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En algunas zonas del país, desde el valle del río Patía, en la punta suroccidental, hasta el extremo norte en La Guajira, se encuentra uno de los ecosistemas más amenazados del país: el bosque seco tropical. Se caracteriza por ser estacional, es decir, que experimenta temporadas de sequía de al menos tres meses, seguidas por períodos de lluvias.
Este bosque se extiende por las tierras bajas, con una altura máxima de 1.000 metros sobre el nivel del mar, y alberga una biodiversidad única con más 2.500 especies de plantas registradas, 80 de ellas endémicas; 68 especies de escarabajos, el 24 % del total nacional, y 49 especies de anfibios, según los datos del Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible .
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Durante la sequía, las plantas, por ejemplo, están sometidas a condiciones de estrés hídrico y, para sobrevivir en estas condiciones adversas, presentan estrategias ecológicas únicas
Ejemplo de esto es el del árbol Macondo del Caribe (Cavanillesia platanifolia), el cual comienza a perder su follaje en el momento en que se percata de que hay poca agua en el suelo, y queda totalmente desprovisto de hojas en el punto máximo de la sequía. Esta es su manera de evitar perder agua y de sobrevivir durante los recurrentes periodos secos que este ecosistema experimenta año tras año. Cuando llega el momento de fructificar, forma unos espesos colchones de frutos secos en el suelo, que se convierten repentinamente en una extensa alfombra de plántulas cuando las semillas germinan.
Actualmente, la región que alberga la mayor parte de este tipo de bosque es el Caribe, con el 40 % del bosque seco tropical de Colombia. Sin embargo, al igual que en las otras regiones donde está presente, ha sido destruido casi en su totalidad para implantar ganaderías y cultivos, y solo quedan pequeños remanentes.
Las diferentes presiones a las que ha estado sometido este bosque han provocado que actualmente solo permanezca el 8 % de la cobertura original, y que el 60 % de las zonas transformadas presenten síntomas de desertificación, es decir, que el suelo que solía ser fértil se vuelve árido.
Uno de los casos que ejemplifica esta pérdida es el de Montes de María, una subregión del Caribe Colombiano conformada por 15 municipios pertenecientes a los departamentos de Bolívar y Sucre. Allí solía predominar el bosque seco tropical antes de que llegaran los extensos cultivos de palma africana.
¿Cómo se dio esa transformación?
Para hablar de la pérdida de bosque seco tropical en Montes de María hay que entender el contexto de esta subregión. “Este territorio fue escenario de un conflicto armado que no ha dado tregua, el cual estuvo acompañado de un desplazamiento de la población y de un despojo de tierras masivos”, dice Natalia Norden, investigadora del Instituto Alexander von Humboldt. Según un informe de varias organizaciones que contribuyó a la construcción de los Informes de la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, las tierras despojadas sumaban 81.656 hectáreas.
En dicho informe titulado “Los Montes de María Bajo Fuego”, explican que desde comienzo de este siglo, hubo un nuevo proceso de monopolización de la tierra que se dio aprovechando el desplazamiento y abandono de predios ocasionado por el conflicto. “Los nuevos compradores eran poderosas empresas agroindustriales, que directamente, o a través de intermediarios, compraron miles de hectáreas que dieron lugar a extensos cultivos de palma africana y árboles maderables”, menciona el documento.
El proceso inició en 2002, pero se consolidó a finales de la primera década de este siglo. En 2008, por ejemplo, en algunos municipios de los Montes de María, principalmente en Ovejas, San Onofre y El Carmen, se produjo una serie de compras de tierra a antiguos campesinos por parte de 25 empresas antioqueñas. Según el informe, este proceso de compra de tierras fue estimulado por el gobierno nacional del periodo 2002 a 2010.
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Para materializar el mencionado estímulo, agregan, se creó el fondo para financiar los proyectos comerciales de quienes habían realizado las compras. El documento afirma que ese fondo contó con recursos públicos por una cuantía de diez millones de dólares, tramitados a través de Finagro, el Fondo para el Financiamiento del Sector Agropecuario.
