Las razones para conservar uno de los ecosistemas más importantes de la Orinoquia
La superficie de sabanas naturales de la Orinoquía colombiana es de 35 millones de hectáreas, equivalente al 32% del territorio nacional. Los cultivos de arroz, palma de aceite y la ganadería han ido transformando estos ecosistemas frágiles. ¿Por qué es importante conservarlos?
Cada año, cuando crece el río Meta, el principal río de los Llanos Orientales, recarga uno de los ecosistemas más valiosos de la Orinoquia colombiana: las sabanas inundables, ubicadas especialmente en Casanare y Arauca. El relieve de esta zona del país configura estos ecosistemas. Por un lado, está el piedemonte, como se conoce a la transición entre el llano y las montañas de la cordillera; luego aparece la altillanura, los llanos que no se inundan, y en tierras más bajas es donde aparecen las que sabanas inundanbles.
Estas se extienden hasta el oeste del río Meta, “el que rompe la continuidad de las sabanas inundables”, como explica Thomas Walschburger, asesor científico de la organización ambiental The Nature Conservancy (TNC Colombia). La razón, agrega, es que en este río hay una falla geológica, una especie de desnivel. “El lado de Casanare es más bajo que el de Vichada. Hay una diferencia de 15 metros de altura, que finalmente hace que las sabanas inundables solo estén hacia el lado oeste del río”, menciona.
(Lea: Los proyectos que le apuestan a la conservación de la biodiversidad)
La característica principal de este ecosistema es que, como su nombre indica, se inunda varios meses al año. En esta zona del país, por lo general, hay un periodo de lluvias que va entre abril y noviembre, y un periodo de intenso verano entre diciembre y marzo. Cuando hay precipitaciones, es cuando se empiezan a inundar estas sabanas y alcanzan los 5, 10 o 20 centímetros de profundidad, como explica el vocero de TNC.
Según el Plan de Acción de Biodiversidad para la cuenca del río Orinoco (PARBO), este tipo de ecosistema abarca el 12,5 % de la cuenca del río Orinoco y son muy importantes por varias razones. Una de estas es que actúan como un importante regulador hídrico. Walschburger explica que el flujo del río Meta, y de otros que están en su parte baja, depende de toda esa agua que queda almacenada por debajo del suelo, que son los acuíferos, y que las sabanas inundables son las encargadas de recargar.
Además, albergan una gran diversidad de especies de plantas, peces, aves, mamíferos, anfibios y reptiles que hacen parte del paisaje de la sabana inundable. A esto se suma otro factor: su importancia para las actividades productivas de la región, especialmente para la ganadería. “Durante la época de no inundación, las vacas entran a estas sabanas inundables a consumir los pastos que crecen allí”, menciona el vocero de TNC.
Sin embargo, con la creciente llegada de la agroindustria a la región, ecosistemas tan frágiles como las sabanas inundables se han ido transformando, especialmente, por tres actividades: el cultivo de arroz, palma de aceite y la ganadería extensiva introducida.
(Lea: El ecoturismo en Colombia viene en aumento, ¿cómo hacerlo de manera sostenible?)
Sobre el arroz, Walschburger explica que los suelos de este tipo de sabana son muy ácidos y con pocos nutrientes. Por este motivo, los agricultores suelen arar el suelo y poner cal para alterar el PH del suelo. “Esto es muy grave porque el agua de las sabanas inundables fluye hacia los morichales, que son un tipo de humedal donde domina la palma del moriche, con muchos peces ornamentales, que también son importantes para la economía llanera. Al cambiarle el PH al agua y usar pesticidas que le aplican a los cultivos, y que llegan a los cuerpos hídricos, los peces no toleran esos cambios”, explica.
El impacto de la palma de aceite, por otro lado, está relacionado con la demanda de agua. “Cada palma necesita 350 litros de agua al día y por esto se han drenado las sabanas”, agrega el vocero de TNC.
Finalmente, la ganadería ha tenido impactos a través de pastos y especies introducidas que se utilizan para maximizar la rentabilidad, disminuyendo progresivamente la presencia de razas locales. A pesar de esto, las especies foráneas no resultan aptas ni productivas en ecosistemas acuáticos, lo que ha llevado a homogeneizar las sabanas, reduciendo su oferta de servicios ecosistémicos, agua y biodiversidad.
“Cuando se van drenando las sabanas, también se van perdiendo los bosques que dependen de esa inundación, la diversidad de árboles, plantas, polinizadores, muchos animales que dispersan semillas porque todo está conectado”, dice Walschburger.
A todo esto se suma otra amenaza: el cambio climático. Una de las consecuencias de esta crisis que enfrenta el planeta son periodos de sequía más prolongados e intensos. Esto quiere decir que, si fluye menos agua, primero, el río Meta disminuirá su oferta hídrica, y segundo, estas sabanas no podrán cumplir algunas de sus funciones como la recarga de acuíferos.
La Orinoquía es la región del país que más se ha transformado en la última década, cerca del 35% de su superficie ha sido alterada. Este es un panorama preocupante teniendo en cuenta que la región representa el 32 % de las reservas hídricas del país y alberga el 48% de humedales naturales de Colombia, la mayor extensión de este ecosistema en el país. El agua de la Orinoquía nace de las sabanas, por esto, las organizaciones que trabajan allí insisten en la planificación de las actividades productivas que se desarrollan para que estas se hagan de manera sostenible, y así, conservar los recursos naturales y beneficios ecosistémicos que brindan.
