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En un mundo globalizado, como el que tenemos hoy día, resulta imposible pasar por alto las repercusiones de los conflictos actuales y prolongados como la guerra en Ucrania, la pandemia por COVID‑19 y la crisis climática, que amenazan la producción y el acceso a alimentos. Ya, a nivel mundial, el aumento en los precios de los alimentos y los insumos ha derivado en lo que podría convertirse en una crisis de disponibilidad, si no tomamos medidas urgentes.
El hambre continúa en aumento, dejando en mayor rezago a aquellos más vulnerables y aumentando así la brecha social. En 2021, según el último informe de la FAO y aliados de la ONU, afectó a 828 millones de personas, 46 millones de personas más desde 2020 y 150 millones desde 2019.
Cifra que se refleja en Colombia con 4,2 millones de personas subalimentadas y 13,5 millones de personas que no pueden acceder al consumo de una dieta saludable, y que se suma a la reportada por el DANE (2021), con el 12,2% de la población en pobreza extrema, es decir, aquellos que no cuentan con los ingresos suficientes para acceder a una canasta básica de alimentos.
Una situación que preocupa, más aún cuando vemos que es en las zonas rurales, donde se produce la mayor pare de los alimentos, en donde se ubican también los mayores índices de inseguridad alimentaria, y en las que la pobreza extrema llega al 18,8%.
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Sin duda, tenemos como humanidad desafíos enormes que deben ser prioridad para los gobiernos, pero también para la sociedad civil, la academia y el sector privado, todos debemos sumar acciones para que el hambre y la malnutrición no nos arrebate la vida.
Y es justamente este el llamado con el que llega el Día Mundial de la Alimentación, fecha que en 1945, en el Chateau Frontenac de Quebec (Canada), dio lugar al nacimiento de la FAO, la Organización de la Naciones Unidas (ONU) líder en temas alimentarios y agrícolas: construir un mundo sostenible donde todos, sin dejar a nadie atrás, tengan acceso regular a suficientes alimentos nutritivos.
Pero para llegar a esta meta es necesario cambiar la mirada y abordar las problemáticas desde un enfoque de derechos, aprovechando el potencial humano y material y vinculándonos, sin excepción, en la lucha contra el hambre y la malnutrición.
Para ello, resulta urgente hacer una transformación en la forma en la que producimos, pero también en la que consumimos los alimentos. Colombia, promesa de despensa alimentaria, tiene a favor su ubicación geográfica y recursos naturales, así como la experiencia de comunidades de productores en pequeña escala, que deben ser apoyados para impulsar el crecimiento económico del país en su conjunto.
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Cierto es también, que se debe orientar la vocación productiva del país para que esos alimentos que se producen logren suplir las deficiencias nutricionales de los colombianos, respetando la cultura alimentaria de cada región. Dos factores resultan importantes en esta medida, desde el enfoque productivo fortalecer los circuitos cortos de abastecimiento, y de otro lado el fomento de la apropiación local acorde a la cultura alimentaria.
Y en este sentido, el reto no es menor, pues es necesario contar con políticas nacionales que faciliten la atención diferenciada desde los territorios, tarea para la que el país ya cuenta con diferentes herramientas de planificación que, desde la FAO, en alianza con instituciones como la Agencia de Desarrollo Rural (ADR), la Agencia de Renovación del Territorio (ART) y el Ministerio de Agricultura y Desarrollo Rural, entre otros, ya han diseñado.
Asimismo, se hace preciso avanzar de manera progresiva hacia la garantía del derecho humano a una alimentación adecuada. Este derecho humano fundamental requiere transformaciones en el marco constitucional, en la planeación del desarrollo y en las políticas públicas nacionales y territoriales. Acciones redistributivas; protección de la agricultura campesina, familiar y comunitaria; formas de producción sostenibles; participación social efectiva; inversiones sólidas y plurianuales, y la urgente creación y puesta en marcha del sistema para la garantía progresiva del derecho humano a la alimentación, son algunos de los retos inaplazables.
De otro lado, frente a la crisis climática el mundo demanda que la sostenibilidad y el cuidado de los recursos naturales sean la base de la transformación de los sistemas agroalimentarios; mientras que en paralelo se restauran los ecosistemas afectados por la actividad humana y que hoy se reflejan en deforestación, contaminación y el deterioro de recursos como el suelo y el agua.
Desde el lado del consumidor y la sociedad en general, es imperiosa la necesidad de avanzar en la educación alimentaria, que contemple la importancia de la nutrición en cada etapa de la vida, vista como una medida preventiva de salud pública y enfocada en problemas como el sobrepeso y la obesidad, que hoy presentan 57 de cada 100 adultos colombianos, y la desnutrición que afecta en mayor medida a niños y niñas.
Por último, no podemos dejar de hablar de la pérdida y el desperdicio de alimentos, que a 2016, según informe del DANE, reportaba para Colombia un total de 9,76 millones de toneladas cada año. Una situación que poco sentido tiene, cuando en el otro lado de la moneda vemos que millones de colombianos necesitan de estos alimentos y no pueden acceder a ellos.
Sensibilización, solidaridad y acción son necesarias para que futuras y actuales generaciones disfruten de la garantía de crecer con la nutrición como su aliada. Trabajemos juntos para que tener una mejor producción, nutrición, medio ambiente y una vida para todos, sin dejar a nadie atrás, pase de ser un sueño a una realidad.
*Representante de FAO Colombia