Los retos para enfrentar la dependencia de los fertilizantes en Colombia
En el foro “Nutriendo la sostenibilidad” realizado en la Universidad de Los Andes, expertos discutieron sobre los retos para hacer más sostenible el uso de agroinsumos en el sector agrícola colombiano. Una de las propuestas analizadas busca aumentar la producción de fertilizantes sostenibles en el país a través de una red de biofábricas desarrolladas en el marco del proyecto INCASGlobal+.
Uno de los principales retos que enfrenta la agricultura en Colombia, que representa cerca de $21,9 billones al año, según cifras del Departamento Administrativo Nacional de Estadística (Dane), está relacionado con el incremento de los precios de los fertilizantes importados, así como de la dependencia de este tipo de insumos por parte de los productores.
Solo entre principios de 2020 y finales de 2022, los precios de los fertilizantes en el mundo aumentaron en más de 190 %, de acuerdo con cifras del Foro Económico Mundial. En el caso colombiano, como explica John Jairo Monje, investigador de la Corporación Universitaria Minuto de Dios, mientras que para 2019 los cultivadores de papa del departamento de Boyacá compraban la urea (el fertilizante nitrogenado más popular y de mayor uso en todo el mundo) a $90 mil, dos años después, tras la pandemia y del inicio la guerra entre Ucrania y Rusia (grandes productores de fertilizantes en el mundo), el mismo insumo les costaba $330 mil.
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Para responder a esta situación y abrir el debate sobre las alternativas e innovaciones en el sector agrícola, en la Universidad de Los Andes (Bogotá) se realizó el foro sobre los “Nutriendo la sostenibilidad: Desafíos y soluciones para reducir la huella de carbono en el país”. El evento, llevado a cabo en el auditorio Mario Laserna C, contó con la participación de académicos, funcionarios y expertos del sector en una serie de charlas enfocadas a promover el debate sobre la dependencia de insumos agrícolas de síntesis química y su impacto en el medio ambiente.
¿Cómo llegamos aquí?
Uno de los elementos centrales para entender la problemática de los agroquímicos en Colombia es entender cómo se llegó a esta situación en el país. De acuerdo con el profesor Bart Van Hoof, de la facultad de Administración de la Universidad de Los Andes, “más que una dependencia, es una costumbre. Esto viene desde los años sesenta, cuando se produjo a nivel global la Revolución Verde y la innovación de los agroquímicos, que ayudó a impulsar el desarrollo agrícola. Era algo maravilloso, pues aumentaba la producción del agricultor y, a la vez, disminuía el precio de los alimentos. Pero pronto nos dimos cuenta de que eso tenía efectos negativos”.
Uno de los principales cambios que trajo consigo esta revolución fue la dependencia de fertilizantes en la productividad de los cultivos. En el caso de la urea, no obstante, este insumo no se produce en el país, pues para producirla a nivel industrial los costos son muy altos en comparación con países que lideran su producción en el mundo.
El sector agrícola en Colombia depende en un 42 % de los fertilizantes importados de países como Rusia, Bielorrusia y Ucrania, según datos del Consejo Nacional de Secretarios de Agricultura de Colombia. Debido a esto, la escasez de estos insumos ha incrementado los costos en líneas productivas como los cultivos de palma, en los cuales el 70 % de la inversión de mantenimiento están relacionados con el uso de fertilizantes.
Además de sus efectos económicos, el uso de este tipo de insumos sintéticos también ha generado preocupación por sus impactos ambientales. Como indicó Alfonso Valderrama, director de Innovación, Desarrollo Tecnológico del Ministerio de Agricultura, esta forma de producción sigue siendo impulsada por los técnicos agrónomos del país y está “causando que los suelos se enfermen con la contaminación por el uso de agroquímicos y de elementos químicos. Se trata de un asunto económico, pero también de salud de los consumidores finales y para el medioambiente”.
Según el funcionario de Minagricultura, estos retos están presentes en la producción de la dieta básica de los colombianos, lo que afecta la calidad y la inocuidad de los cultivos como el café, la papa y el cacao. “Tenemos que apostarle al desarrollo agrícola junto con un cambio de la cultura de los productores para que estos cambien sus dinámicas a la hora de utilizar estos insumos”.
Pero, ante este panorama, ¿cómo se puede dar giro a estas dinámicas en el país?
