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Imagine por un momento que Colombia es un gran rompecabezas. No hay una pieza igual a la otra, aunque muchas se parecen entre sí. Piense, por ejemplo, en cómo se verían las fichas que componen la Amazonia: lo primero que se nos podría ocurrir serían las grandes extensiones de bosque impenetrable que hacen parte de la Serranía de Chiribiquete, las serpientes de agua formadas por los ríos y una línea que delimita dónde termina la manigua y se funde con las sabanas naturales de la Orinoquia y los montes de los Andes. (Le puede interesar: Sistemas Agroforestales en Caquetá, una iniciativa que llamó la atención de Noruega)
Pero no toda la Amazonia se ve así. Allí también se encuentran ecosistemas transformados por la acción humana, situación que ha generado una gran preocupación por la pérdida de la biodiversidad y la desconexión de ecosistemas claves. Uno de esos casos es el arco de deforestación amazónico, ubicado en los departamentos de Caquetá, Guaviare, Meta y Putumayo. Los cuatro son la puerta de entrada a la selva. Allí, principalmente por acaparamiento de tierras, actividades agropecuarias y cultivos de uso ilícito, ya no hay un bosque verde y tupido, inexplorado, como muchos imaginan. Aun así, son piezas que hacen parte del rompecabezas.
Durante las últimas décadas, se han hecho importantes esfuerzos para encontrar evidencia científica sobre la presencia de la biodiversidad dentro de áreas que fueron transformadas, su función ecológica y su papel como proveedora de beneficios para las personas. Por supuesto, los casi 70 millones de hectáreas del territorio nacional que, según el Ministerio de Ambiente, se encuentran hoy dentro de las áreas terrestres y marítimas protegidas del país, son de vital importancia no solo para la conservación de la biodiversidad, sino también como sustento de todas las actividades económicas.
Sin embargo, esas zonas protegidas están rodeadas por otros 50 millones de hectáreas que ya fueron intervenidas por los humanos. En este territorio se ha dado un debate durante varios años sobre lo bien o mal que se usa el suelo. Pero poco se ha hablado del potencial de restauración y desarrollo sostenible que albergan, que se podría potenciarse con el uso adecuado del suelo. (Le recomendamos: ¿Quién puede financiar la restauración y la conservación de los ecosistemas?)
Con esta premisa, The Nature Conservancy (TNC) ha trabajo durante varios años en Colombia, implementando la estrategia mosaicos de conservación. Andrés Felipe Zuluaga, director de conservación de TNC Colombia, explica que se trata de un encuentro amigable entre dos visiones de conservación que tradicionalmente se han creído opuestas.
Por un lado, está el enfoque clásico con áreas protegidas de gran tamaño como parques nacionales (land sparing), dedicadas exclusivamente a la conservación de la biodiversidad, en donde no se permiten actividades productivas ni extractivas.
Por el otro lado, está el enfoque de conservación-producción en áreas que ya fueron transformadas por el hombre, en donde es posible integrar la producción de alimentos y la conservación de la biodiversidad a escalas de finca o paisaje agropecuario (land sharing), para servir como conectores de ecosistemas aislados y funcionar como “piedras de salto” para la biodiversidad. (También puede leer: Los países con menos ingresos sufren más consecuencias por los incendios forestales)
Volviendo a la analogía del rompecabezas, lo que plantea el enfoque conservación-producción (land sharing) es la necesidad de destinar unas piezas a la producción más intensiva, para poder destinar otras a la conservación exclusiva; sin embargo, las áreas destinadas a la producción deben ser más complejas en términos de estructura y composición; es decir, incluir varios estratos de árboles y arbustos, así como una mayor diversidad de plantas. En resumen, tener un suelo productivo y protección de la biodiversidad en una sola pieza del rompecabezas.
“Estas no son visiones que deberían chocar entre ellas”, apunta Zuluaga. Los mosaicos de conservación toman elementos de cada una para formar sistemas diversos y más complejos en donde conviven de manera armónica sistemas ecológicos y sistemas productivos amigables con la naturaleza, con ganancias para todos.
Ganar todos como sociedad implica entender que, para un país como Colombia, con una población creciente y un sector agropecuario que genera los medios de vida para millones de familias, la productividad del campo y, sobre todo, su sostenibilidad es una tarea fundamental. No obstante, nuestro sustento depende también de la protección estricta de ecosistemas como bosques, humedales, páramos y sabanas naturales, los cuales nos proveen diversos beneficios (bienes y servicios ecosistémicos) como el agua que consumimos, la captura de carbono y la polinización, entre muchos otros. (Le puede interesar: La naturaleza es un eje central para la paz de Colombia, ¿por qué?)
Los mosaicos de conservación, entonces, integran una protección estricta, la producción sostenible y la restauración de áreas degradadas. Además, pretenden conectar figuras de protección pública como Parques Nacionales o Regionales Naturales, dentro o fuera de sus áreas de amortiguamiento, con figuras de conservación privada como Reservas Naturales de la Sociedad Civil y figuras de protección comunitaria de pueblos indígenas o comunidades afro.
“La conservación por fuera de las áreas protegidas públicas, ya sea en territorios colectivos o dentro de predios privados, requiere de propuestas productivas económicamente viables que les permitan generar ingresos, mientras liberan áreas para la conservación de la biodiversidad”, dice Zuluaga.
Un ejemplo de esto es el trabajo que ha adelantado TNC durante más de una década en el arco de deforestación amazónico, principalmente en las áreas de amortiguamiento de dos Parques Nacionales Amazónicos: La Paya y Chiribiquete. En este mosaico, gran parte del territorio se encuentra bajo la figura de propiedad colectiva de pueblos indígenas, quienes han sido primordiales para garantizar la conservación de más del 40 % de la Amazonia. Pero la presión por la ampliación de la frontera ganadera, la apropiación de tierras y la expansión de cultivos ilícitos ponen en riesgo los ecosistemas amazónicos conservados dentro de estos territorios colectivos y las áreas protegidas adyacentes. (Le recomendamos: Impulsar la ciencia e innovación, la clave para que Colombia sea potencia en bioeconomía)
Al mirar la pieza del rompecabezas del piedemonte amazónico, vemos un paisaje dominado por las pasturas para uso ganadero. El proceso de colonización y más recientemente el proceso de apropiación de tierras ha visto al bosque como un estorbo o un elemento que resta valor a la tierra, pero ha habido grupos de productores que han conservado bosques, humedales y corredores ribereños y han mejorado su productividad incorporando sistemas silvopastoriles (pastos integrados con árboles y arbustos), contribuyendo así a la protección de la biodiversidad.
Un ejemplo de ello es el grupo de predios ganaderos en el departamento del Caquetá, que se han convertido en Reservas de la Sociedad Civil durante la última década y que han sido parte del Pacto Caquetá Cero Deforestación, iniciativa promovida por diversos actores, en el cual TNC fue uno de los promotores iniciales.
Todas las fichas del rompecabezas “deben dialogar de forma pacífica con las personas, organizaciones o instituciones que toman las decisiones, las cuales podrían ser la autoridad de un resguardo indígena, de un territorio afrocolombiano, un propietario de finca, hasta las autoridades de un municipio o de la Unidad de Parques Nacionales de Colombia”, puntualiza Zuluaga. La participación de todos estos actores, añade, es una condición necesaria para garantizar la conservación de la biodiversidad y el bienestar de las personas que habitan estos mosaicos de conservación. “Creemos en un mundo en donde la naturaleza y las personas prosperan”.