aves que han habitado el planeta se han extinguido a causa de la actividad humana, lo que supone el doble de estimaciones anteriores. Los principales factores detrás de estas extinciones fueron la deforestación, la caza excesiva, los incendios y las especies invasoras.
Estas amenazas continúan presentes en el continente y en Colombia. En el país, de las más de 1.900 especies registradas , 138 están catalogadas con algún grado de riesgo de extinción, según la última actualización del SiB Colombia (la principal red de información sobre la biodiversidad en el país).
En este contexto, las aves migratorias son unas de las especies más amenazadas, pero también las que nos puedan dar más pistas al servir como bioindicadores sobre cómo conservar la naturaleza. Estas especies, que dependiendo de la temporada del año buscan temperaturas más amigables en las playas o manglares del Caribe, en bosques o humedales de Centroamérica o de las regiones Andina y Pacífica, son unas de las afectadas más visibles cuando un ecosistema desaparece o se está degradando.
Entendiendo estas dinámicas, Audubon Américas, el brazo hemisférico de la ONG de conservación National Audubon Society, ha desarrollado instrumentos para estudiar estos fenómenos y mejorar la toma de decisiones informadas de gobiernos y del sector privado en torno a la conservación de la naturaleza. Un ejemplo de esto ha sido la creación de una serie de herramientas que permiten priorizar áreas protegidas o para tener en cuenta en el desarrollo de proyectos con base en el bienestar de las aves.
“Hay aves en prácticamente todos los ecosistemas del planeta y su presencia no es solo motivo de alegría y admiración. Es, ante todo, el mejor indicador del bienestar de los ecosistemas, lo que las hace una especie sombrilla sin igual. Por el contrario, su ausencia o marcada disminución es evidencia de la desaparición y degradación de los entornos naturales, como viene sucediendo desde hace décadas y también de forma creciente por cuenta de impactos del cambio climático, la pérdida de hábitats, la contaminación, la presencia de especies invasoras, pesticidas y contaminantes, entre otros”, explicó Aurelio Ramos, vicepresidente Senior de National Audubon Society para las Américas.
Mapas para la priorización áreas protegidas
Como explica Jorge Velásquez, director científico de Audubon Américas, proteger a las aves migratorias requiere de un trabajo internacional para conservar los diferentes hábitats —muchos de ellos bajo amenaza—que sirven a las especies para realizar sus viajes a través de diferentes países durante los inviernos y veranos. En ese sentido, la pérdida de estos ecosistemas tiene efectos no solo en las fronteras en donde ocurre, sino para especies de todo el hemisferio.
El estudio de estas rutas migratorias es realizado por biólogos con diferentes dispositivos , como anillos en las patas de las aves para distinguirlas cuando lleguen a su destino final o con radiotransmisores que emiten ondas que son captadas a lo largo de sus trayectos. Estos permiten tener un registro de los diferentes sitios en los que han estado las aves.
“Hace poco hicimos un seguimiento de un grupo de aves en el Valle del Cauca en una de nuestras reservas. Estas subieron hasta Texas (Estados Unidos), luego a Dakota del Norte, estuvieron un tiempo en Canadá para regresar a Florida, en donde, por pura coincidencia, fueron referenciadas por miembros del equipo de Audubon en Estados Unidos, que nos comunicaron a donde habían terminado después de meses”, relata Velásquez.
Para visibilizar estas conexiones a nivel regional y nacional, Audubon ha desarrollado mapas para analizar las principales zonas de estancias significativas que utilizan las aves migratorias en sus trayectos a lo largo del continente. Estos mapas se construyeron, en parte, con datos de eBird, una base de datos de observaciones de aves en todo el mundo desarrollada inicialmente por la organización.
“A través de estas plataformas, en las que colaboran fuentes ciudadanas, tenemos millones de datos que hacen maravillas a la hora de generar productos para la toma de decisiones. Solo en el caso de Colombia, los registros en estas plataformas pasaron, en 2016, de 1.8 millones registros de aves a más de 19 millones de observaciones en la actualidad”, explica Velásquez.
A través de estos ejercicios, se logró, por ejemplo, priorizar zonas que se deberían proteger en Colombia para conservar grupos de aves de los bosques orientales, en el Caribe, en norte de los Andes, en los Llanos Orientales y en el piedemonte amazónico, entre otros.
Aun así, no todas las aves tienen la capacidad para volar estas distancias y en muchos casos viajan entre regiones del mismo país. “Hemos notado que estas necesitan de la continuidad de los bosques para poder desplazarse. En muchos casos, cuando los bosques se fragmentan, estas aves no sobreviven mucho tiempo”, anota Velásquez, quien aboga por la necesidad de sistemas de áreas protegidas conectadas a un nivel subnacional.