Cada año, cuando crece el río Meta, el principal río de los Llanos Orientales, recarga uno de los ecosistemas más valiosos de la Orinoquia colombiana: las sabanas inundables, ubicadas especialmente en Casanare y Arauca. El relieve de esta zona del país configura estos ecosistemas. Por un lado, está el piedemonte, como se conoce a la transición entre el llano y las montañas de la cordillera; luego aparece la altillanura, los llanos que no se inundan, y en tierras más bajas es donde aparecen las que sabanas inundanbles.
Estas se extienden hasta el oeste del río Meta, “el que rompe la continuidad de las sabanas inundables”, como explica Thomas Walschburger, asesor científico de la organización ambiental The Nature Conservancy (TNC Colombia). La razón, agrega, es que en este río hay una falla geológica, una especie de desnivel. “El lado de Casanare es más bajo que el de Vichada. Hay una diferencia de 15 metros de altura, que finalmente hace que las sabanas inundables solo estén hacia el lado oeste del río”, menciona.
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La característica principal de este ecosistema es que, como su nombre indica, se inunda varios meses al año. En esta zona del país, por lo general, hay un periodo de lluvias que va entre abril y noviembre, y un periodo de intenso verano entre diciembre y marzo. Cuando hay precipitaciones, es cuando se empiezan a inundar estas sabanas y alcanzan los 5, 10 o 20 centímetros de profundidad, como explica el vocero de TNC.
Según el Plan de Acción de Biodiversidad para la cuenca del río Orinoco (PARBO), este tipo de ecosistema abarca el 12,5 % de la cuenca del río Orinoco y son muy importantes por varias razones. Una de estas es que actúan como un importante regulador hídrico. Walschburger explica que el flujo del río Meta, y de otros que están en su parte baja, depende de toda esa agua que queda almacenada por debajo del suelo, que son los acuíferos, y que las sabanas inundables son las encargadas de recargar.
Además, albergan una gran diversidad de especies de plantas, peces, aves, mamíferos, anfibios y reptiles que hacen parte del paisaje de la sabana inundable. A esto se suma otro factor: su importancia para las actividades productivas de la región, especialmente para la ganadería. “Durante la época de no inundación, las vacas entran a estas sabanas inundables a consumir los pastos que crecen allí”, menciona el vocero de TNC.
Sin embargo, con la creciente llegada de la agroindustria a la región, ecosistemas tan frágiles como las sabanas inundables se han ido transformando, especialmente, por tres actividades: el cultivo de arroz, palma de aceite y la ganadería extensiva introducida.
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Sobre el arroz, Walschburger explica que los suelos de este tipo de sabana son muy ácidos y con pocos nutrientes. Por este motivo, los agricultores suelen arar el suelo y poner cal para alterar el PH del suelo. “Esto es muy grave porque el agua de las sabanas inundables fluye hacia los morichales, que son un tipo de humedal donde domina la palma del moriche, con muchos peces ornamentales, que también son importantes para la economía llanera. Al cambiarle el PH al agua y usar pesticidas que le aplican a los cultivos, y que llegan a los cuerpos hídricos, los peces no toleran esos cambios”, explica.
El impacto de la palma de aceite, por otro lado, está relacionado con la demanda de agua. “Cada palma necesita 350 litros de agua al día y por esto se han drenado las sabanas”, agrega el vocero de TNC.
Finalmente, la ganadería ha tenido impactos a través de pastos y especies introducidas que se utilizan para maximizar la rentabilidad, disminuyendo progresivamente la presencia de razas locales. A pesar de esto, las especies foráneas no resultan aptas ni productivas en ecosistemas acuáticos, lo que ha llevado a homogeneizar las sabanas, reduciendo su oferta de servicios ecosistémicos, agua y biodiversidad.
“Cuando se van drenando las sabanas, también se van perdiendo los bosques que dependen de esa inundación, la diversidad de árboles, plantas, polinizadores, muchos animales que dispersan semillas porque todo está conectado”, dice Walschburger.
A todo esto se suma otra amenaza: el cambio climático. Una de las consecuencias de esta crisis que enfrenta el planeta son periodos de sequía más prolongados e intensos. Esto quiere decir que, si fluye menos agua, primero, el río Meta disminuirá su oferta hídrica, y segundo, estas sabanas no podrán cumplir algunas de sus funciones como la recarga de acuíferos.
La Orinoquía es la región del país que más se ha transformado en la última década, cerca del 35% de su superficie ha sido alterada. Este es un panorama preocupante teniendo en cuenta que la región representa el 32 % de las reservas hídricas del país y alberga el 48% de humedales naturales de Colombia, la mayor extensión de este ecosistema en el país. El agua de la Orinoquía nace de las sabanas, por esto, las organizaciones que trabajan allí insisten en la planificación de las actividades productivas que se desarrollan para que estas se hagan de manera sostenible, y así, conservar los recursos naturales y beneficios ecosistémicos que brindan.