Una solución en torno a las biofábricas
Uno de los modelos que han sido propuestos para resolver estos retos en el campo colombiano ha sido la creación de biofábricas en el país, esta solución impulsada por el proyecto INCASBONO+ ejecutado por Solidaridad Network en alianza con Uniandes, la Corporación Universitaria Minuto de Dios, y con el apoyo del proyecto de Innovación en Cadenas Agrícolas Sostenibles (INCAS Global+), que es implementado por la Cooperación Alemana para el Desarrollo (GIZ) con financiamiento del Ministerio Federal de Cooperación Económica y Desarrollo de Alemania (BMZ).
Según Sabine Triemer, coordinadora del proyecto Incas Global+, de GIZ, se tratan de espacios que buscan enfrentar los impactos del incremento de los precios de los insumos, pero también escenarios para la transformación de los sistemas productivos hacia una mayor sostenibilidad.
“Identificamos que en el campo colombiano hay muchas dinámicas que afectan la competitividad del productor agrícola, así como retos para acceder a certificaciones ambientales”, indica Triemer. “Para enfrentar esto, se diseñaron las biofábricas que son centros de aprendizaje y capacitación en donde los productores se pueden reunir para aprender a ser más autónomos en su producción. Uno de los elementos que buscamos es que sean sitios en los que pueden formarse en procesos que pueden replicar en sus propias fincas”.
La red de biofábricas se desarrolló en los departamentos de Huila, Meta y Caquetá, destinadas a la producción de abonos orgánicos de manera sostenible y autónoma. Este modelo ha demostrado resultados exitosos con una disminución en los costos del uso de abonos sintéticos en los sistemas agrícolas impactados. En cifras generales, la estrategia ha beneficiado a unos 1.280 productores en estos tres departamentos.
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Estos procesos, que se consolidaron a través de una apuesta educativa con un equipo de formación en las zonas de impacto, buscaron transformar hábitos productivos de, en ocasiones, más de 20 años de los productores participantes del proyecto. Al tratarse de un proceso minucioso, estas personas contaron con el apoyo de la plataforma Agrolearning en donde encontraron módulos sobre agricultura regenerativa, producción de fertilizantes orgánicos, herramientas financieras, entre otros. Además de esto, se implementó el ecosistema educativo de la plataforma Campus +, una solución educativa desarrollada entre la Universidad de los Andes y Solidaridad, basada en el Modelo MAS de agricultura y agronegocios circulares desarrollado por la Universidad de los Andes.
Según los formadores del proyecto, a través de estas estrategias más de 200 personas aprendieron de manera efectiva una forma de producción que utiliza elementos presentes en las fincas y los hogares de los beneficiarios. Además, para potenciar estos procesos, destacan los organizadores de la estrategia, “es necesario seguir involucrando a los jóvenes y en particular a las mujeres para romper estas tradiciones y fortalecer las estructuras que ya están presentes en el campo colombiano”, explicó el profesor Van Hoof, de la Universidad de Los Andes.
Otro de los aspectos que desarrolló el proyecto fueron las herramientas financieras diseñadas para ampliar el acceso a opciones de compra de fertilizantes. Para este caso, el proyecto logró una alianza entre empresas dedicadas a la producción de abonos en el mercado y asociaciones o cooperativas de productores de palma de aceite. Con este acuerdo se entregó un cupo de deuda de cinco mil millones de pesos a asociaciones de los departamentos de Bolívar y Tumaco, quienes entregaron fertilizantes a sus asociados, con un plazo de seis meses para pagarlo.
“En el país, a pesar de la globalización de los mercados, seguimos siendo uno en el que se registra un bajo nivel de ahorro y bajo acceso de crédito para los campesinos. Por eso, ese tipo de herramienta ayuda a la consolidación de economías circulares, que van de la mano con el cambio en el uso de insumos con fertilizantes que se consolidó, demostrándole a la gente que este tipo de herramientas sí funcionan”, indicó Alexander Escobar, líder de soluciones financieras de Solidaridad Network.
De acuerdo con cifras del proyecto INCAS GLOBAL+, en el marco de este proyecto y durante los últimos dos años se ha apoyado en la accesibilidad a productos financieros a más de 670 productores de más de 7 mil que hay en el país, por lo que se calcula que ha apoyado entre el ocho y diez por ciento de los productores palmeros del país.
“Lo que se impulsó fue la necesidad de realizar un cambio en la forma de ver la agricultura en el país y en la forma en que se pueden obtener beneficios reales. Hay cosas que tienen que cambiar en las facultades de las universidades, a nivel cultural, por parte de los productores, y esto empieza por generar confianza en que este tipo de modelos innovadores son efectivos”, concluyó Juan Carlos Suárez, vicerrector de la Universidad de la Amazonia.