“Adicionalmente, se hizo una convocatoria a inversionistas para que cofinanciaran el fondo, ofreciéndoles jugosos incentivos tales como el “pe”, el certificado de incentivo forestal, exenciones en el impuesto a la renta, tratamiento de las zonas francas para los cultivos, así como incentivos de la fase 1 y 2 de Agro Ingreso Seguro”, menciona el informe. Este último fue creado por gobierno colombiano de entonces para entregar préstamos con bajas tasas de interés destinados a desarrollos agropecuarios.
Pero, ¿cómo afectó todo esto el bosque seco tropical? Como menciona el informe, gran parte de la compra de hectáreas se dio para darle lugar a extensos cultivos de palma africana. Las ayudas brindadas, en este caso por el gobierno nacional, se conocen como incentivos perjudiciales o perversos para la biodiversidad, entre los cuales se incluyen los incentivos para los monocultivos, o para actividades que promuevan la deforestación, por ejemplo.
En el caso de Montes de María, especialmente en María La Baja, con la llegada de palma de aceite se amplió la frontera agrícola. Una investigación de la Universidad del Norte, llamada “Geografías ordinarias: Cuidado, violencia y extractivismo agrario en el ‘posconflicto’ colombiano”, liderada por la geógrafa Eloísa Berman Arévalo, señala que en este municipio, por ejemplo, los cultivos de palma de aceite pasaron de tener 570 hectáreas en 2001 a 11.022 hectáreas en 2015.
“Eso trajo consecuencias negativas para la biodiversidad, pues la producción de palma de aceite se basa en el monocultivo, lo que disminuye considerablemente la diversidad de plantas que se encuentran en los paisajes productivos. Además, esta especie no se asocia con tantas especies de fauna, como animales frugívoros (que se alimentan de frutos) o polinizadores (como las abejas), lo cual provoca genera un empobrecimiento general de la biodiversidad”, explica Norden, del Instituto Humboldt.
Hoy en día las consecuencias de la transformación de dicho ecosistema siguen vigentes. María La Baja, en Bolívar, por ejemplo, es un municipio muy conocido por estar lleno de palma de aceite.
Aunque tratamos de hablar con representantes del sector de la palma de aceite en Colombia, no nos alcanzaron a responder al cierre de esta edición.
Agrobidiversidad, una alternativa para recuperar el ecosistema
Revertir el daño al bosque seco tropical en el Caribe no es tarea fácil. Sin embargo, hay alternativas para hacerlo. Una de estas, que viene trabajando el Instituto Humboldt, es conocida como la restauración productiva. “A través de la adopción de prácticas agroforestales que no comprometen los medios de subsistencia de las comunidades locales. Este tipo de restauración incorpora especies multipropósito, como árboles frutales o maderables, que generan beneficios directos a las familias campesinas, al mismo tiempo que incrementan la cobertura forestal de los paisajes productivos. No se trata de reemplazar los cultivos por los bosques, sino de encontrar prácticas productivas más sostenibles”, dice Norden.
Como no es un bosque fácil de restaurar, el proceso será largo. Una de las maneras en las que se ha iniciado es a través de la agrobiodiversidad, donde se buscan prácticas sostenibles que permitan que las especies silvestres coexistan con las cultivadas y usadas en la agricultura.
En otras palabras, la agrobiodiversidad permite que la producción de alimentos o materias primas en los agroecosistemas (ecosistemas que han tenido una alta transformación antrópica para la producción), empleen prácticas más sostenibles y haya una mayor promoción de los mercados locales.
Esta alternativa, además, tiene en cuenta la interacción de los cultivos con los ecosistemas que se encuentran a su alrededor, de manera que pueda beneficiarlos y no degradarlos, como se ha hecho durante muchos años. De esta manera, se estaría favoreciendo la seguridad alimentaria y la conservación de los diferentes ecosistemas.
En el caso de Montes de María, algunas veredas de los municipios de San Juan Nepomuceno, San Jacinto, Carmen de Bolívar y Ovejas han encontrado el equilibrio entre la producción de alimentos y la conservación
del bosque seco tropical. Allí hay por lo menos cinco arreglos productivos que combinan distintas especies cultivables para que se beneficien entre ellas. Por ejemplo, en uno de ellos, el ñame espino, se apoya para crecer en el matarratón, una de las especies más características en los bosques secos de la zona costera y que aporta nitrógeno al suelo.