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El escenario climático es preocupante. En junio, Kuwait alcanzó la tercera temperatura más alta del mundo, con 49,3ºC, y poco después subió a 51ºC, cerca del récord histórico de 54ºC. Dubai también ha sido golpeada por una intensa ola de calor, con una sensación térmica de 62ºC según servicios meteorológicos de Estados Unidos. El incremento de la temperatura y la pérdida de biodiversidad reflejan el agotamiento de los flujos que mantienen la vida en el planeta, ciclos que fueron modificados por actividades humanas en menos de un siglo.
A esto se suman eventos extremos como incendios, inundaciones, sequías y erosión costera, que ya provocan desplazamientos en comunidades empobrecidas, principalmente en los sures. La crisis actual destruye relaciones ecológicas, sociales y culturales, evidenciando la guerra del modelo de desarrollo hegemónico contra la naturaleza.
(Lea: El programa que ha llevado agua segura a 100.000 personas en Colombia)
Este conflicto también incluye dinámicas como el acaparamiento de tierras y la especulación económica, permitiendo usos inadecuados del territorio que homogenizan la diversidad y priorizan la acumulación sobre la reproducción de la vida. Se diseñan soluciones que perpetúan el status quo de un sistema lento para reaccionar ante la crisis mundial.
Además, se trata de un conflicto epistémico y ontológico que niega otros saberes locales, los cuales desaparecen junto con sus formas alternativas de relacionarse y pensar la transición. La humanidad se acerca al punto de no retorno, enfocada en soluciones tecnológicas que no pueden abordar los múltiples impactos del calentamiento global.
Insistir en un bienestar basado en la explotación de la naturaleza es una guerra contra nosotros mismos; la creatividad humana debe enfocarse en enfrentar la crisis civilizatoria. Los beneficios que brinda la naturaleza generan una riqueza incalculable que escapa a las soluciones de mercado; reconocer esto permitiría que Colombia se convirtiera en una potencia para el resguardo de la vida.
(Lea: Las apuestas para proteger uno de los mayores patrimonios de Colombia: la biodiversidad)
Este año, en Colombia se celebrará la COP 16, conferencia internacional que tendrá como lema ‘Paz con la Naturaleza’. Este lema reconoce la interdependencia de la sociedad con la naturaleza, relación esencial para la reproducción de la vida. El bienestar capitalista depende de un uso insostenible de energía, agua y materia y la explotación de “otros”, tanto humanos como no humanos. Colombia, que cubre menos del 1% del planeta, pero alberga más del 10% de la biodiversidad mundial, es un país significativo para esta conferencia. La biodiversidad se conserva gracias a pueblos indígenas, afrodescendientes y campesinos, quienes, a pesar de no ser responsables de la crisis climática, toman medidas audaces para superarla.
Estos colectivos han logrado suspender nuevas exploraciones petroleras y promueven el Tratado de no Proliferación de Combustibles Fósiles. Sus prácticas han ayudado a frenar la deforestación; recientemente, el gobierno anunció una reducción del 36% en la deforestación, la cifra más baja en 23 años. Este logro se debe a un acuerdo social que involucró a diversos sectores de la sociedad colombiana en torno a la paz y la transformación territorial, en medio de la pérdida acelerada de biodiversidad. Paz con la Naturaleza requiere una revisión crítica del estilo de vida actual y una reflexión profunda sobre los conflictos y violencias, no solo del conflicto armado, sino de la guerra general del modelo económico contra la naturaleza. Este conflicto ha negado y subalternizado otras relaciones con la naturaleza, vistas como atrasadas, especialmente los mundos comunitarios rurales.
La Paz con la Naturaleza es la vivencia de comunidades dedicadas a proteger selvas, páramos, manglares y humadales. Estos territorios son la base de su identidad y guardan el legado de sus ancestros. Este arraigo radical convierte a poblaciones locales en objetivo de amenazas y asesinatos por defender su territorio.
Por eso, se propone avanzar en transformaciones socioecológicas que superen la dicotomía ser humano–naturalezay promuevan una relación no violenta con la misma. En espacios como la COP16, se debe exigir a los principales responsables de la crisis que se comprometan a saldar la deuda histórica con la tierra y con quienes la han cuidado. Es momento de exigir esfuerzos globales reales para defender la vida en toda su complejidad.
Las transformaciones territoriales necesarias ya están en marcha; no es una discusión nueva para los pueblos de este país. La COP16 es clave para exigir a la comunidad internacional que asuma su responsabilidad histórica frente a la crisis y se comprometa a acuerdos efectivos que permitan transitar hacia una Paz con la Naturaleza.
Ese debe ser un mandato de todas y todos
*Viceministra de Ordenamiento Ambiental del Territorio del MinAmbiente.