Acá puede revivir el foro “Nutriendo la sostenibilidad: Desafíos y soluciones para reducir la huella de carbono en el país”:
Uno de los principales retos que enfrenta la agricultura en Colombia, que representa cerca de $21,9 billones al año, según cifras del Departamento Administrativo Nacional de Estadística (Dane), está relacionado con el incremento de los precios de los fertilizantes importados, así como de la dependencia de este tipo de insumos por parte de los productores.
Solo entre principios de 2020 y finales de 2022, los precios de los fertilizantes en el mundo aumentaron en más de 190 %, de acuerdo con cifras del Foro Económico Mundial. En el caso colombiano, como explica John Jairo Monje, investigador de la Corporación Universitaria Minuto de Dios, mientras que para 2019 los cultivadores de papa del departamento de Boyacá compraban la urea (el fertilizante nitrogenado más popular y de mayor uso en todo el mundo) a $90 mil, dos años después, tras la pandemia y del inicio la guerra entre Ucrania y Rusia (grandes productores de fertilizantes en el mundo), el mismo insumo les costaba $330 mil.
Lo invitamos a leer: El transporte marítimo verde gana velocidad.
Para responder a esta situación y abrir el debate sobre las alternativas e innovaciones en el sector agrícola, en la Universidad de Los Andes (Bogotá) se realizó el foro sobre los “Nutriendo la sostenibilidad: Desafíos y soluciones para reducir la huella de carbono en el país”. El evento, llevado a cabo en el auditorio Mario Laserna C, contó con la participación de académicos, funcionarios y expertos del sector en una serie de charlas enfocadas a promover el debate sobre la dependencia de insumos agrícolas de síntesis química y su impacto en el medio ambiente.
¿Cómo llegamos aquí?
Uno de los elementos centrales para entender la problemática de los agroquímicos en Colombia es entender cómo se llegó a esta situación en el país. De acuerdo con el profesor Bart Van Hoof, de la facultad de Administración de la Universidad de Los Andes, “más que una dependencia, es una costumbre. Esto viene desde los años sesenta, cuando se produjo a nivel global la Revolución Verde y la innovación de los agroquímicos, que ayudó a impulsar el desarrollo agrícola. Era algo maravilloso, pues aumentaba la producción del agricultor y, a la vez, disminuía el precio de los alimentos. Pero pronto nos dimos cuenta de que eso tenía efectos negativos”.
Uno de los principales cambios que trajo consigo esta revolución fue la dependencia de fertilizantes en la productividad de los cultivos. En el caso de la urea, no obstante, este insumo no se produce en el país, pues para producirla a nivel industrial los costos son muy altos en comparación con países que lideran su producción en el mundo.
El sector agrícola en Colombia depende en un 42 % de los fertilizantes importados de países como Rusia, Bielorrusia y Ucrania, según datos del Consejo Nacional de Secretarios de Agricultura de Colombia. Debido a esto, la escasez de estos insumos ha incrementado los costos en líneas productivas como los cultivos de palma, en los cuales el 70 % de la inversión de mantenimiento están relacionados con el uso de fertilizantes.
Además de sus efectos económicos, el uso de este tipo de insumos sintéticos también ha generado preocupación por sus impactos ambientales. Como indicó Alfonso Valderrama, director de Innovación, Desarrollo Tecnológico del Ministerio de Agricultura, esta forma de producción sigue siendo impulsada por los técnicos agrónomos del país y está “causando que los suelos se enfermen con la contaminación por el uso de agroquímicos y de elementos químicos. Se trata de un asunto económico, pero también de salud de los consumidores finales y para el medioambiente”.
Según el funcionario de Minagricultura, estos retos están presentes en la producción de la dieta básica de los colombianos, lo que afecta la calidad y la inocuidad de los cultivos como el café, la papa y el cacao. “Tenemos que apostarle al desarrollo agrícola junto con un cambio de la cultura de los productores para que estos cambien sus dinámicas a la hora de utilizar estos insumos”.
Pero, ante este panorama, ¿cómo se puede dar giro a estas dinámicas en el país?
Una solución en torno a las biofábricas
Uno de los modelos que han sido propuestos para resolver estos retos en el campo colombiano ha sido la creación de biofábricas en el país, esta solución impulsada por el proyecto INCASBONO+ ejecutado por Solidaridad Network en alianza con Uniandes, la Corporación Universitaria Minuto de Dios, y con el apoyo del proyecto de Innovación en Cadenas Agrícolas Sostenibles (INCAS Global+), que es implementado por la Cooperación Alemana para el Desarrollo (GIZ) con financiamiento del Ministerio Federal de Cooperación Económica y Desarrollo de Alemania (BMZ).