Con estas herramientas , Audubon ha creado una serie de iniciativas para la protección de las aves y sus ecosistemas clave. Una de estas es Conserva Aves, que cuenta con el apoyo de American Bird Conservancy, BirdLife Internacional, Birds Canada, Audubon y la comunidad de fondos ambientales miembros de RedLAC, para la creación, consolidación, manejo y fortalecimiento de áreas protegidas de nueve países de la región. La iniciativa, que cuenta con aportes de la Fundación Bezos, del gobierno de Canadá y fondos de las ONG aliadas, recibe propuestas para financiar estas zonas para la conservación y también realiza inversiones directas para consolidar áreas protegidas. En ambos casos, se priorizan aquellas áreas que han sido catalogadas con mayor importancia por las herramientas tecnológicas desarrolladas por el equipo de Audubon.
En Colombia, hay 20 áreas protegidas consolidadas o en proceso de ser financiadas para la protección de especies de aves migratorias, amenazadas y endémicas.
“Este es uno de los principales ejemplos de cómo estamos apoyando la toma de decisiones al identificar y mapear objetivos de conservación en nueve países. Para Colombia se tuvo en cuenta la distribución de 250 especies endémicas amenazadas de rango restringido o amenazadas nacionalmente, así como áreas importantes para las aves migratorias”, explica Velásquez.
A esto se suma la Americas Flyways Initiative (AFI), una alianza entre Audubon, BirdLife International y CAF (banco de desarrollo de América Latina y el Caribe) que busca mapear zonas con potencial para protección de aves migratorias y para la lucha contra el cambio climático. Esto último está basado en un estudio realizado por Audubon que muestra cómo los lugares más importantes para la conservación de las aves migratorias, endémicas y globalmente amenazadas en Colombia se sobreponen en un 85% con sitios importantes para la regulación hídrica y en un 42% con sitios de alta y muy alta vulnerabilidad al cambio climático.
“Esta propuesta surgió hace dos años bajo la comprensión de que las aves son bioindicadores. Para entender esto la imagen, un poco trágica, del canario en la mina. Estos eran puestos en jaulas en exploraciones mineras y, cuando el canario moría, era señal de que no había suficiente oxígeno, por lo que había que salir. De la misma forma ocurre con las poblaciones que están decreciendo o que están teniendo problemas, pues son unas primeras señales de futuros desafíos para la salud humana y el desarrollo de la sociedad”, explica Santiago Aparicio, director de la iniciativa, que cuenta con más de 4.000 puntos de inversión identificados en el continente.
De esta manera, se busca facilitar recursos en zonas identificadas por su importancia para la conservación de las aves migratorias y para mitigar el cambio climático, así como asesorar a proyectos para hacerlos más amigables con las aves. Todo con el objetivo de reducir la brecha financiera que se estima de entre $598 y $824 mil millones de dólares para el financiamiento climático.
“Un ejemplo de los proyectos que estamos desarrollado ocurre en Ecuador, en donde se están construyendo torres de energía que minimizarán el riesgo de colisión o electrocución de las aves a través desviadores de luz para las aves identifiquen estas estructuras sin que afecten sus recorridos en el continente”, explica Aparicio.
Por el momento, AFI está cerrando su fase de diseño y se espera que a principios de 2025 inicie su fase de implementación en el que se tiene previsto recibir inversiones de más actores en la región.
El rol de las comunidades
Además de estas estrategias para la toma de decisiones, Audubon también ha desarrollado programas sociales, que van desde huertas comunitarias hasta el fortalecimiento de ciencia comunitaria, que busca que las personas estén conectadas cada vez más con las aves en el mundo. “Lo poco que podemos saber de tendencia de aves en Colombia es gracias a los conteos navideños que son realizados por voluntarios. Esto es muestra, como lo sabemos en la organización, de que sin la gente no hay conservación”, explica Velásquez, director de ciencia de Audubon para las Américas.
En esa línea, en Colombia se desarrolló la herramienta ‘Alas Seguras’, la cual mapea y analiza datos espaciales de las aves migratorias provenientes de Norteamérica para apoyar decisiones de conservación en el país.
En esta se puede ver información detallada de áreas con información para el desarrollo de proyectos para adaptar zonas agrícolas con alto valor para las aves migratorias, así como zonas ganaderas en las que esfuerzo de reforestación puede contribuir a la conservación de aves.
Este trabajo hace parte de un esfuerzo transversal de la organización para trabajar en áreas agrícolas en pro de la protección de los ecosistemas, con capacitaciones a productores para hacer, por ejemplo, sistemas de agricultura más sostenibles. Por su parte, Audubon es clara en señalar que prioriza proyectos de conservación que surgen como iniciativa de comunidades campesinas o indígenas.
Con estos esfuerzos y en el contexto de las próximas discusiones de la cumbre global de biodiversidad, Audubon da una muestra sobre cómo la conservación, de la mano con las comunidades y con decisiones basadas en ciencia, puede ser llevada a su máximo potencial.