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A finales de noviembre, el medio digital colombiano 360-grados.co y el Centro Latinoamericano de Investigación Periodística (CLIP) publicaron una investigación en la que registraban el incremento de reses sin permiso para pastar en algunos de los departamentos de la Amazonia colombiana.
El trabajo señalaba que el número de vacas que pastaban en los alrededores e incluso en el interior de varios Parques Nacionales Naturales de Meta y Caquetá había aumentado de 80.719 en 2016 a 194.808 el año pasado. Un incremento del 141 %. (Puede leer: Travesía al límite de Colombia para salvar a los delfines de agua dulce)
La extensión de la ganadería, los cultivos de uso ilícito, la extracción ilegal de madera, entre otras, son las principales actividades que generan la deforestación en esta región de Colombia, donde, según el Ideam, se destruyeron 560.000 hectáreas de bosque entre 2016 y 2020, siendo Meta y Caquetá los departamentos más afectados.
Considerando los problemas que genera la ganadería extensiva en esta zona del país, científicos del Instituto Amazónico de Investigaciones Científicas (Sinchi) adelantaron un estudio para determinar si los cultivos de caucho en Caquetá podían servir como una alternativa para recuperar los suelos degradados por la presencia del ganado.
“Después de que los suelos estuvieron sometidos a tanto estrés, por todo el ganado que hubo y por la no planificación de un sistema ganadero sostenible, estos tienden a volverse infértiles debido a que pierden sus propiedades químicas y la alta compactación. Son tan compactos, que muchos organismos no pueden colonizar estos suelos”, señala el ingeniero forestal Daniel Castro, y agrega que, ante este panorama, la regeneración natural tomaría mucho tiempo.
Una alternativa que Castro decidió explorar en su tesis de maestría, para optar por el título de entomólogo ante la Universidad Nacional, es qué pasaría si se usaran los cultivos de caucho para acelerar ese proceso de recuperación. Y para medirlo acudió a las termitas -o como se les conoce en el campo colombiano, comején-. La presencia de estos pequeños insectos, explica, lejos de ser plagas, sirve para indicar qué tan saludable es el estado de los suelos. (Le puede interesar: Oportunidad perdida: América Latina se reactiva, pero no ambientalmente)
“Para poder ver si realmente eso (las plantaciones de caucho) cambian o no el suelo, lo que uno trata de hacer en ecología es observar las especies u organismos que sean bioindicadores. En el caso del suelo y de los animales, uno de los organismos que ha sido reportado en la literatura como de los más importantes por su sensibilidad al cambio de uso del suelo son las termitas”, explica Castro.
El trabajo adelantado por este ingeniero forestal, en compañía de otros investigadores del Sinchi, publicado en la revista académica Neotropical Entomology a mediados del año pasado, empezó por establecer los cinco usos del suelo que serían analizados. Los primeros dos fueron de referencia: la pastura degradada, donde se esperaba tener poca diversidad de termitas, y el bosque natural, el hábitat por excelencia donde la cantidad y variedad era mucho mayor. Los otros tres correspondían a distintos sistemas productivos de caucho que se utilizan en la región.
El primero fue una plantación mixta, donde, además de caucho, se tenían cultivos de copoazú, un fruto amazónico que también se conoce como el cacao blanco. La segunda finca correspondía a un campo clonal, un terreno donde los árboles sembrados son clones genéticamente mejorados. Y, por último, se analizó una plantación comercial, la más madura y antigua de las tres.
Luego de esto tomaron muestras del suelo para poder analizar las poblaciones de termitas en cada uno de los terrenos analizados. Entre mayor diversidad y cantidad de especies de estos insectos que encontraran, mejor estado tenía el suelo. En total, el equipo recolectó 80 especies de termitas, la mayor cantidad obtenida hasta el momento en un área determinada del país, de las cuales 10 fueron reportadas como nuevas especies para la ciencia.