Según Sabine Triemer, coordinadora del proyecto Incas Global+, de GIZ, se tratan de espacios que buscan enfrentar los impactos del incremento de los precios de los insumos, pero también escenarios para la transformación de los sistemas productivos hacia una mayor sostenibilidad.
“Identificamos que en el campo colombiano hay muchas dinámicas que afectan la competitividad del productor agrícola, así como retos para acceder a certificaciones ambientales”, indica Triemer. “Para enfrentar esto, se diseñaron las biofábricas que son centros de aprendizaje y capacitación en donde los productores se pueden reunir para aprender a ser más autónomos en su producción. Uno de los elementos que buscamos es que sean sitios en los que pueden formarse en procesos que pueden replicar en sus propias fincas”.
La red de biofábricas se desarrolló en los departamentos de Huila, Meta y Caquetá, destinadas a la producción de abonos orgánicos de manera sostenible y autónoma. Este modelo ha demostrado resultados exitosos con una disminución en los costos del uso de abonos sintéticos en los sistemas agrícolas impactados. En cifras generales, la estrategia ha beneficiado a unos 1.280 productores en estos tres departamentos.
Lo invitamos a leer: El pequeño pez capaz de emitir un sonido tan fuerte como el disparo de una pistola.
Estos procesos, que se consolidaron a través de una apuesta educativa con un equipo de formación en las zonas de impacto, buscaron transformar hábitos productivos de, en ocasiones, más de 20 años de los productores participantes del proyecto. Al tratarse de un proceso minucioso, estas personas contaron con el apoyo de la plataforma Agrolearning en donde encontraron módulos sobre agricultura regenerativa, producción de fertilizantes orgánicos, herramientas financieras, entre otros. Además de esto, se implementó el ecosistema educativo de la plataforma Campus +, una solución educativa desarrollada entre la Universidad de los Andes y Solidaridad, basada en el Modelo MAS de agricultura y agronegocios circulares desarrollado por la Universidad de los Andes.
Según los formadores del proyecto, a través de estas estrategias más de 200 personas aprendieron de manera efectiva una forma de producción que utiliza elementos presentes en las fincas y los hogares de los beneficiarios. Además, para potenciar estos procesos, destacan los organizadores de la estrategia, “es necesario seguir involucrando a los jóvenes y en particular a las mujeres para romper estas tradiciones y fortalecer las estructuras que ya están presentes en el campo colombiano”, explicó el profesor Van Hoof, de la Universidad de Los Andes.
Otro de los aspectos que desarrolló el proyecto fueron las herramientas financieras diseñadas para ampliar el acceso a opciones de compra de fertilizantes. Para este caso, el proyecto logró una alianza entre empresas dedicadas a la producción de abonos en el mercado y asociaciones o cooperativas de productores de palma de aceite. Con este acuerdo se entregó un cupo de deuda de cinco mil millones de pesos a asociaciones de los departamentos de Bolívar y Tumaco, quienes entregaron fertilizantes a sus asociados, con un plazo de seis meses para pagarlo.
“En el país, a pesar de la globalización de los mercados, seguimos siendo uno en el que se registra un bajo nivel de ahorro y bajo acceso de crédito para los campesinos. Por eso, ese tipo de herramienta ayuda a la consolidación de economías circulares, que van de la mano con el cambio en el uso de insumos con fertilizantes que se consolidó, demostrándole a la gente que este tipo de herramientas sí funcionan”, indicó Alexander Escobar, líder de soluciones financieras de Solidaridad Network.
De acuerdo con cifras del proyecto INCAS GLOBAL+, en el marco de este proyecto y durante los últimos dos años se ha apoyado en la accesibilidad a productos financieros a más de 670 productores de más de 7 mil que hay en el país, por lo que se calcula que ha apoyado entre el ocho y diez por ciento de los productores palmeros del país.
“Lo que se impulsó fue la necesidad de realizar un cambio en la forma de ver la agricultura en el país y en la forma en que se pueden obtener beneficios reales. Hay cosas que tienen que cambiar en las facultades de las universidades, a nivel cultural, por parte de los productores, y esto empieza por generar confianza en que este tipo de modelos innovadores son efectivos”, concluyó Juan Carlos Suárez, vicerrector de la Universidad de la Amazonia.