“Como se esperaba, el bosque natural presentaba la mayor riqueza de especies con el 67,5 % del total. Las plantaciones comerciales tenían el 49 %, mientras que los campos clonales, el 31 %. Las plantaciones mixtas solo tenían el 15 % del total de las especies reportadas”, concluyen los investigadores. El último sistema de producción presentó peores resultados que la pastura degradada, ya que en estas se encontró el 18 % de las especies de termitas. (También puede leer: Persiguiendo anguilas: la millonaria y desconocida pesca del Caribe)
¿Qué explica estos resultados? En pocas palabras, el manejo que se le da a cada uno de los sistemas. “Cuando comenzamos a ver los datos que arrojaban, los sistemas productivos de caucho que más afectados estaban por agroquímicos, podas, deshierbe y fertilización química eran los que menos diversidad de termitas tenían. Mientras que en los sistemas productivos más maduros y que menos intensidad de uso de agroquímicos y de fertilizantes químicos tenían, se observaban niveles más cercanos a los del bosque”, señala Castro.
Según el entomólogo, en las plantaciones mixtas se aplica una mayor cantidad de insecticidas, fungicidas y fertilizantes químicos, además de eliminar la poda, lo que reduce los nutrientes del suelo, la materia orgánica disponible y, por ende, la posibilidad de que insectos benéficos como las termitas, hormigas y lombrices se establezcan en el terreno.
Por su parte, en los campos clonales, donde el nivel de agroquímicos utilizados era mucho menor que en las plantaciones mixtas, y en los campos comerciales, donde son cultivados sin ningún tipo de manejo, se obtuvieron mejores resultados dado que el trato del suelo era mucho más orgánico y favorecía la colonización por parte de estos insectos.
Para Castro, la principal conclusión de la investigación tiene que ver con que “los sistemas productivos de caucho sí pueden ser una alternativa para recuperar suelos degradados, pero deben tener un manejo sostenible, en el cual no se afecte ni la diversidad de los organismos, que no tienen nada que ver con plagas, y donde haya disponibilidad de materia orgánica. Esta última proviene de los mismos árboles de caucho sembrados. Entonces todo eso va a ser un ciclaje de nutrientes que se traduce en que el suelo va a ser más fértil, va a tener más materia orgánica y, también indirectamente, va a ser un albergue de muchas especies”.
El investigador hace un llamado a los productores de esta planta en la región: “Nuestros resultados son muy importantes para que todas las personas que están tratando de implementar estos sistemas de caucho en estas regiones cambien un poco la manera tan agresiva de manejar los suelos”.
En 2018, según datos del Ministerio de Agricultura, en el país había sembradas 60.000 hectáreas con caucho, siendo Caquetá el tercer departamento con plantaciones más extensas, luego de Meta y Santander. Dado que las 5.000 toneladas que se producen de este material solo alcanzan para suplir el 20 % de la demanda nacional, esta cartera destacó que departamentos como Santander, Antioquia, Caquetá, Caldas y Guaviare “se proyectan como zonas con gran potencial productor agrupado por economía de pequeño campesino”.
Ante el panorama de que los cultivos de caucho aumenten, Castro hace hincapié en que los productores deberían encontrar manejos más “neutros, alternativos y orgánicos”, a la vez que resalta que estos cultivos pueden agilizar el proceso de recuperación de tierras degradadas por la ganadería, y “darle un uso al suelo que genere empleo y desarrollo económico e industrial en la región”. (Le puede interesar: Bahía de Buenaventura, sumergida en microplásticos)
Termitas “huérfanas”
Además de los resultados obtenidos por el equipo del Sinchi en este estudio, Castro llama la atención sobre la importancia de las termitas, la necesidad de no estigmatizarlas y la urgencia de que más científicos se vuelquen a su estudio.
“Hoy en día se habla mucho de los polinizadores y de la importancia de las abejas. También en el suelo hay insectos que se encargan de poder darles los nutrientes necesarios a las plantas. En Colombia, las termitas han sido un grupo de insectos huérfanos, porque no tienen un grupo de investigadores que se dediquen a tiempo completo. Se les conoce muy poco”, advierte el entomólogo.
Precisamente, por el desconocimiento que se tiene de estos insectos, es que se les asocia erróneamente con plagas. Un estigma que, desde hace cinco años, está intentando borrar el Sinchi con el trabajo que adelantan en regiones como Caquetá. “Menos del 4 % de las especies de termitas son plagas. El restante 96 % está descomponiendo materia orgánica, porque estos insectos comen desde la madera más verde, hasta el hummus, pasando por todas las fases de la madera en descomposición, hojarasca y hongos. Incluso, recientemente, unos investigadores de la Universidad de la Amazonia dataron que las termitas estaban descomponiendo huesos humanos”, comenta Castro y concluye: “Las termitas son los principales descomponedores del suelo, de toda la materia vegetal que hay”.